EL CAMINO DE LA VIDA

EL CAMINO DE LA VIDA
EL CAMINO DE LA VIDA. - Every day you may make progress. Every step may be fruitful. Yet there will stretch out before you an ever-lengthening, ever-ascending, ever-improving path. You know you will never get to the end of the journey. But this, so far from discouraging, only adds to the joy and glory of the climb. - Sir Winston Churchill.

jueves, 24 de febrero de 2011

Almuerzo cultural: Giotto y Leonardo.

Queridos amigos,

Durante las últimas tres semanas hemos recorrido la historia de la familia Médicis de principio a fin.  En la sesión de hoy culminaremos ese periplo y nos quedará algo de espacio libre que lo dedicaremos a dos artistas del Renacimiento italiano que nos ayudan a complementar el estudio realizado, así como a ilustrar bien el espíritu de la época.

Los dos artistas escogidos son Giotto di Bondone, que marca la transición de la Edad Media al Renacimiento (lo mismo que sucede con Dante Alighieri en la literatura italiana), y Leonardo Da Vinci, el gran genio de la época de los Médicis, que se encargó de propagar el genio cultural surgido en la pequeña Florencia por diversos puntos de Italia y quien acabó en Francia, país que tomaría la antorcha de la cultura europea a partir de ese momento.

Giotto.

Giotto di Bondone (1267-1337) fue el primer gran artista del Renacimiento italiano.  Rompió con los esquemas medievales que entonces se aplicaban al arte, muchos de origen bizantino, y se basó en la observación de la naturaleza y en la narrativa de sucesos para infundir nueva vida a la representación artística del mundo.  

Si bien se limitó fundamentalmente a pintar temas religiosos, fue capaz de dotarlos de una apariencia terrenal, llena de sangre y fuerza vital.

De orígenes campesinos, fue al principio pastor y se cree que, aún niño, se convirtió en discípulo del pintor florentino Cimabue (1240-1302), que era el artista más importante de su tiempo.  

El historiador del arte florentino, Giorgio Vasari (1511-1574) cuenta que Giotto fue un joven muy bromista.  En una ocasión, pintó una mosca en un rostro pintado por su maestro.  Lo hizo con tal habilidad, que Cimabue trató de espantarla con la mano antes de percatarse de que estaba pintada.

En 1334, la ciudad de Florencia le nombró magister et gubernator ("maestro y gobernador") de la Obra de Santa Reparata, que estaba a cargo de las obras de construcción de la catedral de la ciudad, mejor conocida como el Duomo.  En esta condición,  diseñó el famoso campanile ("campanario") del Duomo que, sin embargo, no pudo ver terminado.

Fue amigo de papas y nobles, sin que por ello perdiera su raíz popular.  Se dice que fue incluso amigo del gran Dante Alighieri (1265-13321), autor de La divina comedia, quien en uno de sus pasajes dice que Giotto fue incluso superior a Cimabue.  Aparece también en El Decamerón , la inolvidable obra de Giovanni Bocaccio (1313-1375).  A su muerte, Giotto era una figura reconocida en toda Italia y especialmente reverenciada en Florencia.

(…) el reconocimiento de que gozaba era tan grande que fue enterrado con honores de noble y dignatario político, algo impensable para un artista, a los que en aquel tiempo se consideraba meros artesanos.

Las obras de Giotto.

El arte de Giotto fue ante todo innovador y está en la base misma del Renacimiento.  Con él se pasó de la rigidez plana del arte bizantino de la Baja Edad Media, que se encontraba dominado por la religiosidad, al realismo humanista del Renacimiento, más libre y desenfadado.  Es por ello que se dice de él que Giotto tradujo el arte de la pintura del griego al latín.

Giotto adoptó el lenguaje visual de la escultura al dar a sus figuras pictóricas volumen y peso en el espacio.  Es cuestión de comparar los retratos de la Virgen María de Giotto y la de su maestro Cimabue para darnos cuenta del cambio cualitativo que su arte trajo a Occidente.  En efecto, La Madonna de Ognissanti (conocida como la “Virgen entronizada”), que actualmente se custodia en la Galleria degli Uffizi de Florencia, es una obra de una enorme grandeza y humanidad, alejada del estatismo prevaleciente en la pintura del Medioevo.

Con sus composiciones de profunda emotividad, Giotto es el gran iniciador del espacio tridimensional en la pintura europea, tratando con un nuevo espíritu los temas religiosos que dominaron el arte medieval.  Su estilo se caracteriza por una frescura y una vida inesperadas, por lo que los críticos hablan de la emoción humana y una carga de todo lo que es importante para el ser humano como las más claras peculiaridades de sus trabajos.

Entre sus obras más importantes tenemos los frescos de la Capilla de la familia Scrovegni, en Padua, que datan de la primera década del siglo XIV y que representan diversas escenas de las vidas de la Virgen María y Jesús, así como el Juicio Final. 

Las figuras de la secuencia narrativa principal están hechas a media escala, pero el concepto de Giotto es tan grandioso y potente que, en la reproducción de un libro, por ejemplo, parecen de tamaño natural.  Presentan un sentido tridimensional y una presencia física completamente desconocidas en la época en que fueron realizadas, evidenciando la capacidad del artista para retratar un sentimiento de "peso moral" más que el esplendor religioso o divino.

Otro ciclo de frescos, anterior a los de Padua, se encuentra en Asís y está dedicado a ilustrar la vida y milagros de san Francisco.  Sin embargo, existen ciertas diferencias técnicas y estilísticas entre estos frescos y los de la Capilla de los Scrovegni que son fuente de constante polémica entre los entendidos.

La estrella del florentino no declinó sino hasta el gran auge del gótico, pero, aún pasado éste, siguió influyendo e inspirando la obra de otros formidables artistas como Masaccio y Miguel Ángel.

Leonardo da Vinci.

Así como Giotto fue una de las chispas que dio lugar al Renacimiento italiano, Leonardo da Vinci (1452-1519) fue una de sus más grandiosas llamaradas.

Es generalizada la creencia de que Leonardo es una de las mentes más brillantes que ha dado la humanidad.  Ser esencialmente curioso, propenso al asombro continuo del que hablaban los griegos como base del conocimiento, a Leonardo se le considera polímata, en tanto que artista, científico, ingeniero, inventor, anatomista, escultor, arquitecto, urbanista, botánico, músico, poeta, filósofo y escritor.

No obstante ser hijo ilegítimo de un notario, su fama fue tal que al cabo de su vida murió en brazos de Francisco I, rey de Francia (1494-1547).  Vivió y trabajó en Florencia, Milán, Roma, Boloña, Venecia  y pasó sus últimos días en Francia, especialmente invitado por su monarca.

