EL CAMINO DE LA VIDA

EL CAMINO DE LA VIDA
EL CAMINO DE LA VIDA. - Every day you may make progress. Every step may be fruitful. Yet there will stretch out before you an ever-lengthening, ever-ascending, ever-improving path. You know you will never get to the end of the journey. But this, so far from discouraging, only adds to the joy and glory of the climb. - Sir Winston Churchill.

sábado, 30 de octubre de 2010

Mario Vargas Llosa, profesor de literatura en Princeton. 
El tema: nada menos que Jorge Luis Borges.

¡Qué lujo de profesor!  ¡Qué lujo de seminario!  Ahí es donde estas universidades demuestran todo el poderío de las economías desarrolladas.

Si algo tuviera que objetar, diría que es triste que sus estudiantes hayan tenido que leer y discutir a Borges en inglés, pues con ello probablemente se perdió parte de su magia más íntima.  En todo caso, admito que digo esto con más envidia que objetividad.

Un reclamo más: lástima que estas clases no sean grabadas y luego transmitidas a un mayor público.  Yo las disfrutaría.

Ver el enlace:



http://www.nytimes.com/2010/10/30/books/30masterclass.html

jueves, 28 de octubre de 2010

Almuerzo cultural: Sheherezade

Estimados amigos,

Este jueves volvemos los ojos nuevamente a Oriente, con una de las obras más afamadas de esa zona del mundo, aunque, en nuestro caso, vista desde la perspectiva de Occidente; es decir, como una reinterpretación de lo que calificamos como “oriental”. Nos referimos a los cuentos de Las mil y una noches y, más concretamente, al más importante de todos, que sirve como marco e hilo conductor de la obra: la historia de Sheherezade.

Sin perjuicio de lo que comentaremos de seguido, en algún momento volveremos sobre esta obra, como producto propiamente escrito, para dedicarle una sesión. Para este jueves, sin embargo, el almuerzo cultural versará sobre una obra musical basada en la obra literaria que, de por sí, es un clásico de la música: la Suite sinfónica Sheherezade, del compositor ruso Nikolai Rimski-Kórsakov (1844-1908), que realmente merece ser escuchada y conocida en detalle.

Las mil y una noches y nuestra idea del Oriente.

Las mil y una noches es el nombre por el que ese conoce la más célebre colección de cuentos de origen islámico, cuyo autor no se conoce y que –más bien se piensa– es el resultado de un paciente y cuidadoso proceso compilador de muchos años que abarcó países como Iraq, Egipto, Siria, Persia (actual Irán), la India e incluso China.

Como producto arquetípico, Las mil y una noches describe o simboliza el Oriente, eterno, sabio y misterioso, que de China a Egipto toca incluso zonas de España y nuestra propia América.

El Oriente es probablemente todo lo que no entendemos; es decir, lo que no es de alguna forma ajeno, pero a la vez entrañable. Es por ello quizá que nos fascina. Decía el gran escritor británico Rudyard Kipling (1865-1936) que “si has oído el llamado del Oriente, ya no oirás otra cosa”. Me parece que esa afirmación –extrema como es– es también, de muchos modos, cierta. Decía, Jorge Luis Borges (1899-1986),

El Oriente es el lugar por donde sale el sol. (…) Creo que no debemos renunciar a la palabra Oriente, una palabra tan hermosa, ya que en ella está, por una feliz casualidad, el oro. En la palabra Oriente sentimos la palabra oro, ya que cuando amanece se ve el cielo de oro. Vuelvo a recordar el verso ilustre de Dante, “Dolce color d’oriental zaffiro”. Es que la palabra oriental tiene los dos sentidos: el zafiro oriental, el que procede del Oriente, y es también el oro de la mañana, el oro de aquella primera mañana en el Purgatorio. (Conferencia sobre Las mil y una noches, en “Siete Noches”, 1980).
El mismo Borges nos explica que, como tantas obras literarias de parecida importancia (La Ilíada y La Odisea, por ejemplo, o incluso La Biblia), Las mil y una noches tienen su origen en la tradición oral; esto es, en la tradición de los cuentacuentos.

La compilación árabe Alf Layla (Mil noches), originada hacia el año 850, fue una de las primeras versiones del libro, traducida a su vez de una versión anterior persa llamada Hazar Afsanah o Mil leyendas (en persa, هزارافسانه), que a su vez parece tener un antecesor en la lejana India. Los cuentos se encuentran hilvanados entre sí gracias a la historia de Sheherezade, que sirve de marco a los demás relatos y que parece haber sido agregada como personaje y como elemento aglutinador en algún momento durante el siglo XIV.

