EL CAMINO DE LA VIDA

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EL CAMINO DE LA VIDA. - Every day you may make progress. Every step may be fruitful. Yet there will stretch out before you an ever-lengthening, ever-ascending, ever-improving path. You know you will never get to the end of the journey. But this, so far from discouraging, only adds to the joy and glory of the climb. - Sir Winston Churchill.

jueves, 29 de septiembre de 2011

Almuerzo cultural - Carlos Kleiber interpreta Beethoven.

Estimados amigos, 

Hace unas semanas presentamos, en una de nuestras sesiones del almuerzo cultural, al maestro Carlos Kleiber (1930-2004), considerado por la mayoría de sus colegas, lo mismo que por críticos y aficionados a la música clásica, como el mejor director orquestal de todos los tiempos, calificación que documenta el estudio preparado al efecto por la BBC de Londres hace unos meses.

La presentación fue bien acogida por quienes asistieron a la sesión y surgió en ellos el interés por dedicar un almuerzo al maestro Kleiber en algunas de sus más famosas interpretaciones. 

Con el fin de satisfacer ese interés –totalmente justificado por lo demás– este jueves presentaremos un extraordinario concierto de Carlos Kleiber, a cargo de la excelente Orquesta del Real Concertgebouw de Amsterdam, considerada entre las cinco más importantes del mundo. 

La música del programa pertenece toda al mismo compositor: Ludwig van Beethoven (1770-1827), cuyas sinfonías se convirtieron en una verdadera especialidad de Carlos Kleiber.  Con ello, saldamos una deuda no sólo con Kleiber, sino con el gran compositor alemán, de quien –debido a la amplia variedad de opciones para presentarles– sólo hemos podido programar su Tercera Sinfonía (Sinfonía Heroica), durante estos dos años de programas.  

El programa de este jueves consta de dos sinfonías del compositor: la Cuarta y la Séptima. 

La Cuarta sinfonía. 

Ludwig van Beethoven escribió esta sinfonía en 1806, en una de las etapas más tranquilas de su vida.  La obra está escrita en la tonalidad de si bemol mayor y se la identifica como su opus 60.  Fue dedicada por el compositor al conde Franz von Oppersdorff (1778-1818), noble silesio y gran amante de la música.   

La Cuarta es una obra dulce y si se quiere apacible. 

Algunos dicen que las sinfonías de número impar de Beethoven son majestuosas, mientras que las pares son tranquilas.  Éste es el caso especial de la Sinfonía n.º 4 en si bemol mayor, que contrasta con la inmensamente heroica Sinfonía n.º 3 en mi bemol mayor y la trágica Sinfonía n.º 5 en do menor.
  
El compositor Robert Schumann (1810-1856) dijo en alguna ocasión, con mucha fisga, que la Cuarta sinfonía era "una esbelta doncella griega entre dos gigantes guerreras nórdicas". 

La obra tiene cuatro movimientos: 

1.     Adagio - Allegro vivace, que tiene forma sonata.  El adagio sirve como introducción y da a la obra una atmósfera inicial que tiene un corte misterioso.  Luego, el allegro vivace ofrece mucha mayor actividad y, podría decirse, que un ambiente feliz.  Puede decirse que este movimiento es típicamente rítmico, para acabar en un hermoso epílogo o coda.

    2.     Adagio, también con forma sonata, donde la melodía es reposada y de un gran lirismo.  Esa melodía corre a cargo de los primeros violines, mientras que el segundo tema aparece en los clarinetes. 


    3.    Allegro molto e vivace - Trio. Un poco meno allegro.   Este movimiento es un scherzo y es de corte alegre y libre en la forma.  Aporta de nuevo gran energía y ritmo, en contraste con el adagio del segundo movimiento.

    4.     Allegro ma non troppo.  Nuevamente con forma sonata.  De tempo rápido, este movimiento es la conclusión de la obra y denota un ambiente de celebración y alegría hasta la coda final.

    La Séptima sinfonía. 

    Beethoven compuso esta sinfonía entre 1811 y 1812, en Teplice (Bohemia, actual República Checa), mientras el compositor trataba de recuperar su salud, aquejado por las enfermedades. 

    La obra está escrita en la tonalidad de la mayor y se la identifica como su opus 92.  Fue dedicada al conde Moritz von Fries (1777-1826), de la corte vienesa.  La pieza fue muy bien acogida durante su estreno en Viena, en 1813, y el allegretto del segundo movimiento tuvo que ser repetido para satisfacer a su público. 