Frecuentemente descrito como un arquetipo y símbolo del hombre del Renacimiento, genio universal, además de filósofo humanista cuya curiosidad infinita sólo puede ser equiparable a su capacidad inventiva, Leonardo da Vinci es considerado como uno de los más grandes pintores de todos los tiempos y, probablemente, es la persona con el mayor número de talentos en múltiples disciplinas que jamás ha existido.

Leonardo, el artista.

Como artista, Leonardo dejó pocas obras terminadas, pues –investigador incansable– le gustaba experimentar en la preparación de colores y superficies y en la aplicación de técnicas pictóricas, y los resultados no siempre le estaban garantizados.  No obstante,

[e]ste reducido número de creaciones, junto con sus cuadernos que contienen dibujos, diagramas científicos y reflexiones sobre la naturaleza de la pintura, constituyen un legado para las sucesivas generaciones de artistas, llegando a ser igualado únicamente por Miguel Ángel.

A partir de 1469, gracias a las dotes que demostraba, el joven Leonardo ingresó como aprendiz al taller del maestro Andrea del Verrocchio (1435-1488), uno de los mayores artistas florentinos de su época.  Verrocchio trabajaba para Lorenzo de Médici, apodado “el magnífico” (1449-1492), en distintos trabajos para la ciudad y la familia gobernante.  En el taller de su maestro, Leonardo adquirió conocimientos plenos sobre las técnicas del dibujo, la pintura y la escultura, tanto en mármol como en bronce.  Ayudaba en la preparación de los colores, así como de las superficies para la pintura al fresco.

Ayudó a Verrochio en una pintura llamada El bautismo de Cristo (c. 1472), en la que demostró a su maestro que le superaba en técnica y vocación.  Según la tradición, Verrocchio abandonó el oficio de pintor cuando terminó esta obra, ante el talento más que evidente de su discípulo.

En Milán, a finales del siglo XV, Leonardo pintó su Virgen de las Rocas, pero entró en conflicto con la confraternidad de la Inmaculada Concepción, que había comisionado la obra.  Como resultado, Leonardo obtuvo el derecho a copiar la obra lo que explica por qué hay dos versiones de este cuadro, una actualmente en París y otra en Londres, ambas justamente famosas.  Igualmente, en Milán, Leonardo organizó fiestas y espectáculos para la corte ducal.  Pintó retratos de miembros de la corte y trabajó en proyectos escultóricos, arquitectónicos e ingenieriles de importancia. Igualmente, pintó el famoso fresco de la La última cena para el convento dominico de Santa Maria delle Grazie. 

Entre 1503 y 1505 participó en un trabajo en la Florencia en el que debía preparar un mural enorme que ilustraba la batalla de Anghiari para la ciudad, mientras su rival artístico, Miguel Ángel Buonarroti (1475-1564), pintaba un mural similar sobre la batalla de Cascina en la pared opuesta.  Ninguna de las obras fue terminada, pero ha de haber sido formidable tener a ambos artistas, frente a frente, en un solo salón.

Para 1506 trabajaba en su obra más famosa, La Gioconda, un retrato de la dama florentina Lisa Gherardini (1479-1542), casada con un mercader local llamado Francesco del Giocondo (1459-1539).  La obra no fue entregada nunca a la retratada, o a quien la comisionara (no está claro quién lo hizo), pues Leonardo se aferró a ella toda su vida.  Sólo a su muerte fue entregada al rey Francisco I de Francia, como parte del patrimonio del artista, lo que explica su ubicación actual en el Museo del Louvre.  El apego del pintor a su obra ha dado lugar a múltiples especulaciones sobre su origen y significado.

Sus pinturas son célebres.  (…) Entre las cualidades, cabe destacar las técnicas pictóricas innovadoras que empleó, el sentido de la composición y el uso sutil de los esfumados de colores, el conocimiento profundo de la anatomía humana y animal, de la botánica y la geología, la utilización que hacía de la luz, el interés por la fisonomía, la capacidad de reflejar la forma en que los humanos utilizan el registro de las emociones y las expresiones gestuales. Dominaba sobre todo la técnica del “sfumato” y la combinación de sombras y luces.

Ante la dificultad que siempre mostró para acabar los proyectos a su cargo, Leonardo recibió cada vez menos encargos de sus patronos.  No obstante, su personalidad cautivadora le permitió siempre contar con el apoyo de gente poderosa.

Leonardo no fue un pintor prolífico pero, en cambio, sí dejó múltiples ejemplos de su habilidad como dibujante.  Llenaba diarios con sus observaciones, acompañadas de pequeños croquis y dibujos muy detallados que dejaban constancia de todo lo que había atraído su atención.  Están, además, sus estudios y bocetos para sus pinturas.

Entre los dibujos más célebres está el famoso Hombre de Vitruvio, que es un estudio de las proporciones del cuerpo humano, que se ha constituido en logotipo del humanismo como corriente del pensamiento.

Si bien suelen citarse juntos a los tres gigantes del Renacimiento, Leonardo da Vinci, Miguel Ángel Buonarroti y Rafael Sanzio (1483-1520), estos artistas no pertenecieron a la misma generación ni difícilmente resultan comparables en sus estilos, obras o circunstancias personales.  En efecto, Leonardo tenía 23 años cuando nació Miguel Ángel y 31 cuando nació Rafael.  Por otro lado, Rafael tuvo una corta vida (murió sólo un año después de Leonardo), mientras que Miguel Ángel tuvo una vida muy larga y sobrevivió a Leonardo unos cuarenta años.

Leonardo, el científico, ingeniero e inventor.

Como ingeniero e inventor, Leonardo se adelantó sensiblemente a su tiempo, con propuestas teóricas extraordinariamente cercanas a lo que muchos siglos después serían el helicóptero, el tanque de combate, el submarino y el automóvil.  Como científico, Leonardo avanzó de modo innegable el conocimiento en materia de vuelo de los pájaros, anatomía humana, óptica e hidrodinámica.

Leonardo recogió sus estudios científicos en sus famosos Cuadernos de notas. 

Los estudios de Leonardo en ciencias [y] en ingeniería son tan impresionantes e innovadores como su obra artística, y fueron registrados en sus diarios y cuadernos de notas, que comprenden 13.000 páginas de texto y dibujos, asociando arte y filosofía natural (precedente de la ciencia moderna).  Tales notas eran realizadas y puestas al día de manera cotidiana a lo largo de toda la vida y viajes de Leonardo.  De manera constante se esfuerza por hacer observaciones del mundo que le rodea, consciente y orgulloso de ser, como él se definía, un “iletrado”, autodidacta y lúcido observador de fenómenos naturales a menudo alejados de lo que se aprendía en la escuela.

Mientras estuvo en el taller de Verrocchio, la curiosidad de Leonardo le permitió adentrarse en el conocimiento de la química, la metalurgia, la mecánica y la carpintería, así como la aritmética y el cálculo algorítmico.

