EL CAMINO DE LA VIDA

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EL CAMINO DE LA VIDA. - Every day you may make progress. Every step may be fruitful. Yet there will stretch out before you an ever-lengthening, ever-ascending, ever-improving path. You know you will never get to the end of the journey. But this, so far from discouraging, only adds to the joy and glory of the climb. - Sir Winston Churchill.

jueves, 27 de enero de 2011

Almuerzo cultural: Dmítri Shostakóvich vs. Josef Stalin - las "sinfonías de la guerra"

Estimados amigos,

Uno de los mas grandes compositores del siglo XX, Dmitri Dmítrievich Shostakóvich (en ruso Дмитрий Дмитриевич Шостакович) nació en San Petersburgo el 25 de septiembre de 1906 y murió en Moscú el 9 de agosto de 1975).

Obra artística.

Su estilo fue híbrido, influenciado por dos gigantes de su época: Serguéi Prokófiev (1891-1953) e Igor Stravinsky (1882-1971), a lo que debemos sumar importantes reminiscencias de Modest Mussorgsky (1839-1881), Gustav Mahler (1860-1911) y de su ídolo, Ludwig van Beethoven (1770-1827).  Igualmente, admiró a Johann Sebastian Bach (1685-1750) en cuanto al uso de fugas y contrapunto, y a Alban Berg (1885-1935) respecto al uso de códigos musicales y citas cifradas en un medio atonal.

Como explica un autor, Shostakóvich integró todas esas influencias creando un estilo muy personal, que incluyó muy claramente contrastes agudos y elementos grotescos, con un componente rítmico muy destacado. 

Las composiciones de Shostakóvich son tonales dentro de la tradición romántica que lo precedió, pero acompañadas por elementos de atonalidad, politonalidad y cromatismo.  En algunas composiciones tardías (por ejemplo, en el Cuarteto para cuerdas No. 12) Shostakóvich utilizó series dodecafónicas, en el mejor estilo de Arnold Schönberg (1874-1851) y Alban Berg.

Su obra comprende un ciclo muy importante de quince sinfonías para orquesta y otro de seis conciertos para diversos instrumentos y orquesta.  Compuso además música de cámara que incluye quince cuartetos para cuerdas de gran importancia, así como varias óperas y ballets y, en consonancia con el arte cinematográfico que desarrollaba en su tiempo, música escrita para varias películas, algunas de ellas de carácter propagandístico propiciadas –o quizá sea mejor decir impuestas– por el gobierno de su país.

Música y política.

A lo largo de su vida, especialmente en los años de su mayor producción artística, Shostakóvich tuvo graves problemas de entendimiento con la dirigencia soviética.  Las tensas relaciones del compositor con la cúpula estalinista, y con el propio premier soviético, Josef Stalin (1878-1953), marcaron de manera decisiva el desarrollo de su carrera, que pasó durante esos años, de ser auspiciosa y prometedora a convertirse en conflictiva, en opinión del Kremlin.  En efecto, el Partido Comunista denunció públicamente su música en varias ocasiones, entre 1936 y 1948, lo que redundó en que ésta fuera prohibida en la U.R.S.S. durante algunos de esos años y que el compositor pasara a una situación práctica de incertidumbre y ostracismo.  Un comentarista lo pone en perspectiva:

Pocos temas han vertido tantos ríos de tinta como la relación de Shostakóvich con Stalin y los sucesos de 1936.  Lo anecdótico de la situación y lo maravilloso de las circunstancias cobran dimensión histórica porque vienen a ser un reflejo de la situación de las artes en Rusia y de su ambigua relación con el poder.

De Shostakóvich se ha dicho que su actitud frente al gobierno estalinista y el Estado soviético fue ambigua y ello ha sido tema de agrias polémicas políticas y musicales.  En general, la discusión a girado en torno a si Shostakóvich actuó o no como una especie de disidente clandestino frente a la URSS.  De hecho, no obstante la animadversión del dictador y el terror que inspiraba con todo merecimiento entre su pueblo, hubo también momentos en esos años en los que no tuvo más remedio que premiar a Shostakóvich por la innegable calidad de sus obras.  La producción del artista fue admirada tanto en círculos privados como dentro del Estado (siempre que las circunstancias no hicieran a Stalin indicar lo contrario), al grado de que –al igual que Prokófiev– Shostakóvich llegó a recibir en alguna ocasión el llamado Premio Stalin. 

Sin duda, la personalidad del artista contribuyó a esta polémica:

Shostakóvich era de varias formas un hombre obsesivo: de acuerdo con su hija, él estaba “obsesionado con la limpieza”; sincronizaba los relojes en su apartamento; regularmente se enviaba cartas a sí mismo para probar cómo estaba funcionando el servicio postal.  [Hay constantes] referencias a su nerviosismo. (…) Su cara era una bolsa de tics y gestos.

Shostakóvich era tímido por naturaleza: (…)  era incapaz de decir “no” a cualquier persona. Esto significaba que era fácilmente persuasible para firmar comunicados oficiales, incluyendo una denuncia pública de Andréi Sákharov (1921-1989) en 1973.

Parece claro que el miedo que la figura de Stalin causaba hizo que Shostakóvich nunca osara rebelarse contra el régimen o abandonara su país de manera abierta, como sí fue el caso de muchos artistas y científicos notables de su tiempo.  De hecho, el músico fue incluso miembro del Partido Comunista y hasta del Soviet Supremo, aunque ello probablemente ocurriera por presión de los mandos del país. 

