EL CAMINO DE LA VIDA

EL CAMINO DE LA VIDA
EL CAMINO DE LA VIDA. - Every day you may make progress. Every step may be fruitful. Yet there will stretch out before you an ever-lengthening, ever-ascending, ever-improving path. You know you will never get to the end of the journey. But this, so far from discouraging, only adds to the joy and glory of the climb. - Sir Winston Churchill.

jueves, 23 de septiembre de 2010

Almuerzo cultural: Horowitz en Moscú.

Estimados amigos,

Venerado por muchos y rechazado por otros, de él se ha dicho que fue el más grande pianista del siglo XX y algunos alegan que, incluso, fue el mejor de todos los tiempos. Vladimir Samoilovich Horowitz nació en Ucrania (entonces Imperio ruso) el 1º de octubre de 1903 y murió en Nueva York el 5 de noviembre de 1989.

Dueño de una técnica interpretativa que no conoció límites, podía transformar la obra de cualquier compositor a su gusto (y a menudo lo hacía) para deleite, asombro o enojo de quienes lo escuchaban. En sus ejecuciones, las emociones estaban a flor de piel, pero, al mismo tiempo, sus interpretaciones seguían un claro propósito del pianista que tenía muy poco de superficial y que consistía en comunicar la esencia de la obra interpretada, de manera plena, a su público. No era, como algunos pianistas comerciales, un simple manipulador de obras para el piano, o un showman barato, sino un verdadero intérprete que no hacía concesiones a nada en lo que no creyera firmemente como artista.

En su larga y distinguidísima carrera, ganó 26 Premios Grammy, el famoso Prix Mondial du Disque, la Orden del Mérito del Gobierno italiano, la Medalla Presidencial de la Libertad del Gobierno de los Estados Unidos de América, y la Legión de Honor del Gobierno francés (los más altos honores civiles conferidos en esos países), entre muchas otras distinciones.

Se graduó como pianista a los 16 años, interpretando el Concierto para piano Nº 3 de Sergei Rachmaninov (1873-1943), una de las obras más difíciles del repertorio concertante. Todavía adolecente, comenzó a dar giras por la Rusia post-revolucionaria, y luego, ahuyentado por la violencia y la pobreza generalizadas, huyó a Europa occidental. Su memoria era prodigiosa. Sólo en el curso de un año, entre 1922 y 1923, realizó 23 conciertos con 11 programas diferentes.

En 1926 debutó en Berlín. Luego ofreció conciertos en París, Londres y Nueva York. El éxito fue total. Para 1940 se había radicado en los Estados Unidos, con el fin de alejarse de la guerra que azotaba Europa. Cuatro años después obtuvo la ciudadanía estadounidense.

Horowitz había debutado en Carnegie Hall el 12 de enero de 1928 con el Concierto para piano Nº 1 de Tchaikovsky (1840-1893). Ese concierto fue una revelación para el público asistente que permitió la formación de una legión de admiradores del músico que fue creciendo de manera ostensible con el paso de los años.

En 1932, Horowitz se presentó por primera vez bajo la dirección del maestro italiano Arturo Toscanini (1867-1957), el director orquestal más famoso del mundo en ese tiempo. Esa vez, ambos interpretaron el Concierto para piano Nº 5 de Beethoven (1770-1827), conocido como “Emperador”, con gran suceso. Tras esta presentación, los dos artistas, continuaron frecuentándose y presentándose juntos con diversas obras y, en unos meses, no fue sorpresa que el pianista desposara a Wanda, la hija de Toscanini (1907-1998).

Crisis emocionales.

Como sucede con algunos artistas, Horowitz era propenso a las depresiones. No obstante sus éxitos artísticos y la emocionada reacción de sus seguidores, Horowitz se sentía a veces inseguro de sus méritos musicales. Debido a ello, con alguna frecuencia cancelaba sus presentaciones musicales.

Ya en la década de los cincuenta se alejó de las salas de conciertos e incluso de los estudios de grabación. Con ello, algunas de las grabaciones existentes (incluyendo versiones piratas de pésima calidad técnica) alcanzaron la calificación de legendarias, por el temor de que no grabara más. Igualmente, tuvo importantes crisis matrimoniales que, lo mismo que sus dudas artísticas, fueron superadas con el tiempo para suerte de todos nosotros.

