El Quijote es una obra hermosa y muy querida. Para muchos es la gran novela del mundo. En general, se considera a don Miguel de Cervantes (1547-1616), su autor, como el más grande escritor de la lengua española y uno de los mayores del mundo.
¿Quién no ha disfrutado los pasajes de esta obra, se ha reído con las aventuras de Don Quijote y Sancho, se ha conmovido por los resultados de muchas de las incursiones del caballero por los paisajes de España? ¿Quién no ha disfrutado de los bellos grabados del francés Gustave Doré (1832-1883), que es usual encontrar en las múltiples ediciones de la obra desde 1863.
¿Cuánto se puede decir en una sesión del almuerzo cultural sobre un clásico del arte de todos los tiempos? Evidentemente, sólo es posible darle una pincelada. Sin embargo, a pesar de esa limitación, esta es una visita obligada que proporcionará placer e invitará a cada cual a profundizar por sus medios en el tema.
Personajes y ambientación.
El título, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, es ya, de por sí, un gran resumen de lo luego expondrá Cervantes en las dos partes de la novela, con una riqueza y profundidad hasta hora inigualables: un personaje, llamado “Don Quijote”, quien se define como hidalgo (noble empobrecido, hijo de alguien que tenía algún valor en el escalafón social), cuya personalidad es inventiva y ocurrente (de allí el calificativo de “ingenioso”), originario de La Mancha, en el siglo XVII (por lo tanto, castellano de origen, aunque personaje para la eternidad, como luego lo prueba la difusión de la obra), se da a la tarea de llevar a la práctica el ideal de vida de los caballeros andantes, figura medieval hace mucho desaparecida del entorno europeo.
Don Quijote es un hombre alto, flaco, de rostro delgado, ya entrado en años (bastante mayor, por lo tanto, a la edad que corresponde a un caballero andante); de vida monótona, dedicada fundamentalmente a la lectura de los libros de caballería y a la discusión de esos temas con el cura y el barbero de su pueblo. Padece de insomnio, lo que le da más tiempo aún para leer. Tiene algunas tierras, no muy productivas, que ha vendido con el tiempo a pedazos, para comprar y atesorar aquello que más dicha le proporciona: los libros.
Poco a poco, su obsesión por la lectura de este género literario le lleva a la pérdida de su cordura. Su ideal es –como se dijo– la vida de los caballeros, dedicados a la búsqueda del bien y la justicia, como una especie de “Santo Grial”, que es capaz de orientar todas sus acciones.
La obra plantea la lucha constante entre la realidad y lo que el personaje cree. Don Quijote no sabe distinguir entre lo real y lo ficticio. Confunde situaciones, como si viviera en un sueño, dominado por su obsesión por la caballería. Está, como dice la novela, “(…) rematando ya su juicio”.
Armado de implementos antiguos, que pertenecieron a sus bisabuelos en el siglo anterior (época de los llamados Reyes católicos, sale a recorrer el mundo, causando el asombro y la hilaridad de quienes se lo encuentran. De manera significativa, protege su cabeza con un yelmo roto, que da cuenta de su condición mental. El resto de la armadura es reparado con cartones (¡!) para constituir un armamento más que débil, como lo es la condición de ese mundo que Don Quijote desea revivir.
Como caballero, se hace de un animal que no es más que un jamelgo viejo, flaco y de poco valor. Sin embargo, para él Rocinante está a la altura de Bucéfalo, Babieca o incluso Pegaso.
"(…) cuatro días se le pasaron en imaginar qué nombre le pondría (…) y así después de muchos nombres que formó, borró y quitó, añadió, deshizo y tornó a hacer en su memoria e imaginación, al fin le vino a llamar Rocinante, nombre a su parecer alto, sonoro y significativo de lo que había sido cuando fue rocín, antes de lo que ahora era, que era antes y primero de todos los rocines del mundo."