La respuesta de Shostakóvich a las críticas oficiales es discutible.  Está claro que en apariencia era parte del Estado soviético.  Pronunció discursos (o los leyó al menos) y firmó artículos que expresaban la línea de pensamiento del gobierno.  También es generalmente aceptado que le disgustaba el régimen, punto de vista confirmado por su familia, sus cartas a Isaak Glikman y la cantata satírica “Rayok”, que ridiculiza la campaña antiformalista y que se mantuvo oculta incluso después de su muerte.

Lo que es incierto es hasta qué punto Shostakóvich trataba de mostrar su oposición al régimen a través de su otra música.

Y, sin embargo, parece claro que el músico despreciaba a Stalin por sus excesos y, especialmente, por la forma en que coartaba y manipulaba la expresión artística.  En alguna ocasión declaró:

La música ilumina a persona y la provee de su última esperanza; incluso Stalin –un carnicero– sabía eso, y es por ello que él odiaba la música

Dado que la tensión entre Stalin y Shostakóvich ocurrió en la época en la que el músico compuso algunas de sus más importantes sinfonías, resulta interesante entonces analizar este caso en una sesión de nuestro almuerzo cultural, sobre todo para entender la profunda relación que existe entre arte y política (especialmente en el marco de un régimen totalitario), y para determinar cuáles son los efectos que tiene sobre la expresión del arte la intromisión del Estado, específicamente cuando por ello resulta imposible demarcar adecuadamente los respectivos campos de acción de estas dos actividades, en lo que concierne al trabajo de los artistas y al impacto sobre sus vidas.

Comienzos promisorios.

Alumno estrella desde la niñez del Conservatorio de la entonces ciudad de Leningrado (actualmente San Petersburgo), Dmítri Shostakóvich se había anotado un triunfo importante con su primera sinfonía, compuesta entre 1924 y 1925, cuando apenas contaba con 19 años.  Durante esa misma década de los años veinte, compuso otras dos sinfonías (su Segunda sinfonía, conocida como “A octubre”, de 1927, y su tercera sinfonía, llamada “Día de mayo”, de 1929) y muchos otros trabajos, todos con buen suceso.  

En virtud del nuevo régimen imperante y del impulso que el Estado daba a la producción artística para justificar los logros de la revolución comunista, estos fueron años de alegría para Shostakovich, que se sentía optimista por el clima de renovación, especialmente cultural, que se respiraba en esos primeros años de la Rusia soviética, luego de la crisis sufrida por el zarismo y las penurias del pueblo ruso durante la Primera Guerra Mundial.

Conflictos con Stalin.

La década de los treinta, sin embargo, marcó un giro crucial en la carrera de Shostakóvich, cuyo panorama cambió de manera drástica y definitiva.  Para ese entonces, la revolución cultural de 1928-1931 había comenzado a pasar su factura al medio artístico, con regulaciones cada vez más ortodoxas sobre la expresión cultural, y el carácter opresivo del régimen estalinista se puso en franca evidencia.  La angustia comenzó a permear en los artistas y, en ese contexto, la obra del músico cobró un carácter más incisivo, que se pone especialmente de manifiesto en su ópera Lady Macbeth de Mtsensk (también conocida como Katerina Izmailova), compuesta entre 1930 y 1932 y basada en el cuento de Nikolái Leskov (1831-1895), sobre una mujer que asesina a su marido abusivo.  Shostakóvich aprovechó la defensa de lo femenino que promueve la obra para destacar, mediante la música, las hondas connotaciones de resistencia civil que tiene el cuento de Leskov.

Lady Macbeth se estrenó a principios de 1934, con un éxito abrumador, y fue puesta en escena más de 180 veces en los meses siguientes.  Sin embargo, a principios de 1936 ocurrió el desastre.  El 26 de enero de ese año –probablemente influenciado por algunos de sus allegados– el mismo Stalin decidió ir al Teatro Bolshoi a ver la obra, en compañía de otros altos funcionarios del Partido.  A mitad de la presentación, el líder y su comitiva abandonaron la función visiblemente molestos.  Dos días después, un editorial del periódico oficial  Pravda publicó una crítica demoledora a Lady Macbeth, llamándola "caos en lugar de música" y acusando a Shostakóvich de “esnobismo antipopular”, “pornofonía” y del mayor de los delitos culturales de entonces: el "formalismo". 

Conforme el terror estalinista de los treinta iba en escalada en la Unión Soviética, esta crítica podía interpretarse como una verdadera condena, que tenía ribetes de amenaza no sólo a la carrera profesional del músico, sino a su propia vida.

Las representaciones de la ópera, que estaban teniendo lugar simultáneamente en varios teatros, fueron suspendidas y el compositor vio desplomarse sus ingresos y su prestigio, en un contexto en el que la represión política estaba haciendo estragos. Era la época de las grandes purgas, en las que amigos y conocidos del compositor fueron enviados a prisión o ejecutados. Su único consuelo en este periodo fue el nacimiento de su hija Galina en 1936; su hijo Máxim nació dos años después.

Es en este ambiente en el que se gestan las llamadas “sinfonías de la guerra” del compositor, que serán objeto de nuestro almuerzo cultural.  Como han hecho notar muchos analistas, hay una notable diferencia entre sus obras anteriores a las críticas de 1936 y los trabajos posteriores, más conservadores.

Sinfonías de la guerra.

Todavía en 1936, Shostakóvich trataba de recuperarse del golpe infligido por el gobierno soviético a su Lady Macbeth.  El compositor preparaba el estreno de su Sinfonía No. 4 (compuesta en 1935); sin embargo, al igual que Lady Macbeth, esta obra trágica y tumultuosa refleja una creciente sensación de temor y ansiedad; en consecuencia, con el fin de protegerse, el compositor decidió retirar la sinfonía, cancelar su estreno y mantenerla guardada a la espera de mejores tiempos, lo cual ocurrió sólo veinticinco años más tarde, en 1961, luego de la muerte de Stalin.  En efecto, ya en los ensayos de la obra, ésta fue tachada de “demasiado pesimista”, lo que hacía prever una nueva amonestación pública del régimen, con resultados potencialmente desastrosos para Shostakóvich (incluyendo la posibilidad de acabar en algún remoto gulag, como tantos otros “enemigos del pueblo”). 