En atención a sus quebrantos emocionales, Horowitz asistía regularmente al psiquiatra y hasta sufrió tratamientos de electroshock dirigidos a la superación de sus depresiones. Durante algunos años, el uso de antidepresivos tuvo efectos perjudiciales sobre sus ejecuciones, por lo que se alejó de los escenarios y estudios de grabación para no dañar su reputación.

En 1965, tras años de no tocar en público, retornó a Carnegie Hall con un concierto inolvidable, que restituyó su reputación como el más grande pianista de su tiempo y, quizá, de la historia. En 1968 grabó un famoso especial para la televisión, denominado "Horowitz en televisión", que llevó su arte a todos los hogares estadounidenses. Luego, otras crisis personales lo volvieron a alejar del público por otro largo período.

Afortunadamente, todo se resolvió poco a poco y, no obstante sus ausencias del escenario, Horowitz grabó múltiples obras durante su carrera, primero para la RCA Victor, luego para HMV de Londres y, más adelante para Columbia Records (luego llamada CBS y, ahora, Sony Classical) y para Deutsche Grammophon.

Regreso triunfal y despedida.

En 1985, Horowitz, a sus 82 años, pero en plena forma interpretativa, retornó de su último retiro a los estudios y a las salas de concierto. Grabó un documental, denominado “Vladimir Horowitz: el último romántico”, que muestra las extraordinarias dotes artísticas del pianista y justifica el apelativo del programa. Si bien la bravura no fue ya, para entonces, un elemento dominante de su interpretación, el ejecutante utilizó en la grabación recursos de una altísima sofisticación estilística –especialmente en materia de fineza y coloración– que ponen ese recital a un nivel excepcional, especialmente considerando su avanzada edad.

En 1986, Horowitz regresó a la Unión Soviética para dar dos conciertos, uno en Moscú y otro en Leningrado (actualmente llamada, de nuevo, San Petersburgo). Había razones políticas para alentar este regreso, relacionadas con los esfuerzos de los gobiernos de los Estados Unidos y la U.R.S.S. por tener un mayor entendimiento internacional y, para Horowitz, era una oportunidad para volver al terruño y reencontrarse con algunos familiares, luego de más de sesenta años de ausencia.

El concierto en Moscú fue grabado en CD y en video y, en ese primer formato, alcanzó el primer puesto de popularidad de Billboard. La versión en video (Horowitz in Moscow) fue transmitida en directo, vía satélite, a diversos países y tuvo una audiencia inusitada para un programa de música clásica. Esa es, justamente, la versión del arte de Horowitz que presentaremos este jueves, durante nuestro almuerzo cultural.

En Moscú el concierto provocó histeria. Cientos de personas invadieron el salón de conciertos para poder presenciar la presentación, no obstante que los boletos se habían agotado con semanas de anticipación.

Luego de esta gira a Moscú, hubo otra a Japón y una más a Europa (Viena y Hamburgo). Luego, cansado por los viajes, decidió limitarse a grabar desde su casa. En 1989, falleció debido a un ataque cardíaco. Fue sepultado en Milán, en el mausoleo de la familia Toscanini, junto a su famosísimo suegro.

Repertorio y aspectos estilísticos.

Horowitz fue especialmente famoso por su interpretación de las obras de los románticos, como Frédéric Chopin (1810-1849), Robert Schumann (1810-1856), Franz Liszt (1811-1886), Aleksandr Scriabin (1872-1915) y Sergei Rachmaninov. Igualmente, se aventuró en algunas de las obras de Domenico Scarlatti (1685-1757), Franz Joseph Haydn (1732-1809) y Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791).

Para algunos, su grabación de 1932 de la Sonata para piano de Liszt es la versión definitiva de esta gran obra. Por otra parte, su versión del Concierto para piano No 3 para piano de Rachmaninov fue considerada por el compositor como mejor que la suya propia, grande como fue él como pianista. Su interpretación del Estudio en re sostenido menor de Scriabin fue tan convincente, que pocos pianistas se atrevieron a grabarlo desde entonces; y algo parecido ha sucedido con la Balada No 1 en sol menor de Chopin, la Polka de W.R. de Rachmaninov y las Escenas infantiles (Kinderszenen) de Schumann.

El estilo interpretativo de Horowitz se caracterizó siempre por su enorme expresividad. Ello, aunado a una técnica avasallante, capaz de una precisión absoluta, hacían del pianista un verdadero monstruo del teclado.

