EL CAMINO DE LA VIDA

EL CAMINO DE LA VIDA
EL CAMINO DE LA VIDA. - Every day you may make progress. Every step may be fruitful. Yet there will stretch out before you an ever-lengthening, ever-ascending, ever-improving path. You know you will never get to the end of the journey. But this, so far from discouraging, only adds to the joy and glory of the climb. - Sir Winston Churchill.

jueves, 30 de septiembre de 2010

Almuerzo cultural: El dinero en el mundo.

Estimados amigos,

Este jueves, precisamente el último día del año fiscal, dedicaremos la sesión –y tal vez otras, según lo defina el tiempo– al análisis de un fenómeno que nos ocupa a todos día a día, e incluso momento a momento.  Se trata de un producto cultural de la mayor significación, del que tal vez no conocemos lo suficiente, no obstante su extraordinaria importancia.  Ese fenómeno es el dinero.

I.  Generalidades.

La organización social define ciertas reglas de juego que asignan valores a las cosas materiales y, en no pocos casos, a las inmateriales.  En virtud de ello, todos estamos sujetos al vaivén del dinero; esto es, a lo que tenemos y lo que no tenemos, a lo que queremos y lo que no queremos, en tanto esos aspectos sean susceptibles de reducción a un valor económico.  Esto es parte de un proceso normal de la vida que, sin embargo, ha sido exagerado por las tendencias consumistas de nuestros días, que llevaron a Erich Fromm (1900-1980) a hablarnos del dilema humano entre “ser o tener”.

Entendemos por “dinero” cualquier medio de cambio generalmente aceptado para el pago de bienes, servicios o cualquier tipo de deudas.  Consecuentemente, el dinero es la medida del valor que permite tasar el precio de los distintos bienes y servicios.  Etimológicamente, la palabra “dinero” viene del latín denarium, que era una moneda utilizada por los romanos para sus actividades comerciales.

La función elemental del dinero es, por lo tanto, la intermediación en los procesos de cambio.  El hecho de que los bienes tengan un precio proviene de los valores relativos de unos bienes con respecto a otros.  En forma más específica, el dinero (i) facilita el intercambio de mercaderías; (ii) actúa como unidad de cuenta, sea que expresa en determinadas unidades los valores que ya poseen las cosas (“función numeraria”); y, (iii) sirve como patrón monetario, pues regula la cantidad de dinero en circulación en una economía mediante una paridad fija con otro elemento central que lo respalda (v.g, un metal precioso o una divisa fuerte de aceptación generalizada en el ámbito internacional).

El dinero ha sido una parte básica de nuestra vida por casi 5.000 años.  Su evolución ha pasado de los objetos físicos más inusitados a las ficciones más sofisticadas, incluyendo, en este momento, los bits digitales.  Lo que compramos y consumimos, lo que vendemos o debemos, son equivalencias de dinero.  Algunas son justas y razonables, otras arbitrarias e incluso absurdas, pero todas definen patrones de comportamiento cultural que vale la pena analizar.  Por otra parte, a pesar de lo común del dinero, no todos comprenden las reglas de su manejo; es decir, cómo se comporta en la práctica el dinero: dónde está, quién lo tiene, quién le asigna valor, cuál es la base de ese valor, etc.

El propósito de nuestro almuerzo es contestar algunas de esas preguntas, para entender mejor nuestro entorno.

II.  Un poco de historia.

Como veremos durante la presentación, la aparición y el desarrollo del dinero ha sido uno de los grandes avances de la civilización y, tanto para bien como para mal, ha sido uno de los determinantes del desarrollo humano.

Los inicios del dinero.

En alguna época primitiva de la humanidad, e incluso para algunas civilizaciones, no hubo propiamente un concepto de dinero. Sin embargo, la mayor parte de la historia humana resultaría incomprensible sin la noción del dinero.

Si bien hubo, en los comienzos de la historia, organizaciones sociales basadas en el comunismo y, a lo sumo, en la actividad del trueque, pronto la complejidad de las relaciones sociales exigió la existencia de valores objetivos que permitieran un intercambio económico ágil y expedito.

Esos valores objetivos podían ser cualquier cosa, en el tanto tuvieran aceptación generalizada.  Así, se utilizaron conchas marinas, semillas de cacao, piezas de ámbar, marfil o jade, cuentas ornamentales, clavos, sal o cabezas de ganado, entre muchos otros ejemplos que sirvieron como medios de pago de bienes o servicios.

Si hoy hablamos de “salario”, para mencionar un caso, es porque en un tiempo los soldados de la antigua Roma recibían su paga en sal, y, si usamos las palabras “pecunia” y “pecuniario”, es porque, también en Roma, el ganado se usó como medio de intercambio (pecus, en latín, significa "ganado").

Los registros escritos más antiguos de dinero provienen de hace aproximadamente 4.500 años, en la antigua Mesopotamia (sur del actual Iraq).  En China, por su parte, hace casi 4.000 años se usaron conchas marinas para facilitar el intercambio.

En cualquier caso, la noción de dinero no tuvo un origen único, ya que se desarrolló, de modo independiente, en muchas áreas del mundo, distantes entre sí, y en muy distintas épocas, según su devenir cultural.  Surgió, además, por razones que no fueron sólo económicas y comerciales, sino políticas, religiosas y sociales (por ejemplo, para pagar los tributos que los gobernantes exigían, para presentar ofrendas a los dioses, para comprar una esposa, para pagar la dote al novio, o para indemnizar a las víctimas de un delito, cuando se imponía una sanción retributiva).

La tendencia de las personas a intercambiar cosas entre ellos, con la intención de atender necesidades no cubiertas por cada uno, parece formar parte de la propia condición humana y es una actividad primordial de casi la totalidad de las culturas.  Fueron muchos y muy variados –según lo dicho– los elementos tomados de la naturaleza de los que el hombre se ha valido para establecer una medida de valor o patrón de referencia.  Eventualmente, el desarrollo cultural, que requería de seguridad y estabilidad, llevó al uso de la moneda, propiamente dicha.

La plata y las primeras monedas.

Algunas tablillas de barro y estelas de piedra de la Mesopotamia describen, desde hace más de 4.000 años, algunos pagos realizados mediante la entrega de cantidades de plata.  Desde entonces, este metal ha estado fuertemente ligado a la noción del dinero, entendido como medio de pago, en muchas partes del mundo, al extremo de que el término “plata” se convirtió en sinónimo de dinero en muchos lugares del mundo.

Eventualmente, el uso de la plata y algunos otros metales (como el oro, el bronce y el cobre) llevó a la invención de las monedas, que son piezas de metal de un determinado peso o tamaño, que se marcan con un diseño especial para ser usadas como un valor fijo.  Con el tiempo, sin embargo, las monedas dejaron de tener un valor intrínseco en sí mismas y pasaron simplemente a representar un valor simbólico (token); es decir, una expresión de confianza social.

Las monedas como tales se desarrollaron en el Asia Menor a partir del siglo VII a. C., en lo que hoy es Turquía pero que en ese tiempo se identificaba más con Grecia.  El rey Creso de Lidia (quien reinó entre 560 y 546 a.C.), se hizo acreedor a su fama de hombre inmensamente rico por la acuñación de monedas en su reino con su efigie.  Creso usó electrum, una mezcla de oro y plata, como dinero, y usó la acuñación de moneda con valores fijos como medio oficial para garantizar la pureza y autenticidad de su dinero.

Durante siglos, a partir de entonces, las ciudades-estado griegas acuñaron sus propias monedas y establecieron la costumbre de adornar cada moneda con su emblema local o con el rostro del gobernante de turno.  Esto se centralizó en tiempos de Roma, mediante el poder imperial del César, lo que dio lugar al primer sistema monetario unificado.  Con la caída del Imperio romano, ese poder se perdió y entonces los señores feudales (posteriormente los nobles), los obispos y otros jerarcas de determinadas jurisdicciones, e incluso las ciudades medievales, se dedicaron a acuñar monedas propias para sus incipientes economías.  Tal dispersión fue habitual hasta la época de Carlomagno, que reformó el sistema en el siglo VIII y devolvió parcialmente el control de la emisión monetaria al poder central del Imperio, en el tanto este mantuvo su hegemonía.  La práctica la heredaron los Estados nacionales, hasta nuestros días.

La misma idea se desarrolló en otros lugares, con diversos metales.  El cobre fue usado en el sur de Rusia e Italia, el bronce en China, la plata en Tailandia, y el oro y la plata en Japón.  Con el tiempo, las personas se dieron cuenta de las limitaciones del sistema, principalmente en lo que respecto a su peso y volumen.  Con la expansión del comercio, surgió la necesidad de crear un nuevo tipo de dinero que facilitara las transacciones más grandes y permitiera establecer equivalencias entre las diversas monedas.  Fue así como surgieron los billetes, o papel moneda.

Curiosamente, el pionero en la utilización de los billetes fue el emperador mongol Kublai Khan (1215-1294) –el mismo que acogiera al famoso Marco Polo (1254-1324) en sus viajes–.  Esos billetes constituían certificados de propiedad de una determinada cantidad de monedas de oro.  En Europa, posteriormente, los billetes pasaron a ser certificados que daban cuenta de la existencia de un depósito de oro en un banco.

A finales del siglo XVI, cuando el público empezó a usar los billetes para saldar deudas y realizar pagos, los bancos emitieron certificados por cantidades fijas.  Los primeros billetes oficiales se emitieron a finales del siglo XVII al norte de Europa (1661, por la Banca Sueca de Estocolmo, y 1694, por el Banco de Inglaterra).  Así nació un nuevo tipo de dinero: el “dinero fiduciario”, que, a diferencia de las monedas de la época, sólo tenía valor representativo y basaba su existencia en la confianza (fiducia) de la sociedad.

La aparición de los bancos y los billetes bancarios.

El desarrollo a partir de este momento fue más o menos el mismo en los diversos lugares, según lo permitió y lo requirió cada economía local.

Desde finales del siglo IX y durante el siglo X (dinastía Tang), los chinos comenzaron el proceso de depositar sus monedas de hierro pesado con los comerciantes locales a cambio de recibos firmados.  El titular de estos recibos los usaba como un crédito de compra contra el comerciante, según fuere necesario.  El sistema fue una versión temprana del comercio pre-pagado.  El propio gobierno imperial chino adoptó el sistema de recepción de papel a principios del siglo XI, mediante la impresión de recibos con valores faciales preestablecidos.  Pronto, esta práctica evolucionó y se difundió, cuando comenzaron a realizarse depósitos de oro y plata a cambio de recibos en papel acreditables.  De esta manera surgió una posibilidad adicional, que fue la de ofrecer crédito en papel a favor de terceros, que en la Europa medieval se tradujo en el uso de las letras de cambio entre las diversas plazas comerciales y, con el tiempo, en la aparición de bancos que emitían su propia moneda (fuere en papel o metal).  Es probable que los viajes de comerciantes a Oriente, antes del siglo XIV, fueran el mecanismo por el cual el sistema chino logró importarse a Occidente, donde luego se desarrolló con toda amplitud para dar origen, siglos después, a la economía capitalista.