La sinfonía, una de las más trágicas de Shostakóvich, podría haber caído como una bomba en el clima de terror que las autoridades soviéticas pretendían encubrir con obras de arte brillantes y optimistas. La obra, que exige una enorme orquesta, no fue estrenada hasta 1961 y, lamentablemente, hasta hoy sigue siendo una de las sinfonías menos conocidas de Shostakóvich.

Según el comentarista Laurel Fay, el compositor la escuchó interpretada una vez y dijo emocionado que era lo mejor que había escrito en toda su vida, pese a que su mensaje es oscuro y descorazonador.  En efecto, la sinfonía termina en un pedal larguísimo que desaparece en la nada, lo cual –a juicio de los críticos y público en general– da lugar a una sensación de inseguridad y desazón en el oyente, tras lo que fue un desarrollo violento de melodías rítmicas a todo lo largo de la obra.  La sinfonía es conmovedora y –no obstante los deseos de Stalin– evidentemente responde al ambiente de desazón y angustia prevalecientes en la época.

Tras el retiro de la Cuarta sinfonía, y a fin de acomodarse a la situación, el músico decidió dejar pasar algún tiempo y enfocarse entonces en trabajar en otras composiciones, incluyendo su Sinfonía No. 5, de un carácter más tranquilo, que afortunadamente fue bien recibido, dando lugar a una ovación de treinta minutos luego de su estreno en 1937.  Esta sinfonía es más bien conservadora y su final puede incluso calificarse como optimista o alegre, aunque algunos han interpretado esa alegría como forzada o irónica.

Los círculos oficiales soviéticos se expresaron entusiastamente sobre la Quinta, a la que señalaron como el producto que realmente esperaban del camarada Shostakóvich e incluso la describieron formalmente como “la respuesta de un artista soviético a la crítica justificada”.  Eran vísperas de una guerra inminente y se acababa de firmar el vergonzoso pacto de no agresión conocido como Pacto von Ribbentrop-Molotov, entre el régimen de Hitler y el de Stalin, y el Gobierno soviético estaba interesado en propagar una imagen de poder y optimismo entre los habitantes.

Aunque recibió críticas atroces en Occidente, la sinfonía No. 5 sigue siendo una de las sinfonías más populares del siglo XX.  Fue en esa época cuando Shostakóvich comenzó a escribir cuartetos para cuerdas. Sus trabajos de cámara le permitieron experimentar y expresar ideas que hubieran sido inaceptables en sus piezas sinfónicas más populares.

La guerra.

Cuando Alemania atacó a traición a la U.R.S.S. en 1941 y las tropas nazis invadieron Rusia, Shostakóvich vivía y enseñaba en Leningrado, ciudad en la que permaneció durante las primeras semanas del asedio nazi, que se extendió de septiembre de 1941 a enero de 1944, para constituirse en el sitio más largo y sangriento de la historia reciente.  Allí comenzó Shostakóvich la composición de su Séptima sinfonía, conocida como Leningrado, en homenaje a la labor de resistencia de la ciudad.  En octubre de 1941, el compositor y su familia fueron evacuados hacia Kúybishev (ahora Samara), donde terminó su trabajo, que fue adoptado como símbolo de la resistencia rusa tanto en la U.R.S.S. como en Occidente.

Es conocida la anécdota de cómo, en medio de los ataques alemanes, la Orquesta de la Radio de Leningrado recibió la partitura y tocó la Séptima sinfonía en la ciudad devastada por los ataques, como gesto del desafío contra el poderío nazi, a pesar de que casi la mitad de los músicos de la orquesta había muerto para entonces, como resultado del sitio de la ciudad.  El 9 de agosto de 1942, un auditorio hambriento y andrajoso –algunos de los presentes portando armas y caretas antigás– estuvo en la interpretación.  Como ofrenda silenciosa a los caídos, los instrumentos de los músicos muertos fueron colocados en sus sillas vacías, mientras los sobrevivientes ejecutaron la obra con toda la expresividad que dictaban las circunstancias, en lo que posiblemente haya sido uno de los conciertos más memorables e inspiradores de la historia.

En la primavera de 1943 toda la familia se trasladó a Moscú.  De esa época es la Octava Sinfonía: un trabajo extenso y oscuro que no fue aprobado por las autoridades, pese a la gran calidad que se le reconoce actualmente a la obra.  La sinfonía fue compuesta cuando el Ejército Rojo estaba a punto de derrotar a Alemania; sin embargo, el carácter ambiguo de la sinfonía, en la que predomina una mirada introspectiva y a menudo trágica del mundo, fue mal recibido por el Kremlin.  En la Octava, Shostakóvich dio rienda libre a su rabia y dolor.  La obra es una fuerte acusación sobre las iniquidades del siglo XX, donde quiera que éstas hubieran sido cometidas.


La Novena Sinfonía (compuesta en 1945) produjo nuevas tensiones entre el músico y las autoridades.  Stalin quería oír una música apropiada para los aires de victoria que por entonces llenaban a la U.R.S.S., ante el repliegue manifiesto de los nazis hacia el oeste y las invasiones al continente por otros frentes, por parte de las tropas americanas.  Sin embargo, las expectativas de Stalin se vieron frustradas por el compositor con una extraña sinfonía, que contiene evidentes alusiones a Gioacchino Rossini (1792-1868), un compositor italiano que se caracterizó por música alegre y liviana, poco afecta a lo marcial, así como melodías más bien propias del circo, en lugar de una campaña militar.

