EL CAMINO DE LA VIDA

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EL CAMINO DE LA VIDA. - Every day you may make progress. Every step may be fruitful. Yet there will stretch out before you an ever-lengthening, ever-ascending, ever-improving path. You know you will never get to the end of the journey. But this, so far from discouraging, only adds to the joy and glory of the climb. - Sir Winston Churchill.

jueves, 2 de agosto de 2012

Arte y sociedad. Significación del canon estético.

He leído ciertos comentarios realizados en estos días sobre el canon artístico de nuestra sociedad y, como es usual, estoy de acuerdo en mucho de lo que se dice y discrepo en algunas cosas.  Luego de pasar una noche de mal dormir, pensando en esto y otras cosas, me aventuro con una teoría que bien puede llegar, sin embargo, a algunas de las mismas conclusiones que ya se han expuesto, pero que considera elementos diferentes y ciertamente parte de una postura un poco distinta.  Hago constar que no soy un especialista, así que no reclamo originalidad alguna en mi posición, pero igualmente la expreso como propia en el tanto es el resultado de reflexionar sobre lo dicho hasta ahora según la discusión que se ha suscitado sobre el tema.

Parto de la premisa de que, así como el mundo (la historia) causa el arte, por medio de los procesos político-económicos que en él se desarrollan, así también hay manifestaciones del arte propiamente dicho que son capaces de causar o cambiar al mundo en determinados momentos.  Trataré de explicarme.

En una discusión anterior, a propósito de los mensajes de violencia que encontramos en manifestaciones artísticas como el cine, indiqué que hay momentos señeros en los que un artista o, incluso una obra de arte, puede reformar al mundo.  Pienso, siguiendo el ejemplo que alguien mencionara, en genios como Miguel Ángel, cuyos trabajos en la Capilla Sixtina dieron origen al manierismo y, de muchas formas, al barroco subsecuente.  Se me ocurren también otros ejemplos, como los escritos de Platón para el desarrollo de la filosofía; o la visión cosmológica de Copérnico, en la futura Europa protestante; o en Shakespeare y su influencia sobre la literatura inglesa; o en Beethoven, con su Tercera Sinfonía y el rompimiento que ésta significó respecto al clasicismo musical; o en Stravinsky, con el revuelo causado con La consagración de la primavera; o en Picasso y su cuadro Las damiselas de Aviñón. Hay muchos ejemplos más que ciertamente podríamos enumerar.

No pretendo, por supuesto, decir que esas obras rompieron por sí solas, fuera de todo contexto, con el canon estético de entonces, pero ciertamente con ellos se dieron golpes demoledores para variar el entendimiento del mundo y, como parte de ese mundo, de su canon para comprender o calificar el arte y la cultura humanas.

En relación con esto, debo hacer dos consideraciones, la primera de orden valorativo y la segunda económico-mercatil: (i) en toda esta relación arte-sociedad intervienen, además, componentes axiológicos relativos a la teoría del arte y la estética, en tanto que estudio de la esencia y la percepción de la belleza, pero a eso me referiré más abajo; y, (ii) naturalmente, este proceso recíproco de retroalimentación tiene influencia sobre el mercado del arte, visto como producto de la cultura, y por lo tanto posibilita su manipulación, pero en esos casos se trata más bien de situaciones accesorias al manejo del producto artístico y no necesariamente a la influencia del arte como expresión sensible del espíritu humano sobre la sociedad en medio de la cual se desarrolla y manifiesta.  Esos avatares del mercado no afectan, como efecto obligado, la noción propiamente del “Arte” (así, con mayúscula), sino únicamente los subproductos que un sector pequeño del mercado está dispuesto a recibir (justificada o injustificadamente) como muestras de ese Arte. 

Antes de entrar en los aspectos valorativos, creo importante, sin embargo, referirme al relativismo cultural al que se ha hecho mención durante la discusión.  Coincido, en general, en que hay cierto relativismo en materia del canon, como lo demuestra el simple paso del tiempo en la historia, o las variaciones culturales que son evidentes de un lugar a otro, aún contemporáneamente.  Hay un canon griego y uno egipcio; un canon occidental y otro chino; un canon cristiano y otro musulmán.  Esa variabilidad no es únicamente social, sino que me parece que refuerza la idea de que los individuos podemos variar el canon prevaleciente en un medio dado con chispas de genio que luego marcan el devenir del arte.  Eso no significa la anarquía del concepto del Arte, según lo que a cada cual le importe o guste, sino, simplemente, que el canon tiene ramificaciones que no son absolutas ni eternas en tanto que depende del arte como manifestación cultural.