    Contrario a la Cuarta sinfonía, la Séptima es una obra que exuda energía y ritmo.  En palabras de un admirador del Beethoven que supo revolucionar como nadie el ámbito de la música: 

    La Séptima Sinfonía es victoriosa, posiblemente la que más, pues llega al triunfo de la construcción de un nuevo mundo en espacios desconocidos.   

    La obra tiene cuatro movimientos: 

    1.     Poco sostenuto - Vivace, que tiene forma sonata.  Este movimiento es alegre y está escrito en ritmos danzables.

    2.     Allegretto, un poco más lento que el anterior, sin llegar a ser un adagio.  Está compuesto como un conjunto de variaciones entre dos temas contrastantes que comienzan sólo con las cuerdas y que, a medida que avanza, introduce los demás instrumentos de la orquesta hasta llegar al poderoso tutti orquestal (a la manera del famoso Boléro de Maurice Ravel [1875-1937)]).  Esta melodía que se repita una y otra vez está formada por un ostinato (tema rítmico repetido) de una negra, dos corcheas y dos negras. 

    3.     Presto.  Como en la Cuarta sinfonía, este movimiento es un scherzo, alegre y formalmente libre a la vez.  La idea es que contraste con el ostinato del segundo movimiento.

    4.     Allegro con brío, que también tiene forma sonata.  Para quienes gustan de buscar interpretaciones a las cosas, se dice que este movimiento representa una bacanal; es decir, la fiesta del dios Baco, conocido por el desenfreno y la pasión.  Tiene un tempo rápido, alegre y, nuevamente, de corte danzante.

    La interpretación de Carlos Kleiber.

    De Kleiber se ha dicho que toda grabación suya era un acontecimiento de gran significación artística, un clásico entre los clásicos.  Este caso no es la excepción.  Las interpretaciones que Kleiber hace de Beethoven se caracterizan por la pasión, la precisión, el drama y la belleza lírica. 
    A Carlos Kleiber no le gustaba grabar.  Incluso rehuía, con cierta frecuencia, el presentarse en público para dirigir orquestas, que era lo que hacía mejor que nadie.  Para él, el hecho de grabar y congelar para siempre una interpretación era una manera de distorsionar y pervertir el arte de hacer música.  Esta es la razón principal por la obra este director genial, aunque notoriamente excéntrico, tuviera un catálogo grabado tan escaso. 

    Como Leonard Bernstein (1918-1990), Kleiber hacía profundamente interesante toda la música que interpretaba.  Por eso no hay sensación de rutina en la ejecución de los miembros del Concertgebouw durante la presentación de estas dos sinfonías.  Aun tratándose de dos obras del repertorio de cualquier gran orquesta, que estos músicos han tocado y grabado infinidad de veces, con Kleiber la música era despojada de los prejuicios, manierismos y costumbres de siglos, para ser presentadas con toda frescura, como medio directo entre el compositor y su público. 

    Con Kleiber resultaba imposible abandonarse a la rutina y, mucho menos, aburrirse de una interpretación.  Cada presentación a su cargo traía cosas importantes que decir sobre las obras del programa, todas cuidadosamente pensadas, moldeadas y planteadas con toda rigurosidad artística para el oyente.  Para hacer esto posible, Kleiber requería de sus músicos total disciplina y atención al detalle, y una ejecución de absoluta intensidad, lo cual es raro encontrar aún entre las grandes orquestas y los grandes directores del mundo.  Con ello, el integrante de la orquesta podía abandonarse a la ejecución en total concentración, como descubriendo un mundo nuevo, sin verse tentado por los excesos de confianza, que son siempre los que motivan los errores en una ejecución musical. 

    En las obras de Beethoven, Kleiber tenía una manera de interpretarlas relativamente rápida, con altas dosis de tensión y esa energía electrizante que es característica de la música de este compositor.  A la par de ello, había elegancia y gracia innegables en las secciones más livianas de estas obras, así como majestuosidad cuando era necesario, lo que hacía de sus presentaciones modelos de interpretación de este compositor. 

    Con gestos finamente delineados, que demostraban el disfrute de estas obras y la profunda atención a cada detalle, el director mantenía a sus músicos siempre sentados al borde de sus sillas, alertas a sus movimientos conforme se desarrollaba la partitura.  De todos los directores de orquesta que es posible ver sobre un podio a la fecha, ninguno como Kleiber parecía disfrutar más lo que hacía, no obstante su famosa renuencia grabar o a aparecer en público.  Igualmente, de pocos se podía aprender más conforme una obra era desmenuzada por el director para ser presentada luego como una gran síntesis de sabiduría, instinto y habilidad musicales. 