En cuanto a él mismo, tardó ocho días para elegir su nombre. Así, le pareció que el nombre Don Quijote denotaba prestigio y señorío (“Don”, viene del latín dominus que significa “señor”) y con el término “Quijote” conservó la raíz de su apellido: Quijano, con un sufijo “ote” que tiene un dejo si se quiere humorístico, aunque se tratara, tal vez, de un homenaje a los nombres de otros caballeros de la leyenda, como Lanzarote, su héroe favorito. Con el topónimo: “de la Mancha”, imitó la costumbre medieval de hacer referencia a un apelativo geográfico que correspondiera a la procedencia del personaje o a la tierra de sus aventuras, como sucedía con otros héroes de su panteón particular; por ejemplo, el Amadís de Gaula, al que menciona con frecuencia en la obra.
Tenemos, además, su antítesis y compañero, personificación de un realismo ingenuo y materialista –puede decirse, de corte duro–, que es su escudero, Sancho Panza, campesino y hombre sencillo que, en razón de su origen y ocupaciones, es el típico hombre que llama “al pan, pan y al vino, vino”, y que sólo acompaña al caballero un poco para protegerlo, otro poco para ganarse la vida en un mundo que de por sí es difícil y no ofrece muchas oportunidades a personas como él, y, en cierta medida, también ilusionado, en un proceso paulatino de idealización que se aprecia en la obra, con el mundo fantástico que pinta el personaje del Quijote, particularmente en relación con la idea de una ínsula que él podría –y llega en algún momento– a gobernar, con cierto buen juicio y donaire.
Finalmente, Don Quijote se hace de una amada que, como la Beatriz del Dante, recoge todo lo bueno del mundo en un ser que este caballero aspira a honrar y, tal vez, alcanzar. Su amada, Dulcinea del Toboso, es parte primordial del ideal caballeresco que intenta revivir: una verdadera razón de ser, aunque en la vida real no sea más que la exaltación hiperbólica de una campesina más bien ordinaria que Alonso Quijano conoce, llamada Aldonza Lorenzo.
Contexto.
El Quijote se escribió en uno de los períodos artísticos más brillantes de la historia de España y, probablemente, del mundo. El gran Imperio español era el escenario del llamado “Siglo de Oro”, en el que convivían Lope de Rueda (1510-1565), Luis de Góngora (1561-1627), Lope de Vega (1562-1635), Francisco de Quevedo (1580-1645) y Pedro Calderón de la Barca (1600-1681), entre muchos otros.
La obra muestra un panorama completo de la vida española durante la época, visto desde la óptica de Cervantes, con personajes de todas las clases sociales, representantes de las diversas ocupaciones entonces en boga, así como cuadros que abarcan las costumbres y los credos, tanto religiosos como populares, de esa sociedad.
Se dice que Cervantes contrastó en ese mosaico lo subjetivo con lo objetivo, lo ideal con lo real, lo sublime con lo grotesco, la sabiduría culta con la sabiduría popular.
Importancia de la obra.
No es posible hacer un resumen de un libro que, en cualquier caso, es inagotable. Conviene, eso sí, a manera de introducción, hacer algunas consideraciones sobre su importancia:
Todo lo que sucede en la obra es el contraste entre el mundo real y lo que el personaje de Don Quijote transforma según su circunstancia. Como el realismo mágico de los escritores latinoamericanos, Cervantes muestra una realidad que se trastoca momento a momento para ilustrar las aventuras de su caballero alucinado.
Pese a su locura, Don Quijote es acreedor a una dignidad que se nos hace entrañable. Es el “caballero de la triste figura” un nombre ridículo que, sin embargo, tiene cierto pathos de decoro que es innegable. Así, aunque algunos lo encuentran divertido, pues le suceden toca clase de desastres que llaman a la hilaridad, cada vez que el personaje actúa motivado por su bondad natural y su deseo de “desfacer agravios” y ayudar a los más necesitados, esas mismas aventuras encierran un significado mucho más profundo que retratan los dilemas constantes del ser humano.
Sobre la significación de la obra no se puede decir suficiente. La novela es especialmente buena porque nos muestra, por lo demás con gran colorido y riqueza, los rasgos distintivos de la condición humana; esto es, aquellos rasgos, buenos y malos, que conviven en nosotros. Esto es importante porque, además, El Quijote fue la primera obra que hizo esto con ese nivel de complejidad en toda la historia de la literatura.
