Estimados amigos,
Hace unas semanas presentamos, en una de nuestras sesiones del almuerzo cultural, al maestro Carlos Kleiber (1930-2004), considerado por la mayoría de sus colegas, lo mismo que por críticos y aficionados a la música clásica, como el mejor director orquestal de todos los tiempos, calificación que documenta el estudio preparado al efecto por la BBC de Londres hace unos meses.
La presentación fue bien acogida por quienes asistieron a la sesión y surgió en ellos el interés por dedicar un almuerzo al maestro Kleiber en algunas de sus más famosas interpretaciones.
Con el fin de satisfacer ese interés –totalmente justificado por lo demás– este jueves presentaremos un extraordinario concierto de Carlos Kleiber, a cargo de la excelente Orquesta del Real Concertgebouw de Amsterdam, considerada entre las cinco más importantes del mundo.
La música del programa pertenece toda al mismo compositor: Ludwig van Beethoven (1770-1827), cuyas sinfonías se convirtieron en una verdadera especialidad de Carlos Kleiber. Con ello, saldamos una deuda no sólo con Kleiber, sino con el gran compositor alemán, de quien –debido a la amplia variedad de opciones para presentarles– sólo hemos podido programar su Tercera Sinfonía (Sinfonía Heroica), durante estos dos años de programas.
El programa de este jueves consta de dos sinfonías del compositor: la Cuarta y la Séptima.
La Cuarta sinfonía.
Ludwig van Beethoven escribió esta sinfonía en 1806, en una de las etapas más tranquilas de su vida. La obra está escrita en la tonalidad de si bemol mayor y se la identifica como su opus 60. Fue dedicada por el compositor al conde Franz von Oppersdorff (1778-1818), noble silesio y gran amante de la música.
La Cuarta es una obra dulce y si se quiere apacible.
Algunos dicen que las sinfonías de número impar de Beethoven son majestuosas, mientras que las pares son tranquilas. Éste es el caso especial de la Sinfonía n.º 4 en si bemol mayor, que contrasta con la inmensamente heroica Sinfonía n.º 3 en mi bemol mayor y la trágica Sinfonía n.º 5 en do menor.
El compositor Robert Schumann (1810-1856) dijo en alguna ocasión, con mucha fisga, que la Cuarta sinfonía era "una esbelta doncella griega entre dos gigantes guerreras nórdicas".
La obra tiene cuatro movimientos:
1. Adagio - Allegro vivace, que tiene forma sonata. El adagio sirve como introducción y da a la obra una atmósfera inicial que tiene un corte misterioso. Luego, el allegro vivace ofrece mucha mayor actividad y, podría decirse, que un ambiente feliz. Puede decirse que este movimiento es típicamente rítmico, para acabar en un hermoso epílogo o coda.
2. Adagio, también con forma sonata, donde la melodía es reposada y de un gran lirismo. Esa melodía corre a cargo de los primeros violines, mientras que el segundo tema aparece en los clarinetes.
3. Allegro molto e vivace - Trio. Un poco meno allegro. Este movimiento es un scherzo y es de corte alegre y libre en la forma. Aporta de nuevo gran energía y ritmo, en contraste con el adagio del segundo movimiento.
4. Allegro ma non troppo. Nuevamente con forma sonata. De tempo rápido, este movimiento es la conclusión de la obra y denota un ambiente de celebración y alegría hasta la coda final.
La Séptima sinfonía.
Beethoven compuso esta sinfonía entre 1811 y 1812, en Teplice (Bohemia, actual República Checa), mientras el compositor trataba de recuperar su salud, aquejado por las enfermedades.
La obra está escrita en la tonalidad de la mayor y se la identifica como su opus 92. Fue dedicada al conde Moritz von Fries (1777-1826), de la corte vienesa. La pieza fue muy bien acogida durante su estreno en Viena, en 1813, y el allegretto del segundo movimiento tuvo que ser repetido para satisfacer a su público.
Contrario a la Cuarta sinfonía, la Séptima es una obra que exuda energía y ritmo. En palabras de un admirador del Beethoven que supo revolucionar como nadie el ámbito de la música:
La Séptima Sinfonía es victoriosa, posiblemente la que más, pues llega al triunfo de la construcción de un nuevo mundo en espacios desconocidos.
La obra tiene cuatro movimientos:
1. Poco sostenuto - Vivace, que tiene forma sonata. Este movimiento es alegre y está escrito en ritmos danzables.
2. Allegretto, un poco más lento que el anterior, sin llegar a ser un adagio. Está compuesto como un conjunto de variaciones entre dos temas contrastantes que comienzan sólo con las cuerdas y que, a medida que avanza, introduce los demás instrumentos de la orquesta hasta llegar al poderoso tutti orquestal (a la manera del famoso Boléro de Maurice Ravel [1875-1937)]). Esta melodía que se repita una y otra vez está formada por un ostinato (tema rítmico repetido) de una negra, dos corcheas y dos negras.