    Durante sus ejecuciones, especialmente la de la Séptima sinfonía, es posible ver a Kleiber casi bailando sobre el podio.  No en balde Richard Wagner (1813-1883) había dicho que esta sinfonía era la “apoteosis de la danza”. 

    Kleiber aprovecha los fabulosos bronces de la Orquesta del Concertgebouw para ofrecernos una inolvidable interpretación de estas obras, particularmente la Séptima.  Su interpretación de la Cuarta es también muy fina y vale la pena escucharla especialmente por tratarse de una sinfonía menos popular que la Tercera, la Quinta, la Sexta, la Séptima y la Novena de esta compositor. 

    *   *   *   *   * 

    Debido a la importancia del programa y a la estatura artística del director y su orquesta, esta sesión del almuerzo cultural es muy especial en verdad.  Quedan muy invitados a acompañarnos. 
    Saludos, 

    Carlos.

    jueves, 22 de septiembre de 2011

    Almuerzo cultural - Los celtas.

    Estimados amigos,

    En el almuerzo cultural de esta semana vamos a examinar una cultura que nos es poco familiar.  Nos referimos a los celtas, grupo que vivió en la antigüedad, cuando Europa aún era joven y apenas comenzaban a desarrollarse civilizaciones que luego conformarían lo que ahora conocemos como Occidente.  Por lo remoto del tema nos parece interesante explorarlo y ofrecerles un resumen de la actividad de este pueblo y de sus contribuciones a nuestra vida presente.
    Los celtas.
    Se entiende por “celta” el pueblo o conjunto de pueblos de origen indoeuropeo que ocupó el occidente de Europa durante la Edad de Hierro. 

    La denominación no es propiamente étnica ni arqueológica, sino lingüística.  Lo cierto es que hubo varios pueblos celtas diferentes, unidos por el parentesco filogenético de sus lenguas. 

    Se dice que los celtas se llamaban a sí mismos gal, de donde vienen denominaciones como “galeses”, “galos” y “gálatas”, nombres de distintos pueblos de Europa y del Asia Menor.

    Prehistoria e historia de los celtas.

    Como grupo indoeuropeo, los proto-celtas (antecesores de los celtas) emigraron de la India y el Medio Oriente, para establecerse en el occidente de Europa.  Se sabe que para el siglo XX a.C. los celtas ya habitaban el centro y el norte de Europa.  Hacia el año 1000 a.C. se habían extendido por las islas británicas, el norte de Francia, parte de Suiza y el norte de Italia, y para el siglo IX a.C. ya habían invadido España.
    Los primeros pobladores indoeuropeos podrían haber sido los portadores de la cultura de los campos de urnas del siglo XIII a.C. que se expandieron rápida y extensamente por Europa.  Los portadores de esta cultura se expandieron descendiendo por la margen derecha del Ródano ocupando Languedoc, Cataluña y el bajo valle del Ebro. Otra línea de expansión les llevó a Bélgica y el sureste británico. 
    Esta dispersión por el continente europeo pronto marcó diferencias culturales entre ellos, que con el tiempo dieron lugar a diversos pueblos con un origen común: celtíberos (España), galos (Francia, Alemania y Bohemia), gálatas (Balcanes y Anatolia), gaélicos (Irlanda), britanos (sur de Inglaterra), etc.

    A partir del siglo VIII a. C., otros pueblos presuntamente indoeuropeos (tal vez pre-celtas y pre-ilirios) fueron los portadores de la cultura de Hallstatt (Hierro-I), extendiéndose en esta fase por el interior de la Península Ibérica (siglo VII a.C.)  En el siglo VI a.C. los pueblos presuntamente indoeuropeos fueron desplazados del noreste ibérico a manos de los íberos, quedando así los celtas de Iberia aislados del resto de pueblos celtas continentales.

    Se sabe que la lengua de los celtas era indoeuropea, pero de ella se conservan escasas evidencias literarias.

    No parece posible discernir etnias propiamente celtas entre los primeros grupos de indoeuropeos que penetraron en la Europa central.  Sólo hasta el siglo V a.C., con el surgimiento de la cultura de La Tène, es razonablemente seguro identificar a los portadores de esa cultura como hablantes de lenguas celtas. 
    El primer registro histórico de la existencia de esos pueblos aparece en Heródoto (484-425 a.C.), en el siglo V a.C.  De hecho la denominación “celta” viene del griego Κέλτoι, que fue el nombre que, durante la Antigüedad, los exploradores griegos dieron a los habitantes de las regiones septentrionales de las actuales Francia y España.