El surgimiento de los bancos, especialmente en Italia, permitió asegurar el valor de los billetes puestos en circulación, lo que generó la confianza del mercado en el valor del papel así emitido.  Por cierto que los primeros bancos intercambiaron notas para recibir o pagar monedas y metales preciosos en las oficinas de sus corresponsales, y de allí viene el término “banco” que en italiano significa “pupitre” y luego “despacho”.  Así, el término “banco” se refería al despacho del emisor del billete en cada plaza mercantil donde era posible redimir el valor de ese instrumento mediante la presentación del documento.

Previamente se había generalizado la custodia de oro y joyas de las familias adineradas por parte de los orfebres, quienes entregaban recibos con su firma y sello a los depositantes.  Al igual que los pagarés, tales recibos o “resguardos” terminaron convirtiéndose en garantías y medios de pago en las transacciones comerciales.  El uso de estos documentos hizo más ágil y seguro el comercio, pues se evitaba el tener que llevar pesadas cargas de metales preciosos de un lugar a otro, por los peligrosos caminos de la época.

La intervención del Estado y el funcionamiento de los bancos.

A partir del siglo XVII, el sistema evolucionó hasta que los billetes bancarios se convirtieron en la forma más común de moneda pública.  Con el tiempo, los Estados nacionales se hicieron cargo de garantizar la solidez del sistema, como manera de controlar la proliferación de emisores dentro de un mercado.  Así, surgió entonces el concepto de soberanía monetaria, para proteger el tesoro público de cada país.

La actividad del Estado sirvió, además, para proteger más efectivamente el sistema de los abusos de falsificadores y estafadores financieros que lastimaban la confianza del público en el sistema dinerario fiduciario.

Es importante destacar que, para que el dinero impreso en billetes tuviera valor, era necesario que estuviera respaldado por un valor más tangible.  Eso es lo que se denomina “reservas”, que originalmente fueron constituidas por el tesoro público en metales preciosos (fundamentalmente el oro, lo que dio lugar a la expresión “patrón oro” para medir el valor de la moneda en papel frente a las reservas monetarias de un país).  Las reservas del Estado fueron utilizadas para respaldar el valor de la moneda emitida y, dado su valor, esas reservas fueron almacenadas en lugares altamente protegidos y fortificados, como, por ejemplo, la famosa Torre de Londres, en Inglaterra, o el Fuerte Knox en los Estados Unidos.

A finales de la Segunda Guerra Mundial (1944), mediante los acuerdos económicos que dieron origen al Banco Mundial y al Fondo Monetario Internacional (Acuerdos de Bretton Woods), se abandonó el “patrón oro” para establecer el valor de las monedas y las reservas pasaron a estar constituidas por el dólar estadounidense, considerada en ese entonces la moneda más fuerte y confiable, en tanto que “moneda dura”.  Esto pasó a significar que la suma de todo el dinero que podía circular en un país debía ser igual a la cantidad de dólares depositados en el banco central de ese país.  Así, de haber más billetes de moneda local circulando que lo que el banco central tenía en reservas, dicha moneda local no tendría el respaldo suficiente y, por lo tanto, valdría cada vez menos, fenómeno que se conoce como “inflación”.

Actualmente, como resultado de Bretton Woods, el dinero ha perdido su relación y convertibilidad con los metales nobles.  Se trata de una mercancía abstracta de la que nadie puede hacer uso directo pero que, como mercancía, está sujeta a las leyes de la oferta y la demanda.  El valor del dinero se mide así por aquel número de bienes que se pueden adquirir con él; es decir, por su poder adquisitivo.  Como sucede con las enseñanzas de Adam Smith (1723-1790), el dinero tiene mayor valor cuando es escaso en el mercado y menor valor cuando es abundante en relación con los servicios producidos en ese mercado.

Desde 1973 hasta la fecha, a raíz de las crisis financieras que han afectado al dólar como moneda dura, el valor del dinero que usamos se basa exclusivamente en la creencia subjetiva de que éste será aceptado por los demás habitantes de un determinado lugar, como forma de intercambio.  Las autoridades monetarias y los bancos centrales no pretenden defender ningún nivel particular de tipo de cambio, pero intervienen en los mercados de divisas para suavizar las fluctuaciones especulativas de corto plazo, con el objetivo de mantener –al menos a ese plazo– la estabilidad de los precios y evitar situaciones como la “inflación” (que hacen que el valor de ese dinero se destruya, porque desaparece la confianza en él), o la “deflación” (que equivale a una baja generalizada en el nivel de precios de los bienes y servicios en una economía).

El dinero contemporáneo: cheques, plástico y electrónica.

No obstante los respaldos estatales y otras medidas de seguridad a su favor, incluso los billetes pronto demostraron sus límites como expresión de dinero.  Así, por ejemplo, los gobiernos pronto descubrieron que la impresión y la circulación del dinero en efectivo y el almacenamiento y protección de las reservas económicas eran actividades costosas y arriesgadas.  Por ejemplo, el papel moneda era débil y vulnerable a los elementos, en especial el fuego y la humedad, y –según lo dicho– a las falsificaciones.  Como resultado, los bancos se dieron a la tarea de buscar mejores medios para representar el dinero, solución que fue facilitada por el desarrollo del comercio y de la tecnología.

El primer caso sustitutivo de los billetes fue el de los cheques, que fueron emitidos por los bancos para funcionar de manera similar a la práctica medieval de las letras de cambio y los recibos en papel, con la diferencia de que el documento servía más como post-pago que como prepago.  Con ellos, el intercambio adquirió más agilidad, pues permitió hacer pagos a la medida de cada transacción, sin depender de los valores fijos de los billetes y las monedas.

Más adelante, mediante las tarjetas de plástico, resultó posible grabar datos de carácter personal sobre franjas magnéticas que permitieron a las personas el acceso virtual a su dinero en toda clase de transacciones con independencia y privacidad.  Hoy en día, las tarjetas de débito y de crédito, y en menor medida los cheques, en lo que se relacionan con las cuentas bancarias, permiten casi todo tipo de pago a sus titulares.

Sin embargo, lo mismo que los anteriores medios dinerarios, los cheques y las tarjetas de plástico revelaron sus limitaciones.  Así, por ejemplo, las tarjetas de crédito y de débito requieren de líneas telefónicas, autorizaciones de terceros, firmas y códigos PIN, lo que a veces atrasa las transacciones o las circunscribe a ambientes muy determinados.  Los cheques no son recibidos en todas partes y son susceptibles a las falsificaciones, de manera más sencilla que los billetes.

Actualmente, el uso de medios electrónicos permite que las transacciones se realicen digitalmente, sin tocar el dinero físicamente.  De este modo, los valores se transfieren desde una cuenta a otra, de un banco a otro, sin necesidad de intercambiar facturas y moneda.

Esta nueva etapa de la evolución del dinero ha cambiado fundamentalmente su percepción y muchas de sus funciones.  Los bancos, las grandes corporaciones y los gobiernos han modificado las formas de usar, administrar e invertir el dinero.  Y, aunque el intercambio de bienes, la moneda metálica y el papel moneda probablemente nunca desaparezcan del mundo del comercio (especialmente como medio por excelencia para realizar pagos en las pequeñas transacciones de la vida cotidiana), los métodos electrónicos ya han absorbido el grueso del tráfico del dinero.

III.  El funcionamiento de los bancos y las crisis financieras.

El dinero se basa en un elemento fundamental de confianza en el sistema.  Cuando esa confianza disminuye, el sistema dinerario se tambalea. La frase “In God We Trust” (“En Dios confiamos”) de la moneda estadounidense, resume este aspecto de confianza que tiene poco que ver con Dios y mucho con el sistema económico capitalista.

Puesto que el dinero no está actualmente respaldado por ningún activo concreto es denominado –según lo dicho– “dinero fiduciario”; es decir, dinero de confianza.  En efecto, el dinero es resultado de un pacto social, donde todos aceptan entregar sus bienes o servicios a otros, a cambio de ciertos símbolos monetarios (billetes, monedas, etc.).  Por ello, el respaldo del dinero es, en última instancia, la suma de los bienes y servicios de la población de un determinado país; es decir, el “Producto Interno Bruto” o “PIB” de ese país.

En los sistemas económicos actuales, el dinero es creado por dos procedimientos: (i) el dinero legal, que es el creado o emitido por el banco central, mediante la acuñación de monedas o la impresión de billetes (dinero “efectivo”); y, (ii) el dinero bancario, que es el "creado" por los bancos privados mediante la anotación en cuenta de los depósitos suscritos por los clientes, que parte de la ficción de que todo el dinero efectivo depositado en el banco comercial se encuentra allí guardado, para ser cambiado a efectivo nuevamente a voluntad del depositante, según los términos del contrato respectivo.

En efecto, cuando se habla de “dinero creado” por los bancos privados, no significa que los bancos realmente lo crean, sino que se presenta una conversión de dinero legal al llamado dinero bancario con una relación de 1 a 1.  Esta significa que los bancos tienen un compromiso de pago inmediato, en dinero legal (billete y monedas), con sus clientes, lo que crea la sensación de que el banco tiene en sus arcas el cien por ciento del dinero depositado, aunque en realidad esto no es así.  Cuando un cliente consulta su cuenta y ve su saldo, lo único que realmente ve es una anotación contable de lo que el banco le debe, ya que el banco, a su vez, ha prestado al menos parte de ese dinero a otro cliente a través de un crédito, o ha invertido esos fondos en bonos o acciones de empresas en una bolsa de valores.  Es usual que el banco tenga una reserva mínima legal, más la que requiera para operar, en dinero efectivo, de modo que pueda hacer frente a sus compromisos usuales de pago o flujo operativo, como puede ser, por ejemplo, lo que retiren diariamente en efectivo sus clientes, las transferencias de fondos a otras entidades, etc.  El resto de los activos del banco están lejos de ser dinero real: son bonos, acciones, hipotecas, créditos, etc., que se podrán convertir a dinero real en mayor o menor medida y que, para efectos técnicos, se denomina “liquidez del activo”.

Por otra parte, si un cliente emite un cheque o realiza una transferencia a una cuenta en otro banco, el banco de origen deberá enviar el dinero legal (billetes y monedas) hacia el banco de destino, pero esto no se hace inmediata ni directamente, sino mediante las llamadas “cámaras de compensación” o “sistemas de compensación electrónica”, por medio de los cuales se calculan los saldos netos de las entidades bancarias donde se han recibido y emitido cheques, transferencias u otros medios de pagos, y cada cierto periodo (diario o semanal) se retira o se abona el dinero legal (billetes y monedas) de ellas, según dichos saldos, para compensar las obligaciones interbancarias.