Algunos testigos calificados opinan al respecto:
· El escritor ruso Iván Turgénev (1818-1883) escribió un ensayo llamado Hamlet y Don Quijote en el que confronta a los dos personajes como arquetipos humanos antagónicos: uno es el ser extrovertido, que actúa como impulsos, aunque sea para enfrentar molinos de viento; mientras que el otro es el ser ensimismado y reflexivo, que por su misma naturaleza no actúa mientras resuelve (sin lograrlo) los grandes dilemas de la existencia.
· Para W.H. Auden (1907-1973), Don Quijote es prácticamente un santo, según los ideales del cristianismo. De hecho, este autor consideraba a la pareja Don Quijote-Sancho como la mejor amalgama de la literatura entre espíritu y naturaleza, en una relación de “projimidad cristiana”.
· Fiodor Dostoyevski (1821-1881) llegó incluso a comparar a Don Quijote con Jesucristo, pues, según este escritor “de todas las figuras de hombres buenos en la literatura cristiana, sin duda, la más perfecta es Don Quijote”. Del mismo modo, Gógol (1809-1852), Pushkin (1799-1837) y Tolstói (1828-1910) vieron en él un héroe de la bondad extrema que se alza contra la maldad del mundo.
· Según Chateaubriand (1768-1848), autor de El genio del cristianismo, Don Quijote sería, de acuerdo con los ideales cristianos, el más noble, el más valiente, el más amable y el menos loco de los mortales.
· Para los nacionalistas, como Herder (1744-1803), Taine (1828-1893) y Carlyle (1795-1881), El Quijote refleja los rasgos de su país de origen como parte del espíritu de su pueblo (Volksgeist). Así, Don Quijote es el súmmum de lo español, llámese la actitud (vista por ojos protestantes) de moral católica, renuncia al progreso, defensa de los tiempos pasados, incluyendo aquellos valores sublimes –aunque caducos– de la caballería medieval y la España imperial de Carlos I y Felipe II.
· Visto como trabajo de ficción, El Quijote ha sido fuente de constante inspiración para muchos intelectuales, de Flaubert a Bellow, de Schopenhauer a Kafka, de Jefferson a Nabokov. Jorge Luis Borges (1899-1986), por ejemplo, tenía una relación compleja con esta obra, que lo motivó a citarla y escribir sobre ella extensamente. Leyó la obra muchas veces, desde niño, y la glosó en diversos ensayos, relatos y poemas. El cuento Pierre Menard, del libro Ficciones, se inspira directamente en El Quijote.
· Se dice que Honoré de Balzac (1799-1850), dada su personalidad desinhibida e idealista, fue más lo que actuó como Quijote en su vida que lo que tomó de él para sus propias obras literarias. Gustave Flaubert (1821-1880), en cambio, tomó el espíritu fantasioso de Don Quijote en sus dos novelas; (i) Bouvard y Pecuchet, cuyos dos personajes principales enloquecen a causa de leer libros que no pueden asimilar; y, por supuesto, (ii) Madame Bovary, cuya protagonista es una mujer que, como Don Quijote, también pierde la noción de la realidad a causa de la lectura de novelas de corte sentimental.
· Stendhal (1783-1842), quien tenía diez años cuando leyó Don Quijote por primera vez, escribió tiempo después que “el descubrimiento de ese libro fue quizá la más grande época de mi vida”.
Sentido trágico y ético de El Quijote.
Friedrich W.J. Schelling (1775-1884), en su Filosofía del arte, consagró una interpretación del Quijote que es la más influyente en nuestros tiempos, que se basa en la confrontación entre el idealismo (Don Quijote) y el realismo (Sancho), donde el personaje lucha, con cierta vocación trágica, contra la realidad grosera y hostil del mundo, en defensa de un ideal que, probablemente, sepa de antemano es irrealizable. Schelling consideró a Don Quijote un héroe patético, lo cual no constituía una calificación despectiva en su época, sino, todo lo contrario, una virtud romántica aplicable a muchos de los grandes artistas y filósofos del Romanticismo. En ese sentido, es ilustrativo el siguiente párrafo:
(e)l poeta Heinrich Heine (1797-1856) contó en 1837,en el lúcido prólogo a la traducción alemana de ese año, que había leído Don Quijote con afligida seriedad en un rincón del jardín Palatino de Düsseldorf, apartado en la Avenida de Los Suspiros, conmovido y melancólico.
