Durante el almuerzo cultural de este jueves vamos a tratar un tema muy interesante (más cercano a la ciencia que a las artes) que, sin embargo, a todos nos concierne: la llamada “inteligencia emocional”.
Concepto.
El término “inteligencia emocional” se debe al psicólogo estadounidense Daniel Goleman (1947-), quien publicó un estudio con ese nombre en el año 1995. Como ven, se trata de un tópico bastante nuevo, aunque algunos antecedentes sobre el tema se remontan al propio Charles Darwin (1809-1882), quien, más de cien años antes, recalcaba la importancia de la expresión emocional como un factor necesario para la supervivencia y la adaptación de las especies.
Tradicionalmente, se entendía por “inteligencia” cierta capacidad de las personas para aprender y desarrollar facultades cognitivas, como, por ejemplo, el uso de la memoria, la resolución de problemas, la aplicación del entendimiento y los conceptos a situaciones teóricas y de facto, etc. Con el tiempo, sin embargo, se llegó a la conclusión de que existen otros elementos que intervienen en el desarrollo personal, que no son propiamente cognitivos, y que explican la capacidad para motivar y comprender a otros, transmitir emociones e incluso moldearlas en beneficio propio. Son formas de inteligencia, si bien no académicas o intelectuales.
En 1983, el Dr. Howard Gardner (1943-), de la Universidad de Harvard, publicó una investigación sobre su teoría de las inteligencias múltiples, llamada Frames of Mind: The Theory of Multiple Intelligences, mediante la cual sostenía que el concepto de “inteligencia” debía incluir tanto lo que denominaba “inteligencia interpersonal”, que es la capacidad para comprender las intenciones, motivaciones y deseos de otras personas, como la “inteligencia intrapersonal”, que es la capacidad para comprenderse uno mismo, apreciar los sentimientos, temores y motivaciones propios. Entre otras cosas, el Dr. Gardner señalaba que los indicadores de la inteligencia tradicional, como el coeficiente intelectual “CI”, no explican plenamente la capacidad cognitiva de los seres humanos.
El concepto de inteligencia emocional subraya el papel básico de las emociones en la psiquis de las personas. Se trata de un cúmulo de habilidades que cada sujeto desarrolla en mayor o menor medida y que se reflejan en el rol social desempeñado por ese sujeto en el grupo al que pertenece. Esas habilidades son especialmente visibles en ciertas encrucijadas de la vida que alcanzan a todas las personas, como son, por ejemplo, los momentos de peligro o de riesgo, las situaciones de alegría o de dolor, los triunfos y los fracasos, los casos de conflicto o de satisfacción, etc. Ante esas situaciones hay muchas emociones que determinarán la conducta del sujeto, la cual puede resultar en el manejo exitoso o infructuoso de esas circunstancias.
La inteligencia emocional se divide en dos áreas:
- La inteligencia intrapersonal, que es la capacidad de configurar un modelo realista y preciso de uno mismo, por el que el individuo tiene acceso a sus propios sentimientos para utilizarlos como guías y herramientas de su conducta; y,
- La inteligencia interpersonal, que es la capacidad de comprender a los demás y desarrollar empatías, incluyendo aquellos factores que los motivan, definen su comportamiento y sus relaciones.
Todo lo relativo a la inteligencia se concentra en el cerebro. El cerebro es un órgano magnífico que define, en gran medida, nuestra diferenciación con las otras especies animales. Él es el responsable del funcionamiento de una multitud de impulsos, actos y reacciones del ser humano, en diferentes niveles, que definen su comportamiento como especie e incluso su individualidad. El pensamiento es la capacidad de abstracción de la que gozamos que nos permite tomar decisiones a partir del conocimiento y la experiencia previos y, en forma consecuente, actuar en una determinada situación.
El cerebro es capaz de procesar información que se convierte en conocimiento intelectual, pero también maneja los aspectos emocionales de la persona. Ambas dimensiones no siempre están en armonía y ello contribuye de manera clara a nuestra enorme diversidad como individuos, así como a la gran complejidad de nuestro ser en general.