Lo que al final tenemos, es un delicado equilibro de relaciones financieras entre todos los participantes del mercado –sofisticados o no– del que depende la estabilidad del sistema.  Ese equilibrio puede alterarse en situaciones complejas, lo que puede dar lugar al llamado "pánico bancario", que en otras épocas ha causado estragos en el sistema económico mundial porque rompe la confianza del sistema.  En efecto, por ejemplo, si todos los clientes de un banco quieren ejercer su derecho a retirar todo su dinero en un mismo momento, el banco no podría hacer frente a ese compromiso, lo que produciría la quiebra del banco y obligaría a la liquidación de sus activos, lo que a su vez podría tener efectos funestos sobre otros bancos y entidades económicas relacionadas.

Luego de las enseñanzas de la llamada Gran Depresión de la década de los treinta, en el siglo XX, es muy improbable que un fenómeno como éste se repita con esa magnitud, ya que hay mecanismos que permiten frenar la quiebra de los bancos debido a estos pánicos.  Sin embargo, también hay fenómenos, como la crisis financiera del 2008, donde otro tipo de abusos especulativos puede poner en peligro un sistema financiero al más amplio nivel.  El rescate de algunos bancos en años recientes, por parte de los gobiernos centrales, ha puesto de manifiesto el interés de éstos en evitar el pánico bancario como medida tendiente a la protección, no sólo de los bancos, sino de la sociedad en general.

No obstante lo dicho, tanto las crisis de los treinta como las más recientes, de los años noventa y 2008, guardan algunos paralelismos importantes: grandes crecimientos económicos (las acciones ganan valor sin bases reales), un alto incremento del endeudamiento motivado por el deseo de los inversionistas de comprar valores y la necesidad de los bancos de prestar las ganancias que genera en exceso, y una desaforada especulación bursátil, con beneficios rápidos y fáciles a cargo de grupos que manejan la información de manera privilegiada e irresponsable.  En un momento dado, se pone en evidencia la insostenibilidad del sistema, y los precios de las acciones, los bonos o los fondos mutuos se desploman, a menudo en forma dramática y, como resultado, los inversionistas ven cómo su dinero –en muchos casos obtenido mediante créditos– se evapora en cuestión de unos días.  Esto motiva el pánico y da origen a una reacción en cadena en todo el sistema financiero que afecta a los bancos y entidades financieras, pues éstos comienzan a enfrentar problemas de solvencia y liquidez (al ser ellos unos de los mayores partícipes de la especulación bursátil).  Cuando la gente corre por sus ahorros, se encuentran con que éstos no pueden ser hechos efectivos, lo que genera más pánico y desconfianza.

Visto desde esta perspectiva, podemos concluir que el problema del dinero es eminentemente ético.  Las regulaciones varían de lo estricto a lo laxo y viceversa, según la filosofía económica y política prevaleciente; sin embargo, en última instancia, hay un componente moral que determina hasta dónde es posible llevar la noción de valor económico a las cosas que se mueven en un mercado.  Ciertamente la dignidad humana no es susceptible de cuantificación material, no importa cuánto dinero corra de por medio.  La dignidad es, como dice el anuncio de MasterCard, “priceless”.

Y a pesar de todo, algunos han pretendido saltarse ciertos límites naturales e incluso legales a lo que es aceptable para redituar a costa de lo que podría considerarse como esencia misma de la dignidad humana. Esos abusos generan crisis y pobreza, y no siempre resultan en sanciones apropiadas para los responsables de su gestación.  Allí, como en muchas otras cosas, vemos la incongruencia entre las aspiraciones de nobleza del ser humano y las evidentes imperfecciones de su naturaleza.  En este sentido, la presentación de nuestro almuerzo cultural nos previene sobre esos peligros.

* * * * *

En resumen, además de los aspectos históricos de la evolución del dinero y de la sociedad a su derredor, la presentación de este jueves nos permitirá entender cómo las crisis económicas y financieras que recientemente nos han aquejado son, de muchos modos, resultado de la perenne incapacidad de la humanidad para aprender de la historia y para entender los límites razonables de la confianza frente a la actividad especulativa de unos cuantos. Igualmente, nos permitirá comprender cómo es necesario cuidarse de esos abusos para mantener la riqueza dentro de los límites éticos que hacen realmente posible la confianza en el sistema y, como resultado, el progreso generalizado.

Están invitados.  Ojalá puedan acompañarnos.

Saludos,

Carlos.

jueves, 23 de septiembre de 2010

Almuerzo cultural: Horowitz en Moscú.

Estimados amigos,

Venerado por muchos y rechazado por otros, de él se ha dicho que fue el más grande pianista del siglo XX y algunos alegan que, incluso, fue el mejor de todos los tiempos. Vladimir Samoilovich Horowitz nació en Ucrania (entonces Imperio ruso) el 1º de octubre de 1903 y murió en Nueva York el 5 de noviembre de 1989.

Dueño de una técnica interpretativa que no conoció límites, podía transformar la obra de cualquier compositor a su gusto (y a menudo lo hacía) para deleite, asombro o enojo de quienes lo escuchaban. En sus ejecuciones, las emociones estaban a flor de piel, pero, al mismo tiempo, sus interpretaciones seguían un claro propósito del pianista que tenía muy poco de superficial y que consistía en comunicar la esencia de la obra interpretada, de manera plena, a su público. No era, como algunos pianistas comerciales, un simple manipulador de obras para el piano, o un showman barato, sino un verdadero intérprete que no hacía concesiones a nada en lo que no creyera firmemente como artista.

En su larga y distinguidísima carrera, ganó 26 Premios Grammy, el famoso Prix Mondial du Disque, la Orden del Mérito del Gobierno italiano, la Medalla Presidencial de la Libertad del Gobierno de los Estados Unidos de América, y la Legión de Honor del Gobierno francés (los más altos honores civiles conferidos en esos países), entre muchas otras distinciones.

Se graduó como pianista a los 16 años, interpretando el Concierto para piano Nº 3 de Sergei Rachmaninov (1873-1943), una de las obras más difíciles del repertorio concertante. Todavía adolecente, comenzó a dar giras por la Rusia post-revolucionaria, y luego, ahuyentado por la violencia y la pobreza generalizadas, huyó a Europa occidental. Su memoria era prodigiosa. Sólo en el curso de un año, entre 1922 y 1923, realizó 23 conciertos con 11 programas diferentes.

En 1926 debutó en Berlín. Luego ofreció conciertos en París, Londres y Nueva York. El éxito fue total. Para 1940 se había radicado en los Estados Unidos, con el fin de alejarse de la guerra que azotaba Europa. Cuatro años después obtuvo la ciudadanía estadounidense.

Horowitz había debutado en Carnegie Hall el 12 de enero de 1928 con el Concierto para piano Nº 1 de Tchaikovsky (1840-1893). Ese concierto fue una revelación para el público asistente que permitió la formación de una legión de admiradores del músico que fue creciendo de manera ostensible con el paso de los años.

En 1932, Horowitz se presentó por primera vez bajo la dirección del maestro italiano Arturo Toscanini (1867-1957), el director orquestal más famoso del mundo en ese tiempo. Esa vez, ambos interpretaron el Concierto para piano Nº 5 de Beethoven (1770-1827), conocido como “Emperador”, con gran suceso. Tras esta presentación, los dos artistas, continuaron frecuentándose y presentándose juntos con diversas obras y, en unos meses, no fue sorpresa que el pianista desposara a Wanda, la hija de Toscanini (1907-1998).

Crisis emocionales.

Como sucede con algunos artistas, Horowitz era propenso a las depresiones. No obstante sus éxitos artísticos y la emocionada reacción de sus seguidores, Horowitz se sentía a veces inseguro de sus méritos musicales. Debido a ello, con alguna frecuencia cancelaba sus presentaciones musicales.

Ya en la década de los cincuenta se alejó de las salas de conciertos e incluso de los estudios de grabación. Con ello, algunas de las grabaciones existentes (incluyendo versiones piratas de pésima calidad técnica) alcanzaron la calificación de legendarias, por el temor de que no grabara más. Igualmente, tuvo importantes crisis matrimoniales que, lo mismo que sus dudas artísticas, fueron superadas con el tiempo para suerte de todos nosotros.

En atención a sus quebrantos emocionales, Horowitz asistía regularmente al psiquiatra y hasta sufrió tratamientos de electroshock dirigidos a la superación de sus depresiones. Durante algunos años, el uso de antidepresivos tuvo efectos perjudiciales sobre sus ejecuciones, por lo que se alejó de los escenarios y estudios de grabación para no dañar su reputación.

En 1965, tras años de no tocar en público, retornó a Carnegie Hall con un concierto inolvidable, que restituyó su reputación como el más grande pianista de su tiempo y, quizá, de la historia. En 1968 grabó un famoso especial para la televisión, denominado "Horowitz en televisión", que llevó su arte a todos los hogares estadounidenses. Luego, otras crisis personales lo volvieron a alejar del público por otro largo período.

Afortunadamente, todo se resolvió poco a poco y, no obstante sus ausencias del escenario, Horowitz grabó múltiples obras durante su carrera, primero para la RCA Victor, luego para HMV de Londres y, más adelante para Columbia Records (luego llamada CBS y, ahora, Sony Classical) y para Deutsche Grammophon.

Regreso triunfal y despedida.

En 1985, Horowitz, a sus 82 años, pero en plena forma interpretativa, retornó de su último retiro a los estudios y a las salas de concierto. Grabó un documental, denominado “Vladimir Horowitz: el último romántico”, que muestra las extraordinarias dotes artísticas del pianista y justifica el apelativo del programa. Si bien la bravura no fue ya, para entonces, un elemento dominante de su interpretación, el ejecutante utilizó en la grabación recursos de una altísima sofisticación estilística –especialmente en materia de fineza y coloración– que ponen ese recital a un nivel excepcional, especialmente considerando su avanzada edad.

En 1986, Horowitz regresó a la Unión Soviética para dar dos conciertos, uno en Moscú y otro en Leningrado (actualmente llamada, de nuevo, San Petersburgo). Había razones políticas para alentar este regreso, relacionadas con los esfuerzos de los gobiernos de los Estados Unidos y la U.R.S.S. por tener un mayor entendimiento internacional y, para Horowitz, era una oportunidad para volver al terruño y reencontrarse con algunos familiares, luego de más de sesenta años de ausencia.

El concierto en Moscú fue grabado en CD y en video y, en ese primer formato, alcanzó el primer puesto de popularidad de Billboard. La versión en video (Horowitz in Moscow) fue transmitida en directo, vía satélite, a diversos países y tuvo una audiencia inusitada para un programa de música clásica. Esa es, justamente, la versión del arte de Horowitz que presentaremos este jueves, durante nuestro almuerzo cultural.

