Este jueves vamos a referirnos a una de las mayores civilizaciones de la Antigüedad: los persas, quienes, como figuras históricas, son injustamente maltratados por la propaganda mediática de nuestros días.
El término “Persia” alude a una de las regiones de mayor tradición histórica del Oriente Medio, que hoy abarca el país que conocemos como Irán. De historia fascinante, los desvaríos de su actual régimen político arrojan, muy desafortunadamente, una nube de prejuicios sobre los logros y alcances de la civilización que tuvo su asiento originalmente en este país.
Orígenes y desarrollo histórico.
Los persas fueron un pueblo de origen indoeuropeo que se estableció en la meseta de Irán hacia el año 2000 a.C. Durante su época de esplendor, su imperio, que floreció entre los siglos VI y IV a.C., abarcó los territorios de los actuales estados de Irán, Iraq, Turkmenistán, Afganistán, Uzbekistán, Turquía, Chipre, Siria, Líbano, Israel y Egipto. Su expansión territorial comenzó, durante el reinado de Ciro II (559-530 a.C.), con la anexión del reino medo (sur de Irán), y alcanzó su máximo desarrollo hacia el año 500 a.C., cuando llegó a abarcar, además, parte de los territorios de los actuales estados de Libia, Grecia, Bulgaria, la India y Pakistán, así como ciertas áreas del Cáucaso, Sudán y el Asia Central. El Imperio persa dejó de existir como tal hacia el año 330 a.C., cuando el rey Darío III fue derrotado por Alejandro Magno, tras las batallas de Issus y Gaugamela, y, eventualmente, sus territorios pasaron a poder primero de los macedonios y luego de los romanos.
El “Imperio persa aqueménida”, o “Imperio aqueménida”, es como se conoce al primero y más extenso de los imperios persas (hubo luego otro, conocido como “Imperio persa sasánida”, que data del siglo III al siglo VI d.C. y que no tiene rlación directa con el aqueménida) Este primer imperio persa debe su nombre a la dinastía que lo gobernó, fundada por el rey Aquemenes, personaje semi-legendario.
Como organización política, el Imperio persa aqueménida representó la última gran civilización oriental de la Antigüedad (precedida por Sumeria, Acadia, Egipto, Babilonia y Asiria), antes de que la antorcha civilizatoria pasara a Occidente, a manos de los griegos, los macedonios y los romanos. Aunque surgió vertiginosamente, para convertirse en el mayor imperio conocido hasta entonces, el persa alcanzó su cénit en el siglo V a.C. y luego se debilitó poco a poco, tras enfrentar a los griegos en las llamadas “Guerras Médicas”, que marcaron el fin de su expansión colonialista.
Desafortunadamente, no sabemos tanto de los persas como quisiéramos. La arqueología y la antropología trabajan desde hace años en ello, aunque los constantes conflictos políticos en la zona no ayudan a dar continuidad a ese proceso.
Inicialmente, la historia persa se conoció por medio de los trabajos de investigación histórica dejados por los autores griegos (especialmente Heródoto y Jenofonte, en los siglos V y IV a.C. respectivamente), así como por algunos de los libros bíblicos. La visión sobre los persas es, por lo tanto, externa y prejuiciada, según los intereses en juego, y –de algún modo– tendió a ser a veces hostil.
Para los griegos, los persas fueron el gran enemigo, no desprovisto, sin embargo, de virtudes. Se trataba de rivales que marcharon en dos ocasiones sobre Grecia y causaron daño y destrucción a su paso como resultado de campañas militares de conquista. Los cronistas griegos los trataron con dureza en sus escritos, aunque se puede adivinar detrás de ello cierta admiración a su poder y organización política.
En La Biblia, por otra parte, los libros de Esdras y de Nehemías describen a los persas fueron descritos como restauradores del Templo de Jerusalén y defensores del culto a Yahvé. La razón es que los persas acabaron con el llamado “cautiverio en Babilonia”, que fue una de las grandes calamidades de la historia hebrea.