Quizá conviene tener una explicación técnica del proceso cerebral, para entender un poco mejor la complejidad de su funcionamiento:
Para comprender el gran poder de las emociones sobre la mente pensante –y la causa del frecuente conflicto existente entre los sentimientos y la razón– debemos considerar la forma en que ha evolucionado el cerebro.
La región más primitiva del cerebro es el tronco encefálico, que regula las funciones vitales básicas, como la respiración o el metabolismo, y lo compartimos con todas aquellas especies que disponen de sistema nervioso, aunque sea muy rudimentario. De este cerebro primitivo emergieron los centros emocionales que, millones de años más tarde, dieron lugar al cerebro pensante: el neocórtex. El hecho de que el cerebro emocional sea muy anterior al racional y que éste sea una derivación de aquél, revela con claridad las auténticas relaciones existentes entre el pensamiento y el sentimiento.
El neocórtex permite un aumento de la sutileza y la complejidad de la vida emocional, aunque no gobierna la totalidad de la vida emocional porque, en estos asuntos, delega su cometido en el sistema límbico. Esto es lo que confiere a los centros de la emoción un poder extraordinario para influir en el funcionamiento global del cerebro, incluyendo a los centros del pensamiento.
La sede de las pasiones.
La amígdala cerebral y el hipocampo fueron dos piezas clave del primitivo «cerebro olfativo» que, a lo largo del proceso evolutivo, terminó dando origen al córtex y posteriormente al neocórtex. La amígdala está especializada en las cuestiones emocionales y se la considera una estructura limbica muy ligada a los procesos del aprendizaje y la memoria. Constituye una especie de depósito de la memoria emocional. Es la encargada de activar la secreción de dosis masivas de noradrenalina, que estimula los sentidos y pone al cerebro en estado de alerta.
[Joseph E.] LeDoux [(1949-)] descubrió que la primera zona cerebral por la que pasan las señales sensoriales procedentes de los ojos o de los oídos es el tálamo y, a partir de ahí y a través de una sola sinapsis, la amígdala. Otra vía procedente del tálamo lleva la señal hasta el neocórtex –el cerebro pensante–, permitiendo que la amígdala comience a responder antes de que el neocórtex haya ponderado la información. Según LeDoux: «anatómicamente hablando, el sistema emocional puede actuar independientemente del neocórtex. Existen ciertas reacciones y recuerdos emocionales que tienen lugar sin la menor participación cognitiva consciente».
La memoria emocional.
Las opiniones inconscientes son recuerdos emocionales que se almacenan en la amígdala. El hipocampo registra los hechos puros, y la amígdala es la encargada de registrar el «clima emocional» que acompaña a estos hechos. Para LeDoux: «el hipocampo es una estructura fundamental para reconocer un rostro como el de su prima, pero es la amígdala la que le agrega el clima emocional de que no parece tenerla en mucha estima». Esto significa que el cerebro dispone de dos sistemas de registro, uno para los hechos ordinarios y otro para los recuerdos con una intensa carga emocional.
Un sistema de alarma anticuado.
En el cambiante mundo social, uno de los inconvenientes de este sistema de alarma neuronal es que, con más frecuencia de la deseable, el mensaje de urgencia mandado por la amígdala suele ser obsoleto. La amígdala examina la experiencia presente y la compara con lo que sucedió en el pasado, utilizando un método asociativo, equiparando situaciones por el mero hecho de compartir unos pocos rasgos característicos similares, haciendo reaccionar con respuestas que fueron grabadas mucho tiempo atrás, a veces obsoletas.
En opinión de LeDoux, la interacción entre el niño y sus cuidadores durante los primeros años de vida constituye un auténtico aprendizaje emocional, y es tan poderoso y resulta tan difícil de comprender para el adulto porque está grabado en la amígdala con la tosca impronta no verbal propia de la vida emocional. Lo que explica el desconcierto ante nuestros propios estallidos emocionales es que suelen datar de un período tan temprano que las cosas nos desconcertaban y ni siquiera disponíamos de palabras para comprender lo que sucedía.
Cuando las emociones son rápidas y toscas.
