Uno de los
enormes privilegios de nuestro tiempo es que, al menos en este campo, la
tecnología nos da la posibilidad de oír (y a veces también ver) diversas
versiones de lo que nos gusta, para comparar, escoger y hasta discutir las
bondades o defectos de esas versiones. El
proceso tiene componentes objetivos y subjetivos, como en todo lo que atañe a
la apreciación artística, lo que lo hace una actividad apasionante para los que
gustan de ello.
¿Cuándo
tuvieron las personas, hace una generación, una posibilidad similar? Saber que podemos escuchar la misma obra de
un compositor, a cargo de los más grandes intérpretes, y poder analizar sus
rendiciones con toda calma, para ejercer el derecho a preferir una a muchas
otras, es un placer como pocos otros para los que gustamos de la música. No lo tienen los amantes de la literatura o
las artes plásticas y, con muchas limitaciones, apenas si lo atisban los
cinéfilos. Quizá sólo en el teatro puede
darse algo similar y, sin embargo, las limitaciones para encontrar distintas
versiones de una misma obra son enormes comparadas a lo que sucede con la
música.
Sin
embargo, la oferta es abrumadora. Es
imposible que todos hayamos oído todo lo que se graba y publica,
particularmente respecto a las obras más conocidas del repertorio. Un ejemplo: tengo once sets con las sinfonías
del Beethoven, más bastantes discos sueltos con distintas versiones de cada una
de ellas, pero posiblemente tendría que tener alrededor de unas cien (cuidado
si más) para decir que he escuchado todo lo que ofrece el mercado, con
versiones que entran y salen constantemente sin que uno apenas se dé cuenta. Estar al día en este campo es una tarea es
muy difícil de cumplir, para no decir imposible, salvo que uno se dedicara a
ello como ocupación de tiempo completo, cosa que quizá sólo hagan los críticos
musicales.
Las pocas
obras que puedo seguir son las que me gustan y de las que tengo más de una
versión son, naturalmente, las que me gustan mucho. He llegado a esas versiones porque las he
oído en la radio o en una grabación ajena y me agradan como para buscarlas
luego, o por recomendación de amigos que saben, o por críticas que he escuchado
o leído y que las ponen por las nubes, o porque me encuentro el disco por
casualidad y me atraen los intérpretes, o por mera inspiración divina. ¡Qué se yo…!
Todos hemos pasado por estas situaciones y así es como terminamos
aficionándonos a aquella grabación de Bernstein o de Colin Davis, o a la de
Sutherland o de la Callas, o a la de Menuhin o de Vengerov.
En todo caso, como cada uno de nosotros llegó allí por su propia “circunstancia” (para
parafrasear a Ortega), entonces hemos extraído diversas conclusiones de esos
procesos, por lo que tenemos distintas preferencias también, todas válidas en
lo que toca a la subjetividad de la determinación. Por eso me gusta la posibilidad de “pelearme”
con quien asuma una tesis diferente a la mía, porque algo aprendo del proceso,
sea para ampliar mis preferencias o para reforzar las que ya tenía. En ese tanto, reitero lo dicho respecto al
privilegio que tenemos de ver lo mismo desde diversos ángulos y enriquecer el
panorama de lo que nos gusta.
EL CAMINO DE LA VIDA
sábado, 7 de abril de 2012
jueves, 5 de abril de 2012
Recuerdos de Herbert von Karajan
Tuve la
enorme fortuna de verlo dirigir en Nueva York, poco antes de su muerte. Iba con la Filarmónica de Viena en su última
gira internacional. Estaba al final de
su ilustrísima carrera. Era un hombre
aquejado por sus males de espalda, que iniciaba sus ochentas con dolor evidente. Pero ante todo era él: el gran director,
dictador de su mundo y excelso conocedor e intérprete de la música que habitaba
en su corazón. Fueron tres noches de
ensueño: Schubert (la “Inconclusa”) y música de la familia Strauss llenaron dos
de los programas; para el tercero, sin duda el más importante de ellos, Karajan
dirigió la Octava sinfonía de Anton Bruckner, una obra grande y majestuosa como
una catedral gótica.
Uno o dos días después de la presentación de la Octava, el crítico del NY Times de entonces, Harold C. Schonberg escribió que había llevado a su nieto a Carnegie Hall a ver al maestro, presintiendo que iba a ser la última visita de éste a la ciudad, y escribió además que, a la salida del concierto, le había pedido al joven que por favor no olvidara nunca esa presentación, pues había sido testigo de la posible escuchar esa música del modo que la había escuchado, para contarle a sus propios nietos.
Uno o dos días después de la presentación de la Octava, el crítico del NY Times de entonces, Harold C. Schonberg escribió que había llevado a su nieto a Carnegie Hall a ver al maestro, presintiendo que iba a ser la última visita de éste a la ciudad, y escribió además que, a la salida del concierto, le había pedido al joven que por favor no olvidara nunca esa presentación, pues había sido testigo de la posible escuchar esa música del modo que la había escuchado, para contarle a sus propios nietos.
De Karajan
se criticaron muchas cosas, que iban de la megalomanía a un pasado nazi. Mucho de eso sigue en discusión, con
versiones autorizadas a favor y en contra.