    En un sentido técnico, se habla de “celtas históricos”, en referencia al grupo de sociedades tribales de Europa, que compartieron una cultura material iniciada en la primera Edad de Hierro (1200 - 400 a. C.) en torno a los Alpes (período Hallstatt) y más tarde en el hierro tardío (período La Tène) (…).  En este grupo se adscriben los celtas continentales de la Galia, el norte de Italia, Alemania y Bohemia, los celtíberos de Iberia, los gálatas de Anatolia, este y centro de Rumania y ya con mayores reticencias por los historiadores británicos e irlandeses los celtas insulares.

    Otra mención temprana de los celtas es la que se refiere a los llamados “galos cisalpinos”, liderados por su rey Breno, que llegaron a invadir Roma y sólo la abandonaron a cambio del pago de un rescate en el año 390 a.C.   

    La República romana y luego el Imperio romano combatieron a los galos cisalpinos y transalpinos durante siglos, hasta que Julio César (100-44 a.C.) los sometió durante la guerra de las Galias.  Según Julio César, en sus Comentarios a la Guerra de las Galias (escrita para reseñar su conquista de buena parte de lo que ahora es Francia),  los términos galli y keltoi se usaban indistintamente en esa región para denominar a sus habitantes, no obstante su diverso origen étnico, y, en algunas zonas,  se usaba también el término celtae. 
    A partir del siglo II a.C., los celtas empezaron un paulatino proceso de reducción territorial, causada por la presión militar de los germanos por el norte y la de los romanos por el sur.  Con el tiempo, los romanos arrebataron a los celtas no sólo la Galia, sino también sus dominios en lo que ahora es el sur de Inglaterra y España.  Sin embargo, la presencia romana en Gran Bretaña fue de escasa duración, lo que permitió que las lenguas celtas de esta isla (especialmente el galés) pudieran sobrevivir y, más tarde, regresar al continente (por ejemplo, a la Bretaña francesa).
    Para finales del Imperio romano (siglo V de nuestra era), los celtas ocupaban únicamente partes del noroeste de Francia, Irlanda, Gales y algunas zonas de Escocia.  Los germanos se habían extendido desde Alemania hacia España, dando lugar los futuros reinos francos, godos y visigodos.
    A la caída de Roma, sobrevino el desorden en el continente europeo y lo que se ha dado en llamar la “Edad del oscurantismo”.  No había una autoridad capaz de detener las hordas de saqueadores bárbaros que arrasaron con toda ciudad que era incapaz de repelerlos.  Se dice que, durante esa época, fueron los monasterios irlandeses (habitados por copistas e ilustradores que eran descendientes de los celtas) los que salvaron la civilización occidental, al mantenerse ajenos a las guerras y revueltas del continente y, en lugar de participar en esas campañas, dedicaron tiempo a copiar e ilustrar grandes obras de la cultura mundial

    Avanzada la Edad Media, los descendientes de los celtas reforzaron su control de algunos espacios que ahora forman parte de la Gran Bretaña e hicieron varios intentos de ampliar su territorio específicamente en Inglaterra.  En el siglo VII d.C., por ejemplo, tuvo lugar la última expansión territorial de los celtas, cuando los escotos irlandeses (pueblo celta) invadieron Caledonia al norte de Inglaterra, región que a partir de entonces pasó a llamarse Escocia.

    Evolución histórica de los celtas.
    La evolución del mundo celta tiene tres fases:

    a.               Una fase inicial, que corresponde a los habitantes de la región comprendida de los Alpes hacia el norte (actual Alemania) y que se conoce como período Hallstatt.  

    b.               La llamada “cultura de La Tène”, que corresponde a la época de consolidación de la identidad celta (keltiké), y que comprende los territorios que van desde el río Rhin hasta las llamadas “Columnas de Hércules”, al oeste de España (este es también el período durante el cual el druidismo se extiende entre los celtas).

    c.                Una fase final, en la que la cultura céltica evoluciona en dos vertientes: (i) una primordialmente francesa, que se refiere a celtas centroeuropeos (la Bretaña francesa y algunas regiones actuales de España); y, (ii) otra anglosajona, que abarca los territorios actuales de la Gran Bretaña (Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda).
    Organización social.

