EL CAMINO DE LA VIDA

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EL CAMINO DE LA VIDA. - Every day you may make progress. Every step may be fruitful. Yet there will stretch out before you an ever-lengthening, ever-ascending, ever-improving path. You know you will never get to the end of the journey. But this, so far from discouraging, only adds to the joy and glory of the climb. - Sir Winston Churchill.

jueves, 30 de septiembre de 2010

Almuerzo cultural: El dinero en el mundo.

Estimados amigos,

Este jueves, precisamente el último día del año fiscal, dedicaremos la sesión –y tal vez otras, según lo defina el tiempo– al análisis de un fenómeno que nos ocupa a todos día a día, e incluso momento a momento.  Se trata de un producto cultural de la mayor significación, del que tal vez no conocemos lo suficiente, no obstante su extraordinaria importancia.  Ese fenómeno es el dinero.

I.  Generalidades.

La organización social define ciertas reglas de juego que asignan valores a las cosas materiales y, en no pocos casos, a las inmateriales.  En virtud de ello, todos estamos sujetos al vaivén del dinero; esto es, a lo que tenemos y lo que no tenemos, a lo que queremos y lo que no queremos, en tanto esos aspectos sean susceptibles de reducción a un valor económico.  Esto es parte de un proceso normal de la vida que, sin embargo, ha sido exagerado por las tendencias consumistas de nuestros días, que llevaron a Erich Fromm (1900-1980) a hablarnos del dilema humano entre “ser o tener”.

Entendemos por “dinero” cualquier medio de cambio generalmente aceptado para el pago de bienes, servicios o cualquier tipo de deudas.  Consecuentemente, el dinero es la medida del valor que permite tasar el precio de los distintos bienes y servicios.  Etimológicamente, la palabra “dinero” viene del latín denarium, que era una moneda utilizada por los romanos para sus actividades comerciales.

La función elemental del dinero es, por lo tanto, la intermediación en los procesos de cambio.  El hecho de que los bienes tengan un precio proviene de los valores relativos de unos bienes con respecto a otros.  En forma más específica, el dinero (i) facilita el intercambio de mercaderías; (ii) actúa como unidad de cuenta, sea que expresa en determinadas unidades los valores que ya poseen las cosas (“función numeraria”); y, (iii) sirve como patrón monetario, pues regula la cantidad de dinero en circulación en una economía mediante una paridad fija con otro elemento central que lo respalda (v.g, un metal precioso o una divisa fuerte de aceptación generalizada en el ámbito internacional).

El dinero ha sido una parte básica de nuestra vida por casi 5.000 años.  Su evolución ha pasado de los objetos físicos más inusitados a las ficciones más sofisticadas, incluyendo, en este momento, los bits digitales.  Lo que compramos y consumimos, lo que vendemos o debemos, son equivalencias de dinero.  Algunas son justas y razonables, otras arbitrarias e incluso absurdas, pero todas definen patrones de comportamiento cultural que vale la pena analizar.  Por otra parte, a pesar de lo común del dinero, no todos comprenden las reglas de su manejo; es decir, cómo se comporta en la práctica el dinero: dónde está, quién lo tiene, quién le asigna valor, cuál es la base de ese valor, etc.

El propósito de nuestro almuerzo es contestar algunas de esas preguntas, para entender mejor nuestro entorno.

II.  Un poco de historia.

Como veremos durante la presentación, la aparición y el desarrollo del dinero ha sido uno de los grandes avances de la civilización y, tanto para bien como para mal, ha sido uno de los determinantes del desarrollo humano.

Los inicios del dinero.

En alguna época primitiva de la humanidad, e incluso para algunas civilizaciones, no hubo propiamente un concepto de dinero. Sin embargo, la mayor parte de la historia humana resultaría incomprensible sin la noción del dinero.

Si bien hubo, en los comienzos de la historia, organizaciones sociales basadas en el comunismo y, a lo sumo, en la actividad del trueque, pronto la complejidad de las relaciones sociales exigió la existencia de valores objetivos que permitieran un intercambio económico ágil y expedito.

Esos valores objetivos podían ser cualquier cosa, en el tanto tuvieran aceptación generalizada.  Así, se utilizaron conchas marinas, semillas de cacao, piezas de ámbar, marfil o jade, cuentas ornamentales, clavos, sal o cabezas de ganado, entre muchos otros ejemplos que sirvieron como medios de pago de bienes o servicios.