Con esto, la interpretación del Quijote pasó de ser humorística o burlesca (como fue al principio) a ser romántica o patética; es decir, destinada a conmover al lector trágicamente. En el mismo sentido, Hegel (1770-1831) y Arthur Schopenhauer (1788-1860) trataron a los personajes de la novela en sus preocupaciones metafísicas (“ser” versus “deber ser” de las cosas), que es, en última instancia, una dimensión trágico-idealista del pensamiento filosófico.
En efecto, de Don Quijote se dice que constituye un modelo de aspiración a un ideal ético y estético de la condición humana. Por ello, Alonso Quijano se hace caballero andante. Se trata de un ideal ético por cuanto Don Quijote desea defender la justicia en el mundo y, en ese sentido, quiere constituirse en un ejemplo a seguir. Esto explica que, desde un principio, Don Quijote aspire a convertirse en un personaje literario, como lo son los héroes a cuyas aventuras hace continuas referencias. Esto lo logra ya en la Segunda Parte de la novela, a raíz de la publicación, años atrás, de una Primera Parte y hasta de un Quijote falso (el de Avellaneda), sobre el que nuestro personaje sostiene amplias y acaloradas conversaciones en la Segunda Parte.
Se trata, además, de un ideal estético porque el personaje desea hacer el bien y vivir la vida como si fuera una obra de arte; es decir, con el propósito de que esa vida sea admirada e imitada. Su propósito es enfrentar "todo aquello que pueda hacer perfecto y famoso a un andante caballero". Ese ideal no es egoísta o producto de la vanagloria, sino un modo de restituir la caballería andante, como ideal de vida, en un mundo bastante venido a menos.
Don Quijote no es uno, sino dos libros difíciles de reducir a una unidad de sentido. El loco de 1605, con su celada de cartón y sus patochadas, causa más risa que suspiros, pero el sensato anciano de 1615, perplejo ante los engaños que todos urden en su contra, exige al lector trascender el significado de sus palabras y aventuras mucho más allá de la comicidad primaria de palos y chocarrerías. Al regresar Don Quijote a su pueblo, asume la idea de que no sólo no es un héroe, sino que no hay héroes. Esta idea desesperanzada e intolerable, similar a lo que sería el nihilismo para otro cervantista, Dostoyevski, matará al personaje que era, al principio y al final, Alonso Quijano, conocido por el sobrenombre de "el Bueno".
Algunos autores califican las actividades de Don Quijote como un juego: él entrega su vida a un ideal sublime y se estrella contra la realidad porque los demás no cumplen las reglas de ese juego (George Costanza hace una alusión a ello en un famoso episodio de la serie televisiva Seinfeld). Según esta interpretación, Don Quijote finge estar loco y, para ello, decide jugar el papel de un caballero andante.
(…) la misma libertad que Cervantes reclamó para sí como creador se la concedió en idéntico grado a Don Quijote, el primer personaje auténticamente libre de la literatura universal. Amadís era hijo de reyes, nació en Gaula y estaba llamado a ser héroe. En cambio Cervantes no especifica la cuna, ni la genealogía, ni el nombre exacto de Don Quijote para que pueda caminar libre de todo determinismo, creando su propia realidad. Por eso a partir del Quijote la vida del personaje literario será más libre.
Los grandes temas de El Quijote.
Decía Dostoyevski, en su Diario de un escritor, que
(…) ya no se escriben libros como aquél. Veréis en Don Quijote, en cada página, revelados los más arcanos secretos del alma humana. En todo el mundo no hay obra de ficción más profunda y fuerte que ésa. Hasta ahora representa la suprema y máxima expresión del pensamiento humano, la más amarga ironía que pueda formular el hombre y, si se acabase el mundo y alguien preguntase a los hombres: "Veamos, ¿qué habéis sacado en limpio de vuestra vida y qué conclusión definitiva habéis deducido de ella?", podrían los hombres mostrar en silencio el Quijote y decir luego: "Ésta es mi conclusión sobre la vida y... ¿podríais condenarme por ella?".