(…) la Novena Sinfonía de Shostakóvich parece ser interpretable en clave de burla, no sabemos si de la muerte [como fenómeno provocado por la guerra], de los políticos del Kremlin, de la comunidad mundial de compositores o quizá de todos ellos.  Pero [dada su actual popularidad] esa burla parece ser muy del gusto del público actual.

Se dice que –como el célebre Esopo (c. 600 a.C.) de las fábulas griegas– Shostakóvich veía a Stalin como una rana que se había inflado a sí misma hasta alcanzar el tamaño de un buey; por lo tanto, escogió desinflar el ego del dictador mediante la composición de una obra que, en lugar de servir como oda al triunfo militar del líder, se presentara como obra cómica, llena de gracias, melodías clásicas y solos de piccolo que teían de ironía lo sucedido.  Como alguna vez declaró un autor, Shostakóvich astutamente le hacía la “mala seña” a Stalin sin sacarse las manos de sus bolsas.

La reacción de Stalin llegó inexorable.  Ya al inicio de la posguerra, eEl 10 de febrero de 1948, se dictó el llamado decreto Zhdánov, que marcó el comienzo de una campaña de críticas y descalificaciones contra muchos compositores soviéticos, entre ellos Vano Muradeli, Dmitri Shostakóvich, Serguéi Prokófiev y Aram Jachaturián.l 10 de febrero de 1948, se dictó el llamado Decreto Zhdánov, que marcó el comienzo de una nueva campaña de críticas y descalificaciones de las autoridades soviéticas contra muchos compositores soviéticos, incluyendo algunos muy distinguidos como Serguéi Prokófiev, Aram Khachaturián (1903-1978) y, por supuesto, Dmítri Shostakóvich.  El crimen alegado fue, como de costumbre, el “revisionismo musical” y las "desviaciones formalistas"; es decir, un tratamiento potencialmente peligroso de los motivos musicales que atentaba contra el régimen comunista.  Como resultado, las composiciones de Shostakóvich fueron nuevamente prohibidas y fueron retirados aquellos privilegios de los que gozaba la familia del compositor. 

En una entrevista posterior, su hijo Máxim relató que la gente llegaba a apedrear la casa de su padre, azuzados por las autoridades, porque Stalin lo llamaba "enemigo del pueblo":

Había un árbol frente a la ventana del estudio de mi padre, y yo me subía a ese árbol para defender, con mi resortera, a mi padre de la gente que iba a tirar piedras [...]  Μi padre hubiera vivido muchos años [...] Stalin mató a Dmitri Shostakóvich.

Muerte de Stalin y reivindicación de Shostakóvich.

Luego de la condena de 1948, Shostakóvich tuvo que componer trabajos oficiales para congraciarse con el régimen y asegurar la manutención y salud y protección de su familia.  Escribió, además, otros trabajos más de su gusto personal, los cuales mantuvo prudentemente a salvo en su escritorio, lejos de momento de las editoriales y la atención de los políticos. 

Para 1949, las restricciones habían sido, poco a poco, suavizadas y Shostakóvich pudo formar parte de una delegación cultural soviética a los Estados Unidos.  Ese mismo año, escribió una cantata llamada Canción de los Bosques, en la cual elogiaba a Stalin como el “Gran Jardinero” de su país, evidentemente con el fin de mejorar su relación con el régimen y asegurar su supervivencia personal.

A la muerte de Stalin en 1953 siguió un período de mayor tranquilidad.  Compuso su Décima sinfonía y otras composiciones que gozan de fama internacional.  Su situación personal mejoró sensiblemente y para 1958, el Partido Comunista finalmente aceptó revisar su determinación de 1948 y levantó las prohibiciones existentes a las composiciones condenadas mediante el Decreto Zhdánov.

Es evidente que Shostakóvich fue un arma de doble filo para Stalin.  Por un lado, sus obras contribuían a difundir el desarrollo cultural soviético.  Sus sinfonías eran esperadas con ansiedad y estrenadas rápidamente en Occidente; pero, por el otro, su popularidad y oposición al sistema (oposición normalmente indirecta y sarcástica, difícil de comprender para Stalin) provocaba paranoia en el Kremlin, que constantemente buscaba claves secretas y códigos cifrados en la escritura del músico.  

El documental que veremos ilustra la resistencia encubierta y paciente de Shostakóvich contra Stalin durante el período en que vieron la luz las llamadas Sinfonías de la guerra.  Shostakóvich es presentado como una voz representativa del espíritu ruso de esa época, capaz de vivir bajo el gobierno sangriento de ese dictador, cooperando en ocasiones con el régimen para sobrevivir, sin renunciar por ello a su espíritu creador, que le permitió componer algunas de las páginas musicales más importante de su tiempo.

El programa cuenta con  la participación del director ruso Váleri Gergiev, nacido en 1953, quien está a cargo de la dirección de los extractos musicales y narra algunos de los hechos de este enfrentamiento entre arte y política, y las múltiples circunstancias que de ello derivan.  Veremos a Shostakóvich como artista y también como ser humano, enfrentando dilemas morales y artísticos que evidentemente fueron fuente de dolor y mucho conflicto.

El objetivo del programa es presentar cómo el compositor hizo uso de seis de sus sinfonías –de la Cuarta a la Novena– para expresar, en forma inteligente y mordaz, su descontento con el régimen, su sentido personal y estético del ahogamiento que vive un artista en un Estado totalitario, y su solidaridad con los millones de hombres y mujeres de su país que murieron o sufrieron bajo la represión del dictador.  En palabras del propio Shostakóvich, esas seis sinfonías son las “lozas sepulcrales” que él pudo ofrendar a las víctimas de Stalin.