A la edad de 30 años se trasladó a Milán, a pedido de Lorenzo di Médici, quien se esforzaba por establecer alianza con el poderoso duque Ludovico Sforza, llamado “el moro” (1452-1508).  El duque se interesó entonces por el artista, pero –más pragmático que los Médici– se sintió más atraído por los proyectos militares y de ingeniería del joven florentino. 

En 1499 las tropas del rey Luis XII de Francia invadieron Italia y tomaron Milán, lo que interrumpió sus servicios para los Sforza.  En Venecia, continuó sus labores como arquitecto e ingeniero militar en proyectos de defensa frente a un posible ataque naval de los turcos, quienes por entonces amenazaban a la República veneciana.  De vuelta en Florencia, propuso un sistema para desviar las aguas del río Isonzo con fines militares y, años más tarde, para unir a Florencia con el mar, mediante trabajos que permitirían la navegabilidad del río Arno.

En 1502, fue nombrado capitán e ingeniero general de las tropas de César Borgia, duque de Valentinois (1475-1507) e hijo del papa Alejandro VI (1431-1503).  Fue así como se relacionó con otro notable de su tiempo: Niccolò Maquiavelo (1469-1527), quien por entonces estaba también al servicio de los Borgia.

En 1516 partió para Francia invitado por el rey Francisco I, quien lo instaló en el castillo donde el propio rey había pasado su infancia, cerca de Amboise.

El hecho de que Francisco I le diera el castillo de Clos-Lucé se puede entender como un mensaje a Leonardo para que “hiciera lo que él quisiera”.  (…)  El rey estaba fascinado con Leonardo y lo consideró como un padre.  [La vivienda del pintor] y el castillo de Amboise estaban conectados por un paso subterráneo que permitía al soberano rendir visita al artista y hombre de ciencia con total discreción.  Leonardo proyectó el palacio real de Romorantin, que Francisco I pretendía erigir para su madre, Luisa de Saboya: sería una pequeña ciudad, para la cual previó el desvío de un río que la enriqueciera con agua y fertilizase la campiña vecina. En 1518 participó en las celebraciones del bautizo del Delfín (el hijo heredero del rey) y de las bodas de Lorenzo de Médici con una sobrina del rey francés.  

En el campo de la anatomía, Leonardo desarrolló estudios mientras aprendía con Andrea del Verrocchio, quien insistía en que todos sus alumnos tuvieran conocimientos de anatomía.  Con el tiempo, sin embargo, fue mucho más allá para convertirse en un verdadero maestro de la anatomía topográfica, responsable de numerosos estudios sobre músculos, tendones y otras características anatómicas visibles.  En ese tanto, como estudioso puso las bases de la anatomía científica, disecando los cadáveres de criminales ejecutados con el permiso de las autoridades y como medio para evitar la actuación de la Inquisición.  Las condiciones de trabajo, sin embargo, fueron difíciles por razones de higiene y salubridad

Leonardo, el humanista.


Por medio de los Médici, Leonardo tomó contacto con los viejos filósofos humanistas que esta familia introdujo en Florencia, concretamente Marsilio Ficino (1433-1499), pensador neoplatónico; Cristóforo Landino (1425-1498), autor de varios comentarios importantes sobre las obras clásicas de Grecia y Roma; y, Giovanni Pico della Mirandola (1463-1494), autor de la famosa Oración sobre la dignidad humana. 

Igualmente como humanista, Leonardo fue un apasionado admirador de la naturaleza y los animales, hasta el punto de convertirse en vegetariano y de comprar aves enjauladas para luego ponerlas en libertad.

*   *   *   *   *

El Renacimiento italiano es un tema inagotable, que aún marca como civilización a Occidente.  Este viaje por la vida de los Médicis ha sido una experiencia importante para tener nociones básicas sobre lo ocurrido durante este período de la historia.  La actividad de esta familia –y de los artistas que florecieron durante su tiempo– son una contribución fundamental a la cultura humana.  Los invitamos a cerrar este ciclo con su asistencia a la sesión de este mediodía.

Los esperamos.

Saludos,

Carlos.

jueves, 3 de febrero de 2011

Almuerzo cultural: Los Médicis

Estimados amigos,

Conversar sobre los Médici o Médicis es hablar sobre Florencia, una de las ciudades más bellas del mundo.  Igualmente, equivale a hablar sobre el Renacimiento, una de las grandes épocas de la cultura humana.  Estas equivalencias no son arbitrarias, pues la familia Médicis fue motor indiscutible del Renacimiento de Occidente, en su actividad como banqueros, gobernantes y, especialmente, mecenas del arte de su tiempo.  Como resultado de esa actividad, embellecieron su ciudad, protegieron sus artistas y se rodearon de gente brillante en extremo que supo hacer esta pequeña ciudad de la Toscana el centro de la cultura de su tiempo.

Los orígenes.

La familia Médicis tuvo orígenes relativamente modestos, pero, una vez cimentada su fortuna y ascendida la escalera del poder, gobernó la ciudad-estado de Florencia (posteriormente convertida en el Gran Ducado de Toscana) durante más de trescientos años.  Produjo, además de una serie de gobernantes locales, nada menos que tres papas (León X, Clemente VII y León XI) y se entroncó por alianzas matrimoniales con la casa real francesa, lo que equivale a decir hoy que su sangre fluye por la mayor parte de las familias reales europeas, en virtud de los sucesivos enlaces dinásticos.

Como dice el famoso escritor Giovanni Papini (1881-1956):

Los Médicis no provienen, como la mayor parte de los señores de Italia de aquel tiempo, ni de la nobleza feudal ni de una dinastía de caudillos o aventureros afortunados.  Vienen del pueblo, y durante casi dos siglos edifican lenta y oscuramente su patrimonio con el comercio, y especialmente con el arte del cambio.  Luego llegan al poder y marcan a Florencia para siempre.

De manera clara, los Médicis ejemplifican el ascenso de la burguesía frente a la aristocracia feudal en las ciudades del norte de Italia, en la época en la que el capitalismo mercantil y financiero se expandió por Europa tras el letargo medieval.

Se cree que la raíz del apellido denota la profesión de "médico", a la que posiblemente de dedicó algún antepasado; sin embargo, el surgimiento de la familia deviene de su dedicación a las finanzas, mediante préstamos y otras operaciones comerciales que luego dieron lugar a la formación de uno de los bancos más importantes de su tiempo.  El relanzamiento del comercio, a finales de la Edad Media, y su expansión con el colonialismo europeo, fueron factores fundamentales que coincidieron con la actividad bancaria de los Médicis.  Esto les dio influencia local y luego regional, así como acceso al poder político.  De allí en adelante, la familia gobernó la vida florentina casi sin interrupciones, hasta que quedó sin herederos masculinos a los que pudiera traspasar el trono, en 1737.

