EL CAMINO DE LA VIDA

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EL CAMINO DE LA VIDA. - Every day you may make progress. Every step may be fruitful. Yet there will stretch out before you an ever-lengthening, ever-ascending, ever-improving path. You know you will never get to the end of the journey. But this, so far from discouraging, only adds to the joy and glory of the climb. - Sir Winston Churchill.

jueves, 27 de enero de 2011

Almuerzo cultural: Dmítri Shostakóvich vs. Josef Stalin - las "sinfonías de la guerra"

Estimados amigos,

Uno de los mas grandes compositores del siglo XX, Dmitri Dmítrievich Shostakóvich (en ruso Дмитрий Дмитриевич Шостакович) nació en San Petersburgo el 25 de septiembre de 1906 y murió en Moscú el 9 de agosto de 1975).

Obra artística.

Su estilo fue híbrido, influenciado por dos gigantes de su época: Serguéi Prokófiev (1891-1953) e Igor Stravinsky (1882-1971), a lo que debemos sumar importantes reminiscencias de Modest Mussorgsky (1839-1881), Gustav Mahler (1860-1911) y de su ídolo, Ludwig van Beethoven (1770-1827).  Igualmente, admiró a Johann Sebastian Bach (1685-1750) en cuanto al uso de fugas y contrapunto, y a Alban Berg (1885-1935) respecto al uso de códigos musicales y citas cifradas en un medio atonal.

Como explica un autor, Shostakóvich integró todas esas influencias creando un estilo muy personal, que incluyó muy claramente contrastes agudos y elementos grotescos, con un componente rítmico muy destacado. 

Las composiciones de Shostakóvich son tonales dentro de la tradición romántica que lo precedió, pero acompañadas por elementos de atonalidad, politonalidad y cromatismo.  En algunas composiciones tardías (por ejemplo, en el Cuarteto para cuerdas No. 12) Shostakóvich utilizó series dodecafónicas, en el mejor estilo de Arnold Schönberg (1874-1851) y Alban Berg.

Su obra comprende un ciclo muy importante de quince sinfonías para orquesta y otro de seis conciertos para diversos instrumentos y orquesta.  Compuso además música de cámara que incluye quince cuartetos para cuerdas de gran importancia, así como varias óperas y ballets y, en consonancia con el arte cinematográfico que desarrollaba en su tiempo, música escrita para varias películas, algunas de ellas de carácter propagandístico propiciadas –o quizá sea mejor decir impuestas– por el gobierno de su país.

Música y política.

A lo largo de su vida, especialmente en los años de su mayor producción artística, Shostakóvich tuvo graves problemas de entendimiento con la dirigencia soviética.  Las tensas relaciones del compositor con la cúpula estalinista, y con el propio premier soviético, Josef Stalin (1878-1953), marcaron de manera decisiva el desarrollo de su carrera, que pasó durante esos años, de ser auspiciosa y prometedora a convertirse en conflictiva, en opinión del Kremlin.  En efecto, el Partido Comunista denunció públicamente su música en varias ocasiones, entre 1936 y 1948, lo que redundó en que ésta fuera prohibida en la U.R.S.S. durante algunos de esos años y que el compositor pasara a una situación práctica de incertidumbre y ostracismo.  Un comentarista lo pone en perspectiva:

Pocos temas han vertido tantos ríos de tinta como la relación de Shostakóvich con Stalin y los sucesos de 1936.  Lo anecdótico de la situación y lo maravilloso de las circunstancias cobran dimensión histórica porque vienen a ser un reflejo de la situación de las artes en Rusia y de su ambigua relación con el poder.

De Shostakóvich se ha dicho que su actitud frente al gobierno estalinista y el Estado soviético fue ambigua y ello ha sido tema de agrias polémicas políticas y musicales.  En general, la discusión a girado en torno a si Shostakóvich actuó o no como una especie de disidente clandestino frente a la URSS.  De hecho, no obstante la animadversión del dictador y el terror que inspiraba con todo merecimiento entre su pueblo, hubo también momentos en esos años en los que no tuvo más remedio que premiar a Shostakóvich por la innegable calidad de sus obras.  La producción del artista fue admirada tanto en círculos privados como dentro del Estado (siempre que las circunstancias no hicieran a Stalin indicar lo contrario), al grado de que –al igual que Prokófiev– Shostakóvich llegó a recibir en alguna ocasión el llamado Premio Stalin. 