Todo fascismo me es repugnante, no sólo el alemán.  Hitler es un criminal, eso está claro, pero también lo es Stalin.  He llamado a mi séptima sinfonía la “Sinfonía de Leningrado”.  Pero esa obra no es sólo sobre la Leningrado que sufriera el sitio de los nazis, sino también sobre la Leningrado que Stalin ha estado destruyendo sistemáticamente y cuya destrucción Hitler simplemente trató de completar.

En resumen, estamos ante el conflicto vivido entre dos figuras emblemáticas de la Unión Soviética de la primera mitad del siglo XX: Shostakóvich (el arte) y Stalin (el poder político).  Una lucha difícil y dispareja en la que, sin embargo, terminó por imponerse aquél que optó por el arte frente a la fuerza bruta.  Los medios para lograrlo dependieron de la paciencia, la inteligencia, la inspiración y el tesón del artista.  Fue una lucha larga y agotadora, pero valiosa porque demuestra que el espíritu del hombre es indomable y que la dignidad no puede ser borrada, no obstante cuánta violencia se aplique sobre las personas.  Como dice un crítico:

Hace hace mucho pienso que el arte, para ser bueno, no tiene necesariamente que expresar más que aquello que realmente es.  Esto es, que su mensaje es él mismo, más allá de las posiciones políticas, religiosas o sociales.  (…)  Que primero es el arte y luego el mensaje.  Pero si se logra tener mensaje, sin perder un ápice de calidad artística… ¡Chapeau!  Es precisamente el caso de Shostakóvich.  Un compositor al que le tocó vivir tiempos oscuros y que, con su música, logró crear una pequeña luz de esperanza, alivio y comprensión en aquellos que supieron escucharlo.  Un humanista que retrató la condición humana con sonidos y silencios.

Quedan invitados.

Saludos,

Carlos.

jueves, 20 de enero de 2011

Almuerzo cultural: El mundo de Mafalda

Estimados amigos,

¿Cómo podría faltar Mafalda en alguno de nuestros almuerzos culturales?; y, especialmente, ¿cómo podría faltar en nuestras sesiones, aunque el video no sea su medio más propio, el arte de su extraordinario creador, el argentino Joaquín Salvador Lavado (1932-), mejor conocido como Quino

Importancia.

Aunque se produjo en el lapso de apenas diez años, de 1964 a 1973, Mafalda nos ha acompañado por años y años, en libros, revistas y periódicos.  Siempre fresca, aguda, vigente y, por supuesto, latinoamericana, Mafalda no es solo muy querida para nosotros, sino que forma parte de nuestra realidad más cercana, pues su mundo refleja de muchos modos lo que vivimos, día a día, en este curiosa región del mundo en la que habitamos.


Es tal la importancia del personaje, que grandes personalidades han  expresado su respeto por ella:

·         Julio Cortázar (1914-1984):

No tiene importancia lo que yo pienso de Mafalda. Lo importante es lo que Mafalda piensa de mí.

·         Umberto Eco (1932-):

Puesto que nuestros hijos se preparan para ser, por elección nuestra, una multitud de Mafaldas, no será imprudente tratar a Mafalda con el respeto que merece un personaje real.

·         Gabriel García Márquez (1927-):

Después de leer a Mafalda me di cuenta de que lo que te aproxima más a la felicidad es la quinoterapia.

Como sabemos, Mafalda es hija de la Guerra Fría.  Vive y crece (aunque en realidad apenas si creció algo durante esos diez años) en medio de una sociedad que respira tensión política e ideológica y que ha demostrado ser capaz de la mayor represión.  En ese contexto, la niña vive preocupada por el mundo que le ha tocado habitar, y lo expresa con toda constancia.  Su pensamiento tiende hacia a la izquierda (al menos desde la óptica prevaleciente), lo que la torna en ocasiones “subversiva”.  Los temas recurrentes en su vida son el destino de la humanidad, la paz mundial y, por supuesto, su consabido desagrado por la sopa.  Su actitud es de inconformidad frente al mundo de sus mayores: un mundo que demostró toda su brutalidad en los años subsiguientes, con la dictadura militar argentina.

Mafalda no es una niña como otra cualquiera.  Humilde y comprometida con las etnias, le preocupa el mundo y no entiende como los adultos pueden llevarlo tan mal.  Es famosa en el mundo entero por la gracia de sus preguntas, la inocencia de su mundo y la altura de sus ideales.  Luchadora social incansable, emite manifiestos políticos desde su sillita con una inocente falta de inocencia.  Puede decirse que es una revolucionaria más allá del lápiz y el papel.  A través de Mafalda y su entorno, su autor, Quino (Joaquín Salvador Lavado), reflexiona sobre la situación del mundo y las personas que en él vivimos.

Mensaje.

