EL CAMINO DE LA VIDA

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EL CAMINO DE LA VIDA. - Every day you may make progress. Every step may be fruitful. Yet there will stretch out before you an ever-lengthening, ever-ascending, ever-improving path. You know you will never get to the end of the journey. But this, so far from discouraging, only adds to the joy and glory of the climb. - Sir Winston Churchill.

jueves, 3 de marzo de 2011

Almuerzo cultural: Sinfonía No. 1 en re mayor ("Titán") de Gustav Mahler.

Estimados amigos,

De vuelta a un programa musical, este jueves al mediodía el almuerzo cultural versará sobre una de las obras más conocidas del compositor y director de orquesta austríaco, Gustav Mahler, nacido en Kaliste (actualmente República Checa) en 1860 y muerto en Viena en 1911.  

De origen judío, en su formación intervienen elementos del judaísmo y el cristianismo que se relacionaron de manera ambivalente a lo largo de su vida y que se traducen en distintos elementos de su obra artística.

Mahler, el director de orquesta.

Mahler se inició como director de orquesta en pequeñas ciudades del Imperio austro-húngaro.  Eventualmente, tuvo oportunidades en ciudades mayores, como Leipzig y Hamburgo, en Alemania, y en Budapest, Hungría, lo que le dio renombre.  En 1897 le fue ofrecida la dirección de la Ópera del Estado de Viena (posiblemente el mayor puesto de su tipo en Europa), a condición –eso sí– de que renegara del judaísmo para convertirse al catolicismo.  El músico accedió mediante un “simple cambio de atuendo" (palabras de Mahler según el testimonio de un conocido) y permaneció en el puesto por espacio de diez años, que le permitieron enriquecer su formación musical y acometer los recursos de su orquesta (recuérdese que la Orquesta de la Ópera de Viena es la base de la Filarmónica de Viena) para beneficio de sus propias composiciones.

En el teatro, Mahler era un director exigente; no permitía conversaciones, murmullos o retrasos durante los conciertos que dirigía, con lo que sentó a partir de entonces la costumbre de solicitar de parte del público una actitud respetuosa antes y, especialmente, durante el concierto.  Mahler era famoso por sus disputas con los músicos, de quienes exigía absoluta sumisión y perfectas interpretaciones.   Esto le valió fama de tiránico y polémico, reputación que es bastante común en nuestros días respecto a los directores orquestales.

Se dice que sus interpretaciones de las óperas de Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791) y de Richard Wagner (1813-1883) no tenían parangón en su tiempo.  Lo mismo sucedía –según cuentan– con las sinfonías que dirigió de Ludwig van Beethoven (1770-1827) y de Robert Schumann (1810-1856).

Eventualmente, el diagnóstico de una afección del corazón y la muerte de una de sus hijas, a la edad de cuatro años, lo llevaron a renunciar a su cargo en 1907, para buscar horizontes que lo apartaran de la depresión en la que se había sumido.  Fue así como Mahler aceptó la titularidad del Metropolitan Opera House y, ese mismo año, de la Sociedad Filarmónica de Nueva York (actualmente conocida como Filarmónica de Nueva York).  En esa ciudad estadounidense permaneció hasta 1911, cuando, muy enfermo, regresó a Viena donde murió de una infección sanguínea, resultado de sus males cardíacos.

Mahler, el compositor.

Paralelamente a sus labores como director orquestal, Mahler se dedicó a la composición musical de sus sinfonías y lieder (canciones) con orquesta.  Él mismo se definía como un “compositor de verano”, pues, luego de sus temporadas como director, se retiraba al campo para componer.  Le resultaba imposible hacerlo de otro modo, pues lo agitado de sus labores de director y las proporciones de sus obras requerían de una gran y continua dedicación.

Cuando se dedicaba a componer, se recluía desde temprano en una cabaña que tenía cerca de su casa de campo, la cual había construido expresamente para esos propósitos.  A esos efectos, pedía no ser interrumpido y tenía estrictamente prohibido a sus allegados acercarse siquiera a la cabaña mientras trabajaba.  

Si bien como director orquestal se destacó especialmente en la ópera, curiosamente, como compositor su obra se concentró fundamentalmente en la sinfonía y en el lied, mezclando ambos géneros con frecuencia.  Para Mahler,

(…) componer una sinfonía era “construir un mundo con todos los medios posibles”, por lo que sus trabajos en este campo se caracterizaban por una manifiesta heterogeneidad, por introducir elementos de distinta procedencia (apuntes de melodías populares, marchas y fanfarrias militares...) en un marco formal heredado de la tradición clásica vienesa.