El nombre actual Alf Layla wa-Layla (literalmente Mil noches y una noche) tuvo su origen en la Edad Media, para significar un número inconmensurable de historias, donde “mil” representa la infinidad y el añadido de “una” es una manera hiperbólica de significar más allá del infinito. Interviene, además de lo poético, un rasgo de superstición, pues entre los musulmanes los números pares son de mala suerte, por lo que el título Mil noches y una noche tuvo la ventaja de romper con el signo par que aludía a posibilidades funestas y, además, dio un tinte más misterioso y sugerente a la obra. De hecho, Borges, quien –como resulta evidente– admiraba profundamente este libro, decía que la idea del infinito era consustancial con Las mil y una noches y con la idea misma del Oriente, en toda su profundidad y misterio.

La leyenda dice que aquel que lea la colección entera se volverá loco. Personalmente, soy la prueba viviente de que esa locura es cierta, aunque su consecuencia sea amable: la obra me cautivó como sólo lo hace la buena literatura y prácticamente me impidió cerrar los dos gigantescos tomos de casi mil páginas cada uno que constituían la edición a mi alcance, durante los días en los que, hace unos años, la consumí ávidamente.

Nuevamente vale la pena citar a Borges cuando afirma:
Uno tiene ganas de perderse en “Las mil y una noches”; uno sabe que entrando en ese libro puede olvidarse de su pobre destino humano; uno puede entrar en un mundo, y ese mundo está hecho de unas cuantas figuras arquetípicas y también de individuos. (…)

Tengo en casa los diecisiete volúmenes de la versión de Burton. Sé que nunca los habré leído todos pero sé que ahí están las noches esperándome; que mi vida puede ser desdichada pero ahí estarán los diecisiete volúmenes; ahí estará esa especie de eternidad de Las mil y una noches del Oriente. (Ibídem).
Estructura y argumento de la obra.

Los relatos que integran Las mil y una noches surgen uno del otro de manera ingeniosa. Del mismo modo que las llamadas "muñecas rusas", donde una sale de otra, así en la obra un cuento se inicia a partir del anterior. En ocasiones, el cuento surge mientras se relata otro, como si fuera un paréntesis, para que luego el cuento original retome su curso. Ello contribuye a que la atención del lector se mantenga fija, de modo hipnótico, hasta que todos los tomos que conforman la obra (según la edición) llegan a su final.

Al inicio, nos enteramos de que el poderoso sultán Shahriar (la traducción es “gran rey”, de donde se explica el término persa shah) ha descubierto que su esposa lo traiciona y entonces la mata. Luego, convencido de que la infidelidad es parte de la naturaleza femenina, ordena a su visir (primer ministro) que le consiga una esposa nueva (una virgen) cada día, para pasar la noche con ella y ordenar su ejecución al día siguiente. Al visir no le queda más remedio que obedecerlo.

Cuando las mujeres comienzan a agotarse, le toca el turno a Sheherezade, la hija del visir. El visir no tiene alternativa y debe presentarla al sultán para que la despose. Entonces ella idea un plan para salvar su vida y acabar con la terrible orden del sultán. Sheherezade se ofrece como esposa del sultán y, gracias a una agudeza que es esencialmente femenina, durante su noche de bodas sorprende al rey con una estratagema.

Una vez en las habitaciones reales, cumplidos sus deberes de esposa según el designio del sultán, Sheherezade le pide al sultán la posibilidad de despedirse de su hermana menor, Dunyazad. El sultán accede y Dunyazad es llevada a la cámara donde Sheherezade la abraza y le comienza a narrar un hermoso cuento que se lleva el resto de la noche. Mientras Scheherezade hace su narración, el sultán permanece despierto cerca de las hermanas y escucha absorto la historia. El tiempo transcurre y el sultán quiere que Scheherezade continúe su narración, pero ella advierte que está por amanecer, por lo que guarda silencio y promete contar el final la noche siguiente. El sultán, perplejo, decide posponer la ejecución de su esposa para no perderse del relato.

La rutina se repite durante mil noches consecutivas (podría decirse que el arte derrota a la ley). En el curso de ese tiempo, Sheherezade le da tres hijos al sultán y, poco a poco, lo sensibiliza, le hace volver a tener fe en el amor y, como resultado, lo enamora sin remedio. Después de esas mil noches y una más, el sultán decide conmutar la pena y establecer a Sheherezade como su esposa definitiva. Con ello, luego de gran cantidad de cuentos y “subcuentos” que surgen del principal, acaba el primero de todos esos relatos (el de la propia Sheherezade) y ésta vive con el sultán –como en los cuentos de hadas– felices para siempre.

La variedad de cuentos en Las mil y una noches es enorme, lo que garantiza –en el caso de Sheherezade– la atención permanente del sultán y, quizá más importante aún, la atención fiel del lector, quien –como sucedió en mi caso– se ve casi forzado a leer relato tras relato sin parar, para apreciar toda su complejidad y belleza.

Influencia.