    A diferencia de los romanos, que construían sólo dentro de los límites de la ciudad y cerca de sus famosas rutas (como la Vía Appia), los celtas vivían en medio de los bosques y construían sus asentamientos en fuerte contacto con la naturaleza, lo que les impidió desarrollar grandes poblaciones y, mucho menos, imperios.
    Por su origen, fueron portadores de la denominada cultura urnenfelder o "campos de urnas".  Habitaban en poblados situados en montículos de fácil defensa, llamados castros (de donde viene la palabra “castrense”, en referencia al mundo militar), con las viviendas distribuidas irregularmente.  
    Su economía era cerrada, pastoril y ganadera.   Los guerreros y pastores estaban organizados en una gran variedad de tribus, clanes y grupos.  Socialmente se desarrollaron progresivamente, diferenciándose en una clase sacerdotal (druidas), otra de nobles (militares), y otra de comerciantes y campesinos.
    Una característica que facilitó su dominio por parte de otros grupos, pero que, a la vez, permitió la continuidad de su cultura en el largo plazo, fue la ausencia de un verdadero estado celta debido a la primacía de las estructuras tribales y familiares.  Esta división los hacía militarmente débiles ante invasores bien organizados, como por ejemplo los romanos, a los que sin embargo les llevó años conquistarlos debido a la fiereza de sus soldados y a la naturaleza dispersa y casi oculta de sus poblaciones en los bosques. 
    Esta forma de organización mantuvo las costumbres y valores de los celtas fuertemente protegidos de influencias externas por los vínculos parentales propios del clan familiar; es decir, alejados de toda organización estatal.  Esto explica que los pueblos con influencia cultural celta conformaran eventualmente distintos estados y hasta se comunicaran en idiomas bien diferenciados.
    El grupo lingüístico celta.

    Sin duda el principal rasgo definitorio de las etnicidades celtas es la lengua.  El resto de aspectos históricos y culturales de los celtas fueron –como dijimos– más cambiantes, en tanto que la lengua fue más estable frente al devenir histórico, a pesar que debido al cambio lingüístico las lenguas celtas fueron diversificándose en un proceso análogo al que llevó del latín a las lenguas románicas.
    Las lenguas celtas derivan de un conjunto de dialectos del proto-indoeuropeo, idioma que cronológicamente ocupa una posición intermedia dentro de la familia indoeuropea. A partir de los rasgos comunes a las lenguas celtas mediante los métodos de la lingüística histórica se ha reconstruido del proto-celta que es una aproximación a la lengua madre que dio lugar por diversificación a las lenguas celtas históricamente conocidas.
    Como grupo lingüístico, los celtas pueden clasificarse según los diferentes dialectos a los que dieron origen:
    • El galo, que se habló en la antigua Francia y que cuenta con muchos testimonios documentales desde el siglo III a.C.
    • El lepóntico, que se hablaba en la Galia Cisalpina (actualmente norte de Italia) y que aparece en inscripciones funerarias, cerámicas y otros objetos cotidianos.
    • El celtibérico, que se hablaba en España y que también tiene múltiples manifestaciones históricas.
    • El gaélico, hablado en Irlanda y Escocia, que tenía su propio alfabeto y que podía escribirse vertical u horizontalmente.
    • El britano, hablado en el sur de Gran Bretaña hasta el VI d.C. y de donde provienen el galés, el córnico y el bretón.
    El espíritu celta

    A los celtas se les atribuía un espíritu libre y arrojado, con tendencia a las gestas heroicas.  Los aspectos impulsivos de ese carácter condujeron en algunos casos a errores garrafales y desastres históricos.
    Los historiadores romanos Polibio (200-118 a.C.), Diódoro Sículo (90-27 a.C.), Estrabón (64-24 a.C.) y Flavio Arriano (86-175) subrayaron, en su momento, el espíritu guerrero de los celtas y su valor para enfrentar a los romanos, no obstante la inferioridad de sus armas.