Si hoy hablamos de “salario”, para mencionar un caso, es porque en un tiempo los soldados de la antigua Roma recibían su paga en sal, y, si usamos las palabras “pecunia” y “pecuniario”, es porque, también en Roma, el ganado se usó como medio de intercambio (pecus, en latín, significa "ganado").

Los registros escritos más antiguos de dinero provienen de hace aproximadamente 4.500 años, en la antigua Mesopotamia (sur del actual Iraq).  En China, por su parte, hace casi 4.000 años se usaron conchas marinas para facilitar el intercambio.

En cualquier caso, la noción de dinero no tuvo un origen único, ya que se desarrolló, de modo independiente, en muchas áreas del mundo, distantes entre sí, y en muy distintas épocas, según su devenir cultural.  Surgió, además, por razones que no fueron sólo económicas y comerciales, sino políticas, religiosas y sociales (por ejemplo, para pagar los tributos que los gobernantes exigían, para presentar ofrendas a los dioses, para comprar una esposa, para pagar la dote al novio, o para indemnizar a las víctimas de un delito, cuando se imponía una sanción retributiva).

La tendencia de las personas a intercambiar cosas entre ellos, con la intención de atender necesidades no cubiertas por cada uno, parece formar parte de la propia condición humana y es una actividad primordial de casi la totalidad de las culturas.  Fueron muchos y muy variados –según lo dicho– los elementos tomados de la naturaleza de los que el hombre se ha valido para establecer una medida de valor o patrón de referencia.  Eventualmente, el desarrollo cultural, que requería de seguridad y estabilidad, llevó al uso de la moneda, propiamente dicha.

La plata y las primeras monedas.

Algunas tablillas de barro y estelas de piedra de la Mesopotamia describen, desde hace más de 4.000 años, algunos pagos realizados mediante la entrega de cantidades de plata.  Desde entonces, este metal ha estado fuertemente ligado a la noción del dinero, entendido como medio de pago, en muchas partes del mundo, al extremo de que el término “plata” se convirtió en sinónimo de dinero en muchos lugares del mundo.

Eventualmente, el uso de la plata y algunos otros metales (como el oro, el bronce y el cobre) llevó a la invención de las monedas, que son piezas de metal de un determinado peso o tamaño, que se marcan con un diseño especial para ser usadas como un valor fijo.  Con el tiempo, sin embargo, las monedas dejaron de tener un valor intrínseco en sí mismas y pasaron simplemente a representar un valor simbólico (token); es decir, una expresión de confianza social.

Las monedas como tales se desarrollaron en el Asia Menor a partir del siglo VII a. C., en lo que hoy es Turquía pero que en ese tiempo se identificaba más con Grecia.  El rey Creso de Lidia (quien reinó entre 560 y 546 a.C.), se hizo acreedor a su fama de hombre inmensamente rico por la acuñación de monedas en su reino con su efigie.  Creso usó electrum, una mezcla de oro y plata, como dinero, y usó la acuñación de moneda con valores fijos como medio oficial para garantizar la pureza y autenticidad de su dinero.

Durante siglos, a partir de entonces, las ciudades-estado griegas acuñaron sus propias monedas y establecieron la costumbre de adornar cada moneda con su emblema local o con el rostro del gobernante de turno.  Esto se centralizó en tiempos de Roma, mediante el poder imperial del César, lo que dio lugar al primer sistema monetario unificado.  Con la caída del Imperio romano, ese poder se perdió y entonces los señores feudales (posteriormente los nobles), los obispos y otros jerarcas de determinadas jurisdicciones, e incluso las ciudades medievales, se dedicaron a acuñar monedas propias para sus incipientes economías.  Tal dispersión fue habitual hasta la época de Carlomagno, que reformó el sistema en el siglo VIII y devolvió parcialmente el control de la emisión monetaria al poder central del Imperio, en el tanto este mantuvo su hegemonía.  La práctica la heredaron los Estados nacionales, hasta nuestros días.

La misma idea se desarrolló en otros lugares, con diversos metales.  El cobre fue usado en el sur de Rusia e Italia, el bronce en China, la plata en Tailandia, y el oro y la plata en Japón.  Con el tiempo, las personas se dieron cuenta de las limitaciones del sistema, principalmente en lo que respecto a su peso y volumen.  Con la expansión del comercio, surgió la necesidad de crear un nuevo tipo de dinero que facilitara las transacciones más grandes y permitiera establecer equivalencias entre las diversas monedas.  Fue así como surgieron los billetes, o papel moneda.