Son muchos los contenidos de El Quijote. Sin embargo, el gran tema de la obra gira en torno a la libertad del hombre, en la relación que es establece entre la realidad y los ideales. Al respecto hay que recordar que Cervantes mismo fue un luchador: batalló por la cristiandad, ante la amenaza de opresión de los turcos; estuvo preso y fue agobiado por las penas, tanto en tiempos de guerra como épocas de paz; tuvo que soportar constantemente las intrigas de los espíritus menores que conspiraban contra su talento; en fin, tuvo que luchar contra quienes usaron sus ideas, le copiaron y se burlaron de él, simplemente porque no podían alcanzar con sus propias obras el brillo de El Quijote.
Las preguntas que hace resonar El Quijote son básicamente las mismas, una y otra vez: ¿A qué debe atenerse el hombre frente a la realidad? ¿Cómo puede transformarse la realidad mediante el ejercicio de la libertad? ¿Puede cambiarse al mundo o es el mundo el que nos cambia? ¿Quién es el cuerdo o quién el loco? ¿Cuál es el rol de la moral como fuerza promotora de la transformación de la realidad? ¿Son reales los héroes?
Aunque el tratamiento es barroco, estamos ante dilemas que se relacionan con la idea de la locura cristiana que, bajo la influencia del Renacimiento, desarrollara Erasmo de Rotterdam (1466-1536) casi cien años antes. También es relevante el pensamiento utópico al que apunta Cervantes con la famosa ínsula Barataria, que guarda paralelismos con Tomás Moro (1478-1535), Tomasso Campanella (1568-1639) y Francis Bacon (1561-1626), todos autores renacentistas.
El humor es una constante en la obra, pero se trata de un humor especial, que respeta la dignidad humana de cada uno de los personajes.
Influencia en otros escritores.
Además de las influencias ya indicadas, vale la pena mencionar lo siguiente:
· Se ha constatado la influencia de El Quijote en el Moby Dick de Herman Melville (1819-1891).
· Se sabe que Mark Twain (1835-1910) era admirador de El Quijote y que hay rastros importantes de la novela en Huckleberry Finn.
· Fiódor Dostoyevski escribió a menudo sobre El Quijote, que describió como una pieza esencial en la literatura universal, de esas que premian a la humanidad “una vez cada cien años”
· William Faulkner (1897-1962) leía El Quijote todos los años.
· La primera obra de Saul Bellow (1915-2005), Las aventuras de Augie March tiene una deuda importante con El Quijote.
· Lo mismo pasa con Thornton Wilder (1897-1975) en Mi destino.
· Franz Kafka (1883-1924) dedicó tiempo a la lectura de El Quijote y con esa influencia escribió su obra La verdad sobre Sancho Panza.
· El novelista Thomas Mann (1875-1955) hizo un viaje en barco a los EEUU, acompañado de El Quijote, experiencia que luego traslada a su ensayo A bordo con Don Quijote, en la que el autor hace una defensa de los valores de la cultura europea amenazada por el fascismo, entonces en auge.
· Hay también una influencia importante de la obra en los trabajos literarios de William Saroyan (1908-1981) y de Paul Auster (1947-).
· En EE.UU. la obra volvió a adquirir importancia con el estreno de la obra Man of La Mancha.
El crítico literario Harold Bloom ha destacado la importancia de El Quijote en muchos de sus ensayos.
Curiosidades.
En 1967, la cabalista Dominique Aubier afirmó que “Don Quijote es un libro que puede leerse a la vez en castellano y en hebreo”. Según ella, Don Quijote (Q´jot en arameo significa "verdad") se escribió en el marco de una preocupación ecuménica, relacionada con la España que era tierra de encuentro y convivencia de las tres religiones reveladas: cristianismo, islamismo y judaísmo. Así, Cervantes habría propuesto al futuro un vasto proyecto cultural que tenía como epicentro el poder del lenguaje; esto es, Don Quijote visto como una obra mayor inspirada por el Zohar y encriptada en clave hebrea.
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Los esperamos este mediodía, para una sesión entretenida, dedicada a un tema importante, que es no sólo gloria del idioma español, sino monumento cultural de cualquier tiempo y lugar.
Saludos,
Carlos.
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