Así, no obstante esos antecedentes, que exaltan algunas virtudes de los persas de manera consistente (lo que reafirma los méritos culturales de este pueblo) es interesante comentar el contraste que produce en nuestros días la visión mal intencionada que encontramos de los persas en películas como Alexander (2004) y 300 (2007), que hacen ver a los persas como pusilánimes, crueles, corruptos, esclavistas y cobardes.
Gobierno y gobernantes históricos.
Como la gran mayoría de las organizaciones políticas de la Antigüedad, el gobierno persa era monárquico y absoluto, a cargo de un “gran rey”, de rango divino, que era la encarnación de dios en el mundo. Como en otras civilizaciones tempranas, el gran rey debía ser no sólo el mejor guerrero, sino también el mejor cazador. Su guardia personal estaba compuesta por 10.000 soldados siempre en funciones, llamados los "inmortales", compuesto por la gente más noble y mejor adiestrada de Persia. El nombre obedecía a que cada vez que alguno de los inmortales caía en servicio, era reemplazado de inmediato por otro de la reserva que existía para esos propósitos, por lo que daba la impresión de ser un cuerpo formado por seres incapaces de sucumbir a la muerte.
Los orígenes de los persas se pierden en la leyenda. Por lo mismo, es difícil distinguir entre personajes reales y ficticios entre sus reyes, particularmente en los comienzos de su historia. En general, la existencia de algunos de los primeros gobernantes persas no puede ser confirmada, por lo que se les considera en ocasiones la invención de los cronistas de tiempos de Darío I, quien fue el primero en organizar la historia persa de modo oficial. Los siguientes son los reyes más conocidos de la historia persa:
- Aquemenes de Persia (fundador de la dinastía, de existencia no comprobada).
- Teispes de Anshan, hijo de Aquemenes.
- Ciro I de Anshan, hijo de Teispes.
- Ariaramnes de Persia, hijo de Teispes y co-gobernante con Ciro I (rey no comprobado).
- Cambises I de Anshan, hijo de Ciro I.
- Arsames de Persia, hijo de Ariaramnes y co-gobernante con Cambises I (rey no comprobado).
- Ciro II, el Grande, hijo de Cambises I, gobernó desde c.550 hasta 530 a.C. (gobernante de Anshan h. 559 a.C. – conquistó Media 550 a.C.)
- Cambises II, hijo de Ciro el Grande, gobernó 529-522 a.C.
- Esmerdis (Bardiya), supuesto hijo de Ciro el Grande, gobernó en 522 a.C. (posiblemente se trate de un usurpador).
- Darío I, el Grande, cuñado de Esmerdis y nieto de Arsames, gobernó 521-486 a.C.
- Jerjes I, hijo de Darío I, gobernó 485-465 a.C.
- Artajerjes I "Longímano", hijo de Jerjes I, gobernó 465-424 a.C.
- Jerjes II, hijo de Artajerjes I, gobernó 424 a.C.
- Sogdiano, medio hermano y rival de Jerjes II, gobernó 424-423 a.C.
- Darío II "Noto", medio hermano y rival de Jerjes II, gobernó 423-405 a.C.
- Artajerjes II "Mnemon", hijo de Darío II, gobernó 404-359 a.C.
- Artajerjes III "Oco", hijo de Artajerjes II, gobernó 358-338 a.C.
- Artajerjes IV Arses, hijo de Artajerjes III, gobernó 338-336 a.C.
- Darío III "Codomano", bisnieto de Darío II, gobernó 336-330 a.C.
Aportes y factores característicos.
El éxito del imperio persa se apoyó en ciertos factores que lo diferenciaron positivamente de las civilizaciones preexistentes de la Antigüedad:
a. Aspectos político-administrativos.