En Moscú el concierto provocó histeria. Cientos de personas invadieron el salón de conciertos para poder presenciar la presentación, no obstante que los boletos se habían agotado con semanas de anticipación.

Luego de esta gira a Moscú, hubo otra a Japón y una más a Europa (Viena y Hamburgo). Luego, cansado por los viajes, decidió limitarse a grabar desde su casa. En 1989, falleció debido a un ataque cardíaco. Fue sepultado en Milán, en el mausoleo de la familia Toscanini, junto a su famosísimo suegro.

Repertorio y aspectos estilísticos.

Horowitz fue especialmente famoso por su interpretación de las obras de los románticos, como Frédéric Chopin (1810-1849), Robert Schumann (1810-1856), Franz Liszt (1811-1886), Aleksandr Scriabin (1872-1915) y Sergei Rachmaninov. Igualmente, se aventuró en algunas de las obras de Domenico Scarlatti (1685-1757), Franz Joseph Haydn (1732-1809) y Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791).

Para algunos, su grabación de 1932 de la Sonata para piano de Liszt es la versión definitiva de esta gran obra. Por otra parte, su versión del Concierto para piano No 3 para piano de Rachmaninov fue considerada por el compositor como mejor que la suya propia, grande como fue él como pianista. Su interpretación del Estudio en re sostenido menor de Scriabin fue tan convincente, que pocos pianistas se atrevieron a grabarlo desde entonces; y algo parecido ha sucedido con la Balada No 1 en sol menor de Chopin, la Polka de W.R. de Rachmaninov y las Escenas infantiles (Kinderszenen) de Schumann.

El estilo interpretativo de Horowitz se caracterizó siempre por su enorme expresividad. Ello, aunado a una técnica avasallante, capaz de una precisión absoluta, hacían del pianista un verdadero monstruo del teclado.

Horowitz era algo así como un pianista de pianistas. Cada vez que se presentaba en un concierto o recital, las primeras filas de butacas del salón estaban ocupadas, invariablemente, por sus propios colegas. Arthur Rubinstein (1887-1982), su gran rival artístico, dijo, al escucharlo por primera vez;
Horowitz atesoraba un incomparable dominio de las dinámicas sonoras hasta el punto de completar transiciones en apenas un par de compases desde el fortissimo hasta el pianissimo con una prodigiosa suavidad y sin ningún asomo de desmesuras. La gama sonora que extraía del instrumento era verdaderamente prodigiosa y en ningún momento surgían estridencias o forzadas asperezas. Famosos fueron sus ataques en pasajes de octavas, muy propios en la música de Chopin y Rachmaninov, y ejecutados con diabólica velocidad y con una limpieza admirable. Para ciertos contemporáneos, Horowitz fue el pianista que más se aproximó al estilo de Rachmaninov y, acorde a ello, algunos le señalaron como su más legítimo sucesor. Incluso con las limitaciones físicas que conllevó el ineludible paso de los años, su digitación fue en todo momento tan elegante como magistral. Poco amigo de los excesos, nunca levantaba las manos por encima del piano y su cuerpo permanecía inmóvil e invariable a lo largo de la ejecución. Aún así, la potencia sonora que lograba extraer del instrumento en determinados pasajes fue realmente inimitable para el resto de sus colegas. Muchas opiniones coinciden en que, de haber mantenido una mayor regularidad, Horowitz habría sido el pianista “definitivo”.
(…) había en él algo más que mera técnica y brillo: había una serena elegancia, ese algo mágico que escapa a toda definición.
En el estilo de Liszt, Horowitz también compuso importantes paráfrasis para el piano de otras obras. Son particularmente famosas las que compuso sobre temas de la ópera Carmen de Georges Bizet (1838-1875) y la que hizo de la marcha Stars and Stripes Forever de John Philip Sousa (1854-1932).

Virgil Thomson (1896-1989), uno de sus mayores detractores, acusaba regularmente a Horowitz de distorsionar y exagerar las partituras que interpretaba, lo cual Horowitz recibía como un cumplido, al alegar que también Miguel Ángel Buonarroti (1475-1564) y El Greco (1541-1614) habían distorsionado y exagerado la materia que era propia de su arte.

Por su lado, el crítico Harold C. Schonberg (1915-2003), de The New York Times, atribuía esas libertades a la tradición cultural interpretativa del Romanticismo, de la cual Horowitz claramente se nutría. Grandes maestros pianistas, como Shura Cherkassky (1909-1995), Earl Wild (1915-2010), Lazar Berman (1930-2005), Van Cliburn (1934-), Maurizio Pollini (1942-), Murray Perahia (1947-) y Yefim Bronfman (1958-), nunca escatimaron elogios para Horowitz.

El posicionamiento de las manos de Horowitz sobre el teclado era muy particular. Sus palmas eran mantenidas por debajo del nivel de las teclas. Con frecuencia, tocaba con sus dedos extendidos y el dedo meñique de su mano derecha se mantenía siempre en alto, hasta que era requerido para tocar alguna nota. Schonberg decía que ese dedo se lanzaba a las notas con la violencia y la precisión con la que ataca una cobra.

A raíz de la presentación en Moscú que vamos a disfrutar, Michael Walsh, de la revista Time, elaboró un largo e interesante artículo que, en lo que interesa, dice:

Como artista, Horowitz actuó siempre como un niño mimado. Narcisista e impredecible, podía decir cosas fuertes sin el menor tacto, lo que sólo su condición de artista excepcional le permitía superar. Siempre excéntrico, hacía volar diariamente desde Londres el lenguado (Dover sole) que gustaba comer “fresco” todos los días. No comía carne roja, pero gustaba de la comida italiana (influencia de Toscanini, probablemente). Le gustaban las películas de miedo y las de aventuras. Se acostaba a eso de las 4:00 de la mañana y se levantaba al mediodía.
El secreto de la atracción que despierta Horowitz es doble. Su técnica fenomenal, considerada por los expertos como la más deslumbrante desde que Franz Liszt definiera el estándar de virtuosismo a mediados del siglo XIX, mantiene a los oyentes embrujados. Horowitz siempre pudo hacer lo que quiso con el teclado, ya fuera machacando octavas o recorriendo escalas en terceras. Pero la mera técnica no es suficiente. Al igual que las notas altas de Luciano Pavarotti, durante la mejor época del tenor hace varios años, fueron respaldadas por un precioso tono líquido y un sentido flexible del fraseo, así Horowitz ofrece muchas sutilezas: la independencia absoluta de cada dedo, que hace que su música suene como si estuviere tocando con tres manos, y una paleta de tonal como un arco iris, que hace realidad el ideal de Liszt de convertir el piano en una orquesta de 88 teclas, con todos los instrumentos representados, desde la flauta hasta el contrabajo. (…)

Incluso más importante que su técnica, sin embargo, es el sentido de aventura que aporta a cada pieza que él realiza, no importa cuántas veces la haya tocado. Ha grabado la Balada en sol menor de Chopin varias veces. En cada ocasión la poética obra, por turnos quejumbrosa, reflexiva y explosiva, surgió de sus interpretaciones de forma diferente. La lectura hecha en el estudio de grabación, en 1947, es la lectura de una estructura unificada, cuyo estallido dramático al final viene como una conclusión lógica de todo lo que ha ocurrido antes; dos interpretaciones posteriores de la década de los sesenta, ambas grabadas en concierto, son más febriles, como si el pianista fuera componiendo la pieza conforme avanzaba. El productor Thomas Frost, quien ha trabajado con él desde 1963, dice que la estructura básica de un recital de Horowitz es siempre establecida de antemano. "Pero donde él cambia es en el calor del momento. No sabes qué esperar cuando toca. Lo hace diferente cada vez, con cierto grado de suspenso por la forma en que lo hace. Por eso resulta tan apasionante”. (…)

¿Qué es lo que pone a Horowitz tan lejos de todo otro pianista viviente –incluso de todo otro gran pianista del siglo [XX]? Horowitz se ganó su reputación durante una edad dorada del arte pianístico, en competencia con [grandes pianistas como] Rachmaninov, Josef Hofmann, Josef Lhévinne, Moriz Rosenthal, Leopold Godowsky y Arthur Rubinstein, para nombrar a unos pocos. Rosenthal, Lhévinne y Godowsky poseían técnicas impecables para rivalizar con la de Horowitz, a lo cual Rachmaninov añadía la fuerza física y Hofmann un control fuera de este mundo. En su apogeo, Horowitz tenía todo esto, aumentado y amplificado por un arrojo temerario que impregnaba cada presentación suya de una teatralidad estimulante y desinhibida. A pocos parecía importarles que no fuera el más profundo pensador musical o el intérprete más seguro. Horowitz era único, y por ello fue siempre el elegido de la gente. Su rival Rubinstein tenía un repertorio más amplio y una personalidad más cálida; nunca hubo ninguna duda sobre quién fue el mejor músico. Pero tampoco hubo duda alguna sobre quién era el mejor pianista.
No le gustaba mucho practicar y en ello se confesaba un poco vagabundo. Por otra parte, no tocaba un piano que no fuera su propio Steinway, el cual debía ser trasladado a cada sitio donde se presentaba, en compañía del afinador de esa famosa casa fabricante. Cobraba una tarifa fijada con antelación a cada presentación, que oscilaba entre los US$100.000 y los US$500.000. Por aparte venían las regalías por sus grabaciones. Era un poco tacaño y vendió su colección de arte (Rouault, Picasso, Degas, Manet, etc.) cuando el costo del seguro se volvió –en su opinión– prohibitivo. Tan solo dejó en sus paredes cuatro fotografías, todas autografiadas: de Paderewski, Rachmaninov, Puccini y Toscanini.

Prefería tocar el piano frente al público los domingos por la tarde, pues pensaba que éste estaría más descansado en ese momento que en las noches o entre semana. Quizá se trataba de la hora a la cual él mismo prefería tocar.

En preparación para sus presentaciones en la antigua Unión Soviética, con ochenta años a cuestas, Horowitz estaba ilusionado de su regreso a la Madre Rusia. Al respecto declaró:

Oír y ver a Horowitz es una experiencia de vida importante. Esperamos que puedan acompañarnos para ser testigos de la actividad artística de un gigante en sus años más dorados. Están invitados.
He dado lo mejor de mí y siento que aún tengo más por dar. Ese sigue siendo el propósito de mi vida: dar significado a la música cada vez que la interpreto. No estoy cansado de la vida. Aún puedo maravillarme cuando es un bello día.
Saludos,

Carlos.

jueves, 9 de septiembre de 2010

Día del niño.

Un par de citas de autores para tomar en cuenta hoy, Día del Niño:


Los adultos suelen olvidar lo que sentían, lo que hacían en su infancia. Si uno le pregunta a cualquier chico si puede dibujar, no va a dudar y va a contestar que sí; pero si uno le hace esa misma pregunta a un adulto la mayoría va a decir que no, que no sabe.
Anthony Browne (ilustrador de cuentos infantiles).