Horowitz era algo así como un pianista de pianistas. Cada vez que se presentaba en un concierto o recital, las primeras filas de butacas del salón estaban ocupadas, invariablemente, por sus propios colegas. Arthur Rubinstein (1887-1982), su gran rival artístico, dijo, al escucharlo por primera vez;
Horowitz atesoraba un incomparable dominio de las dinámicas sonoras hasta el punto de completar transiciones en apenas un par de compases desde el fortissimo hasta el pianissimo con una prodigiosa suavidad y sin ningún asomo de desmesuras. La gama sonora que extraía del instrumento era verdaderamente prodigiosa y en ningún momento surgían estridencias o forzadas asperezas. Famosos fueron sus ataques en pasajes de octavas, muy propios en la música de Chopin y Rachmaninov, y ejecutados con diabólica velocidad y con una limpieza admirable. Para ciertos contemporáneos, Horowitz fue el pianista que más se aproximó al estilo de Rachmaninov y, acorde a ello, algunos le señalaron como su más legítimo sucesor. Incluso con las limitaciones físicas que conllevó el ineludible paso de los años, su digitación fue en todo momento tan elegante como magistral. Poco amigo de los excesos, nunca levantaba las manos por encima del piano y su cuerpo permanecía inmóvil e invariable a lo largo de la ejecución. Aún así, la potencia sonora que lograba extraer del instrumento en determinados pasajes fue realmente inimitable para el resto de sus colegas. Muchas opiniones coinciden en que, de haber mantenido una mayor regularidad, Horowitz habría sido el pianista “definitivo”.
(…) había en él algo más que mera técnica y brillo: había una serena elegancia, ese algo mágico que escapa a toda definición.
En el estilo de Liszt, Horowitz también compuso importantes paráfrasis para el piano de otras obras. Son particularmente famosas las que compuso sobre temas de la ópera Carmen de Georges Bizet (1838-1875) y la que hizo de la marcha Stars and Stripes Forever de John Philip Sousa (1854-1932).

Virgil Thomson (1896-1989), uno de sus mayores detractores, acusaba regularmente a Horowitz de distorsionar y exagerar las partituras que interpretaba, lo cual Horowitz recibía como un cumplido, al alegar que también Miguel Ángel Buonarroti (1475-1564) y El Greco (1541-1614) habían distorsionado y exagerado la materia que era propia de su arte.

Por su lado, el crítico Harold C. Schonberg (1915-2003), de The New York Times, atribuía esas libertades a la tradición cultural interpretativa del Romanticismo, de la cual Horowitz claramente se nutría. Grandes maestros pianistas, como Shura Cherkassky (1909-1995), Earl Wild (1915-2010), Lazar Berman (1930-2005), Van Cliburn (1934-), Maurizio Pollini (1942-), Murray Perahia (1947-) y Yefim Bronfman (1958-), nunca escatimaron elogios para Horowitz.

El posicionamiento de las manos de Horowitz sobre el teclado era muy particular. Sus palmas eran mantenidas por debajo del nivel de las teclas. Con frecuencia, tocaba con sus dedos extendidos y el dedo meñique de su mano derecha se mantenía siempre en alto, hasta que era requerido para tocar alguna nota. Schonberg decía que ese dedo se lanzaba a las notas con la violencia y la precisión con la que ataca una cobra.

A raíz de la presentación en Moscú que vamos a disfrutar, Michael Walsh, de la revista Time, elaboró un largo e interesante artículo que, en lo que interesa, dice:

Como artista, Horowitz actuó siempre como un niño mimado. Narcisista e impredecible, podía decir cosas fuertes sin el menor tacto, lo que sólo su condición de artista excepcional le permitía superar. Siempre excéntrico, hacía volar diariamente desde Londres el lenguado (Dover sole) que gustaba comer “fresco” todos los días. No comía carne roja, pero gustaba de la comida italiana (influencia de Toscanini, probablemente). Le gustaban las películas de miedo y las de aventuras. Se acostaba a eso de las 4:00 de la mañana y se levantaba al mediodía.
El secreto de la atracción que despierta Horowitz es doble. Su técnica fenomenal, considerada por los expertos como la más deslumbrante desde que Franz Liszt definiera el estándar de virtuosismo a mediados del siglo XIX, mantiene a los oyentes embrujados. Horowitz siempre pudo hacer lo que quiso con el teclado, ya fuera machacando octavas o recorriendo escalas en terceras. Pero la mera técnica no es suficiente. Al igual que las notas altas de Luciano Pavarotti, durante la mejor época del tenor hace varios años, fueron respaldadas por un precioso tono líquido y un sentido flexible del fraseo, así Horowitz ofrece muchas sutilezas: la independencia absoluta de cada dedo, que hace que su música suene como si estuviere tocando con tres manos, y una paleta de tonal como un arco iris, que hace realidad el ideal de Liszt de convertir el piano en una orquesta de 88 teclas, con todos los instrumentos representados, desde la flauta hasta el contrabajo. (…)