Por otra parte, está el rol del crítico o connoisseur: ese ser informado y sensible que representa a todos los que aspiran a saber o efectivamente saben sobre el arte.  Como individuo, esta persona pertenece a un grupo social determinado, con sus propias características culturales.  Sin embargo, debe ser capaz de ponerse por encima de esos condicionamientos para ver el arte por lo que vale; es decir, sin sujeción a espacio, tiempo o prejuicios de otro tipo.  La sola existencia de estas personas, nos permite pensar que, por encima de los cánones particulares de una cultura, hay un canon más amplio, que abarca el quehacer artístico humano y que, como sistema estético, es válido y existe universalmente.  Ese es el canon del arte con mayúscula, que está más allá de los cánones particulares que relativiza la cultura

La distinción me parece importante entonces para entender el valor de los relativismos y la posibilidad, al mismo tiempo, de hablar de “ARTE” como fenómeno humano superior, sin limitarlo a determinada civilización o forma cultural.

El planteamiento es idealista y sus raíces se remontan a Platón, claro.  Pero lo encuentro enteramente válido y especialmente útil para explicar este fenómeno de modo consecuente.

El problema –claro– es que al aceptar la autonomía de la estética respecto a un plano cultural determinado, de alguna forma defendemos la idea de que ese arte debe ser entendido en sus propios términos, independientemente de sus condicionamientos originales o contextuales.  Esto equivale a ver el arte por lo que dice o expresa por sí mismo, en términos que apelan únicamente a la sensibilidad humana con toda independencia de otros condicionamientos.

En esto la estética, como teoría de la percepción de lo bello, tiene un papel preponderante, pues –como diría Kant (de la mano de Platón)– estaríamos pensando en el arte como manifestación de un sentimiento, imperativo o idea pura, que está en el alma humana, y que el artista requiere expresar como resultado de una necesidad vital. 

Así las cosas, el arte sería la expresión de un sistema de valores y, en tanto tal, sería también una expresión de la esencia humana, cuya vocación es trascender a la materia.  Por eso es materia de las humanidades.  El artista forja materia para darle significación, conforme al sentido que busca dar a su propia vida.  Si sus valores están contenidos en la obra de arte, habrá arte que, por un conjunto de razones que no siempre se logra (técnica, habilidad expresiva, materia utilizada, tema, etc.) logran trascender lo ordinario para prevalecer en el tiempo, por encima incluso del artista y la sociedad que les dio origen y que, luego, se vieron afectados por la existencia de esa obra.

En resumen, pienso que la apreciación del arte es una tarea delicada, que requiere estudio y a la vez amplitud (especialmente lo último).  Para ello se requiere una sensibilidad amplia y desprejuiciada, que permita gozar de lo “bello” (aún en los casos en los que esa belleza es “fea”), como expresión superior del genio humano.  Esto, obviamente, descalifica todos los subproductos culturales que aspiran a ser arte pero que no alcanzan esa dimensión (que son los más) y limita el campo del arte aquello que realmente comunica algo al ser humano (un valor), que es capaz de sobrevivir en el transcurso del tiempo y del espacio, quien quiera que sea la persona sensible que le dedique algo de su atención a la obra.

Me dirán que hablo del arte en términos elitistas.  Quizá.  Pero estaríamos pensando en una élite sensible (más auténticamente humana, si se quiere), no en una élite meramente económica o política.

Dicho de otro modo, ese mensaje expresivo, que atrapa la sensibilidad del esteta, depende de la capacidad del artista para dar significado a su obra.  Mayor será el artista que, más humanamente –en el sentido de los valores que expresa y que conforman su humanidad–, logre comunicar en su obra aquello que siente y forma parte de él.  Por ello, cuando una obra concentra en sí expresiones de profunda humanidad, se hace asequible a todo aquel que, con sensibilidad suficiente, puede percibir esa humanidad en la obra, para interpretarla y sentirla.