Sin embargo, su altura como músico y director de orquesta es
incuestionable. Desarrolló una carrera
musical desde el pódium de la cual dejó abundantísimos testimonios mediante
grabaciones de audio y video que son tesoros interpretativos. En términos de cantidad y calidad, su
producción es difícilmente comparable con la de cualquier otro director,
anterior o posterior.
En un libro de crítica musical se dice: "This Berlin-Karajan partnership has rarely been equalled, never surpassed" Para mí, esto lo dice todo. Quien quiera verificarlo puede visitar sus ciclos sinfónicos de los grandes maestros, desde Haydn y Mozart hasta Mahler y Sibelius, o sus interpretaciones de compositores románticos, postrománticos, impresionistas, atonalistas y más recientes, como Béla Bártok, Carl Nielsen, Arthur Honegger o Dmitri Shostakovich. Difícilmente alguien le ponía la mano en sus realizaciones de Claude Debussy, Ottorino Respighi, Richard Strauss, Arnold Schoenberg o Anton Webern. Por otro lado, su actividad operística fue suprema, desde Mozart hasta R. Strauss, no sólo como director de la orquesta, sino también como director artístico general de la obra. En fin, una figura indiscutible de mi panteón artístico, contra el cual todos los demás deben medirse, como referente obligado.
En un libro de crítica musical se dice: "This Berlin-Karajan partnership has rarely been equalled, never surpassed" Para mí, esto lo dice todo. Quien quiera verificarlo puede visitar sus ciclos sinfónicos de los grandes maestros, desde Haydn y Mozart hasta Mahler y Sibelius, o sus interpretaciones de compositores románticos, postrománticos, impresionistas, atonalistas y más recientes, como Béla Bártok, Carl Nielsen, Arthur Honegger o Dmitri Shostakovich. Difícilmente alguien le ponía la mano en sus realizaciones de Claude Debussy, Ottorino Respighi, Richard Strauss, Arnold Schoenberg o Anton Webern. Por otro lado, su actividad operística fue suprema, desde Mozart hasta R. Strauss, no sólo como director de la orquesta, sino también como director artístico general de la obra. En fin, una figura indiscutible de mi panteón artístico, contra el cual todos los demás deben medirse, como referente obligado.
domingo, 1 de abril de 2012
La tragedia de Judas.
A propósito de esta Semana Santa, ha surgido cierta discusión en torno al personaje de Judas Iscariote. Luego de reflexionar un poco al respecto, se me ocurre pensar en la injusticia con la que la historia ha tratado a esta figura, por razones más allá de sus acciones reales.
Judas es un personaje importante del eterno drama humano. Esa tragedia que envuelve al ser humano y que lo obliga a luchar, con pocas oportunidades de ganar, debatiéndose entre lo que los dioses le han predestinado y lo que el propio individuo trata de hacer por su cuenta, aún en contra de ese sino. Por eso tienen razón los comentarios hechos en relación con el aire de tragedia griega que se respira en este caso. Creo que esto le agrega grandeza al personaje y trasluce lo que hay de profundamente humano detrás de él.
Judas es un personaje importante del eterno drama humano. Esa tragedia que envuelve al ser humano y que lo obliga a luchar, con pocas oportunidades de ganar, debatiéndose entre lo que los dioses le han predestinado y lo que el propio individuo trata de hacer por su cuenta, aún en contra de ese sino. Por eso tienen razón los comentarios hechos en relación con el aire de tragedia griega que se respira en este caso. Creo que esto le agrega grandeza al personaje y trasluce lo que hay de profundamente humano detrás de él.
¿Acaso habría sido razonable que Jesús hubiera reclutado como discípulo a alguien sólo para usarlo como traidor; es decir, como instrumento para su misión personal? Creo que no. Eso sería cínico y egoísta y, por lo tanto, no cabría dentro de la definición de un Dios bondadoso. Tampoco sería aceptable que hubiera reclutado a alguien meramente malo para seguirlo, pues sería contradictorio con su misión salvadora. Esto, me parece, descarta con toda propiedad esa supuesta naturaleza de villano o traidor que la tradición religiosa ha hecho ver irresponsablemente en la figura de Judas.
Así las cosas, Judas parece ser uno de esos hombres trágicos, que se debatió entre profundas contradicciones, influenciado por los acontecimientos de su época y perplejo ante a un críptico mensaje de una sociedad nueva basada en el amor, que posiblemente era incomprensible para la gente de su época. Es plausible, por lo tanto, que él hubiera hecho lo mejor a su alcance para dar sentido al mensaje de Jesús en el contexto de la realidad que trataba de cambiar a su alrededor, lo cual hace de su ¡traición” un tema de mera interpretación, en el peor de los casos. Es posible, también, que hubiera actuado a sabiendas, no como un traidor, sino en pleno acuerdo con Jesús, para que su plan de acción tuviera éxito, cosa que lo convierte en amigo fiel, y no en traidor.
En fin, lo
que Judas parece haber sido es un hombre fallido, incluso un sacrificado, cosa
que subraya su humanidad y sus méritos.
Todo otro juicio que lo negativice, por lo demás, parece ser una gran
injusticia de nuestra parte.
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