Las frases de Mafalda son por lo general contundentes.  Con ellas Quino nos prueba que, además de un gran dibujante, es también un maestro del mensaje.  La lista es apabullante:
  • Y al final, ¿cómo es la cosa? ¿Uno lleva la vida por delante o la vida se lo lleva por delante a uno?
  • ¡Sonamos, muchachos! ¡Resulta que si uno no se apura a cambiar el mundo, después es el mundo el que lo cambia a uno!
  • ¿Por dónde hay que empujar este país para llevarlo adelante?
  • ¿No será acaso que esta vida moderna está teniendo más de moderna que de vida?
  • ¿Y si en vez de planear tanto voláramos un poco más alto?
  • Dicen que el hombre es un animal de costumbres; más bien, de costumbre el hombre es un animal.
  • Como siempre: lo urgente no deja tiempo para lo importante.
  • ¿No sería más progresista preguntar dónde vamos a seguir, en vez de dónde vamos a parar?
  • Una cosa es un país “independiente” y otra un país “in the pendiente”.
  • ¡Paren al mundo! ¡Me quiero bajar!
  • [Leyendo un libro:] Debes seguir siempre la senda de bien. Lógico... ¡Con el embotellamiento que debe haber en la autopista del mal!
  • La vida es linda, lo malo es que muchos confunden “lindo” con “fácil”.
  • [Mientras reza:] "Está bien que nos hayas hecho de barro, pero ¿por qué no nos sacás un poquito del pantano?
  • Nunca falta alguien que sobra.
  • [Mostrando un globo terráqueo a un oso de peluche] Mirá, esto es el mundo, ¿ves? ¿Sabés por qué es lindo este mundo? ¿Eh? Porque es una maqueta…, el original es un desastre.
En resumen, Mafalda es un personaje muy especial.  Es, como han dicho algunos autores, "espejo de la clase media latinoamericana y de la juventud progresista".  Por ello, no obstante su origen y sin llegar al panfleto, su personaje pudo dar vida a la tira cómica, de corte político, más exitosa del mundo, con traducciones a más de treinta idiomas y prólogos a sus ediciones internacionales por autores de la talla de Eco, entre otros.

Personajes.

Como niña citadina, Mafalda tiene familia y amigos con quienes se relaciona día a día en su comunidad y, en ese contexto, desarrolla su visión del mundo.  Por su edad, va a la escuela y, en el verano –si hay dinero en la casa– sale de vacaciones con su familia.

Todos conocemos a los personajes de la serie; sin embargo, quizá debamos refrescarlos.  El siguiente es el recuento hecho de diversas fuentes sobre esos personajes, hecho en el orden en el que aparecieron en la serie:
  • Mafalda:
Aparece por primera vez el 29 de septiembre de 1964.

Mafalda es una niña curiosa, inquieta y terriblemente irónica, nacida de una típica familia porteña (Buenos Aires).  En un cuerpo de niña despunta la rebeldía juvenil marcada por el progresismo.   Es contestataria, con una cabeza abierta y propensa a filosofar a partir de cualquier hecho cotidiano.  Se trata de una niña que sabe qué es lo que busca, y que, al mismo tiempo, es una gran pesimista sobre la situación del mundo.

Al comenzar la historieta Mafalda tiene seis años y, para marzo siguiente, entra al kindergarten. Representa la aspiración idealista y utópica a hacer de éste un mundo mejor aunque ciertamente la envuelve el pesimismo y la preocupación, casi todo el tiempo, debido a las circunstancias políticas y sociales imperantes, más en la escena mundial que en su propio país.

Los comentarios y ocurrencias de Mafalda son el reflejo de las inquietudes sociales y políticas en el mundo de los años sesenta y setenta de Latinoamérica.  A Mafalda le gustan los Beatles y El pájaro loco. Le gusta también jugar en el parque a los vaqueros con sus amigos. 

Su comida preferida son los panqueques, que le gustan tanto que es capaz de comer un poco de sopa —plato que verdaderamente odia— para poder comer este postre favorito.

En los diez años de la historieta aparentemente llega hasta el tercer o cuarto grado. Le gustaría estudiar idiomas y trabajar de intérprete en las Naciones Unidas para contribuir a la paz mundial.  Está convencida del progreso social de la mujer y lo preconiza a ultranza, algo adelantado a su época.

Nació el 15 de marzo de 1962, según confiesa el mismo Quino, aunque también se suele celebrar su cumpleaños el día en que apareció publicada por primera vez; esto es, el 29 de septiembre de 1964.
  • El papá:

Aparece por primera vez el 29 de septiembre de 1964.

Es el típico empleado de oficina en una ciudad grande: un hombre sano, bueno y un tanto gris, que trabaja en una compañía de seguros privada (en la era previa a las computadoras). Ahorra por necesidad y se la pasa haciendo cuentas para llegar a fin de mes, por lo que procura en todo momento la mayor mesura en el gasto familiar. 

No comprende bien los avances y retos que plantean las nuevas generaciones y, mucho
 menos, las preocupaciones de Mafalda.  Las dudas que le plantea su hija con respecto a los males del mundo lo dejan en vilo la mayor parte de las veces, de allí que haya desarrollado cierta adicción al Nervocalm

Tiene entre 35 y 40 años.  No se revela su nombre ni su apellido en toda la serie.  Su afición son las plantas de interior, ya que su familia habita un pequeño apartamento sin áreas verdes.  Cuando aparecieron hormigas en su casa, describió el hecho –para escándalo de Mafalda– como "la peor desgracia en el mundo".

Conduce un auto familiar que es un Citroën 2CV, típico automóvil para la clase media de su país. 
  • La mamá:
Aparece por primera vez el 6 de octubre de 1964.

Es una típica ama de casa argentina de clase media de finales de los años sesenta, principios de los setentas, preocupada hasta la histeria por lo que pasa dentro de su microclima hogareño.  En alguna tira se revela que se llama Raquel.  Cocina, lava, plancha, hace las compras y (aparentemente) no maneja el auto.

Fue a la universidad pero abandonó la carrera y, con ello, la perspectiva de ser pianista profesional porque se casó, hecho que Mafalda siempre le recrimina.  Sin embargo, no requiere complicaciones para ser feliz y da algunas lecciones de humildad y sacrificio a su pequeña hija, siempre inquieta por las adversidades del mundo.
Como el padre, la madre es esencialmente pasiva y algo fracasada.  Padece el dilema diario de pensar qué va a hacer de comer para su familia.  Ya pasó de los 30 años, porque Mafalda la descubre alguna vez arrancándose una cana.
  • Felipe:
Aparece por primera vez el 19 de enero de 1965.