Cronología familiar.

Por la importancia de algunas de sus figuras, conviene hacer un repaso de quiénes fueron los Médicis en su tiempo.  Hay un árbol genealógico que se puede bajar en http://beckydaroff.com/arthistory/medici/index.html, para facilitar la lectura de este resumen cronológico.

·         Giovanni di Averardo di Bicci “di Médicis”.

Giovanni di Averardo di Bicci (1360-1429) fue el primero en desarrollar la banca familiar, al tomar a su cargo el manejo de los intereses de la Iglesia en Florencia.  Eventualmente actuó como  “defensor del pueblo” –un puesto de origen romano– frente a la oligarquía florentina.  Ese fue el primer cargo político ejercido por alguien en su familia, lo que dio notoriedad a su apellido y permitió que los Médicis fueran ganando apoyo de la clase popular frente a los Albizzi y otras familias patricias de Florencia.  No obstante, gracias a la vida frugal y el estilo modesto de Giovanni, él pudo avanzar en el escalafón político-económico florentino sin causar mayor alboroto, lo que protegió a los Médicis de los celos locales en una época en la que la vida era peligrosa y las garantías jurídicas no daban para mucho.

·         Cósimo di Médicis, llamado “el viejo”.

El hijo de Giovanni, Cósimo (1389-1464), llamado “el viejo” para distinguirlo de algunos de sus descendientes, fue el verdadero patriarca de la dinastía y el primero en llamarse propiamente Médicis y banquero.
 
Fue un distinguido comerciante que extendió los negocios de los Médicis a diversas empresas y multiplicó sensiblemente la fortuna familiar.  Además, fue un astuto político que supo actuar tras bambalinas sin dejar de ser, por ello, el amo de su ciudad.

Ante la amenaza de los ricos de su tiempo, que empezaron a desconfiar de la creciente influencia de los Médicis sobre el pueblo, Cósimo se dio rápidamente cuenta de que debía buscar la manera de extender su influencia también a la política.  Se encontraba en ese proceso cuando fue desterrado por Rinaldo di Albizzi, el jefe de la oligarquía, en 1433; sin embargo, un levantamiento popular contra Albizzi hizo que regresara triunfante a Florencia, un año después, para hacerse con el poder en forma absoluta, aunque sin ejercer formalmente cargo alguno.

Luego de expulsar o hacer ejecutar a sus enemigos, Cósimo dominó Florencia con mano firme, pero paternal.  Reformó, con el apoyo de su amigo, Luca Pitti (1398-1472), el sistema de gobierno de la ciudad, para hacerlo más eficiente.  Ejerció –como se dijo– el poder político de una manera indirecta, ya que nunca llegó a ejercer alguna magistratura oficial (excepto por los seis meses en que ocupó el cargo de confaloniero –gonfaloniere– de justicia). 

Ciertamente, como correspondía a la dirigencia política de su tiempo, no fue un ejemplo de líder demócrata: manipuló las elecciones con toda clase de métodos, hizo que nombraran en las diversas magistraturas a sus amigos y aseguró la influencia permanente de su familia en la vida política, económica y militar de Florencia, pero eso era lo que hacían sus contemporáneos, dentro y fuera de Florencia, por lo que –sin ser una disculpa– tampoco lo condena.

Ayudado por un director general de sus empresas, Francesco Ingherami, un volterrano que se había establecido en Florencia, Cósimo acrecentó su fortuna al incursionar en otras actividades e integrar esas actividades a sus empresas mediante el funcionamiento de tres divisiones básicas: banca, casa comercial y centro de fabricación.  Por ejemplo, los Médicis vendían tejidos y orfebrería a las cortes de Europa, que –siendo géneros caros y exclusivos– recurrían para ello a la financiación que los propios Médicis ofrecían.  Del mismo modo, el hijo de Cósimo, Piero (1416-1469) se asoció años más tarde con el Papado para explotar el monopolio del alumbre, creado por Pío II a beneficio de una eventual cruzada que no llegaría.  Ello le redundó a los Médicis abundantes ganancias por muchos tiempo.

Bajo la tutela de Cósimo, los Médicis organizaron servicios de transporte regulares entre Florencia y Brujas (hacia el norte), y Constantinopla y Rodas (hacia el sur), lo que les permitió proteger rutas para sus actividades de intercambio comercial y monetario. 

Para evitar correr la misma suerte que las grandes compañías del s. XIV, los Médicis adoptaron un estructura más dúctil, repartiendo sus diferentes actividades en filiales jurídicamente independientes de la casa madre de Florencia, pero en las que siempre poseían la mayoría de las acciones, lo que les permitía controlar su gestión.  [Cósimo] colocó una parte importante de sus ganancias en el Monte dei dotti, que tenía a su cargo los empréstitos de los negocios florentinos, o también en construcciones, palacios o villas campestres.

Cósimo era muy inteligente.  Comprendía que la estabilidad de sus negocios dependía de la paz de la ciudad.  Estableció alianzas con la poderosa familia Sforza de Milán, que le aseguraba protección respecto a sus vecinos (recuérdese que Italia estaba dividida en pequeños feudos o ciudades-estado, cada una comandada por un celoso señor que –armado de su ejército– estaba dispuesto a ir a la guerra contra sus vecinos en cualquier momento).  Igualmente, para tener influencia en el mapa europeo, Cósimo se las agenció para convertirse en el banquero de la Santa Sede, del Ducado de Borgoña y de los reyes de Francia e Inglaterra.  Sólo España no formaba parte de las alianzas de los Médicis, al menos de momento.

Cósimo fue, además, el responsable de una notable obra social, que incluyó la construcción de escuelas, hospitales y servicios para indigentes.  Esto quedó impreso en el corazón de los florentinos y, a su muerte, recibió merecidamente el título de Pater Patriae.  Para ese entonces, la autoridad moral de los Médicis era tan grande que su hijo Piero pudo dirigir Florencia sin siquiera abandonar su casa.

Los descendientes de Cósimo constituyeron la rama principal de la familia, que gobernó Florencia hasta el asesinato de Alessandro di Médicis, primer duque de Florencia, casi cien años después, en 1537.  Una rama menor de la familia, descendiente de un hermano de Cósimo, adquiriría relevancia a partir de entonces.

·         Piero di Médicis, llamado “el Gotoso”.

Nacido en 1416 y muerto en 1469, Piero sucedió a su padre Cosme el Viejo durante apenas cinco años. 

Su hermano Giovanni (1421-1463), el segundo hijo de Cósimo, era muy querido en Florencia por su simpatía y temperamento jovial, pero era poco responsable y más bien propenso a los excesos, lo que acabó por minar su salud.  Piero, por el contrario, era introvertido y enfermizo (padecía –como su apodo lo dice– de gota, una enfermedad que aquejó a varias generaciones de su familia). 