Sin duda, la personalidad del artista contribuyó a esta polémica:

Shostakóvich era de varias formas un hombre obsesivo: de acuerdo con su hija, él estaba “obsesionado con la limpieza”; sincronizaba los relojes en su apartamento; regularmente se enviaba cartas a sí mismo para probar cómo estaba funcionando el servicio postal.  [Hay constantes] referencias a su nerviosismo. (…) Su cara era una bolsa de tics y gestos.

Shostakóvich era tímido por naturaleza: (…)  era incapaz de decir “no” a cualquier persona. Esto significaba que era fácilmente persuasible para firmar comunicados oficiales, incluyendo una denuncia pública de Andréi Sákharov (1921-1989) en 1973.

Parece claro que el miedo que la figura de Stalin causaba hizo que Shostakóvich nunca osara rebelarse contra el régimen o abandonara su país de manera abierta, como sí fue el caso de muchos artistas y científicos notables de su tiempo.  De hecho, el músico fue incluso miembro del Partido Comunista y hasta del Soviet Supremo, aunque ello probablemente ocurriera por presión de los mandos del país. 

La respuesta de Shostakóvich a las críticas oficiales es discutible.  Está claro que en apariencia era parte del Estado soviético.  Pronunció discursos (o los leyó al menos) y firmó artículos que expresaban la línea de pensamiento del gobierno.  También es generalmente aceptado que le disgustaba el régimen, punto de vista confirmado por su familia, sus cartas a Isaak Glikman y la cantata satírica “Rayok”, que ridiculiza la campaña antiformalista y que se mantuvo oculta incluso después de su muerte.

Lo que es incierto es hasta qué punto Shostakóvich trataba de mostrar su oposición al régimen a través de su otra música.

Y, sin embargo, parece claro que el músico despreciaba a Stalin por sus excesos y, especialmente, por la forma en que coartaba y manipulaba la expresión artística.  En alguna ocasión declaró:

La música ilumina a persona y la provee de su última esperanza; incluso Stalin –un carnicero– sabía eso, y es por ello que él odiaba la música

Dado que la tensión entre Stalin y Shostakóvich ocurrió en la época en la que el músico compuso algunas de sus más importantes sinfonías, resulta interesante entonces analizar este caso en una sesión de nuestro almuerzo cultural, sobre todo para entender la profunda relación que existe entre arte y política (especialmente en el marco de un régimen totalitario), y para determinar cuáles son los efectos que tiene sobre la expresión del arte la intromisión del Estado, específicamente cuando por ello resulta imposible demarcar adecuadamente los respectivos campos de acción de estas dos actividades, en lo que concierne al trabajo de los artistas y al impacto sobre sus vidas.

Comienzos promisorios.

Alumno estrella desde la niñez del Conservatorio de la entonces ciudad de Leningrado (actualmente San Petersburgo), Dmítri Shostakóvich se había anotado un triunfo importante con su primera sinfonía, compuesta entre 1924 y 1925, cuando apenas contaba con 19 años.  Durante esa misma década de los años veinte, compuso otras dos sinfonías (su Segunda sinfonía, conocida como “A octubre”, de 1927, y su tercera sinfonía, llamada “Día de mayo”, de 1929) y muchos otros trabajos, todos con buen suceso.  

En virtud del nuevo régimen imperante y del impulso que el Estado daba a la producción artística para justificar los logros de la revolución comunista, estos fueron años de alegría para Shostakovich, que se sentía optimista por el clima de renovación, especialmente cultural, que se respiraba en esos primeros años de la Rusia soviética, luego de la crisis sufrida por el zarismo y las penurias del pueblo ruso durante la Primera Guerra Mundial.

Conflictos con Stalin.