Curiosamente, el pionero en la utilización de los billetes fue el emperador mongol Kublai Khan (1215-1294) –el mismo que acogiera al famoso Marco Polo (1254-1324) en sus viajes–.  Esos billetes constituían certificados de propiedad de una determinada cantidad de monedas de oro.  En Europa, posteriormente, los billetes pasaron a ser certificados que daban cuenta de la existencia de un depósito de oro en un banco.

A finales del siglo XVI, cuando el público empezó a usar los billetes para saldar deudas y realizar pagos, los bancos emitieron certificados por cantidades fijas.  Los primeros billetes oficiales se emitieron a finales del siglo XVII al norte de Europa (1661, por la Banca Sueca de Estocolmo, y 1694, por el Banco de Inglaterra).  Así nació un nuevo tipo de dinero: el “dinero fiduciario”, que, a diferencia de las monedas de la época, sólo tenía valor representativo y basaba su existencia en la confianza (fiducia) de la sociedad.

La aparición de los bancos y los billetes bancarios.

El desarrollo a partir de este momento fue más o menos el mismo en los diversos lugares, según lo permitió y lo requirió cada economía local.

Desde finales del siglo IX y durante el siglo X (dinastía Tang), los chinos comenzaron el proceso de depositar sus monedas de hierro pesado con los comerciantes locales a cambio de recibos firmados.  El titular de estos recibos los usaba como un crédito de compra contra el comerciante, según fuere necesario.  El sistema fue una versión temprana del comercio pre-pagado.  El propio gobierno imperial chino adoptó el sistema de recepción de papel a principios del siglo XI, mediante la impresión de recibos con valores faciales preestablecidos.  Pronto, esta práctica evolucionó y se difundió, cuando comenzaron a realizarse depósitos de oro y plata a cambio de recibos en papel acreditables.  De esta manera surgió una posibilidad adicional, que fue la de ofrecer crédito en papel a favor de terceros, que en la Europa medieval se tradujo en el uso de las letras de cambio entre las diversas plazas comerciales y, con el tiempo, en la aparición de bancos que emitían su propia moneda (fuere en papel o metal).  Es probable que los viajes de comerciantes a Oriente, antes del siglo XIV, fueran el mecanismo por el cual el sistema chino logró importarse a Occidente, donde luego se desarrolló con toda amplitud para dar origen, siglos después, a la economía capitalista.

El surgimiento de los bancos, especialmente en Italia, permitió asegurar el valor de los billetes puestos en circulación, lo que generó la confianza del mercado en el valor del papel así emitido.  Por cierto que los primeros bancos intercambiaron notas para recibir o pagar monedas y metales preciosos en las oficinas de sus corresponsales, y de allí viene el término “banco” que en italiano significa “pupitre” y luego “despacho”.  Así, el término “banco” se refería al despacho del emisor del billete en cada plaza mercantil donde era posible redimir el valor de ese instrumento mediante la presentación del documento.

Previamente se había generalizado la custodia de oro y joyas de las familias adineradas por parte de los orfebres, quienes entregaban recibos con su firma y sello a los depositantes.  Al igual que los pagarés, tales recibos o “resguardos” terminaron convirtiéndose en garantías y medios de pago en las transacciones comerciales.  El uso de estos documentos hizo más ágil y seguro el comercio, pues se evitaba el tener que llevar pesadas cargas de metales preciosos de un lugar a otro, por los peligrosos caminos de la época.

La intervención del Estado y el funcionamiento de los bancos.

A partir del siglo XVII, el sistema evolucionó hasta que los billetes bancarios se convirtieron en la forma más común de moneda pública.  Con el tiempo, los Estados nacionales se hicieron cargo de garantizar la solidez del sistema, como manera de controlar la proliferación de emisores dentro de un mercado.  Así, surgió entonces el concepto de soberanía monetaria, para proteger el tesoro público de cada país.

La actividad del Estado sirvió, además, para proteger más efectivamente el sistema de los abusos de falsificadores y estafadores financieros que lastimaban la confianza del público en el sistema dinerario fiduciario.