Los cuentos de Las mil y una noches causaron un gran impacto en Occidente en el siglo XIX, cuando los europeos habían consolidado su actividad colonizadora en Oriente y comenzaban a importar, como curiosidades, diversas manifestaciones culturales orientales a sus países, entre ellas la literatura. Elementos exóticos, paisajes extranjeros, historias sobre gins o genios, ifrits, camellos y sultanes, son parte de la magia de Las mil y una noches.

La traducción más famosa de entonces fue la del diplomático, explorador y aventurero inglés Richard Francis Burton (1821-1890), quien a su vez llevaba una vida de leyenda, aunque hay otras posteriores que posiblemente se acerquen más a la esencia de la obra, como la de Rafael Cansinos-Asséns (1882-1964).
El libro ha sido adaptado muchas veces para uso de niños y adolescentes en todos los países del mundo. Todos conocemos, de esa época de nuestras vidas, las historias sobre Aladino y la lámpara maravillosa, Alí-Babá y los cuarenta ladrones, y Simbad, el marino (aclaro que algunos de esos cuentos fueron adicionados a la obra con posterioridad). Y, sin embargo, quienes hemos leído esos cuentos y los muchos otros que pueblan la obra, sabemos que ésta tiene una clara vocación para adultos, por estar llena de gracia y picardía.

La influencia de Las mil y una noches sobre los artistas del siglo XIX fue enorme: su exotismo, riqueza y colorido tuvieron un claro impacto sobre los espíritus exaltados del movimiento romántico y post-romántico, en la música, la literatura y las artes plásticas.

Suite sinfónica Sheherezade.

En lo musical, la obra más famosa que surge de Las mil y una noches es la suite sinfónica Sheherezade, compuesta en 1888 por el compositor ruso Nikolai Rimski-Kórsakov, que es –como dijimos– justamente la pieza principal del almuerzo cultural del jueves.

Rimski-Kórsakov fue marino de la armada imperial rusa y, de esa manera, entró en contacto con el exotismo oriental. Sus viajes por Oriente, así como su sensibilidad artística y sus extraordinarias dotes de orquestador, le permitieron desarrollar obras de gran colorido musical, entre las cuales Sheherezade figura como verdadera obra maestra.

La suite está dividida en cuatro movimientos, cada uno de ellos con su título para situar al oyente en la obra:

I. El mar y el barco de Simbad (Largo e maestoso - Allegro non troppo), que está escrito en la tonalidad de mi mayor;

II. La historia del príncipe Kalendar (Lento - Andantino - Allegro molto - Con moto), escrito en si menor;

III. El joven príncipe y la joven princesa (Andantino quasi allegretto - Pochissimo più mosso - Come prima - Pochissimo più animato), escrito en sol mayor; y,

IV. Festival en Bagdad. El mar. El barco encalla contra un acantilado superado por el jinete de bronce (Allegro molto - Vivo - Allegro non troppo maestoso), escrito en mi mayor.
El tema musical con el que inicia la obra, que es grave y solemne, representa al sultán Shahriar, mientras que un segundo tema de violín con arpa, delicado y sensual –el cual se presenta recurrentemente a lo largo de la obra– representa la hermosa voz de Sheherezade, conforme narra sus historias.

La obra es interpretada por la famosa Orquesta de Filadelfia, cuyo espléndido sonido ha sido justamente celebrado alrededor del mundo como “The Philadelphia Sound”. La dirige Eugene Ormandy (1899-1985), director de esa orquesta por más de cuarenta años y responsable de la creación y perfeccionamiento de ese sonido inconfundible.

Como bono para disfrutar, previo a Sheherezade, los mismos intérpretes presentarán la Obertura a la ópera Ruslán y Ludmila (1842), de Mijail Glinka (1804-1857), compositor ruso que escribió esta obra, basada en un cuento de hadas de su país.

Los esperamos.

Carlos.
“Las mil y una noches” no han muerto. El infinito tiempo de “Las mil y una noches” prosigue su camino. A principios del siglo dieciocho se traduce el libro; a principios del diecinueve o fines del dieciocho De Quincey lo recuerda de otro modo [un modo no escrito en ninguna parte y no por ello menos válido]. Las noches tendrán otros traductores y cada traductor dará una versión distinta del libro. Casi podríamos hablar de muchos libros titulados “Las mil y una noches”. Dos en francés, redactados por Galland y Mardrus; tres en inglés, redactados por Burton, Lañe y Paine; tres en alemán, redactados por Henning, Littmann y Weil; uno en castellano, de Cansinos-Asséns. Cada uno de esos libros es distinto, porque “Las mil y una noches” siguen creciendo, o recreándose. (…) Es un libro tan vasto que no es necesario haberlo leído, ya que es parte previa de nuestra memoria (…) (Borges, Jorge Luis. Op.Cit.)