    No obstante que la cultura celta no prevaleció como una influencia mayor en ninguna de las grandes potencias europeas, a partir del siglo XVI, y especialmente durante el siglo XVIII, se comenzó a forjar una visión romántica y misteriosa de lo celta. 
    (…) algunos eruditos ingleses y franceses se vanagloriaban de descender de los celtas, en particular de los druidas. Se empiezan a atribuir los monumentos megalíticos al celtismo, iniciándose una “celtomanía”.
    En algunos casos, el recurso ancestral a la herencia celta ha tenido una veta nacionalista, que se ha usado con fines políticos para reforzar las identidades nacionales, especialmente en el marco de las tensiones político-religiosas que vemos en lugares como Irlanda y Escocia (oposición histórica al dominio inglés), Francia (por un lado, nacionalismo de corte xenófobo frente a los inmigrantes africanos y de otras culturas; y, por el otro, nacionalismo económico frente al expansionismo capitalista anglosajón) y España (corrientes autonómicas locales frente al gobierno central).  Los héroes de raigambre celta han sido usados en estos casos como emblemas de este tipo de campañas (Boudica en Inglaterra, Vercingetórix en Francia, Viriato en Portugal, Breogán y Numancia en España, etc.)
    Por otra parte, el surgimiento de las corrientes pseudo-religiosas del New Age, desde finales del s. XX, han puesto en manos de los celtas, en forma errónea, tradiciones de culto dudosas alrededor de monumentos megalíticos (no celtas) como Stonehenge.  Es claro que si bien esos lugares tuvieron una vocación espiritual, no provino de los celtas su construcción ni su significación social o espiritual.  No obstante, por la coincidencia geográfica entre estos asentamientos y las áreas donde se desarrolló la cultura celta, en sus diversas manifestaciones, se ha hecho esta conveniente confusión que ha redundado en el fomento de actitudes creyenceras y cultos sin base histórica, así como innegables beneficios económicos para ciertos grupos y comunidades.
    Excavaciones y mediciones con carbono catorce demostraron que los monumentos megalíticos tienen una historia muy larga como centro ritual o religioso.  Su construcción abarcó, según parece, cinco etapas, que exceden la presencia de los celtas en Europa Occidental.
    La religión de los celtas.
    La religión de los antiguos celtas, particularmente la de los galos antes de la conquista romana, no es bien conocida, y los datos de que se disponen para reconstruirla son escasos y no muy precisos.  Como muchos otros grupos indoeuropeos, su religión era pagana y había variaciones en la mitología de una tribu a otra.  Había una “diosa madre” para todos (Morirîganî) , que encarnaba la naturaleza, así como un “gran principio masculino” (Teutates) que representaba la primavera y la renovación de la vida.
    Los celtas eran animistas: veneraban las fuerzas básicas de la naturaleza y su expresión, desde el trueno y el fuego a los bosques y ciertos árboles robustos, como el roble.  Como en muchas civilizaciones indoeuropeas, sus dioses personificaban los ideales de fuerza, valor, humor y camaradería.

    El culto estaba a cargo de los "druidas", sacerdotes que eran, a la vez, los educadores de la juventud.  Los cultos locales estaban especialmente relacionados con las montañas, los bosques y las aguas, a quienes se invocaba bajo diferentes nombres.  Así, teníamos al dios Vosgos, a la diosa Ardenas y al dios Dumias, lo mismo que a las divinidades de las fuentes o de los ríos, como Sequana (la fuente del Sena) y Nemausis (la fuente de Nimes).

    Los druidas se presentan a menudo como sacerdotes de la religión celta, aunque su papel era más amplio.  Formaban una clase social independiente que representaba la intelectualidad de la sociedad.  Desempeñaban funciones religiosas, musicales, pedagógicas, médicas, astronómicas, filosóficas y mágicas.  Lo poco que se conoce sobre ellos se debe a que transmitían sus conocimientos sólo por vía oral, por lo que no hay registros históricos sobre sus actos.
     [Al respecto] tenemos fuentes clásicas -e indirectas- principalmente romanas.  De Plinio el Viejo sabemos que los druidas vestidos de blanco cortaban el muérdago con hoz de oro; además nos habla de sacrificios taurinos presididos por druidas, así como de su veneración de diversas arboledas o árboles y plantas sagrados como el roble, el avellano, o el muérdago; o lugares naturales como la cima de ciertas colinas, corrientes de agua, y lagos, así como del cielo, la tierra, el mar, y el fuego -que veían como algo purificador- recogiendo una costumbre presente en las comunidades celtas en las que servían.  El muérdago entre los druidas era una planta sacra.  Aunque a menudo se atribuye a esta consideración sus propiedades medicinales, es poco probable que sea la razón única.  Más verosímil es que se deba a que el muérdago está aún verde en invierno cuando el resto del árbol parece sin vida.  Hay otras fuentes que dicen que esto se debe a que crece sin tocar el suelo, y por eso se lo recogía en una tela blanca.

    Los druidas no tenían templos de culto erigidos en piedra u otros materiales duraderos.  Es probable que tuvieran edificios de madera que no han sobrevivido.  Se sabe, sin embargo, que a menudo celebraban sus ritos en los claros de los bosques, cerca de manantiales o pozos naturales.

    Los celtas adoraban la vida y consideraban la muerte como parte de un ciclo sin fin.   Asociaban vida y muerte con el día y la noche, simbolizados por las imágenes del sol y de la luna, que en su cadencia rítmica señalan los ciclos biológicos: equinoccios, solsticios, siembras y recogidas, días para casarse, para construir una casa, para cortar la madera, etc.
    Los primeros símbolos físicos que la mitología celta encuentra para señalar lugares mágicos desde donde rendir culto al sol y a la luna son grandes árboles localizados en claros del bosque (…). Sus sombras cuentan la historia del tiempo. A su alrededor los celtas festejan con hogueras, con música y con historias y canciones que sirven de memoria no escrita de sus héroes y sus hazañas. Por toda Europa surgirán menhires, enormes rocas verticales que semejan gruesos troncos, o incluso “puertas” a un templo repleto de cielo.
    En asocio con el culto a la naturaleza, es famosa la recolección del muérdago, al que se le consideraba dotado de virtudes extraordinarias.