La década de los treinta, sin embargo, marcó un giro crucial en la carrera de Shostakóvich, cuyo panorama cambió de manera drástica y definitiva.  Para ese entonces, la revolución cultural de 1928-1931 había comenzado a pasar su factura al medio artístico, con regulaciones cada vez más ortodoxas sobre la expresión cultural, y el carácter opresivo del régimen estalinista se puso en franca evidencia.  La angustia comenzó a permear en los artistas y, en ese contexto, la obra del músico cobró un carácter más incisivo, que se pone especialmente de manifiesto en su ópera Lady Macbeth de Mtsensk (también conocida como Katerina Izmailova), compuesta entre 1930 y 1932 y basada en el cuento de Nikolái Leskov (1831-1895), sobre una mujer que asesina a su marido abusivo.  Shostakóvich aprovechó la defensa de lo femenino que promueve la obra para destacar, mediante la música, las hondas connotaciones de resistencia civil que tiene el cuento de Leskov.

Lady Macbeth se estrenó a principios de 1934, con un éxito abrumador, y fue puesta en escena más de 180 veces en los meses siguientes.  Sin embargo, a principios de 1936 ocurrió el desastre.  El 26 de enero de ese año –probablemente influenciado por algunos de sus allegados– el mismo Stalin decidió ir al Teatro Bolshoi a ver la obra, en compañía de otros altos funcionarios del Partido.  A mitad de la presentación, el líder y su comitiva abandonaron la función visiblemente molestos.  Dos días después, un editorial del periódico oficial  Pravda publicó una crítica demoledora a Lady Macbeth, llamándola "caos en lugar de música" y acusando a Shostakóvich de “esnobismo antipopular”, “pornofonía” y del mayor de los delitos culturales de entonces: el "formalismo". 

Conforme el terror estalinista de los treinta iba en escalada en la Unión Soviética, esta crítica podía interpretarse como una verdadera condena, que tenía ribetes de amenaza no sólo a la carrera profesional del músico, sino a su propia vida.

Las representaciones de la ópera, que estaban teniendo lugar simultáneamente en varios teatros, fueron suspendidas y el compositor vio desplomarse sus ingresos y su prestigio, en un contexto en el que la represión política estaba haciendo estragos. Era la época de las grandes purgas, en las que amigos y conocidos del compositor fueron enviados a prisión o ejecutados. Su único consuelo en este periodo fue el nacimiento de su hija Galina en 1936; su hijo Máxim nació dos años después.

Es en este ambiente en el que se gestan las llamadas “sinfonías de la guerra” del compositor, que serán objeto de nuestro almuerzo cultural.  Como han hecho notar muchos analistas, hay una notable diferencia entre sus obras anteriores a las críticas de 1936 y los trabajos posteriores, más conservadores.

Sinfonías de la guerra.

Todavía en 1936, Shostakóvich trataba de recuperarse del golpe infligido por el gobierno soviético a su Lady Macbeth.  El compositor preparaba el estreno de su Sinfonía No. 4 (compuesta en 1935); sin embargo, al igual que Lady Macbeth, esta obra trágica y tumultuosa refleja una creciente sensación de temor y ansiedad; en consecuencia, con el fin de protegerse, el compositor decidió retirar la sinfonía, cancelar su estreno y mantenerla guardada a la espera de mejores tiempos, lo cual ocurrió sólo veinticinco años más tarde, en 1961, luego de la muerte de Stalin.  En efecto, ya en los ensayos de la obra, ésta fue tachada de “demasiado pesimista”, lo que hacía prever una nueva amonestación pública del régimen, con resultados potencialmente desastrosos para Shostakóvich (incluyendo la posibilidad de acabar en algún remoto gulag, como tantos otros “enemigos del pueblo”). 

La sinfonía, una de las más trágicas de Shostakóvich, podría haber caído como una bomba en el clima de terror que las autoridades soviéticas pretendían encubrir con obras de arte brillantes y optimistas. La obra, que exige una enorme orquesta, no fue estrenada hasta 1961 y, lamentablemente, hasta hoy sigue siendo una de las sinfonías menos conocidas de Shostakóvich.