A los adultos les gustan los números. Cuando uno les habla de un nuevo amigo, nunca preguntan sobre lo esencial. Nunca te dicen: "¿Cómo es el sonido de su voz? ¿Cuáles son los juegos que prefiere? ¿Colecciona mariposas?" Te preguntan: "¿Qué edad tiene? ¿Cuántos hermanos tiene? ¿Cuánto pesa ? ¿Cuánto gana su padre?" Sólo entonces creen conocerlo. Si uno dice a los adultos: "Vi una bella casa de ladrillos rosas, con geranios en las ventanas y palomas en el techo..." no logran imaginársela. Hay que decirles: "Vi una casa de cien mil francos." Entonces exclaman: "¡Qué lindo!".
Antoine de Saint-Exupéry. El principito.

*   *   *   *   *

Saludos y felicidades a todos, en recuerdo del niño que fuimos y que, ojalá, aún llevemos dentro.

Carlos.

Almuerzo cultural: La inteligencia emocional.

Estimados amigos,

Durante el almuerzo cultural de este jueves vamos a tratar un tema muy interesante (más cercano a la ciencia que a las artes) que, sin embargo, a todos nos concierne: la llamada “inteligencia emocional”.

Concepto.

El término “inteligencia emocional” se debe al psicólogo estadounidense Daniel Goleman (1947-), quien publicó un estudio con ese nombre en el año 1995.  Como ven, se trata de un tópico bastante nuevo, aunque algunos antecedentes sobre el tema se remontan al propio Charles Darwin (1809-1882), quien, más de cien años antes, recalcaba la importancia de la expresión emocional como un factor necesario para la supervivencia y la adaptación de las especies.

Tradicionalmente, se entendía por “inteligencia” cierta capacidad de las personas para aprender y desarrollar facultades cognitivas, como, por ejemplo, el uso de la memoria, la resolución de problemas, la aplicación del entendimiento y los conceptos a situaciones teóricas y de facto, etc.  Con el tiempo, sin embargo, se llegó a la conclusión de que existen otros elementos que intervienen en el desarrollo personal, que no son propiamente cognitivos, y que explican la capacidad para motivar y comprender a otros, transmitir emociones e incluso moldearlas en beneficio propio. Son formas de inteligencia, si bien no académicas o intelectuales.

En 1983, el Dr. Howard Gardner (1943-), de la Universidad de Harvard, publicó una investigación sobre su teoría de las inteligencias múltiples, llamada Frames of Mind: The Theory of Multiple Intelligences, mediante la cual sostenía que el concepto de “inteligencia” debía incluir tanto lo que denominaba “inteligencia interpersonal”, que es la capacidad para comprender las intenciones, motivaciones y deseos de otras personas, como la “inteligencia intrapersonal”, que es la capacidad para comprenderse uno mismo, apreciar los sentimientos, temores y motivaciones propios.  Entre otras cosas, el Dr. Gardner señalaba que los indicadores de la inteligencia tradicional, como el coeficiente intelectual “CI”, no explican plenamente la capacidad cognitiva de los seres humanos.

El concepto de inteligencia emocional subraya el papel básico de las emociones en la psiquis de las personas. Se trata de un cúmulo de habilidades que cada sujeto desarrolla en mayor o menor medida y que se reflejan en el rol social desempeñado por ese sujeto en el grupo al que pertenece.  Esas habilidades son especialmente visibles en ciertas encrucijadas de la vida que alcanzan a todas las personas, como son, por ejemplo, los momentos de peligro o de riesgo, las situaciones de alegría o de dolor, los triunfos y los fracasos, los casos de conflicto o de satisfacción, etc.  Ante esas situaciones hay muchas emociones que determinarán la conducta del sujeto, la cual puede resultar en el manejo exitoso o infructuoso de esas circunstancias.

La inteligencia emocional se divide en dos áreas:
  • La inteligencia intrapersonal, que es la capacidad de configurar un modelo realista y preciso de uno mismo, por el que el individuo tiene acceso a sus propios sentimientos para utilizarlos como guías y herramientas de su conducta; y,
  • La inteligencia interpersonal, que es la capacidad de comprender a los demás y desarrollar empatías, incluyendo aquellos factores que los motivan, definen su comportamiento y sus relaciones.
Aspectos biológicos.

Todo lo relativo a la inteligencia se concentra en el cerebro.  El cerebro es un órgano magnífico que define, en gran medida, nuestra diferenciación con las otras especies animales.  Él es el responsable del funcionamiento de una multitud de impulsos, actos y reacciones del ser humano, en diferentes niveles, que definen su comportamiento como especie e incluso su individualidad.  El pensamiento es la capacidad de abstracción de la que gozamos que nos permite tomar decisiones a partir del conocimiento y la experiencia previos y, en forma consecuente, actuar en una determinada situación.

El cerebro es capaz de procesar información que se convierte en conocimiento intelectual, pero también maneja los aspectos emocionales de la persona.  Ambas dimensiones no siempre están en armonía y ello contribuye de manera clara a nuestra enorme diversidad como individuos, así como a la gran complejidad de nuestro ser en general.

Quizá conviene tener una explicación técnica del proceso cerebral, para entender un poco mejor la complejidad de su funcionamiento:

Para comprender el gran poder de las emociones sobre la mente pensante –y la causa del frecuente conflicto existente entre los sentimientos y la razón– debemos considerar la forma en que ha evolucionado el cerebro.

La región más primitiva del cerebro es el tronco encefálico, que regula las funciones vitales básicas, como la respiración o el metabolismo, y lo compartimos con todas aquellas especies que disponen de sistema nervioso, aunque sea muy rudimentario.  De este cerebro primitivo emergieron los centros emocionales que, millones de años más tarde, dieron lugar al cerebro pensante: el neocórtex.  El hecho de que el cerebro emocional sea muy anterior al racional y que éste sea una derivación de aquél, revela con claridad las auténticas relaciones existentes entre el pensamiento y el sentimiento.

El neocórtex permite un aumento de la sutileza y la complejidad de la vida emocional, aunque no gobierna la totalidad de la vida emocional porque, en estos asuntos, delega su cometido en el sistema límbico.  Esto es lo que confiere a los centros de la emoción un poder extraordinario para influir en el funcionamiento global del cerebro, incluyendo a los centros del pensamiento.

La sede de las pasiones.

La amígdala cerebral y el hipocampo fueron dos piezas clave del primitivo «cerebro olfativo» que, a lo largo del proceso evolutivo, terminó dando origen al córtex y posteriormente al neocórtex.  La amígdala está especializada en las cuestiones emocionales y se la considera una estructura limbica muy ligada a los procesos del aprendizaje y la memoria.  Constituye una especie de depósito de la memoria emocional.  Es la encargada de activar la secreción de dosis masivas de noradrenalina, que estimula los sentidos y pone al cerebro en estado de alerta.

[Joseph E.] LeDoux [(1949-)] descubrió que la primera zona cerebral por la que pasan las señales sensoriales procedentes de los ojos o de los oídos es el tálamo y, a partir de ahí y a través de una sola sinapsis, la amígdala.  Otra vía procedente del tálamo lleva la señal hasta el neocórtex –el cerebro pensante–, permitiendo que la amígdala comience a responder antes de que el neocórtex haya ponderado la información.  Según LeDoux: «anatómicamente hablando, el sistema emocional puede actuar independientemente del neocórtex.  Existen ciertas reacciones y recuerdos emocionales que tienen lugar sin la menor participación cognitiva consciente».

La memoria emocional.

Las opiniones inconscientes son recuerdos emocionales que se almacenan en la amígdala.  El hipocampo registra los hechos puros, y la amígdala es la encargada de registrar el «clima emocional» que acompaña a estos hechos.  Para LeDoux: «el hipocampo es una estructura fundamental para reconocer un rostro como el de su prima, pero es la amígdala la que le agrega el clima emocional de que no parece tenerla en mucha estima».  Esto significa que el cerebro dispone de dos sistemas de registro, uno para los hechos ordinarios y otro para los recuerdos con una intensa carga emocional.

Un sistema de alarma anticuado.

En el cambiante mundo social, uno de los inconvenientes de este sistema de alarma neuronal es que, con más frecuencia de la deseable, el mensaje de urgencia mandado por la amígdala suele ser obsoleto.  La amígdala examina la experiencia presente y la compara con lo que sucedió en el pasado, utilizando un método asociativo, equiparando situaciones por el mero hecho de compartir unos pocos rasgos característicos similares, haciendo reaccionar con respuestas que fueron grabadas mucho tiempo atrás, a veces obsoletas.

En opinión de LeDoux, la interacción entre el niño y sus cuidadores durante los primeros años de vida constituye un auténtico aprendizaje emocional, y es tan poderoso y resulta tan difícil de comprender para el adulto porque está grabado en la amígdala con la tosca impronta no verbal propia de la vida emocional.  Lo que explica el desconcierto ante nuestros propios estallidos emocionales es que suelen datar de un período tan temprano que las cosas nos desconcertaban y ni siquiera disponíamos de palabras para comprender lo que sucedía.

Cuando las emociones son rápidas y toscas.

La importancia evolutiva de ofrecer una respuesta rápida que permitiera ganar unos milisegundos críticos ante las situaciones peligrosas, es muy probable que salvaran la vida de muchos de nuestros antepasados, porque esa configuración ha quedado impresa en el cerebro de todo protomamífero, incluyendo los humanos.  Para LeDoux: «El rudimentario cerebro menor de los mamíferos es el principal cerebro de los no mamíferos, un cerebro que permite una respuesta emocional muy veloz.  Pero, aunque veloz, se trata también, al mismo tiempo, de una respuesta muy tosca, porque las células implicadas sólo permiten un procesamiento rápido, pero también impreciso», y estas rudimentarias confusiones emocionales —basadas en sentir antes que en pensar— son las «emociones precognitivas».

El gestor de las emociones.

La amígdala prepara una reacción emocional ansiosa e impulsiva, pero otra parte del cerebro se encarga de elaborar una respuesta más adecuada.  El regulador cerebral que desconecta los impulsos de la amígdala parece encontrarse en el extremo de una vía nerviosa que va al neocórtex, en el lóbulo prefrontal.  El área prefrontal constituye una especie de modulador de las respuestas proporcionadas por la amígdala y otras regiones del sistema límbico, permitiendo la emisión de una respuesta más analítica y proporcionada.  El lóbulo prefrontal izquierdo parece formar parte de un circuito que se encarga de desconectar —o atenuar parcialmente— los impulsos emocionales más perturbadores.

Armonizando emoción y pensamiento.

