EL CAMINO DE LA VIDA

EL CAMINO DE LA VIDA
EL CAMINO DE LA VIDA. - Every day you may make progress. Every step may be fruitful. Yet there will stretch out before you an ever-lengthening, ever-ascending, ever-improving path. You know you will never get to the end of the journey. But this, so far from discouraging, only adds to the joy and glory of the climb. - Sir Winston Churchill.

sábado, 21 de febrero de 2015

Borges en su laberinto.

Siempre he sido admirador de la obra de Jorge Luis Borges (1899-1986) y, naturalmente, un asiduo lector de sus escritos.  Borges es uno de los grandes escritores de la historia y, para mí, uno de los grandes sabios de la humanidad.  Sin ser pedante, manejaba todo el conocimiento que es posible imaginar en un intelectual.  Solo, recluido en la oscuridad de su ceguera, la luz de la cultura iluminaba su vida con interminables goces de libros leídos, conferencias escuchadas, conversaciones sostenidas, anécdotas conocidas, etc.

Algunos lo han criticado ideológicamente como “hombre de derechas”, pero creo que ese es un planteamiento injusto por el simple hecho de que no haya sido un comunista, como era la moda de su tiempo para los intelectuales.  Pienso que Borges nunca se propuso asumir posiciones ideológicas y, mucho menos, tener un rol político con su actividad creativa.  Vivió, por supuesto, en un mundo político y lo sufrió, pero no trató nunca de promover revolución alguna, fuera de izquierda o de derecha.  Tuvo sus fallos, naturalmente, al expresar alguna opinión sobre la política de su tiempo, pero más por inocencia o candidez, que por representar algún interés que deplorarle.

Su caso es el de un escritor, un gran erudito, un esteta y, especialmente, un grandísimo lector, que vivió al amparo de sus amigos: los libros, acompañado de los espíritus de sus autores.
Borges leyó como pocos y procesó tanta información, que luego fue capaz de hilvanar los más complicados argumentos, simplemente atando los cabos que su prodigiosa mente era capaz de encontrar, a partir del bagaje cultural que había almacenado como resultado de años de vida entre los libros.

Defendió la cultura como forma de vida, independientemente del cariz de los gobiernos.  Censuraba de ellos la vocación destructiva, que exhibían continuamente, respecto al mundo que amaba.  Una vez dijo:

“Las dictaduras fomentan la opresión, las dictaduras fomentan el servilismo, las dictaduras fomentan la crueldad; más abominable es el hecho de que fomenten la idiotez”

De Borges cabe decir lo que él mismo dijo de Paul Valéry:

“En un siglo que adora los caóticos ídolos de la sangre, de la tierra y de la pasión, prefirió siempre los lúcidos placeres del pensamiento y las secretas aventuras del orden”.

Para Borges el mundo era un gran laberinto que no pretendía descifrar, si acaso entender.  E laberinto –esa figura intrigante de la que tanto gustaba– consistía en pasillos y espejos, todos reflejo, a su vez, de un solo pasillo y un solo espejo.  Me imagino ese laberinto como un paseo interminable, por un camino bordeado de estantes, todos atiborrados de libros, cada uno de los cuales –en su infinita diversidad– es, sin embargo, reflejo de uno y el mismo libro, que el hombre reescribe continuamente en busca de las respuestas a esa pregunta esencial que no ha sabido plantearse.

Esa imperfección es, quizá, resultado del trabajo inmaduro del demiurgo al que aludía Hume y al que también, con cierta frecuencia, hizo referencia Borges en sus escritos: una divinidad inferior que, al crear el mundo, tampoco supo contestar satisfactoriamente sus propias inquietudes.

La riqueza que encontramos en Borges es proverbial.  Lenguaje finamente escogido y elegantemente esculpido en frases claras, cuyo significado es profundo, preciso y sugerente a la vez.  Las fuentes que cita están pobladas de personajes ilustrísimos, no rebuscados ni antojadizamente puestos allí para adornar sus escritos, sino traídos por su propio peso, por la coherencia del relato.  Siempre presentes en su pensamiento y sus escritos tenemos a los grandes clásicos (autores y obras), de todas las épocas y todas las disciplinas: Dante, Homero, Coleridge, Montaigne, El Quijote, Zenón, Umar Khayyám, Poe, Shakespeare, Huit Tzú, el profeta Ezequiel, Milton, Mallarmé, Paracelso, Blake, Quevedo, Goethe, Hume, Chesterton, Las mil y una noches, Joyce, Ariosto.  Borges no es un vulgar “name-dropper”.  No.  Él sólo habla de sus amigos, de aquello que conoce y le importa.  Simplemente vive en la más exaltada de las compañías.

Luis Andrés Murillo, al comentar El Aleph, dice lo siguiente:

“En los relatos de Borges el laberinto, con sus múltiples asociaciones, simboliza la conciencia del hombre de nuestro tiempo: sus miedos que, pese a todo su horror, no parecen diferir mucho de los antiguos temores del hombre primitivo; sus frustrados deseos de poder, que se parecen, como nunca, a las fallidas conjuraciones de fórmulas mágicas; su impotencia, su ansiedad, su espanto ante la muerte y, sobre todo, su desesperación”.

Vivimos en un laberinto del que no podemos salir y al que ni siquiera conocemos.  Borges hizo un esfuerzo por acompañarse, en ese laberinto, por los mejores guías, para transitar por él, como lo hizo Virgilio en la Comedia, acompañado por quienes podían hacer más seguro –y, por qué no, más agradable– ese trayecto.   Al hacerlo se convirtió en depositario de la cultura universal.  ¿Qué puede haber de criticable en ello?

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