    Más tarde se estableció el culto de grandes divinidades, que poco a poco comenzaron a identificarse de alguna forma con las divinidades de Roma: Teutates era una especie de Mercurio, con algunos rasgos de Júpiter y de Marte; Taranis estaba relacionado con el rayo, pero no tenía el poder supremo de Júpiter; Esus era dios de la guerra y del ganado, como una mezcla de Marte y Silvano; Belenus era el dios de las artes, relacionado con el sol y comparado con Apolo; y, Cernumnos era el dios del sueño y de la muerte, como el Plutón romano.  Junto a ellos, teníamos a Rosmerla, pareja de Teutates; Belisma, diosa de las artes del fuego, asimilada de Minerva; y, Epona, diosa de la abundancia agrícola, como la Ceres romana.

    Ha habido un esfuerzo –como se dijo– por relacionar a los celtas (y en particular a la casta sacerdotal de los druidas) con los monumentos de piedra que encontramos como parte de la prehistoria de Europa Occidental, pero todo parece indicar que esos restos culturales tengan más relación con una cultura previa, que data del período megalítico.

    Contrariamente a lo que se cree, los druidas no tenían templos de piedra ni arqueológicamente se ha podido enlazar el druidismo celta con Stonehenge.  Es un hecho que la cultura megalítica es cientos de años anterior a la cultura celta y al fenómeno del druidismo.  

    Algunos aspectos precristianos celtas son aún evidentes en los símbolos cristianos.  Por ejemplo, tenemos los interminables nudos que se colocan sobre las cruces celtas, que representan la eternidad y el ciclo de la vida. 
    Las artes de los celtas.

    Los celtas se expresaron de diverso modo y dejaron amplio testimonio de sus habilidades artísticas y sus inquietudes culturales.  Sin embargo, el término “arte celta” es una categoría subjetiva y polémica, del mismo modo que es controversial el propio concepto de "civilización celta", ya que se aplica a un período de tiempo muy dilatado y a múltiples culturas relacionadas pero diferentes entre sí.
    De hecho, la expresión "arte celta" se emplea sobre todo en relación al arte pagano tardío y cristiano temprano de las islas británicas, cuya más notable expresión son los manuscritos ilustrados altomedievales ricamente ornamentados con elementos estéticos propios del arte nativo insular.  Ejemplos son el Libro de Kells, el Libro de Durrow o los Evangelios de Lindisfarne.  También destacan las piedras pictas escocesas, cálices, broches y cruces celtas.

    Son especialmente invaluables en este aspecto las muestras de orfebrería, talla en piedra y la iluminación (ilustración) de libros con pinturas en miniatura.  En efecto, son famosas las miniaturas pintadas en textos religiosos, como los libros de Durrow y de Kells, que son a la vez virtuosos y elocuentes.  Esas miniaturas son el resultado de la práctica de iluminar o ilustrar libros, la mayoría de ellos de origen religioso, para facilitar el acceso de la población, mayormente iletrada, a sus textos.  El trabajo paciente e incesante de los monasterios medievales, especialmente en Irlanda, dio como resultado piezas de una enorme belleza que hoy día pueden ser admirados en ediciones impresas.

    En general, el arte celta se caracteriza por lo siguiente:
    • Abstracción geométrica: se desmaterializa el arte, guardando sólo las líneas esenciales de la figura representada o incluso prescindiendo totalmente de ella (espirales, entrelazados, etc.).  Las formas se reducen a esquemas geométricos.
    • Creatividad: muchas veces la obra solo es un pretexto para dar rienda suelta a la técnica y la imaginación del artista.
    • “Horror vacui”: el llamado horror al vacío, acuñado por los romanos, también es muy característico del arte celta.  No se encuentra prácticamente ningún punto vacío en el espacio dispuesto por el artista.
    • Zoomorfismo: los animales, sean una especie existente o bien de carácter fantástico, tienen preferencia a la hora de ser incluidos en la decoración céltica. Probablemente estas figuras tuvieron en su origen un carácter totémico.
    • Predominancia de lo ornamental sobre el contenido: el artista celta puede situar una escena en el centro de la obra pero siempre se recreará en los adornos secundarios, que parecen ser lo más atractivo para él y que reflejan mejor su manera de expresarse.
    En resumen, el arte céltico se caracteriza por su simbolismo y por su marcado gusto por la geometría, que produce una sensación de "caos ordenado" con sus formas complejas pero simétricas.  El arte celta presenta cierto naturalismo, pero sólo de forma estilizada, por lo que realismo no es nunca la norma.
    Entre los restos arqueológicos celtas destacan los castros (poblados con recintos amurallados levantados en las cimas de los montes) y los petroglifos (piedras con diseños grabados en relieve sobre ellas).  Respecto a estos últimos, muchos petroglifos son mil años anteriores a la cultura celta, aunque se continuaron haciendo durante el periodo celta. 
    En el campo del arte monumental, las obras que más caracterizan a los celtas eran los dólmenes (del gaélico tohl, que significa mesa. y maen, que significa piedra), menhires (de las voces gaélicas maen y hir, que significa alta o erguida).  