Piero prefería, como su abuelo, mantener un perfil bajo.  Muy disciplinado, poseía una gran habilidad para los negocios y su interés por la política se limitó a contar con un medio para mantener el status quo de la familia; es decir, para proteger sus inversiones de los enemigos de los Médicis, que cada vez eran más numerosos, dado el ejercicio político a su cargo y el desplazamiento de esos enemigos respecto a las fuentes de poder y riqueza de la época.

Como Florencia comenzó a quedar chica a las ambiciones y al radio de influencia de los Médicis, Piero buscó nuevas alianzas familiares con otros grupos.  Se emparentó con la aristocrática familia Orsini, de Roma (tradicionalmente aliados de la casa real francesa), mediante el matrimonio de su hijo, Lorenzo (1449-1492).  Él mismo se había casado con Lucrezia Tornabuoni, de noble familia, quien –como Piero– tenía fuertes aficiones intelectuales.  Fiel al espíritu humanista de la época, que su padre contribuyó a cimentar en la ciudad, Piero y Lucrezia se esforzaron por dar a sus hijos una formación integral en todas las artes y los oficios. 

Debido a  su temperamento reposado e introvertido, su figura fue eclipsada por las de su padre, Cósimo, y la de su hijo, Lorenzo, il magnifico.

·         Lorenzo, llamado “el magnífico”.

Lorenzo sucedió a su padre a los 21 años.  Era un hombre inteligente y sensible, extremadamente bien educado, cuyas inquietudes fueron incentivadas desde su más tierna infancia por los mejores maestros de Europa: italianos y bizantinos emigrantes, afincados en la brillante y liberal Florencia de su abuelo, el viejo Cósimo.

[Lorenzo] realizó durante su principado (1469-1492) el ideal del renacimiento italiano: poeta, filósofo, mecenas y diplomático, gozó de una popularidad real en Florencia y de gran prestigio en Europa.  Fundó la biblioteca Laurenciana.  La escuela del jardín de San Marco, antecedente de la Academia de 1561, y que fundó para formar a los artistas, contaba entre sus alumnos a Miguel Ángel. 

Como su abuelo y su padre, Lorenzo era partidario de la estabilidad política entre los estados italianos y, en ese sentido, continuó la tradición de alianzas políticas con las potencias europeas.  En su palacio crecieron dos papas: su propio hijo Giovanni, luego conocido como León X (1475-1521); y, su sobrino Giulio, más tarde conocido como Clemente VII (1478-1534), que era hijo natural de su hermano Giuliano di Médicis (1453-1478).

Lorenzo pudo resistir los intentos de varios grupos por arrebatarle el poder, incluyendo a los viejos patricios florentinos liderados por la familia Pazzi.  De hecho, en una conspiración dirigida por los Pazzi, en 1478, perdió a su hermano Giuliano.  El castigo a los conspiradores fue brutal y ejemplarizante.

Otro rival de cuidado fue el papa Sixto IV (1414-1484), de la familia della Rovere, originaria de Liguria y enemiga de los Médicis, que buscó cómo perjudicarle. 

Lorenzo fue más allá del típico príncipe renacentista, ya que en mayor medida aún que sus contemporáneos, fue protector de escritores, sabios y artistas, impulsor de las primeras imprentas italianas y organizador de fiestas.  En cierto momento, su prodigalidad puso en peligro la fortuna de los Médicis y despertó las iras de Girolamo Savonarola (1452-1498), un excéntrico fraile dominico que llegó a Florencia a predicar alrededor de 1485 y que pregonaba contra el lujo, la vanidad y el derroche (todo ello representado por los Médicis), ante un inminente fin del mundo.

·         Piero II.
Piero II (1471-1503) fue el hijo mayor y heredero de Lorenzo.  A diferencia de su padre, Piero II no era un hombre de muchas luces, sino más bien un gobernante joven que, además, estaba poco interesado en el bienestar de su pueblo, debido a su altanería y preferencia por los placeres personales. 

Los florentinos, incitados por un lado por las prédicas de Savonarola sobre el fin del mundo y el castigo al derroche y la corrupción moral; y, por el otro, desencantados por los excesos de Piero, se levantaron en armas y expulsaron al gobernante de la ciudad el 9 de noviembre de 1494.  El palacio Médicis fue saqueado y más tarde el gobierno subastó la mayoría de los bienes de la familia, disminuyendo la enorme e invaluable  colección de arte del siglo XV que los Médicis habían formado a través de tantos años.

Tras un período de pocos años de locura, entre 1494 y 1498, dedicado a “salvar a los florentinos del infierno”, durante el cual Savonarola se instituyó en gobernante de facto de la ciudad para organizar quemas públicas de escritos, cuadros y otras “obras pecaminosas”, en lo que él denominó “hoguera de vanidades”, y durante el cual Savonarola proclamó “rey de Florencia” a Jesucristo, los habitantes de Florencia acabaron por cansarse del fraile fanático y, en concurso con el papa Alejandro VI (1431-1503) –quien también estaba cansado de las feroces diatribas del fraile contra la Iglesia–, se volvió en contra de Savonarola para juzgarlo primero y luego quemarlo en la misma hoguera en la que tantas obras inestimables fueron sacrificadas a su fanática elocuencia.

El regreso de los Médicis a Florencia fue difícil.  Piero II intentó sin éxito restablecer su dominio sobre la ciudad, pero su fortuna personal para entonces era escasa y sus habilidades de negociador eran pocas como para granjearse aliados de importancia.  A su muerte, la dirección de la familia pasó a su hermano menor, el cardenal Giovanni (el futuro papa León X).

·         Giovanni de Médicis (León X).

Giovanni de Médicis (1475-1521), segundo hijo de Lorenzo, logró finalmente la todopoderosa alianza del rey de España y la del papa entonces papa, Julio II (1443-1513), lo que le permitió regresar a Florencia en 1512.  Esta vez, los Médicis rompieron la tradición familiar de apoyarse en su pueblo y recurrieron por el contrario a las grandes familias florentinas, que se unieron a ellos por miedo a los motines populares.

Giovanni era cardenal desde los 13 años y fue elegido papa en 1513, tomando el nombre de León X.  Continuó gobernando Florencia y buscó cómo colocar a sus parientes al mando de pequeños estados italianos para asegurar su poder sobre la Toscana.  Entre esos parientes destacan sus sobrinos: Giuliano (1479-1516), convertido en duque de Nemours por Francisco I de Francia; y, Lorenzo II (1492-1519), hijo de Piero II, que fue nombrado Capitán General de la Iglesia y duque de Urbino gracias al apoyo de los franceses, que por ese entonces habían invadido Italia para asegurar su influencia en la región.  Casado con Madeleine de La Tour d'Auvergne en 1518, Lorenzo sólo tuvo una hija antes de morir, cuando tenía 27 años.  Esa hija, Catalina de Médicis (1519-1589) sería luego reina de Francia por su matrimonio con el futuro Enrique II (1519-1559).