“Las mil y una noches” surgen de modo misterioso. Son obra de miles de autores y ninguno pensó que estaba edificando un libro ilustre, uno de los libros más ilustres de todas las literaturas, más apreciados en el Occidente que en el Oriente, según me dicen. Ahora, una noticia curiosa que transcribe el barón de Hammer Purgstall, un orientalista citado con admiración por Lañe y por Burton, los dos traductores ingleses más famosos de Las mil y una noches. Habla de ciertos hombres que él llama “confabulatores nocturni”: hombres de la noche que refieren cuentos, hombres cuya profesión es contar cuentos durante la noche. Cita un antiguo texto persa que informa que el primero que oyó recitar cuentos, que reunió hombres de la noche para contar cuentos que distrajeran su insomnio fue Alejandro de Macedonia. (Ibídem).

El Oriente es el lugar por donde sale el sol. (…) Creo que no debemos renunciar a la palabra Oriente, una palabra tan hermosa, ya que en ella está, por una feliz casualidad, el oro. En la palabra Oriente sentimos la palabra oro, ya que cuando amanece se ve el cielo de oro. Vuelvo a recordar el verso ilustre de Dante, “Dolce color d’oriental zaffiro”. Es que la palabra oriental tiene los dos sentidos: el zafiro oriental, el que procede del Oriente, y es también el oro de la mañana, el oro de aquella primera mañana en el Purgatorio. (Conferencia sobre Las mil y una noches, en “Siete Noches”, 1980).

sábado, 16 de octubre de 2010

Gustavo Dudamel y la Filarmónica de Viena en Nueva York.

La Filarmónica de Viena visita Nueva York una vez al año. Estuve allí, la semana pasada, para ver el último concierto de esta venerable orquesta, a cargo de Gustavo Dudamel (1981-), el joven venezolano que se presenta como la revelación de la dirección orquestal.  

Joven, bajito, carismático, claramente latinoamericano por la pinta y por su comportamiento, Dudamel supo manejar a una orquesta tradicional y conservadora como esta, de manera elocuente, al punto de que él, la orquesta, el solista (Yo-Yo Ma) y, por supuesto, el público, disfrutaron a plenitud.  

El concierto fue una revelación para mí.  Un tipo carismático sin duda.  

El programa fue ciertamente atractivo y cómodo para la orquesta, por ser parte de su repertorio usual: la Obertura trágica, de Johannes Brahms (1833-1897), el Concierto para chelo y orquesta, de Robert Schumann (1810-1855) y la Sinfonía No. 9 en mi menor, op. 95 ("Sinfonía del Nuevo Mundo"), de Antonín Dvořák (1841-1904).

Pero luego Dudamel, en sus encores, puso a la orquesta a tocar música del estadounidense Leonard Bernstein (1918-1990) y del hispanocubano Julián Orbón (1925-1991), y ahí fue evidente su liderazgo y su buena relación con los músicos, al sacarlos –a gusto de todos (incluso los músicos)– de su zona habitual de confort.

Hay que seguirle la pista en los próximos años.  Tiene compromisos con las principales orquestas y festivales musicales del mundo, además de su Orquesta Simón Bolívar de Venezuela.


viernes, 15 de octubre de 2010

Mario Vargas Llosa: Premio Nobel de Literatura 2010.

El "escribidor" es reconocido una vez más por su arte innegable.  Con él, Latinoamérica tiene otro Premio Nobel de Literatura.

Creo que, más allá del famoso "boom", lo que se reconoce es que se escribe bien por estos lados del mundo.

http://www.nytimes.com/2010/10/08/books/08appraisal.html

jueves, 7 de octubre de 2010

    Pink Floyd - The Wall: Un concierto memorable. 

    Recientemente volví a presenciar este concierto.  30 años habían transcurrido...

    Tras ese lapso, pienso que el mensaje de "The Wall" se mantiene claro y, de muchas maneras, me convenzo de que ese concierto visionario de hace 30 años anunció algunas tristes experiencias de nuestra vida actual.  

    Ahora, maduro y con experiencias que me hacen poner los pies en el suelo con mayor facilidad que en aquel entonces, igual me sentí conmovido hasta el tuétano por música, voces, montaje y sensación de comunidad en el Madison Square Garden.  

    Algunos pueden decir que no era Pink Floyd, sólo Roger Waters.  Nada que ver...  romanticismos que no significaron nada en la realidad para efectos de un magnífico concierto.

    La gente se veía ciertamente diferente después de 30 años, y cómo no: exhibíamos panzas, canas, lentes de aumento y otros accesorios propios de la edad.  Por lo demás, el ambiente era prácticamente el mismo.  Fue una experiencia hermosa, pero también escalofriante.  Irrepetible a pesar de que fue mi segunda vez.