Es importante destacar que, para que el dinero impreso en billetes tuviera valor, era necesario que estuviera respaldado por un valor más tangible.  Eso es lo que se denomina “reservas”, que originalmente fueron constituidas por el tesoro público en metales preciosos (fundamentalmente el oro, lo que dio lugar a la expresión “patrón oro” para medir el valor de la moneda en papel frente a las reservas monetarias de un país).  Las reservas del Estado fueron utilizadas para respaldar el valor de la moneda emitida y, dado su valor, esas reservas fueron almacenadas en lugares altamente protegidos y fortificados, como, por ejemplo, la famosa Torre de Londres, en Inglaterra, o el Fuerte Knox en los Estados Unidos.

A finales de la Segunda Guerra Mundial (1944), mediante los acuerdos económicos que dieron origen al Banco Mundial y al Fondo Monetario Internacional (Acuerdos de Bretton Woods), se abandonó el “patrón oro” para establecer el valor de las monedas y las reservas pasaron a estar constituidas por el dólar estadounidense, considerada en ese entonces la moneda más fuerte y confiable, en tanto que “moneda dura”.  Esto pasó a significar que la suma de todo el dinero que podía circular en un país debía ser igual a la cantidad de dólares depositados en el banco central de ese país.  Así, de haber más billetes de moneda local circulando que lo que el banco central tenía en reservas, dicha moneda local no tendría el respaldo suficiente y, por lo tanto, valdría cada vez menos, fenómeno que se conoce como “inflación”.

Actualmente, como resultado de Bretton Woods, el dinero ha perdido su relación y convertibilidad con los metales nobles.  Se trata de una mercancía abstracta de la que nadie puede hacer uso directo pero que, como mercancía, está sujeta a las leyes de la oferta y la demanda.  El valor del dinero se mide así por aquel número de bienes que se pueden adquirir con él; es decir, por su poder adquisitivo.  Como sucede con las enseñanzas de Adam Smith (1723-1790), el dinero tiene mayor valor cuando es escaso en el mercado y menor valor cuando es abundante en relación con los servicios producidos en ese mercado.

Desde 1973 hasta la fecha, a raíz de las crisis financieras que han afectado al dólar como moneda dura, el valor del dinero que usamos se basa exclusivamente en la creencia subjetiva de que éste será aceptado por los demás habitantes de un determinado lugar, como forma de intercambio.  Las autoridades monetarias y los bancos centrales no pretenden defender ningún nivel particular de tipo de cambio, pero intervienen en los mercados de divisas para suavizar las fluctuaciones especulativas de corto plazo, con el objetivo de mantener –al menos a ese plazo– la estabilidad de los precios y evitar situaciones como la “inflación” (que hacen que el valor de ese dinero se destruya, porque desaparece la confianza en él), o la “deflación” (que equivale a una baja generalizada en el nivel de precios de los bienes y servicios en una economía).

El dinero contemporáneo: cheques, plástico y electrónica.

No obstante los respaldos estatales y otras medidas de seguridad a su favor, incluso los billetes pronto demostraron sus límites como expresión de dinero.  Así, por ejemplo, los gobiernos pronto descubrieron que la impresión y la circulación del dinero en efectivo y el almacenamiento y protección de las reservas económicas eran actividades costosas y arriesgadas.  Por ejemplo, el papel moneda era débil y vulnerable a los elementos, en especial el fuego y la humedad, y –según lo dicho– a las falsificaciones.  Como resultado, los bancos se dieron a la tarea de buscar mejores medios para representar el dinero, solución que fue facilitada por el desarrollo del comercio y de la tecnología.

El primer caso sustitutivo de los billetes fue el de los cheques, que fueron emitidos por los bancos para funcionar de manera similar a la práctica medieval de las letras de cambio y los recibos en papel, con la diferencia de que el documento servía más como post-pago que como prepago.  Con ellos, el intercambio adquirió más agilidad, pues permitió hacer pagos a la medida de cada transacción, sin depender de los valores fijos de los billetes y las monedas.

Más adelante, mediante las tarjetas de plástico, resultó posible grabar datos de carácter personal sobre franjas magnéticas que permitieron a las personas el acceso virtual a su dinero en toda clase de transacciones con independencia y privacidad.  Hoy en día, las tarjetas de débito y de crédito, y en menor medida los cheques, en lo que se relacionan con las cuentas bancarias, permiten casi todo tipo de pago a sus titulares.

Sin embargo, lo mismo que los anteriores medios dinerarios, los cheques y las tarjetas de plástico revelaron sus limitaciones.  Así, por ejemplo, las tarjetas de crédito y de débito requieren de líneas telefónicas, autorizaciones de terceros, firmas y códigos PIN, lo que a veces atrasa las transacciones o las circunscribe a ambientes muy determinados.  Los cheques no son recibidos en todas partes y son susceptibles a las falsificaciones, de manera más sencilla que los billetes.