Para Mahler, una sinfonía debía ser como un universo completo; es decir, debía abarcarlo todo.  Es quizá por ello que sus sinfonías son inusualmente extensas y están concebidas para orquestas enormes, lo que las hizo inicialmente difíciles de comprender para sus contemporáneos, cosa que no contribuyó a la buena fama del compositor.   

La obra de Mahler comprende diez sinfonías (a última de ellas inacabada).  De ellas, la Segunda, la Tercera, la Cuarta y la Octava tienen un fuerte componente vocal, de acuerdo con el modelo establecido por Beethoven en su Novena Sinfonía.  Aunque su obra es altamente dramática, a partir de la Quinta Sinfonía su música adquirió un tinte marcadamente trágico, lo cual es especialmente claro en su Sexta y su Novena sinfonías, lo mismo que en su poema sinfónico para voces La canción de la tierra.

Significación artística y características de su música.

Mahler fue un hombre de una gran cultura.  Amante de la filosofía y de la literatura, gustaba leer en voz alta las obras de los mayores filósofos y poetas, tales como Platón (c. 427-347 a.C.), Immanuel Kant (1724-1804), Johann Wolfgang Goethe (1749-1832), Fiodor Dostoievski (1821-1881) y John Keats (1795-1821), entre otros.

Su música, extraordinariamente compleja y original, revolucionó el lenguaje musical de la época, a tal extremo que tuvo muchos detractores, escandalizados por sus desviaciones de los caminos tradicionales de la composición.  El asunto llegó a tal extremo que, en una ocasión, Mahler dijo que su música no sería apreciada sino hasta cincuenta años después de su muerte.  Curiosamente, el músico estaba en lo cierto.  Rechazado al principio, hoy en día es considerado uno de los más grandes y originales sinfonistas que ha dado la historia de este género y sus obras son frecuentemente interpretadas por las grandes orquestas del mundo. 

Se dice que, al abandonar Viena para radicarse en Nueva York, el pintor Gustav Klimt (1862-1918) dijo que con la partida de Mahler había terminado la edad de oro del arte y la cultura en Viena, hasta entonces capital indiscutible de la música europea.

Los conflictos internos del compositor y sus debates constantes entre elementos clásicos y románticos han sido quizá los responsables de que Gustav Mahler se encuentre rodeado tanto de fieles devotos como de los detractores más crueles, junto a Bruckner, fue uno de los autores más controvertidos de su época: al entusiasmo profesado por su originalidad se oponía cierta hostilidad, bien ante sus excesos emocionales y musicales, bien por su talante conservador.

Como músico, la obra de Mahler es, pues, el resultado de las profundas contradicciones de orden personal y artístico que caracterizaron su vida.  Esto hizo que sus composiciones sirvieran como un extraordinario presagio a lo que habría de ser el siglo XX, en lo que tuvo de lúcido y de pavoroso.  Es conocido el hecho de que el compositor lamentara el antisemitismo generalizado de su tiempo en la sociedad vienesa, respecto a lo cual decía:

Soy tres veces extranjero: un bohemio entre los austríacos; un austríaco entre los alemanes, y un judío ante el mundo.

La personalidad del músico es evidente en su obra.  Preso de las contradicciones culturales (religiosas, filosóficas y políticas) de su tiempo, Mahler exhibió manías de diverso tipo, como paranoia y bipolaridad, por ejemplo, resultado de su profunda sensibilidad.

Se ha señalado su humanidad apasionada y carácter tormentoso “ideal para levantar tempestades”.  [El director de orquesta Bruno] Walter [1876-1962] describe a la perfección sus cambios anímicos (cómo pasaba rápidamente de la alegría a la tristeza) y la gran confianza que depositaba en sí mismo, dando la imagen de un auténtico “genio vivo”.  Al mismo tiempo, Mahler fue capaz de subordinar su pasión interior, su fantasía, sus ideas poéticas y metafísicas, sus contenidos caóticos, al lenguaje formal de la sinfonía y de la canción.  Estos dos géneros constituyen, sin lugar a dudas, su campo de expansión y creación musical.