Es un niño muy imaginativo y buen amigo de Mafalda y los demás niños.  Va un curso más arriba que ellos y sin embargo su personalidad es más simple e ingenua que la de sus amigos. Soñador, tímido, perezoso y despistado, vive eternamente agobiado por sus tareas escolares y su dificultad para mantener la atención en ellas. 

Ve la vida de manera más sencilla que Mafalda, más como el buen niño que es.  De hecho, Felipe es el mejor amigo de Mafalda y sería su compañero ideal, ya que ambos se complementan. Toda la seguridad que tiene Mafalda es algo de lo que carece Felipe.

Imaginativo, mal estudiante y con muy poca fuerza de voluntad, Felipe es uno de los personajes que más se hace querer, incluso por el propio Quino, quien lo presenta como el personaje más afín a él mismo.  Le gusta leer tiras cómicas de El llanero solitario, oír a los Beatles, jugar al ajedrez y muestra interés por una niña llamada Muriel que aparentemente nunca se da cuenta de que él la está mirando; tampoco es capaz de percibir la simpatía que le profesa Susanita o cuando se da cuenta de ella la rechaza abiertamente.

Vive en el mismo edificio que Mafalda y su familia (Felipe en el 5º, Mafalda en el 2º).  Quino se inspiró en Jorge Timossi, un amigo de él, de quien Quino hizo heredar a Felipe dos graciosos dientes de conejito.
  • Manolito:
Manuel (Manolito) Goreiro es un amigo de Mafalda y los otros niños.  Es hijo de un comerciante de barrio (de origen español) que es el propietario del Almacén Don Manolo.

Representa las ideas capitalistas y conservadoras dentro de la historieta, además de ser la caricaturización del inmigrante gallego, a quien los locales ven como brutos y bastante cuadrados.  Aunque es ambicioso y materialista, en el fondo es un niño bueno con un gran corazón y una clara necesidad de afecto. 

Además de acudir a la escuela, cuestión para él secundaria, ayuda a la venta y distribución de mercancías en el almacén de su padre y le interesa estar al tanto de todas las operaciones de entrada y salida de dinero que en él se generen. 

Es el más ignorante del grupo, sin embargo, de los más divertidos de la historieta, caracterizado según la idea de "gallego" de los chistes, con personajes simples y tontos aunque siempre con los pies en la tierra.  Tiene una ausencia completa de imaginación que lo hace contrastar con Felipe (excepto para soñar en todo el dinero que ganará cuando sea grande); sin embargo, es capaz de ver cualquier oportunidad financiera y de negocios que se le presente, al grado de venderles a sus amigos dulces a crédito con intereses que anota en su libretita u oler una moneda tirada a distancia, si es del caso.

Físicamente, lleva el pelo cortado a cepillo y tiene la cabeza más cuadrada que los demás. Salvo por el vello facial, es idéntico a su padre y a su hermano mayor; éste aparece en la tira una sola vez cuando lo licencian del servicio militar y trabaja en el almacén de su padre; después Manolito cuenta que emigró a Estados Unidos. Una de sus características que más llama a atención es que a este personaje le agradaba la inflación que azotaba al país en aquella época para subir los precios de su almacén. A diferencia del resto de los personajes, a Manolito le gusta la sopa, odia a los Beatles y toda la moda de los años sesenta tanto como a la competencia del Almacén Don Manolo (los otros almacenes). Su mayor sueño es tener una cadena de supermercados (Manolo's) y hacer fundir a los propios Rockefeller. 
  • Susanita:
Aparece por primera vez el 6 de junio de 1965.

Según el libro “Viva Mafalda”, se llama Susana Beatriz, aunque en una tira aparece como Susana Clotilde Chirusi y en “Mafalda Inédita” aparece como Susana Beatriz Chirusi.  Es amiga de Mafalda y ambas fueron las únicas féminas del grupo hasta la llegada de Libertad.

Es el personaje de mayor expresión de la serie: parlanchina, pendenciera, chismosa, egoísta y crítica de lo que sea distinto a ella (nada de lo que pasa en su vecindario ocurre sin que ella se entere).  Es, además, discriminativa y en ocasiones altanera.  Su presencia llega en ocasiones a ser agobiante para el resto del grupo al grado de enfermar a los demás, aunque ella no lo percibe. 

Como dice un autor, como personaje Susanita representa, junto a Manolito, la parte de la naturaleza humana que menos queremos admitir en nosotros mismos.  Se lleva mal con Mafalda.  A pesar de ello tiene su corazoncito, aunque no lo muestre con frecuencia.

Preocupada por la imagen y la moda más que el resto del grupo, su máxima aspiración es ser madre de la clase acomodada, tener muchos hijos y reunirse a jugar al bridge con sus amigas para presumir de su marido, asumiendo el rol clásicamente asociado a la mujer doméstica de cierta clase social.  Como ella dice en clase, el futuro perfecto del verbo “amar” es “hijitos”, lo que contrasta fuertemente con la actitud de Mafalda, quien defiende de muchos modos la liberación de la mujer y la igualdad entre los sexos.

Físicamente, Susanita es rubia y tiene bucles (tirabuzones), lo que le da un aspecto similar al de su madre. Es racista, despectiva de los pobres y admiradora de la oligarquía. El simple hecho de pensar en Manolito la enferma, por lo bruto que es.

