EL CAMINO DE LA VIDA

EL CAMINO DE LA VIDA
EL CAMINO DE LA VIDA. - Every day you may make progress. Every step may be fruitful. Yet there will stretch out before you an ever-lengthening, ever-ascending, ever-improving path. You know you will never get to the end of the journey. But this, so far from discouraging, only adds to the joy and glory of the climb. - Sir Winston Churchill.

jueves, 19 de marzo de 2015

Jorge Amado, el bossa nova, Astrud Gilberto y una anécdota sobre Nueva York.
Hace como treinta años vivía en Nueva York y una noche me invitaron a ver una película brasileña que por entonces estaba en cartelera, en uno de los cines de la ciudad. La película era Doña Flor y sus dos maridos, de Bruno Barreto (1955-), basada en la obra de Jorge Amado (1912-2001). Actuaban la guapa Sonia Braga (1950-), en ese momento en la cumbre de su popularidad; José Wilker (1946-2014); y, Mauro Mendonça (1932-).
En la película, una mujer (Braga) está casada con Vadinho, un hombre joven y fiestero (Wilker), quien la ama a su manera: un amor más carnal que considerado. Ella queda de repente viuda e inconsolable, en medio de una parranda carnavalesca de su Vadinho. Luego de un largo luto, doña Flor es cortejada por el bueno y respetuoso –aunque bastante aburrido– Dr. Teodoro, quien eventualmente se convierte en el segundo esposo de la resignada doña Flor. Ella le quiere, pero no lo ama realmente. Sin embargo, el Dr. Teodoro sabe ofrecerle seguridad, fidelidad y estabilidad.
Ante la falta de pasión en su vida, de alguna manera Vadinho regresa como un fantasma lascivo y desnudo a la vida de doña Flor, quien añora la pasión animal de su salvaje ex-marido, aunque formalmente lo niegue por respeto a la sociedad que representa el Dr. Teodoro, siempre impecablemente vestido. La película transcurre entre los encuentros y desencuentros de los miembros de ese trío.
La historia es muy simpática, pero también tiene profundidad. Está llena de simbolismos referentes a la condición de la mujer en nuestras sociedades. Resalta, especialmente, la tensión entre los anhelos de la mujer y la rigidez de los convencionalismos sociales que la aplastan.
Bueno, pero para seguir con la historia de mi visita al cine esa noche, debo decir que, durante el curso de la película, la trama fue adosada por una extensa colección de música linda y sugestiva, con un claro sabor a Brasil.
En fin, terminó la película y yo me despedí de mi amigo. Era viernes y al día siguiente podía levantarme más tarde. Con eso en mente, en el camino de vuelta a mi apartamento, iba intoxicado con los ritmos y melodías escuchados, sin saber cómo se llamaban o quién los interpretaba. Decidí entonces pasar a Tower Records, cerca de Lincoln Center, para ver si localizaba algún disco con el soundtrack de la película. En esos tiempos, sin tiendas digitales, la música se compraba “en duro”; es decir, grabada en CDs que venían en su cajita de plástico para protegerlos. Tower Records era el paraíso de los CDs. Los había de todos los géneros, organizados por secciones especializadas y selladas para que uno pudiera ingresar a ellas, con música de fondo adecuada al gusto del cliente, en lugar de una sones dispersos e incompatibles por todas partes.
Pues bien, llego a Tower Records y eran casi la 12:00 medianoche, hora del cierre de la tienda.  Me voy directo a la sección de música internacional, donde estaban los discos con canciones en idiomas exóticos como el español y el portugués.  Justo en esa parte de la enorme tienda, había una mujer de mediana edad revisando discos en la mesa de música del Brasil.  Tuve que esperar un rato, preocupado de que no me diera tiempo de encontrar el disco que buscaba antes del cierre, ya que los minutos pasaban y la señora simplemente se había estacionado en la mesa de los discos, sin pinta de irse. 
Finalmente, la señora se movió un poquito y pude atacar la mesa, pero no encontré el soundtrack.  Entonces, me animé a consultarle, a ver si me orientaba, pues parecía conocer bien la sección.  Me preguntó qué buscaba, con un acento portugués marcado, y le dije que la música de la película que acababa de ver, así como otros discos de bossa nova en general que me pudiera recomendar, con canciones como Agua de beber o La chica de Ipanema.  Ella me volvió a ver en ese momento y me dijo “–Soy yo–”. Yo pensé que no me había entendido y le volví a explicar y ella, muy seria, repitió su “–Soy yo–”. Viendo que no la comprendía, metió a mano entre las filas de discos en exhibición y sacó uno que me mostró de seguido: ¡era ella en la portada!, un poco más vieja en ese momento, pero claramente la misma persona,
El disco pertenecía a Astrud Gilberto (1940-), la famosa cantante de “La chica de Ipanema”, el éxito de Antônio Carlos “Tom” Jobim (1927-1994) y Vinicius de Moraes (1913-1980). Luego supe que Astrud Gilberto había estado casada con João Gilberto (1931-) –uno de los fundadores con Jobim y Moraes de la bossa nova – y que luego había sido novia o esposa del famoso jazzista Stan Getz (1927-1991).
Bueno, para terminar el cuento, compré el disco, que ella diligentemente me autografió, así como todos los que quiso recomendarme. Eran muchos para mí, pero no tenía como rechazar sus recomendaciones. Ese fin de semana, pasé clavado en el apartamento, oyendo los discos, en particular La chica de Ipanema de la señora Gilberto.
No volví nunca a verla, pese a que me asomaba por la sección de música internacional cada vez que visitaba la tienda. Quería agradecerle nuevamente sus recomendaciones.
Hoy, treinta y tantos años después, sigo sin conseguir el soundtrack de Doña Flor y sus dos maridos, aunque tengo algunas de las piezas individuales de Chico Buarque (1944-) en varios CDs separados.

En fin, una anécdota para compartir, que recuerdo con gran cariño.

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