Esas contradicciones y particularidades de su vida hicieron –según dijimos– que sus obras fueran difíciles de comprender para muchos de sus contemporáneos, pero, con el tiempo, agotados los esquemas políticos y culturales del siglo XIX y la Belle époque, tales obras más bien adquirieron gran vigencia, cuando la gente buscó explicaciones a la realidad circundante en otros lenguajes, más acordes con la confusión y desazón reinante en la sociedad occidental.  Recordemos que Mahler vivió en las vísperas de las dos guerras mundiales, en medio de un ambiente que era especialmente tenso y desesperado.  Este era el ambiente en el que florecieron el nihilismo y su pariente el existencialismo; es decir, el ambiente de la angustia humana que aún permea la vida de nuestro tiempo.

Su música posee una expresión profundamente personal junto con la estructura poco convencional de sus sinfonías, la yuxtaposición de elementos populares con pasajes místicos, el uso de solos instrumentales, y muchas de sus particulares características, las cuales atraen a cada oyente melómano del siglo XX.

Es fácil  encontrar en las obras de Mahler armonías disonantes que llevaron a extremos insospechados la influencia del músico alemán Richard Wagner, cuyo Tristán e Isolda (1865) marcó una época en términos de su cromatismo musical.  La música de Mahler es, además, heredera de Héctor Berlioz (1803-1869) y Anton Bruckner (1824-1896) y, por su medio, de Franz Schubert (1797-1828) y, aún más atrás, de Ludwig van Beethoven.

De Mahler desciende el dodecafonismo y, en general, la música de la llamada “Segunda Escuela de Viena”, considerada por Hitler y por Stalin degenerada, alienada y revisionista, por no sujetarse a los esquemas formales de sus respectivos totalitarismos.

Por su doble condición de compositor judío y moderno, la ejecución de la música de Mahler fue terminantemente prohibida durante años.  Sólo al final de la Segunda Guerra Mundial, y gracias a la labor de directores como Bruno Walter y Otto Klemperer [1885-1973], sus sinfonías empezaron a hacer huella en el repertorio de las grandes orquestas.

La Primera sinfonía (“Titán”).

El programa de este jueves consiste en la Primera Sinfonía de Mahler, escrita en la tonalidad de re mayor, que fue estrenada en 1889, durante la estadía del músico en Budapest, como director de la ópera de la ciudad.  En ese momento fue descrita como “poema sinfónico”, denominación que cambió años después a “sinfonía” cuando se publicó su canon sinfónico.

Mahler la llamó Titán en 1893, durante su presentación en Hamburgo, como homenaje a la novela del escritor alemán Jean Paul (1763-1825), aunque la sinfonía no se basa mayor cosa en esa obra.  Posteriormente, a raíz de su estreno en Berlín, en 1896, retiró el nombre sin mucho éxito, ya que éste aún se usa para denominarla.

La Sinfonía No. 1 ha hecho correr ríos de tinta en la historiografía musical contemporánea.  Su historia es intrincada, llena de remiendos y modificaciones que atañen tanto al programa de contenidos como a la estructura de la propia música, pasando por el nombre de los movimientos.  La obra fue esbozada en Kassel en 1885, poco después de haber finalizado las “Canciones de un compañero errante”.  Mahler trabajó intensamente en ella durante las etapas de Praga y Leipzig, concluyéndola en esta última ciudad en 1888.  En marzo escribió a su amigo Löhr:
“¡Bueno! ¡Mi obra está lista! Probablemente, eres el único para el que nada de lo que haya hecho sea nuevo; ¡los demás se sorprenderán por algunas cosas! Se ha hecho tan enormemente poderosa - ¡Es como si fluyera de mí un torrente!”.

La obra tuvo una acogida controversial, pese a que actualmente es una de sus sinfonías más gustadas.  Es menos larga que las otras ocho sinfonías que la siguieron (a excepción de la Cuarta Sinfonía), lo que probablemente ayude a su popularidad.