La importancia evolutiva de ofrecer una respuesta rápida que permitiera ganar unos milisegundos críticos ante las situaciones peligrosas, es muy probable que salvaran la vida de muchos de nuestros antepasados, porque esa configuración ha quedado impresa en el cerebro de todo protomamífero, incluyendo los humanos. Para LeDoux: «El rudimentario cerebro menor de los mamíferos es el principal cerebro de los no mamíferos, un cerebro que permite una respuesta emocional muy veloz. Pero, aunque veloz, se trata también, al mismo tiempo, de una respuesta muy tosca, porque las células implicadas sólo permiten un procesamiento rápido, pero también impreciso», y estas rudimentarias confusiones emocionales —basadas en sentir antes que en pensar— son las «emociones precognitivas».
El gestor de las emociones.
La amígdala prepara una reacción emocional ansiosa e impulsiva, pero otra parte del cerebro se encarga de elaborar una respuesta más adecuada. El regulador cerebral que desconecta los impulsos de la amígdala parece encontrarse en el extremo de una vía nerviosa que va al neocórtex, en el lóbulo prefrontal. El área prefrontal constituye una especie de modulador de las respuestas proporcionadas por la amígdala y otras regiones del sistema límbico, permitiendo la emisión de una respuesta más analítica y proporcionada. El lóbulo prefrontal izquierdo parece formar parte de un circuito que se encarga de desconectar —o atenuar parcialmente— los impulsos emocionales más perturbadores.
Armonizando emoción y pensamiento.
Las conexiones existentes entre la amígdala (y las estructuras límbicas) y el neocórtex constituyen el centro de gestión entre los pensamientos y los sentimientos. Esta vía nerviosa explicaría el motivo por el cual la emoción es fundamental para pensar eficazmente, tomar decisiones inteligentes y permitimos pensar con claridad. La corteza prefrontal es la región cerebral que se encarga de la «memoria de trabajo».
Cuando estamos emocionalmente perturbados, solemos decir que «no podemos pensar bien» y permite explicar por qué la tensión emocional prolongada puede obstaculizar las facultades intelectuales del niño y dificultar así su capacidad de aprendizaje. Los niños impulsivos y ansiosos, a menudo desorganizados y problemáticos, parecen tener un escaso control prefrontal sobre sus impulsos límbicos. Este tipo de niños presenta un elevado riesgo de problemas de fracaso escolar, alcoholismo y delincuencia, pero no tanto porque su potencial intelectual sea bajo sino porque su control sobre su vida emocional se halla severamente restringido.
Razón vs. emoción.
Lo mismo que la razón, las emociones son un componente fundamental del pensamiento. Aunque la tradición popular tiende a situar las emociones en el ámbito del corazón, está claramente establecido que su asiento es el cerebro, de la misma manera que allí se alberga la razón. De hecho, el mundo emocional actúa como un condicionamiento del raciocinio –alentándolo u obstaculizándolo– en una relación constante que obedece a las circunstancias externas del sujeto y las que le son más propias. Del mismo modo, la razón afecta las respuestas emocionales de los individuos, para controlarlas, ocultarlas, canalizarlas o fingirlas, según sus intereses.
En cierto modo, tenemos dos cerebros y dos clases diferentes de inteligencia: la inteligencia racional y la inteligencia emocional, y nuestro funcionamiento vital está determinado por ambos.
No fue en balde que el filósofo francés Blas Pascal (1623-1662) afirmó con verdad y belleza, en uno de sus Pensamientos, que el corazón tiene razones que la razón no comprende.
Implicaciones de vida.
Según la investigación de Goleman, la inteligencia académica o racional es insuficiente para predecir las posibilidades de éxito de una persona en su vida, sea en la esfera laboral o de negocios, en la familiar o el ámbito social en general. Lo anterior es así porque –según los investigadores clínicos– la inteligencia pura o racional no es capaz de garantizar el buen manejo de las relaciones sociales de las personas ni, de modo amplio, la reacción de un individuo concreto ante los avatares de la vida.
La relación entre ambos tipos de inteligencia es equívoca. Hay gente inteligente desde un punto de vista académico que, sin embargo, tiene serios problemas de relación social (el nerd es el arquetipo de ese fenómeno, como lo muestra el sitcom televisivo The Big Bang Theory). Del mismo modo, hay gente con habilidades sociales muy evidentes que, no obstante, tiene una preparación intelectual deficiente (los ejemplos son muchos, especialmente en el plano de los políticos). Igualmente, hay personas académicamente muy preparadas, que no son capaces de superar una pérdida en el plano sentimental, lo que condiciona luego toda actividad de su parte. Finalmente, las hay que no tienen sentido del humor o que, si bien lo tienen, lo manifiestan de modo cuando menos extraño para el resto del grupo social.