3. Presto. Como en la Cuarta sinfonía, este movimiento es un scherzo, alegre y formalmente libre a la vez. La idea es que contraste con el ostinato del segundo movimiento.
4. Allegro con brío, que también tiene forma sonata. Para quienes gustan de buscar interpretaciones a las cosas, se dice que este movimiento representa una bacanal; es decir, la fiesta del dios Baco, conocido por el desenfreno y la pasión. Tiene un tempo rápido, alegre y, nuevamente, de corte danzante.
La interpretación de Carlos Kleiber.
De Kleiber se ha dicho que toda grabación suya era un acontecimiento de gran significación artística, un clásico entre los clásicos. Este caso no es la excepción. Las interpretaciones que Kleiber hace de Beethoven se caracterizan por la pasión, la precisión, el drama y la belleza lírica.
A Carlos Kleiber no le gustaba grabar. Incluso rehuía, con cierta frecuencia, el presentarse en público para dirigir orquestas, que era lo que hacía mejor que nadie. Para él, el hecho de grabar y congelar para siempre una interpretación era una manera de distorsionar y pervertir el arte de hacer música. Esta es la razón principal por la obra este director genial, aunque notoriamente excéntrico, tuviera un catálogo grabado tan escaso.
Como Leonard Bernstein (1918-1990), Kleiber hacía profundamente interesante toda la música que interpretaba. Por eso no hay sensación de rutina en la ejecución de los miembros del Concertgebouw durante la presentación de estas dos sinfonías. Aun tratándose de dos obras del repertorio de cualquier gran orquesta, que estos músicos han tocado y grabado infinidad de veces, con Kleiber la música era despojada de los prejuicios, manierismos y costumbres de siglos, para ser presentadas con toda frescura, como medio directo entre el compositor y su público.
Con Kleiber resultaba imposible abandonarse a la rutina y, mucho menos, aburrirse de una interpretación. Cada presentación a su cargo traía cosas importantes que decir sobre las obras del programa, todas cuidadosamente pensadas, moldeadas y planteadas con toda rigurosidad artística para el oyente. Para hacer esto posible, Kleiber requería de sus músicos total disciplina y atención al detalle, y una ejecución de absoluta intensidad, lo cual es raro encontrar aún entre las grandes orquestas y los grandes directores del mundo. Con ello, el integrante de la orquesta podía abandonarse a la ejecución en total concentración, como descubriendo un mundo nuevo, sin verse tentado por los excesos de confianza, que son siempre los que motivan los errores en una ejecución musical.
En las obras de Beethoven, Kleiber tenía una manera de interpretarlas relativamente rápida, con altas dosis de tensión y esa energía electrizante que es característica de la música de este compositor. A la par de ello, había elegancia y gracia innegables en las secciones más livianas de estas obras, así como majestuosidad cuando era necesario, lo que hacía de sus presentaciones modelos de interpretación de este compositor.
Con gestos finamente delineados, que demostraban el disfrute de estas obras y la profunda atención a cada detalle, el director mantenía a sus músicos siempre sentados al borde de sus sillas, alertas a sus movimientos conforme se desarrollaba la partitura. De todos los directores de orquesta que es posible ver sobre un podio a la fecha, ninguno como Kleiber parecía disfrutar más lo que hacía, no obstante su famosa renuencia grabar o a aparecer en público. Igualmente, de pocos se podía aprender más conforme una obra era desmenuzada por el director para ser presentada luego como una gran síntesis de sabiduría, instinto y habilidad musicales.
Durante sus ejecuciones, especialmente la de la Séptima sinfonía, es posible ver a Kleiber casi bailando sobre el podio. No en balde Richard Wagner (1813-1883) había dicho que esta sinfonía era la “apoteosis de la danza”.
Kleiber aprovecha los fabulosos bronces de la Orquesta del Concertgebouw para ofrecernos una inolvidable interpretación de estas obras, particularmente la Séptima. Su interpretación de la Cuarta es también muy fina y vale la pena escucharla especialmente por tratarse de una sinfonía menos popular que la Tercera, la Quinta, la Sexta, la Séptima y la Novena de esta compositor.
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Debido a la importancia del programa y a la estatura artística del director y su orquesta, esta sesión del almuerzo cultural es muy especial en verdad. Quedan muy invitados a acompañarnos.
Saludos,
Carlos.
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