La plétora de ideas que emana de la obra es evidente; el gran problema es ajustarla a una estructura musical predeterminada.  Aunque cuando leemos Titán nos viene a la cabeza la fuerza sublime de las ancestrales figuras mitológicas, en realidad el título alude a la novela homónima del escritor romántico alemán Johann Paul Richter, más conocido como Jean Paul, escrita entre 1800-1803. En ella se narran las aventuras de un héroe tedesco, Albano, que regresa a su tierra natal tras coronar una hazaña de índole política, cultural, pedagógica utilizando como únicas armas su imaginación, su fuerza interior y la vida de la naturaleza. El romance se vuelve demoníaco al aparecer la figura del alter ego corrosivo y crítico del protagonista, Roquairol.  De esta dialéctica algunos han extraído, según Quirino Principe, el trazo temático del Scherzo o del Finale.  De Jean Paul existen otras reminiscencias, como el término Blumine (diminutivo de “blume”, flor) que aparecía en el primer tomo de la edición de la novela, aunque no se observa ninguna conexión clara con el contenido musical.

La Primera Sinfonía consta de cuatro movimientos:

i.              Langsam, schleppend.


Como un ruido de la naturaleza. se inicia con una misteriosa introducción que invoca las fuerzas de la naturaleza, tras la cual aparece un movimiento rápido dominado por un tema alegre de las cuerdas, que luego pasa a toda la orquesta.  Tras una repetición de la introducción, aparece un tema nuevo en las trompas, que conduce a un gigantesco clímax tras el que el movimiento concluye en medio de una gran alegría.


El deseo de totalidad es tal que, en palabras de Adorno, “la sonoridad conjunta desciende del cielo igual que una metálica corte de nubes fieras”.

 

ii.             Scherzo: Kräftig bewegt,doch nicht zu schnell.


El Scherzo se basa en un Ländler (danza popular austríaca). La parte central, más tranquila, ofrece un momento de descanso poético, aunque también tiene carácter de danza clásica.

 

iii.            Trauermarsch: Feierlich und gemessen, ohne zu schleppen.


Se trata de una marcha fúnebre en re menor que comienza con un solo de contrabajo que es una variación en modo menor del tema Frère Jacques.  La tristeza de la marcha fúnebre contrasta con pasajes grotescos en los que parece sonar una música de banda popular y compases de danza.

A raíz de una explicación programática de Mahler, la Marcha Fúnebre se ha denominado en ocasiones “El entierro del cazador”.  El estímulo externo de la composición deriva de una imaginativa nota caricaturesca destinada a todos los niños austríacos, narrada en un antiguo libro de fábulas y representada por Callot: el cortejo fúnebre del alma del cazador muerto cuya sepultura acompañan los animales del bosque.  ¡Qué gran paradoja!  La muerte se introduce en el paisaje campestre y es anunciada por timbales amortiguados en un tempo “Solemne y contenido, sin arrastrarse”.  La nota grotesca viene dada por dos elementos: la tímbrica inusual (clarinetes estridentes, oboes zumbantes, cuerdas col legno, percusión distorsionada) y la base melódica, que utiliza el popular canon Bruder Martín (Frère Jacques) pero cambiado de modo (re menor) y enriquecido con el burlón oboe, otorgándole connotaciones fantasmagóricas. Mahler se burla de la muerte al convertir una melodía tan entrañable para todos en una música tan fúnebre.  Le sigue una bohemia melodía en Sol Mayor, última parte del lied “Al borde del camino había un tilo”, que constituye un verdadero remanso de paz. Tras esta, resuena nuevamente el canon, ahora en mi bemol menor, y culmina el movimiento un pasaje de música de “cabaret” protagonizada por la trompa.  Atroz monstruo infantil...

 

iv.            Stürmisch bewegt


El final de la obra simboliza el tránsito de las tinieblas a la luz:  

Mahler pretendía pasar “del infierno” que reinaba en el anterior movimiento “al paraíso”, a la victoria última de la naturaleza, del optimismo y, en definitiva, de la tonalidad principal.

Este movimiento tiene estructura de sonata, y el comienzo es un tema tempestuoso y de gran longitud, al que le sigue un segundo tema lírico interpretado por las cuerdas.  En el desarrollo aparece un nuevo tema triunfante en los instrumentos de metal, pero le hará falta luchar y ser derrotado tres veces antes de alcanzar el brillante re mayor final.  Después de un último pasaje reflexivo, se encuentra el triunfo definitivo del optimismo que desborda esta última parte de la obra.

*   *   *   *   *

Están invitados a acompañarnos a la presentación de esta extraordinaria obra.  Sus intérpretes son la Filarmónica de Berlín y el maestro Bernard Haitink, en una presentación filmada en la Philharmonie de la capital alemana, sede de esta gran orquesta.  Ojalá no se lo pierdan.

Saludos,

Carlos.

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