El sistema político-administrativo persa fue el modelo del cual aprendieron macedonios y romanos para administrar sus respectivos imperios. Además de su gobierno central, en manos del gran rey, los persas gobernaban las distintas regiones administrativas (denominadas “satrapías”), mediante gobernadores con cierta autonomía llamados “sátrapas”. La organización de las satrapías se basaba normalmente en las estructuras locales del país conquistado, lo que permitía subsistir hasta cierto punto a las antiguas instituciones de poder autóctonas para beneficio de las poblaciones locales. Ciertos inspectores reales (llamados "ojos y oídos del rey") recorrían periódicamente cada región para verificar el orden interno e informar al rey al respecto, como medio para garantizar el buen gobierno de cada territorio y prevenir la corrupción de los sátrapas.
Los sátrapas eran personalmente escogidos por el rey dentro de la aristocracia persa, según sus servicios pasados prestados al rey, con el que mantenían una relación más personal que política (algo similar al vasallaje medieval). Las funciones podían ser heredadas de padre a hijo, aunque el gran rey podía cambiar en cualquier momento de sátrapa si así lo estimaba necesario.
b. Aspectos militares.
El ejército persa fue, junto a los ejércitos de Asiria, Esparta y Macedonia, el más completo de la Antigüedad antes de la llegada de los romanos. La perfecta formación de las milicias, caracterizadas por (i) un eficaz sistema de reclutamiento, que se abastecía de todas las regiones del imperio para conformar fuerzas militares descomunales; y, (ii) la destreza de sus miembros, en especial los arqueros que lanzaban sus flechas desde sus caballos, fue la clave del éxito militar persa, que llevó a todo el mundo civilizado de entonces bajo su dominio.
c. Infraestructura.
Los persas fueron el primer imperio antiguo que dedicó esfuerzos importantes a la construcción de caminos y obras de infraestructura, los cuales facilitaron las comunicaciones, el comercio, la recolección eficiente de los impuestos y la movilización del ejército de un territorio a otro. El Imperio tenía puestos de patrulla situados a un día de distancia de cada ciudad importante, así como en los cruces de todas las carreteras, ríos y montañas de importancia; la idea, evidentemente, era garantizar la seguridad de los viajes ante el pillaje aislado y los enemigos del estado. Además, el sistema postal era eficiente y seguro, lo que facilitaba la entrega de mensajes y mercancías, sin importar la distancia.
Por otra parte, los persas mejoraron las vías de comunicación ya existentes, como, por ejemplo, el canal de navegación entre el Nilo y el Mar Rojo, lo que incrementó la comunicación y el comercio entre la Mesopotamia y el Mediterráneo, dándole a los persas una perspectiva global del mundo que habitaban.
d. Moneda.
Los persas fueron también el primer imperio de la Antigüedad en acuñar moneda de modo sistemático, siguiendo el ejemplo de Creso, rey de Lidia, quien fue el primero en hacerlo localmente en el siglo VI a.C. Ello facilitó la recaudación tributaria y el desarrollo del comercio y la economía en general, lo que luego sirvió de ejemplo a los macedonios y a los romanos para sus propios imperios.
e. Valores éticos.
Los persas se caracterizaron, además, por la gran tolerancia de sus gobernantes hacia las tradiciones culturales de los pueblos sojuzgados, los cuales disfrutaron de una gran autonomía en materia de costumbres, instituciones, lengua y religión (tal como se dijo antes, La Biblia pone eso en evidencia, al hablar de los persas en términos mucho más amables que cuando lo hace de oros pueblos, como los egipcios, los babilonios o los asirios, al extremo de tratar al rey persa Ciro el Grande como un libertador). En ese sentido, tratándose de un imperio multinacional, es notorio que las inscripciones reales se hicieran en varios idiomas, incluyendo de modo regular el persa antiguo, el babilonio y el elamita, así como, a veces, el egipcio de los jeroglíficos y hasta el arameo, con el fin de informar adecuadamente a las poblaciones el Imperio sobre el contenido de la ley aplicable.