El pontificado de León X (1513-21) apenas trajo novedades en materia religiosa, pues se comportó como un príncipe italiano más, dedicado a conservar y ampliar sus dominios por medio de la diplomacia y de la guerra, así como a ejercer el mecenazgo artístico y el nepotismo.  Para sufragar sus obras, recaudó fondos mediante la venta de indulgencias, lo que eventualmente llevó a las denuncias por inmoralidad hechas por Martín Lutero (1483-1546) que hicieron a éste romper con la Iglesia católica, dando origen a la Reforma protestante.

·         Giulio de Médicis (Clemente VII).

Giulio (1478-1534), fue hijo bastardo de Giuliano y, por lo tanto, sobrino de Lorenzo el magnífico.  Se apoyó en su primo, el condotiero (general) Giovanni delle Bande Nere (1498-1526), para sustentar su poder.  Más tarde, convertido en el papa Clemente VII (1523), tomó partido a favor de Francisco I de Francia contra Carlos I de España.  Así, en 1526, Clemente impulsó contra el rey Carlos la Liga Santa de Cognac (o Liga Clementina), formada por Francia, Inglaterra, Florencia, Venecia, Milán y el Papado, lo que llevó a ambos bandos a la guerra.  Como resultado de las refriegas, Roma fue tomada y saqueada por las tropas de la familia Colonna (aliados de los españoles), y más tarde por las propias tropas de Carlos (Sacco de Roma de 1527).  El propio papa fue encarcelado durante siete meses en el castillo de Sant’Angelo y sólo la peste desatada en la ciudad hizo que ésta fuera evacuada por las fuerzas del rey. 

Así derrotado, Clemente debió someterse a la alianza española, por lo que debió coronar en 1530 a Carlos I como sacro emperador romano-germánico (título instaurado por Carlomagno siglos antes para liderar la cristiandad en sus luchas contra los árabes).  A cambio, Carlos le devolvió los territorios que le había arrebatado al papado y retomó Florencia para los Médicis, instaurando a Alessandro de Médicis (ver abajo).

Durante su papado, el protestantismo se propagó por el norte de Europa.  En 1529, Enrique VIII de Inglaterra decidió divorciarse de Catalina de Aragón, que era tía del rey español, para buscar descendencia masculina para su corona.  Para evitar mayores problemas con Carlos I, Clemente VII se negó a conceder la anulación del matrimonio, lo que causó que, en 1531, Enrique VIII se declarara cabeza de la Iglesia de Inglaterra y se separara del catolicismo. 

Clemente VII confió el gobierno de Florencia a algunos de sus cardenales, quienes la administraron en nombre de dos parientes: Ippolito de Médicis y Alessandro de Médicis. 

Ippolito de Médicis (1511-1535), era hijo natural de otro Giuliano y nació en Urbino.  Fue nombrado cardenal por su tío León X y se cree que murió envenenado por Alessandro.  Este último (1510-1537) tenía a su vez una filiación incierta (aunque podría haber sido hijo natural de Lorenzo II o del propio papa Clemente VII). 

Alessandro fue nombrado duque de Urbino por influencia de León X y luego puesto en el gobierno de la ciudad como duque de Florencia –según se dijo más arriba– por Carlos I de España, con cuya hija, Margarita de Austria, se casó el duque en 1531.  Alessandro actuó como  un tirano, para descontento de la ciudad.  Sus habitantes enviaron sus quejas ante Carlos I y, en 1537, Alessandro murió asesinado por su primo Lorenzino o Lorenzaccio de Médicis (1514-1548), quien deseaba reinstaurar la república florentina.

Nueva dinastía.

Tras la muerte de Alessandro, se acabó la descendencia masculina entre los descendientes de Cósimo el viejo.  Así, el poder pasó a la rama menor de los Médicis, descendientes de Lorenzo, el hijo menor de Giovanni di Bicci (es decir, el hermano menor de Cósimo el viejo).  El primero de esta rama en acceder al poder fue Cósimo I el Grande y, a partir de él se enfatizó la línea decadente de esta dinastía.

·         Cósimo I “el grande”.

Cósimo I (1519-1574) era hijo de Giovanni de Médicis (Giovanni delle Bande Nere).  Heredó el título de duque de Florencia y, luego de campañas militares por las que conquistó Lucca y Siena, fue nombrado por el papa Pío V “gran duque de Toscana”, en 1569. 

Fue escogido como soberano por los florentinos tras el asesinato de Alessandro a manos de su primo Lorenzino de Médicis.  Ante el temor de correr igual suerte, basó su gobierno en la represión y el miedo.  Incluso, hizo asesinar a Lorenzino ante el temor de que pretendiera repetir sus intentos de reinstaurar la república en Florencia.

Cósimo I centralizó el poder político y económico, e intentó convertir a Florencia en el mayor centro comercial de Italia, por encima de Venecia y Génova.  Trató de restaurar el brillo familiar,  más por la fuerza que por méritos morales.  Su éxito fue moderado, lo que no impidió que se le diera el apelativo de “grande”.

·         Francesco María.

Hijo de Cósimo I, Francesco María (1541-1587) fue el segundo gran duque de Toscana.  Se proclamó vasallo del rey de España y murió (dícese que envenenado por su hermano, el cardenal Ferdinando), sin descendencia masculina, por lo que su corona pasó a este último. 

María de Médicis (1573-1642), hija de Francesco María, llegaría a ser reina de Francia por su matrimonio con Enrique IV y, a la muerte de este monarca, regente de ese país durante la minoría de edad de su hijo, Luis XIII.

Durante esta época un tercer Médicis, Alessandro Octaviano (1535-1605), se convirtió en papa con el nombre de León XI.

·         Ferdinando I.

Ferdinando de Médicis (1549-1609) fue el tercer gran duque de Toscana, tras abandonar su condición de cardenal de la Iglesia a la muerte de su hermano, Francesco.  Construyó el puerto de Livorno, e inició una política independiente de España, fundada en un acuerdo con Francia, para lo cual casó a su sobrina, María de Médicis, en 1691, con el rey francés Enrique IV.

No obstante este cambio de orientación, cuando Francia hizo la paz con el duque de Saboya (enemigo de Florencia), Ferdinando volvió a aliarse con Felipe III de España para hacer frente a su enemigo común.

Con Ferdinando I se inició la protección de los Médicis a Galileo Galilei (1564-1642), que continuarían sus sucesores.

·         Cósimo II.

El segundo Cósimo de esta línea dinástica nació en 1590 y  murió en 1621.  Fue gran duque de Toscana desde los 19 años.  Cerró la banca Médicis, que ya no parecía ser digna de un soberano, aunque reguló favorablemente las actividades comerciales de sus súbditos por Oriente.