Incluso más importante que su técnica, sin embargo, es el sentido de aventura que aporta a cada pieza que él realiza, no importa cuántas veces la haya tocado. Ha grabado la Balada en sol menor de Chopin varias veces. En cada ocasión la poética obra, por turnos quejumbrosa, reflexiva y explosiva, surgió de sus interpretaciones de forma diferente. La lectura hecha en el estudio de grabación, en 1947, es la lectura de una estructura unificada, cuyo estallido dramático al final viene como una conclusión lógica de todo lo que ha ocurrido antes; dos interpretaciones posteriores de la década de los sesenta, ambas grabadas en concierto, son más febriles, como si el pianista fuera componiendo la pieza conforme avanzaba. El productor Thomas Frost, quien ha trabajado con él desde 1963, dice que la estructura básica de un recital de Horowitz es siempre establecida de antemano. "Pero donde él cambia es en el calor del momento. No sabes qué esperar cuando toca. Lo hace diferente cada vez, con cierto grado de suspenso por la forma en que lo hace. Por eso resulta tan apasionante”. (…)

¿Qué es lo que pone a Horowitz tan lejos de todo otro pianista viviente –incluso de todo otro gran pianista del siglo [XX]? Horowitz se ganó su reputación durante una edad dorada del arte pianístico, en competencia con [grandes pianistas como] Rachmaninov, Josef Hofmann, Josef Lhévinne, Moriz Rosenthal, Leopold Godowsky y Arthur Rubinstein, para nombrar a unos pocos. Rosenthal, Lhévinne y Godowsky poseían técnicas impecables para rivalizar con la de Horowitz, a lo cual Rachmaninov añadía la fuerza física y Hofmann un control fuera de este mundo. En su apogeo, Horowitz tenía todo esto, aumentado y amplificado por un arrojo temerario que impregnaba cada presentación suya de una teatralidad estimulante y desinhibida. A pocos parecía importarles que no fuera el más profundo pensador musical o el intérprete más seguro. Horowitz era único, y por ello fue siempre el elegido de la gente. Su rival Rubinstein tenía un repertorio más amplio y una personalidad más cálida; nunca hubo ninguna duda sobre quién fue el mejor músico. Pero tampoco hubo duda alguna sobre quién era el mejor pianista.
No le gustaba mucho practicar y en ello se confesaba un poco vagabundo. Por otra parte, no tocaba un piano que no fuera su propio Steinway, el cual debía ser trasladado a cada sitio donde se presentaba, en compañía del afinador de esa famosa casa fabricante. Cobraba una tarifa fijada con antelación a cada presentación, que oscilaba entre los US$100.000 y los US$500.000. Por aparte venían las regalías por sus grabaciones. Era un poco tacaño y vendió su colección de arte (Rouault, Picasso, Degas, Manet, etc.) cuando el costo del seguro se volvió –en su opinión– prohibitivo. Tan solo dejó en sus paredes cuatro fotografías, todas autografiadas: de Paderewski, Rachmaninov, Puccini y Toscanini.

Prefería tocar el piano frente al público los domingos por la tarde, pues pensaba que éste estaría más descansado en ese momento que en las noches o entre semana. Quizá se trataba de la hora a la cual él mismo prefería tocar.

En preparación para sus presentaciones en la antigua Unión Soviética, con ochenta años a cuestas, Horowitz estaba ilusionado de su regreso a la Madre Rusia. Al respecto declaró:

Oír y ver a Horowitz es una experiencia de vida importante. Esperamos que puedan acompañarnos para ser testigos de la actividad artística de un gigante en sus años más dorados. Están invitados.
He dado lo mejor de mí y siento que aún tengo más por dar. Ese sigue siendo el propósito de mi vida: dar significado a la música cada vez que la interpreto. No estoy cansado de la vida. Aún puedo maravillarme cuando es un bello día.
Saludos,

Carlos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario