Gustavo
Dudamel y la Filarmónica de Viena en Nueva York.
La Filarmónica de Viena
visita Nueva York una vez al año. Estuve allí, la semana pasada, para ver el último concierto de esta venerable orquesta, a cargo de Gustavo Dudamel (1981-), el
joven venezolano que se presenta como la revelación de la dirección orquestal.
Joven, bajito,
carismático, claramente latinoamericano por la pinta y por su comportamiento,
Dudamel supo manejar a una orquesta tradicional y conservadora como esta, de
manera elocuente, al punto de que él, la orquesta, el solista (Yo-Yo Ma) y, por
supuesto, el público, disfrutaron a plenitud.
El concierto fue una
revelación para mí. Un tipo carismático sin duda.
El programa fue
ciertamente atractivo y cómodo para la orquesta, por ser parte de su repertorio
usual: la Obertura trágica, de
Johannes Brahms (1833-1897), el Concierto
para chelo y orquesta, de Robert Schumann (1810-1855) y la Sinfonía No. 9 en mi menor, op. 95 ("Sinfonía del Nuevo Mundo"),
de Antonín Dvořák (1841-1904).
Pero
luego Dudamel, en sus encores, puso a
la orquesta a tocar música del estadounidense Leonard Bernstein (1918-1990) y del
hispanocubano Julián Orbón (1925-1991), y ahí fue evidente su liderazgo y su
buena relación con los músicos, al sacarlos –a gusto de todos (incluso los músicos)–
de su zona habitual de confort.
Hay
que seguirle la pista en los próximos años.
Tiene compromisos con las principales orquestas y festivales musicales
del mundo, además de su Orquesta Simón Bolívar de Venezuela.
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