El sistema político, por otra parte, se fundamentó sobre fuertes principios morales, como la verdad y la justicia. Al respecto, el historiador griego Heródoto decía:
(…) tienen por la primera de todas las infamias el mentir, y por la segunda, contraer deudas; diciendo, entre otras muchas razones, que necesariamente ha de ser mentiroso el que sea deudor.
Según este cronista, a los jóvenes se les enseñaban tres cosas principales: (i) montar a caballo; (ii) disparar el arco; y, (iii) muy especialmente, decir siempre la verdad.
En el Irán aqueménida, la mentira, “drauga”, se consideraba pecado capital y era punible con la muerte en algunos casos extremos. Tablillas descubiertas por los arqueólogos de los años 1930[] en el yacimiento de Persépolis proporcionan evidencia adecuada sobre el amor y la veneración por la cultura de la verdad durante el período aqueménida. Estas tablillas contienen los nombres de iranios corrientes, principalmente comerciantes y almacenistas. Según el profesor Stanley Insler de la Universidad de Yale, hasta 72 nombres de oficiales y pequeños burócratas encontrados en estas tablillas contienen la palabra verdad. Por ejemplo, dice Insler, tenemos "Artapana", protector de la verdad, "Artakama", amante de la verdad, "Artamanah", de pensamiento sincero, "Artafarnah", poseedor del esplendor de la verdad, "Artazusta", que se complace en la verdad, "Artastuna", pilar de verdad, "Artafrida", que prospera con la verdad y "Artahunara", que tiene la nobleza de la verdad. Fue Darío el Grande [quien] estableció la ordenanza de las buenas regulaciones durante su reinado. El testimonio del rey Darío sobre su constante batalla contra la mentira se encuentra en inscripciones cuneiformes. Grabada en la montaña de Behistún en la carretera a Kermanshah, Darío testimonia:
Yo no era un mentiroso, no hacía el mal. (...) Me conduje con rectitud. No hice el mal ni al débil ni al poderoso. El hombre que cooperó con mi casa, a ese le recompensé bien; el que me hizo daño, a ese castigué bien.
Yo batí y apresé a nueve reyes. (…) La Mentira los hizo rebeldes, de manera que esta gente engañó al pueblo.
f. La abolición de la esclavitud.
Relacionado con lo anterior, vale la pena indicar que, a diferencia de los demás pueblos de la Antigüedad (excepción hecha de los egipcios), los persas no basaron su economía en el trabajo esclavo. De hecho, la esclavitud sólo era aceptada en casos calificados de conquista, cuando los ejércitos contrarios no se sometían pacíficamente a las previas ofertas de paz persas, o se rebelaban de forma violenta contra la soberanía persa.
El zoroastrismo y otros aspectos religiosos.
Como imperio multinacional, el imperio persa vio muchos cultos religiosos dentro de sus fronteras, según las tradiciones de los pueblos conquistados. Inicialmente, los persas practicaron el zoroastrismo o mazdeísmo, que se caracteriza por su culto al fuego. Los monarcas siempre se identificaron con el culto a Ahura Mazda, como dios protector de los persas. Una estela dice:
Darío el Rey dice: por el favor de Ahura Mazda yo soy Rey. Ahura Mazda me concedió el reino.
El zoroastrismo fue una de las primeras religiones monoteístas. Esta religión todavía existe en Irán, donde es una de las religiones oficialmente permitidas, aunque la religión mayoritaria es el Islam, de por sí poco tolerante con otros credos religiosos. También hay seguidores de Zaratustra (llamados parsis) en la India y otros países.
El príncipe-profeta Zoroastro (Zaratustra), nacido antes del siglo VI a.C., fue el fundador del mazdeísmo; llamaba a su religión Daena Vanguji, que puede traducirse como “Buena religión”, pues se parte del principio "pensar bien, hablar bien, hacer bien" (pendare nik, goftare nik, kerdare nik). Esta doctrina consta en el Zend Avesta, que es el libro sagrado de los zoroastristas.