Para Goleman,
Las personas con habilidades emocionales bien desarrolladas tienen más probabilidades de sentirse satisfechas y ser eficaces en su vida, y de dominar los hábitos mentales que favorezcan su propia productividad; las personas que no pueden poner cierto orden en su vida emocional libran batallas interiores que sabotean su capacidad de concentrarse en el trabajo y pensar con claridad.
A diferencia de la inteligencia académica o racional, no es posible aplicar un test o prueba para medir la inteligencia emocional mediante algún coeficiente. No obstante, Wikipedia ofrece, con base en ciertas investigaciones, una caracterización que, aunque extrema, es bastante ilustrativa y establece dos tipos teóricamente puros de personas, cuyos rasgos difieren ligeramente en relación con el género del individuo:
- Los hombres que poseen una elevada inteligencia emocional suelen ser socialmente equilibrados, extrovertidos, alegres, poco predispuestos a la timidez y a rumiar sus preocupaciones. Demuestran estar dotados de una notable capacidad para comprometerse con las causas y las personas, suelen adoptar responsabilidades, mantienen una visión ética de la vida y son afables y cariñosos en sus relaciones. Su vida emocional es rica y apropiada; se sienten, en suma, a gusto consigo mismos, con sus semejantes y con el universo social en el que viven.
- Las mujeres emocionalmente inteligentes tienden a ser enérgicas y a expresar sus sentimientos sin ambages, tienen una visión positiva de sí mismas y para ellas la vida siempre tiene un sentido. Al igual que ocurre con los hombres, suelen ser abiertas y sociables, expresan sus sentimientos adecuadamente (en lugar de entregarse a arranques emocionales de los que posteriormente tengan que lamentarse) y soportan bien la tensión. Su equilibrio social les permite hacer rápidamente nuevas amistades; se sienten lo bastante a gusto consigo mismas como para mostrarse alegres, espontáneas y abiertas a las experiencias sensuales. Y, a diferencia de lo que ocurre con el tipo puro de mujer con un elevado CI, raramente se sienten ansiosas, culpables o se ahogan en sus preocupaciones.
- Los hombres con un elevado CI se caracterizan por una amplia gama de intereses y habilidades intelectuales y suelen ser ambiciosos, productivos, predecibles, tenaces y poco dados a reparar en sus propias necesidades. Tienden a ser críticos, condescendientes, aprensivos, inhibidos, a sentirse incómodos con la sexualidad y las experiencias sensoriales en general y son poco expresivos, distantes y emocionalmente fríos y tranquilos.
- La mujer con un elevado CI manifiesta una previsible confianza intelectual, es capaz de expresar claramente sus pensamientos, valora las cuestiones teóricas y presenta un amplio abanico de intereses estéticos e intelectuales. También tiende a ser introspectiva, predispuesta a la ansiedad, a la preocupación y la culpabilidad, y se muestra poco dispuesta a expresar públicamente su enfado (aunque pueda expresarlo de un modo indirecto).
Estos retratos, obviamente, resultan caricaturescos pues toda persona es el resultado de la combinación entre el CI y la inteligencia emocional, en distintas proporciones, pero ofrecen una visión muy instructiva del tipo de aptitudes específicas que ambas dimensiones pueden aportar al conjunto de cualidades que constituye una persona.
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Como se darán cuenta, el tema no sólo es interesante, sino que tiene que ver con cada uno de nosotros. La presentación de este jueves no sólo es para aprender, sin para aprovecharla. Decía el filósofo Baruch Spinoza (1632-1677) que las personas creen ser libres simplemente porque son conscientes de sus acciones e inconscientes de las causas que determinan esas acciones. Quizá un mayor conocimiento de cómo funcionan nuestros niveles de inteligencia nos permita contar con un mayor control sobre nuestro propio ser, para más libertad de acción y pensamiento.
Los esperamos.
Saludos,
Carlos.
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