Según el comentarista Laurel Fay, el compositor la escuchó interpretada una vez y dijo emocionado que era lo mejor que había escrito en toda su vida, pese a que su mensaje es oscuro y descorazonador.  En efecto, la sinfonía termina en un pedal larguísimo que desaparece en la nada, lo cual –a juicio de los críticos y público en general– da lugar a una sensación de inseguridad y desazón en el oyente, tras lo que fue un desarrollo violento de melodías rítmicas a todo lo largo de la obra.  La sinfonía es conmovedora y –no obstante los deseos de Stalin– evidentemente responde al ambiente de desazón y angustia prevalecientes en la época.

Tras el retiro de la Cuarta sinfonía, y a fin de acomodarse a la situación, el músico decidió dejar pasar algún tiempo y enfocarse entonces en trabajar en otras composiciones, incluyendo su Sinfonía No. 5, de un carácter más tranquilo, que afortunadamente fue bien recibido, dando lugar a una ovación de treinta minutos luego de su estreno en 1937.  Esta sinfonía es más bien conservadora y su final puede incluso calificarse como optimista o alegre, aunque algunos han interpretado esa alegría como forzada o irónica.

Los círculos oficiales soviéticos se expresaron entusiastamente sobre la Quinta, a la que señalaron como el producto que realmente esperaban del camarada Shostakóvich e incluso la describieron formalmente como “la respuesta de un artista soviético a la crítica justificada”.  Eran vísperas de una guerra inminente y se acababa de firmar el vergonzoso pacto de no agresión conocido como Pacto von Ribbentrop-Molotov, entre el régimen de Hitler y el de Stalin, y el Gobierno soviético estaba interesado en propagar una imagen de poder y optimismo entre los habitantes.

Aunque recibió críticas atroces en Occidente, la sinfonía No. 5 sigue siendo una de las sinfonías más populares del siglo XX.  Fue en esa época cuando Shostakóvich comenzó a escribir cuartetos para cuerdas. Sus trabajos de cámara le permitieron experimentar y expresar ideas que hubieran sido inaceptables en sus piezas sinfónicas más populares.

La guerra.

Cuando Alemania atacó a traición a la U.R.S.S. en 1941 y las tropas nazis invadieron Rusia, Shostakóvich vivía y enseñaba en Leningrado, ciudad en la que permaneció durante las primeras semanas del asedio nazi, que se extendió de septiembre de 1941 a enero de 1944, para constituirse en el sitio más largo y sangriento de la historia reciente.  Allí comenzó Shostakóvich la composición de su Séptima sinfonía, conocida como Leningrado, en homenaje a la labor de resistencia de la ciudad.  En octubre de 1941, el compositor y su familia fueron evacuados hacia Kúybishev (ahora Samara), donde terminó su trabajo, que fue adoptado como símbolo de la resistencia rusa tanto en la U.R.S.S. como en Occidente.

Es conocida la anécdota de cómo, en medio de los ataques alemanes, la Orquesta de la Radio de Leningrado recibió la partitura y tocó la Séptima sinfonía en la ciudad devastada por los ataques, como gesto del desafío contra el poderío nazi, a pesar de que casi la mitad de los músicos de la orquesta había muerto para entonces, como resultado del sitio de la ciudad.  El 9 de agosto de 1942, un auditorio hambriento y andrajoso –algunos de los presentes portando armas y caretas antigás– estuvo en la interpretación.  Como ofrenda silenciosa a los caídos, los instrumentos de los músicos muertos fueron colocados en sus sillas vacías, mientras los sobrevivientes ejecutaron la obra con toda la expresividad que dictaban las circunstancias, en lo que posiblemente haya sido uno de los conciertos más memorables e inspiradores de la historia.

En la primavera de 1943 toda la familia se trasladó a Moscú.  De esa época es la Octava Sinfonía: un trabajo extenso y oscuro que no fue aprobado por las autoridades, pese a la gran calidad que se le reconoce actualmente a la obra.  La sinfonía fue compuesta cuando el Ejército Rojo estaba a punto de derrotar a Alemania; sin embargo, el carácter ambiguo de la sinfonía, en la que predomina una mirada introspectiva y a menudo trágica del mundo, fue mal recibido por el Kremlin.  En la Octava, Shostakóvich dio rienda libre a su rabia y dolor.  La obra es una fuerte acusación sobre las iniquidades del siglo XX, donde quiera que éstas hubieran sido cometidas.