Se ha dicho que, a mayor genio artístico, más fecunda en interpretaciones será la obra para su espectador, oyente o lector.  Yendo un paso más allá, podría decirse que la obra de arte será siempre más rica que cualquier interpretación que podamos hacer de ella, como si fuera depositaria de una fuerza espiritual que nos supera y subyuga a cada instante, porque es reflejo de todo lo que, como seres humanos, pretendemos alcanzar a comprender o sentir y que, de alguna forma, nos elude.   En esto podríamos quizá pensar en Heidegger, para decir que el arte nos acerca a la esencia del ser como “forma” o “expresación” de ese ser.  Es por eso, entonces, que hay obras de arte que son objeto de estudios de toda clase, una y otra vez, y forman parte de nuestro inconsciente personal y colectivo.  Representan o conforman arquetipos de nuestro ser que nos resultan ineludibles.

En consonancia con lo anterior, es por esto que no hay una “ciencia de lo bello” (sino apenas una “crítica de lo bello”), pues siempre habrá espacio para la interpretación de la obra.  Podremos crecer con ella por la eternidad, en tanto la obra nos acerque a nuestra esencia mediante su degustación.

Obras del tipo dicho son la base de ese canon artístico superior, que es comú a todos nosotros: negros, blancos u orientales, pobres o ricos, noruegos o peruanos.  Es cierto que, en algunos casos, es necesario sensibilizarnos un poco mpas de los usual para llegar a comprender ciertas obras a cabalidad, pero eso no es un defecto de la obra de arte, sino de nuestra formación ("de-formación" quizá sea un mejor término) cultural.  Por eso la estética tiene aspectos intuitivos, pero también intelectuales, que no deberían descuidarse.  En cualquier caso, la obra existe por sí misma (como expresión de forma y contenido) y comunicará su humanidad ("belleza" o "esencia") hasta donde podamos percibirla.  Por esa razón, una vez superado el obstáculo de nuesra insensibilidad, desconocimientos o ignorancia, para ver lo que está allí, esas obras nos serán tan preciadas como aquellas formas que nos resultan mpas sencillas, tradicionales o conocidas según nuestro haber cultural.

Visto así, el arte estaría constituido por puntos referenciales básicos de nuestra humanidad, por medio de los cuales tratamos de entendernos a nosotros mismos y, si se quiere, engrandecernos para alcanzarlos.  En ese sentido, como dijo Emerson, esas obras vendrían a ser el horizonte más allá del cual no podemos ver otra cosa en un momento dado.

Algo más, que ya indiqué: como puntos referenciales, las obras que forman parte del canon artístico son inescapables.  No podríamos entender el mundo sin ellas y, una vez que se presentan, lo alteran irremediablemente.  Así, para empatar con la idea con la que comencé, esas obras son resultado de las cosas que nos rodean, pero también son sus forjadoras, en una espiral eterna que fluye como parte de nuestra naturaleza.

Desde ese punto de vista, la crítica de arte es en realidad –en su mejor expresión– una manera de llevar un registro particular del alma humana, pues se concentra en un producto cultural con el fin de reflejar, a su vez, la auténtica naturaleza del ser-artista que dio origen a la obra, tanto en su condición personal (como individuo), como en su condición de representante destacado de la sensibilidad humana; es decir, como un ser capaz de transmitir espiritualidad, pasión e imaginación frente a los estímulos que ha recibido.

Nuevamente para citar a Emerson, quien en este caso se refería a la literatura (aunque me parece que ello aplica al gran arte en general), éste decía que en los grandes escritos somos capaces de reconocer nuestros propios pensamientos, ya olvidados, que regresan a nosotros con toda majestad, si bien matizados por el poder o circunstancia del escritor al que leemos.  Algo similar podemos leer en Borges, que nos habla de ese único libro que tantas veces se ha escrito –y se seguirá escribiendo– que no es otra cosa que nuestra alma en su irreprimible deseo de manifestarse sensiblemente.

En fin, me he extendido mucho para comunicar lo que ustedes han sembrado con su discusión.  Espero que me cuenten lo que opinan.

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