Según el romano Plinio el Viejo (23-79), sólo un hombre en el mundo –Zoroastro– había nacido con una sonrisa en los labios, en prueba de su sabiduría divina.
Aunque parte de un monoteísmo nominal, la religión adquirió luego un carácter dualista, pues el mundo se consideraba regido por dos principios: (i) el bien (Ormuz, simbolizado por la luz o el sol), que representaba la creación; y, (ii) el mal (Arimán, representado por la oscuridad), que era sinónimo de la destrucción. Ambos eran emanaciones del mismo dios: Ahura Mazda, que simbolizaba la totalidad, en lo que es una derivación aria de los principios que dieron origen en la india al hinduísmo brahmánico. Para el zoroastrismo, las personas deben observar el bien para mantener la destrucción lejos de sus vidas, aunque reconoce que los hombres tienen siempre abierta la opción de obrar mal, pues la libertad de acción y de conciencia es uno de los principios básicos de la actividad humana.
El desarrollo del zoroastrismo es parte misma de la historia persa. Zoroastro comenzó a predicar el mazdeísmo hacia el año 700 a.C. Ese culto fue asimilado por los gobernantes persas y, por su medio, se convirtió en un elemento definidor de la cultura aqueménida. Gracias al imperio, el zoroastrismo se extendió por el Medio Oriente, el Asia Menor y el norte de África.
En virtud de las creencias de Zoroastro, el libre albedrío (derecho de escoger con libertad) se convirtió en un principio fundamental de la ética persa, lo que explica el trato tolerante de los persas a los habitantes de su imperio, no obstante las diferencias culturales entre ellos.
La religión de Zoroastro no tenía templos, sino que se adoraba a la luz en altares al aire libre donde ardía una llama permanentemente. De acuerdo con Heródoto:
[Los persas] no tienen imágenes de los dioses, ni templos ni altares, y consideran una signo de locura usarlos. Esto viene, creo yo, de que ellos no creen que los dioses tengan la misma naturaleza que los hombres, como imaginan los griegos.
No fue sino hasta tiempos de Artajerjes II que, por razones de conveniencia política, los persas comenzaron erigir imágenes a aquellos dioses que fueron acogiendo conforme extendieron sus fronteras. Entre esos dioses es importante mencionar a Mitra (deidad solar asociada a la nobleza y los guerreros) y la diosa Anahita, de orígenes mesopotámicos, los cuales eran venerados en forma conjunta. Tampoco puede olvidarse a Marduk (el Baal de los hebreos), dios adoptado como resultado de la conquista de Babilonia. De modo similar, con la conquista de Egipto, hay que mencionar que Cambises II optó por proclamarse faraón de Egipto y, por lo tanto, encarnación de Horus en la tierra. Se trataba, simplemente, de concesiones locales. Al respecto es importante notar que la promoción de los cultos de los pueblos conquistados tenía la función de legitimar el poder del conquistador. Lo mismo harían Alejandro Magno y Julio César, siglos más tarde.
Arte y arquitectura.
El arte de los persas fue multicultural, lo que dio lugar a una interesante mezcla de estilos y tendencias en sus obras.
En Pasargada, la capital de Ciro II y Cambises II, y en Persépolis, la ciudad vecina fundada por Darío el Grande y usada por todos sus sucesores, uno puede seguir el rastro hasta un origen extranjero de casi todos los diversos detalles en la construcción y embellecimiento de la arquitectura y de los relieves esculpidos; pero la concepción, el planeamiento y el acabado del producto son distintivamente persas.