    Los primeros son megalitos compuestos por una roca plana, en forma de laja, puestos horizontalmente sobre dos o más pilares verticales de piedra; mientras que los otros son rocas aisladas de tres a ocho metros de alto.

    La mitología celta que ha llegado al presente es fundamentalmente de origen irlandés, escrita en forma de manuscritos que datan del siglo VI o VII d.C., en idioma gaélico.  Se pueden enmarcar en tres ciclos temáticos:
    • Un ciclo mitológico;
    • El llamado Ciclo del Ulster, o de Cuchulainn o de la Rama Roja; y,
    • Ciclo de Finn o Ciclo Osiánico.
    La cultura celta aún se respira hoy, especialmente en Irlanda, Escocia y la costa norte de Francia.
    La unidad de lo celta se manifiesta en el folklore, en el sentido religioso de los aspectos naturales panteístas, que el cristianismo aprovechó con certeza a la hora de la conversión de estos pueblos, y en los inmortales temas artísticos.

    Esa antigua unión es evidente entre los diferentes intérpretes de la actualmente denominada “música celta”, ya que no comparten la nacionalidad ni la lengua, pero conforman una misma cultura, por ejemplo: The Chieftains, Carlos Núñez, Loreena McKennitt, Scottish Pipes & Drums, Edimburgh Military Tattoo, Tannahil Weavers, Battlefield Band, Milladoiro, Lyam O’Flynn, Planxty, Real Banda de Ourense, Bothy Band, Silly Wizard, Clannad, Altan y Xeito Novo, entre otros.

    Celebraciones celtas.

    Es interesante mencionar que para los celtas y sus descendientes son especialmente significativos los siguientes días del año:

    Las fiestas de los celtas se asociaban a cada uno de los cuatro elementos fundamentales: aire, fuego, tierra y agua (al igual que de los griegos).  Algunas de esas festividades eran:
    ·         Ambiwolkà ("circumpurificacion"), hacia el primero de febrero, que correspondía a la celebración del agua.  
    ·         Belotenià ("fuego brillante"), que gira en torno de los fuegos de primavera, el 1° de mayo, que es una fiesta que aún se celebra el siglo pasado por los campesinos de Europa como la “fiesta de los mayos” y que hoy curiosamente se encuentra reciclada en el “día del trabajo”.
    ·         Lugunàstadà ("matrimonio de Lugus") era la celebración del matrimonio sagrado del dios-rey Lugus con la Tierra, el 1° de agosto.
    ·         Hallowe’en, que es una celebración de la tierra y que en el hemisferio norte señala el comienzo de la parte oscura del año  (los celtas, como otros pueblos antiguos, empezaban los ciclos temporales por la mitad oscura: la jornada tenía su inicio con la caída del sol y el año con el principio del invierno).
    ·         Samonis (samuin o samain en irlandés antiguo, y samhain [sâuñ] en el irlandés moderno), vocablo que significa "reunión", y quetiene que ver con el aire y los espíritus.  Esta fiesta es el equivalente al primer día de noviembre, cuando los celtas inician el año.  Con la llegada del cristianismo, esta fiesta se convirtió en el “Día de todos los santos” (el “Día de reunión” los celtas y sus descendientes celebran el encuentro amoroso de dos deidades: Morirîganî, señora del mundo inferior y de la guerra, también conocida como la “Reina de espectros", con Teutates, dios de la tribu, padre de los hombres, encuentro que ocurría a orillas de un río y que traía, como consecuencia, que la diosa le proporcionaba al dios los secretos para salir victorioso en sus actividades y enfrentamientos divinos.
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    En fin, esperemos que encuentren el tema llamativo y que nos acompañen este jueves al mediodía.  Pensamos que siempre resulta interesante adentrarse en un tema nuevo y explorar sus posibilidades.
    Saludos,
    Carlos.