Las conexiones existentes entre la amígdala (y las estructuras límbicas) y el neocórtex constituyen el centro de gestión entre los pensamientos y los sentimientos.  Esta vía nerviosa explicaría el motivo por el cual la emoción es fundamental para pensar eficazmente, tomar decisiones inteligentes y permitimos pensar con claridad.  La corteza prefrontal es la región cerebral que se encarga de la «memoria de trabajo».

Cuando estamos emocionalmente perturbados, solemos decir que «no podemos pensar bien» y permite explicar por qué la tensión emocional prolongada puede obstaculizar las facultades intelectuales del niño y dificultar así su capacidad de aprendizaje.  Los niños impulsivos y ansiosos, a menudo desorganizados y problemáticos, parecen tener un escaso control prefrontal sobre sus impulsos límbicos.  Este tipo de niños presenta un elevado riesgo de problemas de fracaso escolar, alcoholismo y delincuencia, pero no tanto porque su potencial intelectual sea bajo sino porque su control sobre su vida emocional se halla severamente restringido.

Razón vs. emoción.

Lo mismo que la razón, las emociones son un componente fundamental del pensamiento.  Aunque la tradición popular tiende a situar las emociones en el ámbito del corazón, está claramente establecido que su asiento es el cerebro, de la misma manera que allí se alberga la razón.  De hecho, el mundo emocional actúa como un condicionamiento del raciocinio –alentándolo u obstaculizándolo– en una relación constante que obedece a las circunstancias externas del sujeto y las que le son más propias.  Del mismo modo, la razón afecta las respuestas emocionales de los individuos, para controlarlas, ocultarlas, canalizarlas o fingirlas, según sus intereses.

En cierto modo, tenemos dos cerebros y dos clases diferentes de inteligencia: la inteligencia racional y la inteligencia emocional, y nuestro funcionamiento vital está determinado por ambos.

No fue en balde que el filósofo francés Blas Pascal (1623-1662) afirmó con verdad y belleza, en uno de sus Pensamientos, que el corazón tiene razones que la razón no comprende.

Implicaciones de vida.

Según la investigación de Goleman, la inteligencia académica o racional es insuficiente para predecir las posibilidades de éxito de una persona en su vida, sea en la esfera laboral o de negocios, en la familiar o el ámbito social en general.  Lo anterior es así porque –según los investigadores clínicos– la inteligencia pura o racional no es capaz de garantizar el buen manejo de las relaciones sociales de las personas ni, de modo amplio, la reacción de un individuo concreto ante los avatares de la vida.

La relación entre ambos tipos de inteligencia es equívoca.  Hay gente inteligente desde un punto de vista académico que, sin embargo, tiene serios problemas de relación social (el nerd es el arquetipo de ese fenómeno, como lo muestra el sitcom televisivo The Big Bang Theory).  Del mismo modo, hay gente con habilidades sociales muy evidentes que, no obstante, tiene una preparación intelectual deficiente (los ejemplos son muchos, especialmente en el plano de los políticos).  Igualmente, hay personas académicamente muy preparadas, que no son capaces de superar una pérdida en el plano sentimental, lo que condiciona luego toda actividad de su parte.  Finalmente, las hay que no tienen sentido del humor o que, si bien lo tienen, lo manifiestan de modo cuando menos extraño para el resto del grupo social.

Para Goleman,

Las personas con habilidades emocionales bien desarrolladas tienen más probabilidades de sentirse satisfechas y ser eficaces en su vida, y de dominar los hábitos mentales que favorezcan su propia productividad; las personas que no pueden poner cierto orden en su vida emocional libran batallas interiores que sabotean su capacidad de concentrarse en el trabajo y pensar con claridad.

A diferencia de la inteligencia académica o racional, no es posible aplicar un test o prueba para medir la inteligencia emocional mediante algún coeficiente. No obstante, Wikipedia ofrece, con base en ciertas investigaciones, una caracterización que, aunque extrema, es bastante ilustrativa y establece dos tipos teóricamente puros de personas, cuyos rasgos difieren ligeramente en relación con el género del individuo:
  • Los hombres que poseen una elevada inteligencia emocional suelen ser socialmente equilibrados, extrovertidos, alegres, poco predispuestos a la timidez y a rumiar sus preocupaciones.  Demuestran estar dotados de una notable capacidad para comprometerse con las causas y las personas, suelen adoptar responsabilidades, mantienen una visión ética de la vida y son afables y cariñosos en sus relaciones.  Su vida emocional es rica y apropiada; se sienten, en suma, a gusto consigo mismos, con sus semejantes y con el universo social en el que viven.
  • Las mujeres emocionalmente inteligentes tienden a ser enérgicas y a expresar sus sentimientos sin ambages, tienen una visión positiva de sí mismas y para ellas la vida siempre tiene un sentido.  Al igual que ocurre con los hombres, suelen ser abiertas y sociables, expresan sus sentimientos adecuadamente (en lugar de entregarse a arranques emocionales de los que posteriormente tengan que lamentarse) y soportan bien la tensión.  Su equilibrio social les permite hacer rápidamente nuevas amistades; se sienten lo bastante a gusto consigo mismas como para mostrarse alegres, espontáneas y abiertas a las experiencias sensuales.  Y, a diferencia de lo que ocurre con el tipo puro de mujer con un elevado CI, raramente se sienten ansiosas, culpables o se ahogan en sus preocupaciones. 
  • Los hombres con un elevado CI se caracterizan por una amplia gama de intereses y habilidades intelectuales y suelen ser ambiciosos, productivos, predecibles, tenaces y poco dados a reparar en sus propias necesidades.  Tienden a ser críticos, condescendientes, aprensivos, inhibidos, a sentirse incómodos con la sexualidad y las experiencias sensoriales en general y son poco expresivos, distantes y emocionalmente fríos y tranquilos.
  • La mujer con un elevado CI manifiesta una previsible confianza intelectual, es capaz de expresar claramente sus pensamientos, valora las cuestiones teóricas y presenta un amplio abanico de intereses estéticos e intelectuales.  También tiende a ser introspectiva, predispuesta a la ansiedad, a la preocupación y la culpabilidad, y se muestra poco dispuesta a expresar públicamente su enfado (aunque pueda expresarlo de un modo indirecto).

 Estos retratos, obviamente, resultan caricaturescos pues toda persona es el resultado de la combinación entre el CI y la inteligencia emocional, en distintas proporciones, pero ofrecen una visión muy instructiva del tipo de aptitudes específicas que ambas dimensiones pueden aportar al conjunto de cualidades que constituye una persona.

* * * * *

Como se darán cuenta, el tema no sólo es interesante, sino que tiene que ver con cada uno de nosotros. La presentación de este jueves no sólo es para aprender, sin para aprovecharla.  Decía el filósofo Baruch Spinoza (1632-1677) que las personas creen ser libres simplemente porque son conscientes de sus acciones e inconscientes de las causas que determinan esas acciones.  Quizá un mayor conocimiento de cómo funcionan nuestros niveles de inteligencia nos permita contar con un mayor control sobre nuestro propio ser, para más libertad de acción y pensamiento.

Los esperamos.

Saludos,

Carlos.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Cosas de la vida: Reglas de un educador para nuestros hijos, que desafortunadamente no aprenderán en sus escuelas.

Supuestamente Bill Gates se presentó recientemente ante un auditorio de jóvenes estudiantes y expuso las siguientes reglas de vida que éstos no habrían de aprender en sus escuelas. En realidad no fue así o, por lo menos, no son reglas de la autoría directa de Bill Gates. Más bien, se trata de un conjunto de reglas mencionadas por el educador Charles Sykes en su libro Dumbing Down Our Kids, cuyo mensaje es el mismo que se atribuye al supuesto discurso de Gates.

Cualquiera que sea la fuente, ese mensaje vale la pena propagarlo. Les paso el texto en inglés, porque así lo recibí.

Saludos,

Carlos.

11 rules your kids did not and will not learn in school.

Rule 1:
Life is not fair - get used to it!

Rule 2:
The world doesn't care about your self-esteem. The world will expect you to accomplish something BEFORE you feel good about yourself.

Rule 3:
You will NOT make $60,000 a year right out of high school. You won't be a vice-president with a car phone until you earn both.

Rule 4:
If you think your teacher is tough, wait till you get a boss.

Rule 5:
Flipping burgers is not beneath your dignity. Your Grandparents had a different word for burger flipping: they called it opportunity.

Rule 6:
If you mess up, it's not your parents' fault, so don't whine about your mistakes, learn from them.

Rule 7:
Before you were born, your parents weren't as boring as they are now. They got that way from paying your bills, cleaning your clothes and listening to you talk about how cool you thought you were. So before you save the rain forest from the parasites of your parent's generation, try delousing the closet in your own room.

Rule 8:
Your school may have done away with winners and losers, but life HAS NOT. In some schools, they have abolished failing grades and they'll give you as MANY TIMES as you want to get the right answer. This doesn't bear the slightest resemblance to ANYTHING in real life.

Rule 9:
Life is not divided into semesters. You don't get summers off and very few employers are interested in helping you FIND YOURSELF. Do that on your own time.

Rule 10:
Television is NOT real life. In real life people actually have to leave the coffee shop and go to jobs.

Rule 11:
Be nice to nerds. Chances are you'll end up working for one.

jueves, 2 de septiembre de 2010

Almuerzo cultural: Persépolis.

Estimados amigos,

Este jueves vamos a referirnos a una de las mayores civilizaciones de la Antigüedad: los persas, quienes, como figuras históricas, son injustamente maltratados por la propaganda mediática de nuestros días.

El término “Persia” alude a una de las regiones de mayor tradición histórica del Oriente Medio, que hoy abarca el país que conocemos como Irán.  De historia fascinante, los desvaríos de su actual régimen político arrojan, muy desafortunadamente, una nube de prejuicios sobre los logros y alcances de la civilización que tuvo su asiento originalmente en este país.

Orígenes y desarrollo histórico.

Los persas fueron un pueblo de origen indoeuropeo que se estableció en la meseta de Irán hacia el año 2000 a.C.  Durante su época de esplendor, su imperio, que floreció entre los siglos VI y IV a.C., abarcó los territorios de los actuales estados de Irán, Iraq, Turkmenistán, Afganistán, Uzbekistán, Turquía, Chipre, Siria, Líbano, Israel y Egipto.  Su expansión territorial comenzó, durante el reinado de Ciro II (559-530 a.C.), con la anexión del reino medo (sur de Irán), y alcanzó su máximo desarrollo hacia el año 500 a.C., cuando llegó a abarcar, además, parte de los territorios de los actuales estados de Libia, Grecia, Bulgaria, la India y Pakistán, así como ciertas áreas del Cáucaso, Sudán y el Asia Central.  El Imperio persa dejó de existir como tal hacia el año 330 a.C., cuando el rey Darío III fue derrotado por Alejandro Magno, tras las batallas de Issus y Gaugamela, y, eventualmente, sus territorios pasaron a poder primero de los macedonios y luego de los romanos.