·         Ferdinando II.

El nuevo Ferdinando (1610-1670) tuvo un largo reinado en el cual el clero de la ciudad tuvo la voz cantante.  No obstante sus buenas intenciones, fue incapaz de proteger a Galileo, cuando éste entró en conflicto con la Iglesia a causa de su teoría sobre el movimiento terráqueo.

·         Leopoldo I.

Leopoldo (1617-1675), hijo de Fernando II, fundó la gran colección de autorretratos de artistas de la Galería degli Ufizzi.   Fue, como los anteriores, un monarca gris.

·         Cósimo III.

Este nuevo Cósimo (1639-1723), hermano de Leopoldo, estuvo sujeto, lo mismo que su padre, al control del clero.  Pasó sin pena ni gloria a la historia, en un momento en que el mundo se había volcado al oeste, con el comercio y el control del Atlántico, y Florencia estaba en una situación estratégica de segunda categoría dentro del escenario europeo.

·         Gian Gastone

Último gran duque de Toscana de la dinastía de los Médicis, Gian Gastone (1671-1737) fue un hombre capaz, aunque desinteresado de la política. Hijo de Cósimo III, murió sin descendencia masculina, por lo que el ducado pasó –como resultado del Tratado de Viena de 1735– a su pariente lejano, el duque de Lorena, esposo de María Teresa de Austria y padre de María Antonieta de Francia.  El duque sería más tarde nombrado emperador del Sacro Imperio romano-germánico, con el nombre de Francisco I, con lo cual Florencia pasó a control austríaco.

La hermana de Gian Gastone, la princesa palatina Anna Maria Luisa (1667-1743) fue la última de los Médicis.  Tuvo un gesto especial cuando legó el tesoro de las colecciones familiares al Estado toscano, lo que hace posible que podamos admirar esos tesoros en los diversos museos florentinos.

Arte y arquitectura

Como dice bien WIkipedia:

Los logros más significativos de los Médicis fueron en el campo del arte y de la arquitectura, tanto que los talentos que ellos emplearon son hoy las referencias principales de ese período cultural en Italia y Europa.

En efecto, además de promotores y mecenas artísticos, lo que les permitió  llenar de obras de todo tipo a Florencia, los Médicis fueron grandes coleccionistas. Su patrimonio se encuentra reunido en un museo que es gloria del Renacimiento: la Galería degli Uffizi (Galería de los Oficios) en Florencia.

Giovanni de Bicci de Médicis, inició la tradición familiar de proteger a los artistas y coleccionar sus obras.  Ayudó a Masaccio, cuyo nombre real era Tommaso di Ser Giovanni di Simone (1401-1428), quien pinto sus famosos frescos de la Capilla de la Virgen del Carmen, y comisionó personalmente a Filippo Brunelleschi (1377-1446) para reconstruir la Iglesia de San Lorenzo, en 1419.

Su hijo, Cósimo, patrocinó a notables artistas como Donato di Niccolò di Betto Bardi , mejor conocido como Donatello (1386-1466) y Guido di Pietro, luego conocido como Fra Angélico (1395-1455). También encargó a Brunelleschi terminar la cúpula de Santa María dei Fiore, el famoso Duomo, que se convertiría –hasta  que Miguel Ángel construyó la cúpula de la Basílica de San Pedro, en Roma– en la más grande de su tiempo.  También comisionó a Lorenzo Ghiberti (1378-1455) para que hiciera las hermosas puertas del Baptisterio de la ciudad y a Michelozzo di Bartolomeo Michelozzi  (1396-1472) para que construyera el palazzo Médicis, un palacio-fortaleza situado en la Vía Larga, así como la Biblioteca de San Marco.

Admirador de la filosofía platónica, coleccionista de manuscritos antiguos y amante del arte, la  fortuna de Cósimo le permitió ejercer un continuo mecenazgo en la ciudad.  Fundó la academia platónica, cuya dirección confió a Marsilio Ficinio (1433-1499), quien hizo de Florencia la capital europea del humanismo. 

Piero, que por su enfermedad se mantenía alejado de los negocios, se cerraba en sus actividades de mecenas y de coleccionista, en las que se sentía más cómodo.  Hizo decorar la habitación de su hijo Lorenzo con tres batallas pintadas por Paolo Uccello (1456-1457), que hoy se encuentran en museos en Florencia, París y Londres.  Su propio estudio fue decorado con terracotas de Luca della Robbia (1400-1482) y su sala de audiencias con óleos de Piero del Pollaiolo (1443-1496) sobre Los trabajos de Hércules (1460).  Encargó también obras de Andrea del Castagno (1421-1457), Donatello, Benozzo Gozzoli (1421-1497), Domenico Veneziano (1410-1461), Filippo Lippi (1406-1469) y Sandro Botticelli (1445-1510)

Piero, además, tuvo la visión de apoyar en sus inicios al mayor artista del Renacimiento: Miguel Ángel Buonarroti (1475-1564), a quien prácticamente adoptó para que se criara con sus hijos, Lorenzo y Giuliano.

De il magnifico no se puede decir suficiente en este apartado.  Todo el arte, la filosofía y, en general, la cultura de su tiempo giró en torno a él, como árbitro de todo lo que ahora llamamos Renacimiento.  Su relación con Marsilio Ficinio y Giovanni Pico della Mirándola (1463-1494) fue fundamental para la consolidación del pensamiento humanista.

Escribió en sus Recuerdos:

"gran cantidad de dinero hemos gastado (nosotros los Médicis) desde el año 1434 hasta hoy [1471], según se ve en un Cuadernucho... se ve una suma enorme, porque asciende a 663.775 florines... cosa de la que no quiero lamentarme porque hay muchos que prefieren tener una parte en la bolsa.  Yo juzgo que es de gran honor a nuestro estado y me parecen bien colocados"

Algunos edificios de la vieja ciudad son testimonio del legado artístico de los Médicis, como la galería degli Uffizi, el palacio Pitti, los jardines de Boboli, la villa Belvedere y, por supuesto, el palacio Médicis.

León X y Giulio de Médicis fueron mecenas de Miguel Ángel, Rafael Sanzio (1483-1520), Giulio Romano (1499-1546) y Sebastiano del Piombo (1485-1547)

Cósimo I fundó la Academia, en 1561, y convirtió el palacio Pitti, donde vivía, en una pinacoteca (museo pictórico), rodeada de los jardines Boboli.  La intervención francesa en Siena le valió extender su dominio al conjunto de Toscana (1559).  Fiel a la tradición familiar, reunió a los principales artistas de su tiempo (Renacimiento tardío florentino) bajo su mecenazgo: Jacopo Carucci , más conocido como Pontormo (1494-1547), Agnolo di Cosimo , comocido como Bronzino (1503-1572), Benvenuto Cellini (1500-1571), Jean de Boulogne, conocido como Giambologna (1529-1608) y Giorgio Vasari (1511-1574), y sentó las bases de lo que sería la futura colección de los Ufizzi.  Encargó a Vasari la decoración del palazzo Vecchio y la construcción de los Uffizi, en 1559.  El retrato de su mujer, Eleonora de Toledo  (1522-1562), a cargo de Bronzino, es uno de los más hermosos de esta época.