La Novena Sinfonía (compuesta en 1945) produjo nuevas tensiones entre el músico y las autoridades.  Stalin quería oír una música apropiada para los aires de victoria que por entonces llenaban a la U.R.S.S., ante el repliegue manifiesto de los nazis hacia el oeste y las invasiones al continente por otros frentes, por parte de las tropas americanas.  Sin embargo, las expectativas de Stalin se vieron frustradas por el compositor con una extraña sinfonía, que contiene evidentes alusiones a Gioacchino Rossini (1792-1868), un compositor italiano que se caracterizó por música alegre y liviana, poco afecta a lo marcial, así como melodías más bien propias del circo, en lugar de una campaña militar.

(…) la Novena Sinfonía de Shostakóvich parece ser interpretable en clave de burla, no sabemos si de la muerte [como fenómeno provocado por la guerra], de los políticos del Kremlin, de la comunidad mundial de compositores o quizá de todos ellos.  Pero [dada su actual popularidad] esa burla parece ser muy del gusto del público actual.

Se dice que –como el célebre Esopo (c. 600 a.C.) de las fábulas griegas– Shostakóvich veía a Stalin como una rana que se había inflado a sí misma hasta alcanzar el tamaño de un buey; por lo tanto, escogió desinflar el ego del dictador mediante la composición de una obra que, en lugar de servir como oda al triunfo militar del líder, se presentara como obra cómica, llena de gracias, melodías clásicas y solos de piccolo que teían de ironía lo sucedido.  Como alguna vez declaró un autor, Shostakóvich astutamente le hacía la “mala seña” a Stalin sin sacarse las manos de sus bolsas.

La reacción de Stalin llegó inexorable.  Ya al inicio de la posguerra, eEl 10 de febrero de 1948, se dictó el llamado decreto Zhdánov, que marcó el comienzo de una campaña de críticas y descalificaciones contra muchos compositores soviéticos, entre ellos Vano Muradeli, Dmitri Shostakóvich, Serguéi Prokófiev y Aram Jachaturián.l 10 de febrero de 1948, se dictó el llamado Decreto Zhdánov, que marcó el comienzo de una nueva campaña de críticas y descalificaciones de las autoridades soviéticas contra muchos compositores soviéticos, incluyendo algunos muy distinguidos como Serguéi Prokófiev, Aram Khachaturián (1903-1978) y, por supuesto, Dmítri Shostakóvich.  El crimen alegado fue, como de costumbre, el “revisionismo musical” y las "desviaciones formalistas"; es decir, un tratamiento potencialmente peligroso de los motivos musicales que atentaba contra el régimen comunista.  Como resultado, las composiciones de Shostakóvich fueron nuevamente prohibidas y fueron retirados aquellos privilegios de los que gozaba la familia del compositor. 

En una entrevista posterior, su hijo Máxim relató que la gente llegaba a apedrear la casa de su padre, azuzados por las autoridades, porque Stalin lo llamaba "enemigo del pueblo":

Había un árbol frente a la ventana del estudio de mi padre, y yo me subía a ese árbol para defender, con mi resortera, a mi padre de la gente que iba a tirar piedras [...]  Μi padre hubiera vivido muchos años [...] Stalin mató a Dmitri Shostakóvich.

Muerte de Stalin y reivindicación de Shostakóvich.

Luego de la condena de 1948, Shostakóvich tuvo que componer trabajos oficiales para congraciarse con el régimen y asegurar la manutención y salud y protección de su familia.  Escribió, además, otros trabajos más de su gusto personal, los cuales mantuvo prudentemente a salvo en su escritorio, lejos de momento de las editoriales y la atención de los políticos. 

Para 1949, las restricciones habían sido, poco a poco, suavizadas y Shostakóvich pudo formar parte de una delegación cultural soviética a los Estados Unidos.  Ese mismo año, escribió una cantata llamada Canción de los Bosques, en la cual elogiaba a Stalin como el “Gran Jardinero” de su país, evidentemente con el fin de mejorar su relación con el régimen y asegurar su supervivencia personal.