Actualmente, el uso de medios electrónicos permite que las transacciones se realicen digitalmente, sin tocar el dinero físicamente.  De este modo, los valores se transfieren desde una cuenta a otra, de un banco a otro, sin necesidad de intercambiar facturas y moneda.

Esta nueva etapa de la evolución del dinero ha cambiado fundamentalmente su percepción y muchas de sus funciones.  Los bancos, las grandes corporaciones y los gobiernos han modificado las formas de usar, administrar e invertir el dinero.  Y, aunque el intercambio de bienes, la moneda metálica y el papel moneda probablemente nunca desaparezcan del mundo del comercio (especialmente como medio por excelencia para realizar pagos en las pequeñas transacciones de la vida cotidiana), los métodos electrónicos ya han absorbido el grueso del tráfico del dinero.

III.  El funcionamiento de los bancos y las crisis financieras.

El dinero se basa en un elemento fundamental de confianza en el sistema.  Cuando esa confianza disminuye, el sistema dinerario se tambalea. La frase “In God We Trust” (“En Dios confiamos”) de la moneda estadounidense, resume este aspecto de confianza que tiene poco que ver con Dios y mucho con el sistema económico capitalista.

Puesto que el dinero no está actualmente respaldado por ningún activo concreto es denominado –según lo dicho– “dinero fiduciario”; es decir, dinero de confianza.  En efecto, el dinero es resultado de un pacto social, donde todos aceptan entregar sus bienes o servicios a otros, a cambio de ciertos símbolos monetarios (billetes, monedas, etc.).  Por ello, el respaldo del dinero es, en última instancia, la suma de los bienes y servicios de la población de un determinado país; es decir, el “Producto Interno Bruto” o “PIB” de ese país.

En los sistemas económicos actuales, el dinero es creado por dos procedimientos: (i) el dinero legal, que es el creado o emitido por el banco central, mediante la acuñación de monedas o la impresión de billetes (dinero “efectivo”); y, (ii) el dinero bancario, que es el "creado" por los bancos privados mediante la anotación en cuenta de los depósitos suscritos por los clientes, que parte de la ficción de que todo el dinero efectivo depositado en el banco comercial se encuentra allí guardado, para ser cambiado a efectivo nuevamente a voluntad del depositante, según los términos del contrato respectivo.

En efecto, cuando se habla de “dinero creado” por los bancos privados, no significa que los bancos realmente lo crean, sino que se presenta una conversión de dinero legal al llamado dinero bancario con una relación de 1 a 1.  Esta significa que los bancos tienen un compromiso de pago inmediato, en dinero legal (billete y monedas), con sus clientes, lo que crea la sensación de que el banco tiene en sus arcas el cien por ciento del dinero depositado, aunque en realidad esto no es así.  Cuando un cliente consulta su cuenta y ve su saldo, lo único que realmente ve es una anotación contable de lo que el banco le debe, ya que el banco, a su vez, ha prestado al menos parte de ese dinero a otro cliente a través de un crédito, o ha invertido esos fondos en bonos o acciones de empresas en una bolsa de valores.  Es usual que el banco tenga una reserva mínima legal, más la que requiera para operar, en dinero efectivo, de modo que pueda hacer frente a sus compromisos usuales de pago o flujo operativo, como puede ser, por ejemplo, lo que retiren diariamente en efectivo sus clientes, las transferencias de fondos a otras entidades, etc.  El resto de los activos del banco están lejos de ser dinero real: son bonos, acciones, hipotecas, créditos, etc., que se podrán convertir a dinero real en mayor o menor medida y que, para efectos técnicos, se denomina “liquidez del activo”.

Por otra parte, si un cliente emite un cheque o realiza una transferencia a una cuenta en otro banco, el banco de origen deberá enviar el dinero legal (billetes y monedas) hacia el banco de destino, pero esto no se hace inmediata ni directamente, sino mediante las llamadas “cámaras de compensación” o “sistemas de compensación electrónica”, por medio de los cuales se calculan los saldos netos de las entidades bancarias donde se han recibido y emitido cheques, transferencias u otros medios de pagos, y cada cierto periodo (diario o semanal) se retira o se abona el dinero legal (billetes y monedas) de ellas, según dichos saldos, para compensar las obligaciones interbancarias.