El “Imperio persa aqueménida”, o “Imperio aqueménida”, es como se conoce al primero y más extenso de los imperios persas (hubo luego otro, conocido como “Imperio persa sasánida”, que data del siglo III al siglo VI d.C. y que no tiene rlación directa con el aqueménida)  Este primer imperio persa debe su nombre a la dinastía que lo gobernó, fundada por el rey Aquemenes, personaje semi-legendario.

Como organización política, el Imperio persa aqueménida representó la última gran civilización oriental de la Antigüedad (precedida por Sumeria, Acadia, Egipto, Babilonia y Asiria), antes de que la antorcha civilizatoria pasara a Occidente, a manos de los griegos, los macedonios y los romanos.  Aunque surgió vertiginosamente, para convertirse en el mayor imperio conocido hasta entonces, el persa alcanzó su cénit en el siglo V a.C. y luego se debilitó poco a poco, tras enfrentar a los griegos en las llamadas “Guerras Médicas”, que marcaron el fin de su expansión colonialista.

Desafortunadamente, no sabemos tanto de los persas como quisiéramos.  La arqueología y la antropología trabajan desde hace años en ello, aunque los constantes conflictos políticos en la zona no ayudan a dar continuidad a ese proceso.

Inicialmente, la historia persa se conoció por medio de los trabajos de investigación histórica dejados por los autores griegos (especialmente Heródoto y Jenofonte, en los siglos V y IV a.C. respectivamente), así como por algunos de los libros bíblicos.  La visión sobre los persas es, por lo tanto, externa y prejuiciada, según los intereses en juego, y –de algún modo– tendió a ser a veces hostil.

Para los griegos, los persas fueron el gran enemigo, no desprovisto, sin embargo, de virtudes.  Se trataba de rivales que marcharon en dos ocasiones sobre Grecia y causaron daño y destrucción a su paso como resultado de campañas militares de conquista.  Los cronistas griegos los trataron con dureza en sus escritos, aunque se puede adivinar detrás de ello cierta admiración a su poder y organización política.

En La Biblia, por otra parte, los libros de Esdras y de Nehemías describen a los persas fueron descritos como restauradores del Templo de Jerusalén y defensores del culto a Yahvé.  La razón es que los persas acabaron con el llamado “cautiverio en Babilonia”, que fue una de las grandes calamidades de la historia hebrea.

Así, no obstante esos antecedentes, que exaltan algunas virtudes de los persas de manera consistente (lo que reafirma los méritos culturales de este pueblo) es interesante comentar el contraste que produce en nuestros días la visión mal intencionada que encontramos de los persas en películas como Alexander (2004) y 300 (2007), que hacen ver a los persas como pusilánimes, crueles, corruptos, esclavistas y cobardes.

Gobierno y gobernantes históricos.

Como la gran mayoría de las organizaciones políticas de la Antigüedad, el gobierno persa era monárquico y absoluto, a cargo de un “gran rey”, de rango divino, que era la encarnación de dios en el mundo. Como en otras civilizaciones tempranas, el gran rey debía ser no sólo el mejor guerrero, sino también el mejor cazador.  Su guardia personal estaba compuesta por 10.000 soldados siempre en funciones, llamados los "inmortales", compuesto por la gente más noble y mejor adiestrada de Persia.  El nombre obedecía a que cada vez que alguno de los inmortales caía en servicio, era reemplazado de inmediato por otro de la reserva que existía para esos propósitos, por lo que daba la impresión de ser un cuerpo formado por seres incapaces de sucumbir a la muerte.

Los orígenes de los persas se pierden en la leyenda.  Por lo mismo, es difícil distinguir entre personajes reales y ficticios entre sus reyes, particularmente en los comienzos de su historia.  En general, la existencia de algunos de los primeros gobernantes persas no puede ser confirmada, por lo que se les considera en ocasiones la invención de los cronistas de tiempos de Darío I, quien fue el primero en organizar la historia persa de modo oficial. Los siguientes son los reyes más conocidos de la historia persa:
  • Aquemenes de Persia (fundador de la dinastía, de existencia no comprobada).
  • Teispes de Anshan, hijo de Aquemenes.
  • Ciro I de Anshan, hijo de Teispes.
  • Ariaramnes de Persia, hijo de Teispes y co-gobernante con Ciro I (rey no comprobado).
  • Cambises I de Anshan, hijo de Ciro I.
  • Arsames de Persia, hijo de Ariaramnes y co-gobernante con Cambises I (rey no comprobado).
  • Ciro II, el Grande, hijo de Cambises I, gobernó desde c.550 hasta 530 a.C. (gobernante de Anshan h. 559 a.C. – conquistó Media 550 a.C.)
  • Cambises II, hijo de Ciro el Grande, gobernó 529-522 a.C.
  • Esmerdis (Bardiya), supuesto hijo de Ciro el Grande, gobernó en 522 a.C. (posiblemente se trate de un usurpador).
  • Darío I, el Grande, cuñado de Esmerdis y nieto de Arsames, gobernó 521-486 a.C.
  • Jerjes I, hijo de Darío I, gobernó 485-465 a.C.
  • Artajerjes I "Longímano", hijo de Jerjes I, gobernó 465-424 a.C.
  • Jerjes II, hijo de Artajerjes I, gobernó 424 a.C.
  • Sogdiano, medio hermano y rival de Jerjes II, gobernó 424-423 a.C.
  • Darío II "Noto", medio hermano y rival de Jerjes II, gobernó 423-405 a.C.
  • Artajerjes II "Mnemon", hijo de Darío II, gobernó 404-359 a.C.
  • Artajerjes III "Oco", hijo de Artajerjes II, gobernó 358-338 a.C.
  • Artajerjes IV Arses, hijo de Artajerjes III, gobernó 338-336 a.C.
  • Darío III "Codomano", bisnieto de Darío II, gobernó 336-330 a.C.

Aportes y factores característicos.

El éxito del imperio persa se apoyó en ciertos factores que lo diferenciaron positivamente de las civilizaciones preexistentes de la Antigüedad:

a.  Aspectos político-administrativos.

El sistema político-administrativo persa fue el modelo del cual aprendieron macedonios y romanos para administrar sus respectivos imperios.  Además de su gobierno central, en manos del gran rey, los persas gobernaban las distintas regiones administrativas (denominadas “satrapías”), mediante gobernadores con cierta autonomía llamados “sátrapas”. La organización de las satrapías se basaba normalmente en las estructuras locales del país conquistado, lo que permitía subsistir hasta cierto punto a las antiguas instituciones de poder autóctonas para beneficio de las poblaciones locales.  Ciertos inspectores reales (llamados "ojos y oídos del rey") recorrían periódicamente cada región para verificar el orden interno e informar al rey al respecto, como medio para garantizar el buen gobierno de cada territorio y prevenir la corrupción de los sátrapas.

Los sátrapas eran personalmente escogidos por el rey dentro de la aristocracia persa, según sus servicios pasados prestados al rey, con el que mantenían una relación más personal que política (algo similar al vasallaje medieval).  Las funciones podían ser heredadas de padre a hijo, aunque el gran rey podía cambiar en cualquier momento de sátrapa si así lo estimaba necesario.

b.  Aspectos militares.

El ejército persa fue, junto a los ejércitos de Asiria, Esparta y Macedonia, el más completo de la Antigüedad antes de la llegada de los romanos.  La perfecta formación de las milicias, caracterizadas por (i) un eficaz sistema de reclutamiento, que se abastecía de todas las regiones del imperio para conformar fuerzas militares descomunales; y, (ii) la destreza de sus miembros, en especial los arqueros que lanzaban sus flechas desde sus caballos, fue la clave del éxito militar persa, que llevó a todo el mundo civilizado de entonces bajo su dominio.

c.  Infraestructura.

Los persas fueron el primer imperio antiguo que dedicó esfuerzos importantes a la construcción de caminos y obras de infraestructura, los cuales facilitaron las comunicaciones, el comercio, la recolección eficiente de los impuestos y la movilización del ejército de un territorio a otro.  El Imperio tenía puestos de patrulla situados a un día de distancia de cada ciudad importante, así como en los cruces de todas las carreteras, ríos y montañas de importancia; la idea, evidentemente, era garantizar la seguridad de los viajes ante el pillaje aislado y los enemigos del estado.  Además, el sistema postal era eficiente y seguro, lo que facilitaba la entrega de mensajes y mercancías, sin importar la distancia.

Por otra parte, los persas mejoraron las vías de comunicación ya existentes, como, por ejemplo, el canal de navegación entre el Nilo y el Mar Rojo, lo que incrementó la comunicación y el comercio entre la Mesopotamia y el Mediterráneo, dándole a los persas una perspectiva global del mundo que habitaban.

d.  Moneda.

Los persas fueron también el primer imperio de la Antigüedad en acuñar moneda de modo sistemático, siguiendo el ejemplo de Creso, rey de Lidia, quien fue el primero en hacerlo localmente en el siglo VI a.C.  Ello facilitó la recaudación tributaria y el desarrollo del comercio y la economía en general, lo que luego sirvió de ejemplo a los macedonios y a los romanos para sus propios imperios.

e.  Valores éticos.

Los persas se caracterizaron, además, por la gran tolerancia de sus gobernantes hacia las tradiciones culturales de los pueblos sojuzgados, los cuales disfrutaron de una gran autonomía en materia de costumbres, instituciones, lengua y religión (tal como se dijo antes, La Biblia pone eso en evidencia, al hablar de los persas en términos mucho más amables que cuando lo hace de oros pueblos, como los egipcios, los babilonios o los asirios, al extremo de tratar al rey persa Ciro el Grande como un libertador).  En ese sentido, tratándose de un imperio multinacional, es notorio que las inscripciones reales se hicieran en varios idiomas, incluyendo de modo regular el persa antiguo, el babilonio y el elamita, así como, a veces, el egipcio de los jeroglíficos y hasta el arameo, con el fin de informar adecuadamente a las poblaciones el Imperio sobre el contenido de la ley aplicable.

El sistema político, por otra parte, se fundamentó sobre fuertes principios morales, como la verdad y la justicia.  Al respecto, el historiador griego Heródoto decía:

(…) tienen por la primera de todas las infamias el mentir, y por la segunda, contraer deudas; diciendo, entre otras muchas razones, que necesariamente ha de ser mentiroso el que sea deudor.

Según este cronista, a los jóvenes se les enseñaban tres cosas principales: (i) montar a caballo; (ii) disparar el arco; y, (iii) muy especialmente, decir siempre la verdad.