María de Médicis, viuda del rey francés Enrique IV y madre de Luis XIII, es retratada por Peter Paul Rubens (1577-1640), para el famoso óleo María de Médicis, reina de Francia, llegando a Marsella, de 1622.
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La significación de los Médicis la resume Papini con evidente admiración:

Como todos los hombres famosos, también los Médicis fueron ensalzados y calumniados más que conocidos.  (…)  envidia, floreciente y poderosa en toda democracia, y en Florencia más que en ninguna parte, persiguió a los Médicis a partir de Cósimo el Viejo, y si no pudo impedir a sus sucesores que reinaran y predominaran, fue lo bastante tenaz y vigorosa para hacerlos aparecer, hasta nuestros días rodeadas de luces lívidas y sanguinosas.  (…)  hace unos decenios solamente –aunque la familia se extinguió hace dos siglos– ha comenzado para ella la justicia de la Historia. 

Piénsese en cuánto mayores son las tentaciones y las ocasiones en una familia que fue primero la más rica y luego la más poderosa de su patria.  Piénsese en que los Médicis estuvieron expuestos a esas tentaciones durante casi tres siglos, y en tiempos bastante distintos, por costumbres y pasiones, de los presentes.  Piénsese que (…) supieron dar a Italia y al mundo ejemplos maravillosos de audacia, de magnificencia y de genio. 

Piénsese que, apenas en dos siglos, esta familia odiada y vilipendiada produjo una docena de criaturas superiores y dio un genio a la poesía y a la política, tres Pontífices de la Iglesia, dos reinas a Francia y héroes y príncipes a la gran historia toscana e italiana.  Piénsese en que el Renacimiento, que es uno de los supremos honores y regalos de nuestra civilización, se puede personificar, por lo menos durante medio siglo, en las figuras de tres generaciones mediceas: Cósimo el Viejo, Lorenzo el Magnífico y León X.

Para mejor entender cuál fue la misión y la gloria de los Médicis en el milagro del Renacimiento, bastará recordar a uno de ellos, y de los menos excelentes y conocidos: Giuliano, duque de Nemours.  Vivió apenas treinta y siete años, de 1479 a 1516, y, sin embargo, gracias a una feliz concurrencia de casos, se nos aparece casi en el centro de la más brillante estación del Renacimiento.  Hijo del Magnífico y hermano del Papa León, este Médicis de segundo plano figura con honor en las obras de Castiglione y de Bembo; tuvo a su servicio a nada menos que a Leonardo y Rafael, que le hizo también el retrato; disputó en versos con Niccolò Machiavelli -que quería dedicarle el Príncipe-, y su tumba fue esculpida en la famosa sacristía nueva de San Lorenzo por el cincel divino de Miguel Angel. 

Ningún otro príncipe, yo creo, ni siquiera Pericles o Alejandro Magno, estuvo rodeado por una guirnalda de espíritus tan magnos como este poco conocido y mal juzgado brote del árbol mediceo, tanto como para hacer de él casi el símbolo de los protectores del genio italiano en el triunfal mediodía del renacimiento florentino y europeo.  Después de los de Pericles y Augusto, la Historia conoce solamente dos siglos que pueden reconocerse por el nombre de un hombre solo, y el primero de estos siglos lleva el nombre de aquel que antes de ser, en Roma, León X, se llamó en Florencia, Giovanni di Lorenzo di Médicis. 

(…)  Hubo en Florencia, antes de los Médicis y junto a los Médicis, familias más ricas que ellos, y, sin embargo, solamente los Médicis consiguieron elevarse y mantenerse en el poder, a pesar de las infinitas envidias, intrigas, rencores, y alteraciones de aquella edad.  El dinero es instrumento, y todo está en saberlo utilizar y manejar. 

El mayor testigo de descargo de los Médicis, pretendidos corruptores de Florencia, es el mayor poeta, y el más honesto, que Florencia ha tenido: Dante Alighieri.  La Divina Comedia enseña que el Magnífico no tenía nada que enseñar, en materia de pecados, a sus conciudadanos.  El Magnífico, siguiendo las normas de su abuelo, enseñó, en cambio, a los florentinos del siglo XV una virtud que sus abuelos poco practicaron: el respeto y el amor por la altura del genio. 

De los Médicis todo ha pasado (…)  Pero sólo una gloria ha permanecido ligada a su nombre y hace que no todos sus muertos estén verdaderamente muertos: la pasión de todos los Médicis, incluso de los peores, por la filosofía y por la poesía, por todo arte y por toda ciencia, por todo lo que constituye la más alta actividad y la más segura honra de espíritu, el mayor y el más duradero orgullo del género humano. 

Los Médicis amaron la belleza y el genio, y porque amaron estas grandes cosas, con el alma y con los hechos, merecen se les perdone mucho, hasta el bien que podían hacer y no siempre hicieron.  Interceden en su favor los mas portentosos artífices de Italia, de Donatello a Vasari, de Botticcelli a Bronzino, y Buonarroti niño y Buonarroti viejo; y los pensadores más profundos, de Marsilio Ficino a Machiavelli; y los más dulces poetas, de Poliziano a Tasso; y los científicos más audaces y artistas, de Galileo a Redi.  Y todavía viven en nuestra memoria la Academia Platónica y la Academia del Cimento, y todavía brillan ante nuestros ojos los innumerables edificios, iglesias y palacios, conventos y fortalezas, villas y jardines que, por voluntad y pasión de los Médicis, embellecieron todo rincón de la Toscana y la misma Roma.  La gloria de la estirpe está ligada ya, y para siempre, a la gloria de la civilización italiana, y no se extinguirá nunca mientras este pueblo divino sepa honrar la belleza del sueño y la grandeza de la realidad.

Los Médicis son parte de la historia.  Su herencia es extraordinariamente rica y puede ser percibida incluso ahora, casi trescientos años desde que desaparecieron.  En ese tanto, debemos estarles agradecidos.  Con ellos renacieron el arte y la cultura en general.  Sin ser artistas, gracias a su actividad se magnificó el quehacer de varias generaciones rutilantes de genios que surgieron cerca de ellos y que pudieron destacar por el apoyo que de ellos recibieron.  En resumen, gracias a los Médicis, el hombre vivió uno de los momentos más brillantes de su historia.

Los invitamos a recordarlos y a compartir sus múltiples aportes.

Saludos,

Carlos.