Sus pasatiempos favoritos son jugar de casita con Mafalda y representar situaciones propias de los mayores, así como pelearse con Manolito cada dos por tres, como dijo Mafalda en su segunda historieta, aunque muestra cierto interés romántico en Felipe (el cual no le corresponde).
  • Miguelito:
Aparece por primera vez en el verano de 1966.

Miguel (Miguelito) Pitti es un amigo de Mafalda, más pequeño e inocente que el resto de la pandilla, y también más egocéntrico.  Enérgico, histérico, depresivo y contundente, es más soñador que Felipe y tiene un carácter filosófico más profundo que el de la propia Mafalda, haciéndose preguntas más complejas sobre aspectos alejados de la realidad.

Su pelo recuerda a las hojas de una lechuga y siempre viste un peto con tiradores.  Presenta una complejidad emocional y una personalidad más elaborada que el resto.  No tiene término medio.  Su inocencia le permite reflexionar acerca de todo, desde las cuestiones de menor sentido o importancia a las más alambicadas (por ejemplo, un día dice: ¿Cómo se las ingeniará el tiempo para doblar las esquinas de los relojes cuadrados?)  Quino cuenta que como Miguelito– él también es propenso a “hacerse preguntas que no sirven para nada”.

Es hijo único y sus discusiones con su madre siempre están presentes en las historietas. Es algo egoísta y un enfervorecido defensor de Benito Mussolini, pues así se lo ha inculcado su abuelo.  Estas características le hacen ser directo y sincero con las personas, pudiendo llegar a parecer cruel en algunos momentos pero aceptando con humildad y sin acritud las críticas recibidas.

Detesta tener la edad que tiene y pasar desapercibido, pues se siente el justo centro del mundo, sin que haya quien le haga pensar lo contrario.  Tal vez por ello, resiente ser regañado por su madre, quien es una fanática del orden y la limpieza y, por ello, resulta un poco “anti-niños”. 
  • Guille:
Aparece por primera vez el 2 de junio de 1968.

Es el hermano pequeño de Mafalda y el único personaje que crece físicamente a lo largo de la tira.  A pesar de su inocencia, puede hacer gala de mal carácter, como cuando insultó a un chofer imprudente, para enorme congoja de su padre, o incluso de deseo, como cuando admitió que le gustaba Brigitte Bardot.  Protagoniza de continuo las típicas travesuras y desperfectos domésticos de los niños de primera infancia, situaciones que divierten en grado sumo a los lectores de la tira.

Cuando apareció en escena Susanita no podía disimular la envidia que tenía de Mafalda y no sabía cómo era posible que sus padres se hubieran dejado ganar por los de Mafalda con u hermanito. 

Guille representa el enfrentamiento generacional, ya no entre padres e hijos, sino entre generaciones separadas de hermanos, aunque sea por unos poquitos años.  Guille llegó con su ingenuidad a hacer a Mafalda algunas de las preguntas que ésta había hecho antes a sus padres, solo que desde la óptica de dos niños que conversan seriamente sobre esos temas.

En general, no obstante los temas, Guille se caracteriza por hablar con un lenguaje infantil (por ejemplo, en una tira Mafalda trata de corregirlo para que diga «tortuga» y no «todtuga»).  Como su hermana, tiende a ser algo irreverente, pero en otro sentido (llama a sus padres “los viejos”); también le llama al cuarto de sus padres la “sección de usados” y, aunque gusta de la sopa, odia la mortadela. 

Usa chupeta, excepto en las últimas tiras.  La madre estaba embarazada de él cuando se produjo el golpe de estado en Argentina del general Juan Carlos Onganía en 1966.  El periódico donde se publicaba la tira (El Mundo) cerró antes de que naciera, y no hay descripciones sobre las incidencias del parto.
  • Libertad:
Aparece por primera vez el 15 de febrero de 1970.

En una interesante metáfora entre el nombre de este personaje y el dibujo que la representa, ya que es menuda y de muy poca estatura, al punto que incluso Guille es más alto que ella.  Sin embargo, peso a su poco peso corporal, es la menos niña de todos y su personalidad es cuando menos incendiaria, ya que proyecta sus ideas políticas en contra del sistema establecido de manera abierta y sin contemplaciones.

Es la única del grupo que compite en liberalidad con Mafalda, en contraste con los más conservadores Manolito y Susanita y los mucho más livianos Felipe y Miguelito.  Aspira a que el pueblo tome conciencia de la situación de su país, se levante en una revolución social y cambie las estructuras del país.

La han llamado una especie de “Mafalda en frasco chico”, pero su beligerancia de izquierda no admite comparación real.  Como los ideólogos de ese cariz, se pone nerviosa ante la gente complicada, que no ven su realidad.

Su madre es traductora de francés y su padre es socialista y trabaja en un “puestucho de morondanga”, como ella misma lo describe.  Libertad aspira a ser traductora de francés al igual que su madre, pero, a decir verdad, sus ideales parecen mucho más altos.  Es el personaje con quien Mafalda más conversa en materia de política y sociedad.  Se hacen amigas rápidamente y, pese a que Mafalda es más realista y Libertad más idealista (¡!), no suelen tener discusiones, contrario a lo que sucede con Mafalda y Susanita.

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El impacto de estos personajes ha sido revelador.  En 1976, Quino utilizó a Mafalda y sus amigos para diseñar por encargo un afiche que ilustra los principios de la Declaración de los Derechos del Niño.  Pocas cosas, probablemente, más apropiadas que este motivo.

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Aunque el video que se presentará no es de calidad óptima, su realización es suficiente para meternos de lleno en el mundo de Mafalda: un mundo muy nuestro, según lo indicado.

Los esperamos.

Saludos,

Carlos.