En el Irán aqueménida, la mentira, “drauga”, se consideraba pecado capital y era punible con la muerte en algunos casos extremos.  Tablillas descubiertas por los arqueólogos de los años 1930[] en el yacimiento de Persépolis proporcionan evidencia adecuada sobre el amor y la veneración por la cultura de la verdad durante el período aqueménida.  Estas tablillas contienen los nombres de iranios corrientes, principalmente comerciantes y almacenistas.  Según el profesor Stanley Insler de la Universidad de Yale, hasta 72 nombres de oficiales y pequeños burócratas encontrados en estas tablillas contienen la palabra verdad.  Por ejemplo, dice Insler, tenemos "Artapana", protector de la verdad, "Artakama", amante de la verdad, "Artamanah", de pensamiento sincero, "Artafarnah", poseedor del esplendor de la verdad, "Artazusta", que se complace en la verdad, "Artastuna", pilar de verdad, "Artafrida", que prospera con la verdad y "Artahunara", que tiene la nobleza de la verdad.  Fue Darío el Grande [quien] estableció la ordenanza de las buenas regulaciones durante su reinado.  El testimonio del rey Darío sobre su constante batalla contra la mentira se encuentra en inscripciones cuneiformes.  Grabada en la montaña de Behistún en la carretera a Kermanshah, Darío testimonia:

Yo no era un mentiroso, no hacía el mal. (...)  Me conduje con rectitud.  No hice el mal ni al débil ni al poderoso.  El hombre que cooperó con mi casa, a ese le recompensé bien; el que me hizo daño, a ese castigué bien.

Yo batí y apresé a nueve reyes. (…)  La Mentira los hizo rebeldes, de manera que esta gente engañó al pueblo.

f.  La abolición de la esclavitud.

Relacionado con lo anterior, vale la pena indicar que, a diferencia de los demás pueblos de la Antigüedad (excepción hecha de los egipcios), los persas no basaron su economía en el trabajo esclavo.  De hecho, la esclavitud sólo era aceptada en casos calificados de conquista, cuando los ejércitos contrarios no se sometían pacíficamente a las previas ofertas de paz persas, o se rebelaban de forma violenta contra la soberanía persa.

El zoroastrismo y otros aspectos religiosos.

Como imperio multinacional, el imperio persa vio muchos cultos religiosos dentro de sus fronteras, según las tradiciones de los pueblos conquistados.  Inicialmente, los persas practicaron el zoroastrismo o mazdeísmo, que se caracteriza por su culto al fuego.  Los monarcas siempre se identificaron con el culto a Ahura Mazda, como dios protector de los persas.  Una estela dice:

Darío el Rey dice: por el favor de Ahura Mazda yo soy Rey.  Ahura Mazda me concedió el reino.

El zoroastrismo fue una de las primeras religiones monoteístas.  Esta religión todavía existe en Irán, donde es una de las religiones oficialmente permitidas, aunque la religión mayoritaria es el Islam, de por sí poco tolerante con otros credos religiosos.  También hay seguidores de Zaratustra (llamados parsis) en la India y otros países.

El príncipe-profeta Zoroastro (Zaratustra), nacido antes del siglo VI a.C., fue el fundador del mazdeísmo; llamaba a su religión Daena Vanguji, que puede traducirse como “Buena religión”, pues se parte del principio "pensar bien, hablar bien, hacer bien" (pendare nik, goftare nik, kerdare nik).  Esta doctrina consta en el Zend Avesta, que es el libro sagrado de los zoroastristas.

Según el romano Plinio el Viejo (23-79), sólo un hombre en el mundo –Zoroastro– había nacido con una sonrisa en los labios, en prueba de su sabiduría divina.

Aunque parte de un monoteísmo nominal, la religión adquirió luego un carácter dualista, pues el mundo se consideraba regido por dos principios: (i) el bien (Ormuz, simbolizado por la luz o el sol), que representaba la creación; y, (ii) el mal (Arimán, representado por la oscuridad), que era sinónimo de la destrucción.  Ambos eran emanaciones del mismo dios: Ahura Mazda, que simbolizaba la totalidad, en lo que es una derivación aria de los principios que dieron origen en la india al hinduísmo brahmánico.  Para el zoroastrismo, las personas deben observar el bien para mantener la destrucción lejos de sus vidas, aunque reconoce que los hombres tienen siempre abierta la opción de obrar mal, pues la libertad de acción y de conciencia es uno de los principios básicos de la actividad humana.

El desarrollo del zoroastrismo es parte misma de la historia persa. Zoroastro comenzó a predicar el mazdeísmo hacia el año 700 a.C.  Ese culto fue asimilado por los gobernantes persas y, por su medio, se convirtió en un elemento definidor de la cultura aqueménida.  Gracias al imperio, el zoroastrismo se extendió por el Medio Oriente, el Asia Menor y el norte de África.

En virtud de las creencias de Zoroastro, el libre albedrío (derecho de escoger con libertad) se convirtió en un principio fundamental de la ética persa, lo que explica el trato tolerante de los persas a los habitantes de su imperio, no obstante las diferencias culturales entre ellos.

La religión de Zoroastro no tenía templos, sino que se adoraba a la luz en altares al aire libre donde ardía una llama permanentemente.  De acuerdo con Heródoto:

[Los persas] no tienen imágenes de los dioses, ni templos ni altares, y consideran una signo de locura usarlos.  Esto viene, creo yo, de que ellos no creen que los dioses tengan la misma naturaleza que los hombres, como imaginan los griegos.

No fue sino hasta tiempos de Artajerjes II que, por razones de conveniencia política, los persas comenzaron erigir imágenes a aquellos dioses que fueron acogiendo conforme extendieron sus fronteras.  Entre esos dioses es importante mencionar a Mitra (deidad solar asociada a la nobleza y los guerreros) y la diosa Anahita, de orígenes mesopotámicos, los cuales eran venerados en forma conjunta.  Tampoco puede olvidarse a Marduk (el Baal de los hebreos), dios adoptado como resultado de la conquista de Babilonia.  De modo similar, con la conquista de Egipto, hay que mencionar que Cambises II optó por proclamarse faraón de Egipto y, por lo tanto, encarnación de Horus en la tierra.  Se trataba, simplemente, de concesiones locales.  Al respecto es importante notar que la promoción de los cultos de los pueblos conquistados tenía la función de legitimar el poder del conquistador.  Lo mismo harían Alejandro Magno y Julio César, siglos más tarde.

Arte y arquitectura.

El arte de los persas fue multicultural, lo que dio lugar a una interesante mezcla de estilos y tendencias en sus obras.

En Pasargada, la capital de Ciro II y Cambises II, y en Persépolis, la ciudad vecina fundada por Darío el Grande y usada por todos sus sucesores, uno puede seguir el rastro hasta un origen extranjero de casi todos los diversos detalles en la construcción y embellecimiento de la arquitectura y de los relieves esculpidos; pero la concepción, el planeamiento y el acabado del producto son distintivamente persas.

(…) Este estilo artístico aqueménida es particularmente evidente en Persépolis: con su cuidadosamente proporcionada y bien organizada planta, rica ornamentación arquitectónica y magníficos relieves decorativos, el palacio es uno de los grandes legados artísticos del mundo antiguo.  En su arte y arquitectura, Persépolis celebra al rey y el oficio del monarca y refleja la percepción que Darío tenía de sí mismo como el líder de un conglomerado de pueblos a los que había dado una nueva y única identidad.  Los aqueménidas tomaron las formas artísticas y las tradiciones religiosas y culturales de muchos de los antiguos pueblos de Oriente Medio y los combinaron en una forma única.

Persépolis (del griego Περσέπολις, significa, literalmente, “la ciudad persa”). En antiguo persa su nombre era Pars, que, dicho en persa moderno es “تخت جمشید”, que significa Tajt-e Yamshid o el “trono de Yamshid (Ciro)”.  La ciudad se encuentra a unos 70 km de la actual ciudad de Shiraz, en la provincia de Fars, al sur de Irán.

Persépolis fue construida con todo esmero por Darío entre 518 y 516 a.C., como la grandiosa capital de su reino multinacional.  En palabras del propio rey:

Se trajo madera de cedro de allí (una montaña llamada Líbano), la madera de yaka se trajo de Gandhara y de Carmania.  El oro se trajo de Sardes y de Bactria (...)  La piedra preciosa lapislázuli y cornelina (...) se trajo de Sogdiana.  La turquesa de Corasmia, la plata y el marfil de Egipto, la ornamentación de Jonia, el marfil de Etiopía y de Sind [Pakistán] y de Aracosia.  Los canteros que trabajaron la piedra eran de Jonia y de Sardes.  Los orfebres eran medos y egipcios.  Los hombres que tallaron la madera, eran de Sardes y Egipto.  Los que trabajaron el ladrillo cocido, esos eran babilonios.  Los hombres que adornaron el muro, esos eran medos y egipcios.

La descripción evidentemente recuerda la crónica de Salomón respecto a la construcción del primer Templo de Jerusalén, con todos los detalles del esfuerzo, recursos y orgullo puestos por los israelitas en esta obra.  Así fue como los persas construyeron su capital, que hoy es apenas una ruina imponente.

Así las cosas, la ciudad de Persépolis fue una verdadera metrópoli imperial.  Se trataba de un plan elaborado a una escala y en dimensiones nunca antes vistas en el área, excepto –quizá– por el Ramesseum de Ramsés II (1299-1213 a.C.) en Egipto.

Los materiales y los artistas eran tomados de todas las tierras gobernadas por los grandes reyes, y de ese modo gustos, estilos y motivos se mezclaron juntos en un arte ecléctico y una arquitectura que en sí misma reflejaba el Imperio y el entendimiento aqueménida de cómo ese imperio debía funcionar.

El arte persa recibió influencias egipcias y, sobre todo, mesopotámicas (toros con cabezas humanas, uso del arco arquitectónico, columnas de tradición egipcia adornadas por capiteles con figura de toros contrapuestos, cerámica vidriada babilónica, etc.).

Desafortunadamente, sólo quedan –como se dijo– algunos vestigios de la ciudad.  El gran Alejandro ordenó su incendio cuando la tomó en el año 330 a.C., instigado por el vino y, muy probablemente, para complacer los deseos de venganza de los griegos, debidos al incendio de la Acrópolis ateniense a manos de los ejércitos persas en el año 480 a.C.  No obstante, el arrepentimiento de Alejandro fue casi inmediato, aunque desafortunadamente tardío.
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Todo lo anterior, que describe a un pueblo de historia tan interesante, es evidente en el documental que presentaremos este jueves.  Se trata de materia tristemente poco difundida.  Por ello, es una oportunidad excelente para que conozcamos sobre visiones políticas que, en su momento, pregonaron la tolerancia y el respeto en un mundo que –como es el caso del nuestro– era diverso, complejo y cosmopolita.  Tales visiones son particularmente importantes en nuestros días; de allí la oportunidad de aprender del pasado en nuestro almuerzo.

Están todos invitados a acompañarnos.

Saludos,

Carlos.