(…) Este estilo artístico aqueménida es particularmente evidente en Persépolis: con su cuidadosamente proporcionada y bien organizada planta, rica ornamentación arquitectónica y magníficos relieves decorativos, el palacio es uno de los grandes legados artísticos del mundo antiguo. En su arte y arquitectura, Persépolis celebra al rey y el oficio del monarca y refleja la percepción que Darío tenía de sí mismo como el líder de un conglomerado de pueblos a los que había dado una nueva y única identidad. Los aqueménidas tomaron las formas artísticas y las tradiciones religiosas y culturales de muchos de los antiguos pueblos de Oriente Medio y los combinaron en una forma única.
Persépolis (del griego Περσέπολις, significa, literalmente, “la ciudad persa”). En antiguo persa su nombre era Pars, que, dicho en persa moderno es “تخت جمشید”, que significa Tajt-e Yamshid o el “trono de Yamshid (Ciro)”. La ciudad se encuentra a unos 70 km de la actual ciudad de Shiraz, en la provincia de Fars, al sur de Irán.
Persépolis fue construida con todo esmero por Darío entre 518 y 516 a.C., como la grandiosa capital de su reino multinacional. En palabras del propio rey:
Se trajo madera de cedro de allí (una montaña llamada Líbano), la madera de yaka se trajo de Gandhara y de Carmania. El oro se trajo de Sardes y de Bactria (...) La piedra preciosa lapislázuli y cornelina (...) se trajo de Sogdiana. La turquesa de Corasmia, la plata y el marfil de Egipto, la ornamentación de Jonia, el marfil de Etiopía y de Sind [Pakistán] y de Aracosia. Los canteros que trabajaron la piedra eran de Jonia y de Sardes. Los orfebres eran medos y egipcios. Los hombres que tallaron la madera, eran de Sardes y Egipto. Los que trabajaron el ladrillo cocido, esos eran babilonios. Los hombres que adornaron el muro, esos eran medos y egipcios.
La descripción evidentemente recuerda la crónica de Salomón respecto a la construcción del primer Templo de Jerusalén, con todos los detalles del esfuerzo, recursos y orgullo puestos por los israelitas en esta obra. Así fue como los persas construyeron su capital, que hoy es apenas una ruina imponente.
Así las cosas, la ciudad de Persépolis fue una verdadera metrópoli imperial. Se trataba de un plan elaborado a una escala y en dimensiones nunca antes vistas en el área, excepto –quizá– por el Ramesseum de Ramsés II (1299-1213 a.C.) en Egipto.
Los materiales y los artistas eran tomados de todas las tierras gobernadas por los grandes reyes, y de ese modo gustos, estilos y motivos se mezclaron juntos en un arte ecléctico y una arquitectura que en sí misma reflejaba el Imperio y el entendimiento aqueménida de cómo ese imperio debía funcionar.
El arte persa recibió influencias egipcias y, sobre todo, mesopotámicas (toros con cabezas humanas, uso del arco arquitectónico, columnas de tradición egipcia adornadas por capiteles con figura de toros contrapuestos, cerámica vidriada babilónica, etc.).
Desafortunadamente, sólo quedan –como se dijo– algunos vestigios de la ciudad. El gran Alejandro ordenó su incendio cuando la tomó en el año 330 a.C., instigado por el vino y, muy probablemente, para complacer los deseos de venganza de los griegos, debidos al incendio de la Acrópolis ateniense a manos de los ejércitos persas en el año 480 a.C. No obstante, el arrepentimiento de Alejandro fue casi inmediato, aunque desafortunadamente tardío.
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Todo lo anterior, que describe a un pueblo de historia tan interesante, es evidente en el documental que presentaremos este jueves. Se trata de materia tristemente poco difundida. Por ello, es una oportunidad excelente para que conozcamos sobre visiones políticas que, en su momento, pregonaron la tolerancia y el respeto en un mundo que –como es el caso del nuestro– era diverso, complejo y cosmopolita. Tales visiones son particularmente importantes en nuestros días; de allí la oportunidad de aprender del pasado en nuestro almuerzo.
Están todos invitados a acompañarnos.
Saludos,
Carlos.
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