Lo que al final tenemos, es un delicado equilibro de relaciones financieras entre todos los participantes del mercado –sofisticados o no– del que depende la estabilidad del sistema.  Ese equilibrio puede alterarse en situaciones complejas, lo que puede dar lugar al llamado "pánico bancario", que en otras épocas ha causado estragos en el sistema económico mundial porque rompe la confianza del sistema.  En efecto, por ejemplo, si todos los clientes de un banco quieren ejercer su derecho a retirar todo su dinero en un mismo momento, el banco no podría hacer frente a ese compromiso, lo que produciría la quiebra del banco y obligaría a la liquidación de sus activos, lo que a su vez podría tener efectos funestos sobre otros bancos y entidades económicas relacionadas.

Luego de las enseñanzas de la llamada Gran Depresión de la década de los treinta, en el siglo XX, es muy improbable que un fenómeno como éste se repita con esa magnitud, ya que hay mecanismos que permiten frenar la quiebra de los bancos debido a estos pánicos.  Sin embargo, también hay fenómenos, como la crisis financiera del 2008, donde otro tipo de abusos especulativos puede poner en peligro un sistema financiero al más amplio nivel.  El rescate de algunos bancos en años recientes, por parte de los gobiernos centrales, ha puesto de manifiesto el interés de éstos en evitar el pánico bancario como medida tendiente a la protección, no sólo de los bancos, sino de la sociedad en general.

No obstante lo dicho, tanto las crisis de los treinta como las más recientes, de los años noventa y 2008, guardan algunos paralelismos importantes: grandes crecimientos económicos (las acciones ganan valor sin bases reales), un alto incremento del endeudamiento motivado por el deseo de los inversionistas de comprar valores y la necesidad de los bancos de prestar las ganancias que genera en exceso, y una desaforada especulación bursátil, con beneficios rápidos y fáciles a cargo de grupos que manejan la información de manera privilegiada e irresponsable.  En un momento dado, se pone en evidencia la insostenibilidad del sistema, y los precios de las acciones, los bonos o los fondos mutuos se desploman, a menudo en forma dramática y, como resultado, los inversionistas ven cómo su dinero –en muchos casos obtenido mediante créditos– se evapora en cuestión de unos días.  Esto motiva el pánico y da origen a una reacción en cadena en todo el sistema financiero que afecta a los bancos y entidades financieras, pues éstos comienzan a enfrentar problemas de solvencia y liquidez (al ser ellos unos de los mayores partícipes de la especulación bursátil).  Cuando la gente corre por sus ahorros, se encuentran con que éstos no pueden ser hechos efectivos, lo que genera más pánico y desconfianza.

Visto desde esta perspectiva, podemos concluir que el problema del dinero es eminentemente ético.  Las regulaciones varían de lo estricto a lo laxo y viceversa, según la filosofía económica y política prevaleciente; sin embargo, en última instancia, hay un componente moral que determina hasta dónde es posible llevar la noción de valor económico a las cosas que se mueven en un mercado.  Ciertamente la dignidad humana no es susceptible de cuantificación material, no importa cuánto dinero corra de por medio.  La dignidad es, como dice el anuncio de MasterCard, “priceless”.

Y a pesar de todo, algunos han pretendido saltarse ciertos límites naturales e incluso legales a lo que es aceptable para redituar a costa de lo que podría considerarse como esencia misma de la dignidad humana. Esos abusos generan crisis y pobreza, y no siempre resultan en sanciones apropiadas para los responsables de su gestación.  Allí, como en muchas otras cosas, vemos la incongruencia entre las aspiraciones de nobleza del ser humano y las evidentes imperfecciones de su naturaleza.  En este sentido, la presentación de nuestro almuerzo cultural nos previene sobre esos peligros.

* * * * *

En resumen, además de los aspectos históricos de la evolución del dinero y de la sociedad a su derredor, la presentación de este jueves nos permitirá entender cómo las crisis económicas y financieras que recientemente nos han aquejado son, de muchos modos, resultado de la perenne incapacidad de la humanidad para aprender de la historia y para entender los límites razonables de la confianza frente a la actividad especulativa de unos cuantos. Igualmente, nos permitirá comprender cómo es necesario cuidarse de esos abusos para mantener la riqueza dentro de los límites éticos que hacen realmente posible la confianza en el sistema y, como resultado, el progreso generalizado.

Están invitados.  Ojalá puedan acompañarnos.

Saludos,

Carlos.

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