A la muerte de Stalin en 1953 siguió un período de mayor tranquilidad.  Compuso su Décima sinfonía y otras composiciones que gozan de fama internacional.  Su situación personal mejoró sensiblemente y para 1958, el Partido Comunista finalmente aceptó revisar su determinación de 1948 y levantó las prohibiciones existentes a las composiciones condenadas mediante el Decreto Zhdánov.

Es evidente que Shostakóvich fue un arma de doble filo para Stalin.  Por un lado, sus obras contribuían a difundir el desarrollo cultural soviético.  Sus sinfonías eran esperadas con ansiedad y estrenadas rápidamente en Occidente; pero, por el otro, su popularidad y oposición al sistema (oposición normalmente indirecta y sarcástica, difícil de comprender para Stalin) provocaba paranoia en el Kremlin, que constantemente buscaba claves secretas y códigos cifrados en la escritura del músico.  

El documental que veremos ilustra la resistencia encubierta y paciente de Shostakóvich contra Stalin durante el período en que vieron la luz las llamadas Sinfonías de la guerra.  Shostakóvich es presentado como una voz representativa del espíritu ruso de esa época, capaz de vivir bajo el gobierno sangriento de ese dictador, cooperando en ocasiones con el régimen para sobrevivir, sin renunciar por ello a su espíritu creador, que le permitió componer algunas de las páginas musicales más importante de su tiempo.

El programa cuenta con  la participación del director ruso Váleri Gergiev, nacido en 1953, quien está a cargo de la dirección de los extractos musicales y narra algunos de los hechos de este enfrentamiento entre arte y política, y las múltiples circunstancias que de ello derivan.  Veremos a Shostakóvich como artista y también como ser humano, enfrentando dilemas morales y artísticos que evidentemente fueron fuente de dolor y mucho conflicto.

El objetivo del programa es presentar cómo el compositor hizo uso de seis de sus sinfonías –de la Cuarta a la Novena– para expresar, en forma inteligente y mordaz, su descontento con el régimen, su sentido personal y estético del ahogamiento que vive un artista en un Estado totalitario, y su solidaridad con los millones de hombres y mujeres de su país que murieron o sufrieron bajo la represión del dictador.  En palabras del propio Shostakóvich, esas seis sinfonías son las “lozas sepulcrales” que él pudo ofrendar a las víctimas de Stalin.

Todo fascismo me es repugnante, no sólo el alemán.  Hitler es un criminal, eso está claro, pero también lo es Stalin.  He llamado a mi séptima sinfonía la “Sinfonía de Leningrado”.  Pero esa obra no es sólo sobre la Leningrado que sufriera el sitio de los nazis, sino también sobre la Leningrado que Stalin ha estado destruyendo sistemáticamente y cuya destrucción Hitler simplemente trató de completar.

En resumen, estamos ante el conflicto vivido entre dos figuras emblemáticas de la Unión Soviética de la primera mitad del siglo XX: Shostakóvich (el arte) y Stalin (el poder político).  Una lucha difícil y dispareja en la que, sin embargo, terminó por imponerse aquél que optó por el arte frente a la fuerza bruta.  Los medios para lograrlo dependieron de la paciencia, la inteligencia, la inspiración y el tesón del artista.  Fue una lucha larga y agotadora, pero valiosa porque demuestra que el espíritu del hombre es indomable y que la dignidad no puede ser borrada, no obstante cuánta violencia se aplique sobre las personas.  Como dice un crítico:

Hace hace mucho pienso que el arte, para ser bueno, no tiene necesariamente que expresar más que aquello que realmente es.  Esto es, que su mensaje es él mismo, más allá de las posiciones políticas, religiosas o sociales.  (…)  Que primero es el arte y luego el mensaje.  Pero si se logra tener mensaje, sin perder un ápice de calidad artística… ¡Chapeau!  Es precisamente el caso de Shostakóvich.  Un compositor al que le tocó vivir tiempos oscuros y que, con su música, logró crear una pequeña luz de esperanza, alivio y comprensión en aquellos que supieron escucharlo.  Un humanista que retrató la condición humana con sonidos y silencios.

Quedan invitados.

Saludos,

Carlos.

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